viernes, 10 de octubre de 2014

Los Samaritanos del Monte Gerizim

Ver como pdf 10-10-2014 Los Samaritanos del Monte Gerizim Alex Anfruns Rebelión Durante miles de años, los samaritanos han sido capaces de preservar su identidad y su propia lengua, que utilizan para fines litúrgicos. Con vistas a la ciudad de Nablus, el Monte Gerizim sustituye en sus creencias el papel que tiene Jerusalén para los Judios, ya que en los cinco libros sagrados de Moisés, que para los samaritanos son el pilar de su religión, la ciudad santa ni siquiera se menciona. Los samaritanos creen en un solo Dios, en el Juicio Final, y practican los mismos rituales desde hace 6000 años, entre ellos el escrupuloso respeto a la inactividad cada sábado. Hoy en dia, los samaritanos son solo unas 350 personas, y unicamente hace veinte años que viven en el monte Gerizim, el cual visitaban por tradicion, para celebrar sus celebraciones litúrgicas. Anteriormente vivían en el casco antiguo de Nablus, ya que en la montaña no había acceso al agua ni a la electricidad. Cuando se establecieron esos suministros en el Monte Gerizim, los samaritanos eligieron un estilo de vida más saludable y en armonía con la naturaleza. Sin embargo, todavía tienen tiendas en el casco antiguo y participan en la economia de la sociedad palestina. Yacob Cohen es el guía del Museo de los samaritanos, que se encuentra en un edificio restaurado en 2010 por la Autoridad Palestina, y que contó con la cooperación de la Unesco. Yacob ha creado una asociación que promueve las visitas pedagógicas y los talleres para hacer conocer la vida de los samaritanos en Nablus. Su tío, un profesor de la Universidad de Al Quds (Jerusalén en arabe), es quien estuvo tras la iniciativa de abrir el Museo. También escribió un libro, publicado en 2012 y disponible en el Museo, que aborda de manera muy prolija la historia milenaria de los samaritanos. Una de las cosas que primero llaman la atencion del visitante es la manera en que Yacoub recalca su nacionalidad palestina: "Soy palestino. Es algo completamente normal, ya que hemos estado aquí desde siempre, desde hace miles de años. Estamos esta ciudad, en Nablus, desde hace 3000 años, y nadie ha decidido por nosotros que seamos palestinos. (…) ». Yacob apunta sin ambajes al relato fundacional del nacionalismo israeli : «Nosotros no hemos venido de otro lugar, no es como si nos hubiésemos ido de aquí durante décadas, y luego hayamos regresado...» «Cuando los israelíes llegaron a Cisjordania en 1967, nos ofrecieron a los samaritanos de Nablus que fuésemos a instalarnos a Tel Aviv, y que cambiasemos nuestros documentos de identidad palestinos por documentos israelíes.» Sólo fue a partir de 1996 cuando los que lo desean, pueden solicitar la ciudadanía israelí para obtener así la doble nacionalidad: "Pero toda nuestra vida hemos vivido en Nablus, y ahora no vamos a ir a vivir a Tel Aviv." Desmontando el mito del choque de civilizaciones Según Yacob, en Nablus nunca ha habido problemas entre las diferentes religiones: «Las personas que piensan que los musulmanes de aquí atacan a otras personas porque no sean musulmanes...es algo que no ha ocurrido nunca. Que los musulmanes ataquen a samaritanos sólo porque sean samaritanos...jamas, para nada. Tal vez pueden haber problemas por otras razones, pero nunca a causa de la religión.» Los samaritanos son palestinos de pleno derecho, incluyendo su nacionalidad. Y por eso también sufrieron los efectos de la ocupación israelí de Nablus durante la segunda Intifada, cuando el ejército cortaba el acceso a la ciudad mediante trincheras: «Cuando iba a buscar a mi hijo a la escuela en Nablus, tenia que quitar las piedras que hacian obstaculo en la carretera. Entonces los soldados solian detenerme, pidiéndome mis documentos de identidad. Cuando leian mi nombre, Yacob Cohen, se daban cuenta de que era un samaritano y me dejaban pasar. A veces el asunto era gracioso, cuando me preguntaban: ¿Cómo puede ser que te llames Yacob Cohen? Otras veces era más duro para mí, ya que me impedian ir a la escuela. Sin embargo, cuando se daban cuenta de como me llamaba, me permitian sacar los obstáculos del camino.» Transcripcion y traduccion del inglés : Alex Anfruns Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Masacrar a luchadores sociales, “un hábito” en México: Raúl Vera

Masacrar a luchadores sociales, “un hábito” en México: Raúl Vera El obispo de Saltillo y defensor de derechos humanos señala que ya no es posible distinguir dónde termina un cártel y empieza el aparato político en México. Denuncia que en el caso de Ayotzinapa, los criminales son brazos de apoyo de los políticos. Desinformémonos Foto: SIPAZ raul vera comunitarios Ligas Las fosas mejor planeadas Leer Texto Completo México. “Qué delincuencia ni qué ocho cuartos. Éste es un mensaje para los luchadores sociales; ya lo hemos visto en muchas partes”, acusa el obispo Raúl Vera –que ha realizado su labor pastoral en sitios conflictivos de México, desde Coahuila hasta Chiapas, pasando por Guerrero. La masacre de normalistas a manos de la policía de Iguala, el 26 de septiembre, tiene antecedentes en otras represiones “y uso desmedido de la fuerza”, indica. Vera compara los ataques a los estudiantes -que hasta hoy tienen un saldo de seis personas ejecutadas, 43 desaparecidos y 25 lesionados, dos de ellos graves- con la represión gubernamental a San Salvador Atenco en 2006. “Se trata de tácticas de terrorismo de Estado”, resume. Acteal e Iguala: la crueldad El obispo de Saltillo, Coahuila, encuentra como un punto coincidente entre la masacre de Acteal, Chiapas, en 1997, y la ejecución extrajudicial y desaparición forzada de normalistas, la crueldad con la que se actúa. En Chiapas, el trato hacia los tzotziles asesinados –“eligieron a pacifistas, casi todos mujeres y niños”, aclara”- fue “kaibilesco”. El cura insiste en que fue un mensaje del Estado para intimidar a los insurrectos. Otro símil entre las masacres, que provocaron la condena internacional al gobierno mexicano, está en la impunidad que los rodea. En Acteal, aunque se capturó a los paramilitares, estos se encuentran libres. Y en Iguala, el secuestro en junio de 2013 de ocho activistas y asesinato de tres de ellos, pertenecientes a la Unidad Popular, también quedó sin castigo. De acuerdo con un sobreviviente, el responsable directo de la ejecución fue el alcalde, José Luis Abarca, hoy prófugo. La viuda de uno de los líderes asesinados, Sofía Mendoza, sigue amenazada por los criminales, señala el dominico. En Acteal, insiste Raúl Vera, hay testimonios de que la policía estatal y el ejército encubrieron y cuidaron las acciones paramilitares. “Este tipo de cosas las vemos en Iguala”, compara. El obispo, como parte de la organización Red Década contra la Impunidad, participó en dos caravanas de observación de derechos humanos a Guerrero, una para el caso de Iguala. Vera abunda en el asesinato de Arturo Hernández Cardona, líder de la Unidad Popular, que “molestaba” a Abarca porque organizó una manifestación “fuerte” para exigir la aplicación de ayudas gubernamentales. Señala que fue capturado, junto con los otros siete militantes, y llevado a un baldío a las afueras de Iguala, donde el alcalde lo amenazó y lo asesinó, acompañado “por los criminales”, relata. La declaración del sobreviviente sucedió desde marzo de este año, “y nadie movió un solo dedo”. “En estas desapariciones, participan ya otro tipo de cuerpos”, explica el obispo. E insiste en que los criminales son los “brazos” del alcalde. Califica de “absurdas” las versiones que indican que los normalistas habrían molestado, de alguna manera, a los criminales: “Eso es tratar de legitimar lo que pasó”. “Ya no sabemos dónde acaban los cárteles, y empieza el crimen organizado que está en la estructura política y los aparatos de justicia. Ya estamos hartos de esta connivencia espantosa”, lamenta. Share Imprimir No hay comentarios

lunes, 6 de octubre de 2014

LAS IGLESIAS, MAS POLITICA QUE RELIGION

Marcelo Colussi Rebelión Si tomamos whisky con agua, nos emborrachamos; vodka con agua, también; y otro tanto ocurre con el cognac con agua, o el ron con agua. Conclusión: el agua emborracha. Con esa misma lógica, entonces, podríamos decir que si los cristianos tienen dios, los judíos tienen dios, los musulmanes tienen dios, si los bosquimanos, los mayas, los hindúes y los japoneses tienen dios, conclusión obligada: dios existe. Pero el problema que queremos tocar es mucho más que una inconsistencia semántica, una falacia argumental: dios ¿existe? He aquí una de las preguntas que más papel y tinta han hecho circular en la historia de la humanidad. Lo cierto, lo constatable empíricamente es que, si algo existe, son las religiones y las iglesias. Eso nos consta; lo otro es su presupuesto básico. Sólo si existen deidades puede haber una actitud de adoración y una institución que resguarda esa creencia. Como en tantas construcciones humanas, importa más el edificio que sus cimientos. Discutir en términos teológicos sobre la existencia o no existencia de dios es lo más alejado de la intención de este escrito. De hecho esa discusión ya se ha encarado en innumerables ocasiones y con el más estricto rigor; poco aportaría, por tanto, volver sobre lo mismo. Por otro lado, dar argumentos convincentes afirmando o negando su existencia nos lleva a discusiones bizantinas. Pero podemos abordar el problema en forma elíptica: si existe o no…. sólo dios lo sabrá (si se digna existir), mas resulta interesante ver que en toda cultura hay alguna idea al respecto. Y eso mismo nos puede comenzar a dar alguna clave. En una investigación realizada en una universidad argentina (país de tradición católica) se preguntó a los 150 integrantes de un grupo de muestra cómo representaban a dios. El 92 % de los encuestados lo refirió como un anciano varón, incluso de larga barba. Pero un tutsi africano o un sioux norteamericano no darían esa respuesta (y también tienen dioses, y no son atrasados ni estúpidos, aunque nuestro racismo occidental así nos los pueda presentar). Valga citar en relación a esa pregunta lo que decía el anarquista ruso Bakunin a fines del siglo XIX: " El ser humano creó a Dios y luego se arrodilló frente a él. Quien sabe si también se inclinará en breve frente a la máquina, frente al < robot > ". Es decir: la idea, la representación que cada colectivo tiene de dios varía mucho, infinitamente: Zeus, Alá, el dios Kosi de las selvas congoleñas, el Odín nórdico, Jehová, Buda, el dios perro Upuaut del antiguo Egipto, la serpiente emplumada Quetzalcóatl, el dios hindú del trueno y del relámpago Indra, el dios taoista Yuan Sih T'ein Tsun…. La lista puede extenderse casi hasta el infinito, y es más que pertinente la acotación de Bakunin (¿qué nuevas representaciones habrá?: ¿la tarjeta de crédito?, ¿el automóvil?, ¿la computadora? En Argentina se fundó recientemente la religión "maradoniana". Diego Armando Maradona, además de futbolista y ahora director técnico, ¿es también un dios entonces?) Esta babel de dioses nos alerta sobre lo difícil de explicar quién (o quiénes) es (o son). Hasta ahora, desde que se conoce que hay civilización humana, hay adoración de algo sobrehumano: desde el hilozoísmo más ancestral hasta los dioses monoteístas modernos, desde el panteísmo hasta los códigos de ética más severos. Es quizá huero preguntar si existen todas estas "figuras". Obviamente las ideas/representaciones de lo sobrenatural han divergido muchísimo en las distintas culturas por lo que, como mínimo, podríamos decir que no existe un solo dios. Lo que es palmario es que los seres humanos (finitos, mortales, que nos angustiamos, que padecemos la cotidianeidad del hambre, del miedo, del frío, del enamoramiento y la gastritis), en todo tiempo y lugar –al menos hasta ahora– hemos necesitado de estas ideaciones que nos ayudan en el día a día. "Hace tiempo se creía que fenómenos como la vida, la inteligencia o el pensamiento, por ejemplo, sólo podían explicarse por una intervención sobrenatural. Pero la ciencia ha demostrado que no existen los milagros, y que los fenómenos naturales pueden ser explicados por leyes físicas. " (…) "La naturaleza es fría e impersonal. En ese sentido, creo que la física nos da una explicación más satisfactoria del mundo que la religión, porque las leyes de esta última son tan rígidas que si las cambiamos apenas un poquito, obtenemos respuestas incongruentes", decía Steven Weimberg, Premio Nobel de Física 1979. Dicho en otros términos: en el mundo conceptual moderno no hay lugar para el milagro, para el misterio. Hasta ahora, en milenios de proceso civilizatorio, los seres humanos nos hemos encontrado que hay muchas cosas inexplicables (que angustian, que atemorizan); y a falta de un pensamiento matemático-racional el misterio, lo sobrenatural, lo mágico, los dioses –y también los demonios– ocuparon el lugar del que hoy los desplazan los conceptos que forja la ciencia. Discutir si las cosas arrojadas al aire caen al piso por obra de la voluntad divina o por la ley de la gravitación universal nos puede llevar a un laberinto; pero no hay duda que para la vida práctica la segunda explicación es más útil. Los vehículos que pueden remontar vuelo (los aviones y helicópteros, los transbordadores espaciales, las estaciones orbitales) fueron posibles a partir de Newton, yendo más allá de Jehová, de Quetzalcóatl o de Indra. De igual manera: ¿qué explica –y permite actuar en consecuencia– más y mejor respecto, por ejemplo, a la compulsión adictiva de un drogadicto, o un deliro psicótico: la idea de un castigo divino o su historia personal a partir de la clave del inconsciente? Y aquí se plantea un nuevo interrogante: si bien es cierto que la ciencia moderna –occidental–, producto de un proyecto antropocéntrico y racional, abre la posibilidad de un mayor y más confortable conocimiento y manejo del mundo, ¿por qué la idea de dios (o dioses, y en general el pensamiento mágico) permanece tan arraigada? Es ahí donde entran a jugar las otras dos dimensiones que apuntábamos en el título del trabajo: las religiones y las iglesias. La presencia de lo sobrenatural se materializa a través de su institucionalización en la forma de religión (que es un cuerpo orgánico, sistematizado, con una lógica interna); y a su vez esta termina por consolidarse en una institución (en general jerárquica, cerrada, con una fuerte presencia social) que se conoce con el nombre de iglesia. Salvando las diferencias de presentación, en todas las culturas aparecen estos dispositivos. Hasta incluso podría decirse que la creencia, en su sentido más estricto, es algo de orden privado, personal: se cree, se tiene una relación espiritual, se vivencia un dios (o varios) tanto como se puede creer en cualquier ámbito de lo sobrenatural, de lo místico, de lo inexplicable (las brujas, los duendes o los visitantes extraterrestres). Eso vale para la vida cotidiana, es individual. Otra cosa son las religiones y las instituciones religiosas. Queda fuera de discusión si los seres humanos podemos prescindir de la esfera mágica, sobrenatural: también los científicos de la NASA pueden ser supersticiosos, usar amuletos y rezar para que no fallen sus misiones (además de usar super computadoras, por supuesto). La incertidumbre, la angustia de cada individuo de la especie humana, sus miedos y sus aspiraciones, eso es lo que define a un ser humano justamente como tal, diferenciándolo de un animal o de un robot. Y esa esfera seguirá estando ahí, más allá de los conceptos matematizables con que la podamos manejar. Ante lo inexplicable, ahí seguirá estando el pensamiento mágico. Las religiones, ya como doctrina, y sus órganos sociales de poder: las iglesias, juegan otro papel en la dinámica humana. Las religiones unen, ligan (eso significa etimológicamente el término, proveniente del verbo latino religare). Las religiones dan homogeneidad a un colectivo, a una masa, por lo que entra a tallar ahí, entonces, la lógica del poder. Las iglesias –cualquier iglesia– se constituyen como organizaciones de poder social; la separación del Estado y de la Iglesia es una noción moderna. En la historia hemos asistido mucho más (y todavía seguimos asistiendo) a sociedades teocráticas, donde la religión es la fuente de poder misma. "L as religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes " , decía nada menos que un religioso, el italiano Giordano Bruno (religioso sui generis, por cierto, cuya honestidad intelectual le condenó a la pira de la Inquisición). Lo que queremos destacar es que un religioso crítico podía ver con claridad lo que en verdad significa la institución religiosa: un dispositivo de poder, de control social en definitiva. Es eso lo que le permitirá a un librepensador como Voltaire decir que " la religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil " . Es decir: hay una compleja construcción de poderío social en el hecho religioso en tanto institución, en tanto relación entre los humanos de a pie, donde lo común es esa mezcla de "hipócritas" e "imbéciles", entre otras especies de nuestra variada fauna humana. En Occidente, lugar de nacimiento de la ciencia moderna, la iglesia católica ha perdido mucho del poder que la acompañó por quince siglos. Hoy día, desde el surgimiento de la ciencia y el capitalismo y cada vez con mayor fuerza, los nuevos dioses (el dinero, el consumismo, la tecnología) van quitándole protagonismo a Deus Pater. Si bien la Santa Sede no salió de escena, sin dudas no está en crecimiento. La reforma protestante dividió las aguas en Europa, el Vaticano ya no pone y quita monarcas como en el medioevo y sus decisiones no tienen el mismo peso que los nuevos centros de poder: las empresas multinacionales, las bolsas de valores, el Pentágono. Hoy por hoy –fenómeno que podemos encontrar no sólo en Occidente además– ante un enfermo grave se pueden prender velas para invocar las fuerzas celestiales, pero al mismo tiempo se consulta al médico y se le suministran medicamentos químicos. ¿En qué cree más la gente? Seguramente en las dos cosas. Dada la variedad tan profunda de experiencias culturales de la humanidad, no podríamos generalizar y decir que en todos lados sucede lo mismo, más allá de la preconizada globalización planetaria que nos inunda. Pero es cierto que hay tendencias: la ciencia moderna llegó para quedarse, y ha transformado la vida en un proceso sin retorno. Si bien nada hace pensar que el fenómeno místico esté por terminarse –quizá nunca se extinga, más allá del avance tecnológico, porque nunca se extinguirá la fascinación por el misterio, por lo desconocido– las religiones y las iglesias no marcan el ritmo del desarrollo mundial. De todos modos en los últimos años del siglo XX asistimos a un renacer de los fundamentalismos religiosos. ¿Retornan los dioses? Si tal como dijimos las iglesias representan la estructura terrenal, la institucionalización de la esfera espiritual de los humanos, el fenómeno de su fortalecimiento como organizaciones mundanas en estas pasadas décadas nos abre preguntas no tanto teológicas sino, en todo caso, políticas y sociales. Donde vemos con mayor claridad este despertar es en el Islam y en las nuevas iglesias neoprotestantes, especialmente difundidas en Latinoamérica. Religiones e iglesias que, en su versión fundamentalista, terminan despreocupándose de lo terrenal poniendo el acento en un más allá concebido como paraíso. Todo hace pensar que se manipula ahí la vena religiosa: ante la pobreza, el agobio, la exclusión histórica de grandes masas populares, la religión cumple el papel de bálsamo. ¿No habrá en estos fundamentalismos agendas políticas de los centros de poder que buscan ese compromiso total de feligreses y su olvido de los problemas terrenales? ¿No es un poco llamativo que en un mundo de avances científico-técnicos se incentiven conductas sociales fanáticas, sectarias, antitolerantes, que van en contra de los derechos humanos tenidos por universales y como pasos de mejoramiento en la humanidad? ¿No era el ecumenismo un avance en el espíritu intereclesial hacia la segunda mitad del pasado siglo, en búsqueda del respeto hacia toda creencia, en nuestra casa común el planeta Tierra? ¿Han querido los dioses esta intolerancia y este fanatismo, o hay poderes muy terrenales –con abultadas cuentas bancarias y usuarios de la más moderna tecnología, con bombas inteligentes y armas nucleares– que se favorecen de este fundamentalismo espiritual? Por otro lado, si dios (o los dioses) existen: ¿podrían estar de acuerdo con guerras en su nombre? Esta última pregunta nos retrotrae a la primera: ¿dios existe? En nombre de los dioses –cualquiera sea– se han cometido las peores crueldades a lo largo de la historia: guerras, saqueos, sacrificios humanos, torturas, las Cruzadas, la conquista de América. Si dios (o los dioses) no fueran, como dijo Bakunin, "una creación humana", ¿por qué no se ponen de acuerdo y nos ahorran tantos, pero tantos, tantísimos sufrimientos a los mortales? Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. Envía esta noticia Compartir esta noticia: