lunes, 29 de julio de 2019

Lanzamiento de la canción "No podrán contigo Ahed"


Dedicada a la joven militante palestina Ahed Tamimi
Lanzamiento internacional de la canción No podrán contigo Ahed



Se ha lanzado simultáneamente el videoclip “No podrán contigo Ahed”, inspirado en la vida de Ahed Tamimi, militante juvenil de la resistencia Palestina.
El tema musical es una idea del escritor y político gallego- argentino Lois Pérez Leira, quien compuso una poesía para ser compuesta y producida por el destacado músico gallego José Antonio Alcalde "Tono Alcalde".
La canción mencionada será interpretada posteriormente en otros idiomas, especialmente en árabe.
Nos reunimos con los dos impulsores de este proyecto Lois Pérez Leira y Tono Alcalde, para que nos cuenten como nació esta idea musical.
¿Cómo nació este proyecto musical?
L.P.L. Nació el mismo día que detuvieron a Ahed. Me indignó la actitud represora del gobierno sionista de Israel.
Me puse a escribir con rabia. Y cuándo la tenía terminada lo llame por teléfono a Tono Alcalde, que estaba de gira por Rusia y le pedí que si me podía componer la canción.
Después de un tiempo, donde hubo fase de creación y composición, grabación y producción, ya podemos disfrutar de esta hermosa canción, que es un homenaje a Ahed y al pueblo palestino.
¿Qué pretenden con el videoclip?
L.P.L . Especialmente llamar la atención de la opinión pública internacional del genocidio que está cometiendo Israel, contra el pueblo palestino.
Creo que una canción puede ser más contundente que otras formas de denuncia. Este es nuestro granito arena.
¿Cómo fue su parte creativa?
T.A. Cuando me llamó Lois contándome, leí el texto y empecé a organizar la letra, acompañado de mi guitarra, imaginaba un ritmo, una melodía, me fui metiendo en la historia de Ahed. Lo principal era hacer una canción para transmitir el mensaje del texto, todo ello acompañado por mi guitarra española y fusionando sonidos del flamenco con los ritmos árabes. Aprovechando mi gira por Rusia, tuvimos la suerte de contar con la magia del saxofonista Denis Davidov de Ekaterinburgo (Rusia).
¿Qué espera de la canción?
T.A. Como toda obra que compongo, que tenga el máximo de repercusión y que llegué a los corazones. Me gustaría que la misma fuera tomada por otros cantantes en otros idiomas. Las injusticias y la violencia no son buenas para nadie, ojalá se pudieran resolver haciendo canciones de paz.
Mira aquí el videoclip.
https://www.youtube.com/watch?v=UESdk56K_94

Contener a Irán? No, a Trump


El magnate azuza a Londres en el Golfo Pérsico
¿Contener a Irán? No, a Trump



Ya es hora de que nos pongamos las pilas con respecto a lo que ocurre en esta farsa de la crisis en el golfo Pérsico, esta charada de mentiras y pomposidad que Trump y sus cachorros en Londres nos presentan.
Un presidente estadunidense que es un racista, misógino, deshonesto y sicológicamente perturbado –apoyado por dos consejeros agresivos y tan indignos y falsarios como él– amenaza con ir a la guerra con Irán, en tanto otro bufón, dado a las mentiras en serie y a agitar arenques ahumados durante los debates, y hoy primer ministro británico, prefiere concentrarse en la autodestrucción de su país en vez de en el secuestro de sus barcos.
Los iraníes, siempre los taimados terroristas chiítas del Golfo, se han atrevido a pintarle un violín al presidente orate que rompió el tratado nuclear de su país con Irán, y ahora juegan con lanchas de motor en el estrecho de Ormuz para recordar tanto a Trump como a Johnson –y al pobrecito Jeremy Hunt– que Medio Oriente es la tumba de imperios de verdad, muertos hace mucho tiempo. ¡Cuánta maldad! ¿Qué audaces crímenes terroristas se propondrán cometer los persas ahora?
¿Tomamos en serio esta basura? Tal vez deberíamos culparnos a nosotros mismos. Nuestros comentaristas y corresponsales, nuestros poderosos imperios mediáticos, se tragan gustosos a los sórdidos personajes de Washington y Londres y luego –cuando olisquean guerra– se les congela el rostro en un gesto de rectitud patriótica al hablar de la política de Trump en Medio Oriente, su política en el Pérsico, su cercana amistad con su aliado saudita, que tiene el cabello enmarañado con sangre coagulada, o su aliado israelí, propenso a despojar territorios. Qué estupideces.
No existe una política de Trump respecto de nada. Tampoco existe una política de Boris Johnson, ni de Jeremy Hunt, de no ser, quizá, un quejumbroso balido estilo Gilbert y Sullivan sobre la conducta total y absolutamente inaceptable de Irán al golpear el Stena Impero.
No estorbar
Impero era la palabra correcta. En realidad, no había nada más triste y lastimero que la voz del comandante del barco británico Montrose –o Foxtrot 236, como los iraníes lo llamaron, según el número que llevaba la fragata en la proa– al leer su reglamento victoriano a los guardias revolucionarios el pasado viernes. No deben estorbar, impedir, obstruir o detener el paso del Stena Impero, citó. Oh, pero los iraníes sí que podían estorbar, impedir, obstruir y detener el paso del buque cisterna de bandera británica, y de hecho lo hicieron. Porque sabían que el único navío británico de guerra que navegaba en todos los 251 mil metros cuadrados de mar que son el golfo Arábigo –o Pérsico, como ustedes gusten– era una fragata de 133 metros de eslora, demasiado lejana para evitar tal impedimento y obstrucción. Lejos están los días en que el quinceañero Horatio Nelson surcó imperiosamente el Golfo hasta Basora en la fragata de 20 cañones Seahorse, en el siglo XVIII, capitaneada por su tío Maurice Suckling. Si el Duncan, bautizado en honor del triunfador de la batalla de Camperdown, en el siglo XVIII, acude en auxilio del Montrose, bautizado en honor del duque del mismo siglo, pueden pasar unas semanas juntos, y luego el Montrose volverá a casa.
En tiempos de Nelson, la armada real poseía más de 600 naves. Hoy tenemos menos de 20 para evitar que las hordas iraníes, o las chinas o cualesquiera otras hordas, obstruyan e interrumpan lo que nos gusta llamar nuestros vitales suministros petroleros. Fue de algún modo apropiado que el buque cisterna capturado estuviera vacío en su travesía hacia el reino dictatorial de Arabia Saudita, el amado aliado de Trump, cuando fue secuestrado. No es extraño que Jeremy Hunt quiera enfriar las aguas del Golfo en vez de ordenar a su minúsculo barquito que sirva de escolta junto con la poderosa flota estadunidense.
Captura montypythonesca
Sin embargo, sí fue apropiado que, en la cúspide de una nueva era de autoengaño y misticismo imperial, los británicos se hayan embarcado en la captura montypythonesca del buque cisterna iraní en Gibraltar. Se nos dio a entender –y aquí el lienzo de la pompa fue ricamente bordado– que el Grace 1, que los marinos reales abordaron con la misma elegancia con que sus contrapartes enmascarados iraníes bajaron a rappel sobre el Stena Impero, fue detenido porque llevaba petróleo a Siria. La Unión Europea, supuestamente ansiosa por aplicar esas sanciones, no dijo nada. Y entonces Jeremy quiso platicar con los iraníes, recibir seguridades de que su cisterna no se dirigía hacia Banias, sino –¿quién sabe?– a las islas griegas, tal vez, o a la Costa del Sol.
Entonces, nada más para competir con la Reunión de Té del Sombrerero Loco, el asunto fue puesto en manos del ministro presidente de la Suprema Corte de Gibraltar, cuya jurisdicción política –eso se supone que creamos– abarca grandes asuntos de Estado desde Washington hasta Londres y Teherán, aun cuando la población de la roca es de menos de 35 mil almas. Oh, pero sí, nos dicen, la Corte de Gibraltar ha ordenado la detención del Grace 1 por otros 30 días. Bien, bien, debemos cumplir los deseos de ese poderoso cuerpo judicial. Cierto, esto está apenas a un paso de Trial By Jury, la ópera cómica que nuestro flamante premier de seguro adorará.
Si los estadunidenses no hubieran apremiado, solicitado o instruido a los británicos capturar el Grace 1 –como cada vez más parece haber sido el caso–, estén seguros de que no habría ocurrido. Y estén seguros de que, si Jeremy hubiera declinado involucrarse en esta tontería, la Corte de Gibraltar, su ministro presidente y los otros tres ministros habrían olvidado su palabrería legal, le habrían concedido su gracia y deseado buena travesía. Pero no: cuando nos involucramos en esta acción incendiaria, era inevitable que los iraníes hicieran lo mismo. Como he reflexionado a menudo, esos persas nos entienden mucho mejor que nosotros a ellos.
El arenque de Boris
Entonces, acompáñenme un momento a Teherán. ¿De veras creemos que los iraníes –por arrogantes, vanidosos, crueles y vengativos que puedan ser– no están conscientes de la inminente autoinmolación británica en el Brexit? ¿Imaginamos por un momento que no han captado las complejidades de la batalla Johnson-Hunt, su desenlace decidido por una camarilla de Tories cuyas resoluciones hacen ver las elecciones parlamentarias y presidenciales iraníes como un modelo internacional de democracia? Estén seguros de que los iraníes tomaron nota del arenque de Boris. Pero ellos tienen peces más grandes que freír en el Golfo.
Y ¿en serio creemos que los iraníes han olvidado la última guerra de los buques cisternas del Golfo en 1987? Yo la recuerdo muy bien. Informé sobre todo ese penoso asunto, volando literalmente sobre el Golfo humeante en helicópteros, día tras día. El clímax llegó cuando los estadunidenses decidieron abanderar buques cisternas kuwaitíes con las barras y las estrellas y les pusieron una escolta de la Armada estadunidense que los protegiera de los ataques aéreos iraníes. Hoy, eso parece familiar. En aquel tiempo, claro, éramos aliados de ese excelente y demócrata guerrero árabe Saddam Hussein, quien había invadido Irán en 1980 (con un costo final de más de un millón de vidas). Bueno, pues la primera misión de escolta resultó un desastre –aunque Trump, Hunt, Boris Johnson y Humpty Dumpty han olvidado todo aquello– cuando el buque cisterna kuwaití Al Rakkah, nominalmente bendecido como el estadunidense Bridgeton y acompañado por un puñado de navíos de guerra, golpeó una mina iraní el 24 de julio de 1987. Pudo continuar su travesía, pero las naves estadunidenses –cuyos costados eran tan frágiles que una mina pudo haberlos hundido– hicieron el resto del viaje en fila india detrás del Bridgeton como una parvada de polluelos, usando el enorme bulto del buque cisterna para protegerse. Los iraníes, como digo, no habrán olvidado esa humillación estadunidense. Después de todo, son especialistas en humillación cuando creen haber sido humillados.
Pero ¿creemos que la ridícula Fuerza de Protección del Golfo de Trump tendrá mejor destino? Hay pocos voluntarios, pero, puesto que Boris Johnson estuvo dispuesto a hundir a un embajador británico, supongo que podría arriesgar una fragata o dos. Los iraníes, de nuevo, ya habrán previsto esto. Su tratado nuclear, honorablemente firmado con el presidente estadunidense de ese tiempo, ha sido roto en pedazos, destripado y vergonzosamente destruido por Trump. Así pues, tras haber sido traicionados por los estadunidenses, y sometidos a más sanciones por el mismo culpable, ¿por qué no deberían ponerse ellos también a jugar a los superpoderes, poniendo los inocentes navíos de su majestad británica como blancos en su consola de juegos?
Aún no hemos captado la verdadera importancia –pero, otra vez, estén seguros de que los iraníes sí– de la irritación de Trump con el informe de Kim Darroch sobre la destrucción estadunidense del tratado nuclear. La rabieta de Trump llevaba la clara intención de que destituyeran al embajador británico. Estaba diciendo mándenlo a casa, así como quería mandar a casa a una congresista de su país que lo increpó. Y nuestro flamante premier le concedió el deseo.
Sin embargo, entre todas estas artimañas, todavía se supone que debemos tragarnos las pamplinas que nuestros mensajeros imperiales escriben para nosotros, suponiendo una vez más que existe una política de Trump hacia el Golfo, que la cordura para Medio Oriente puede venir de los residentes de una institución mental. Por eso David Ignatius, viejo colega mío y amigo de los días de la guerra civil en Líbano, escribe ahora la siguiente burrada en su columna en Estados Unidos: “A medida que la confrontación de Estados Unidos con Irán se profundiza en el Pérsico… la tarea sombría, pero inevitable, es contener a Irán y prepararse para la guerra, si la contención falla”.
Para lograr esto, según Ignatius, Mohammed bin Salman debe asumir la responsabilidad por el asesinato de Jamal Kashoggi y concluir la guerra en Yemen –como si el príncipe heredero fuera a contemplar lo segundo, ya no digamos lo primero– porque “la relación estadunidense-saudita es importante para la seguridad de ambas naciones, en especial conforme la confrontación con Teherán se aproxima a la guerra… relanzar la relación entre ambos países sobre una base más honesta es urgente ahora, cuando crece el peligro de un conflicto regional”.
Así pues, olviden que Trump es un lunático y que el príncipe heredero parece ser un joven profundamente perturbado que gobierna un Estado sicótico. La Casa Blanca es un manicomio, pero, según Ignatius, debemos prepararnos para la tarea sombría, pero inevitable, de contener a Irán –en vez de contener a Trump– porque crece el peligro de un conflicto regional.
Ser racional
Tal vez sea buena idea, en este momento, recordar lo que es patrullar el Golfo frente a la costa iraní. Hace poco más de 30 años, yo iba a bordo de uno de los viejos barcos hermanos del Montrose, la fragata Broadsword, que escoltaba buques cisternas británicos por el estrecho de Ormuz bajo la mirada de la Guardia Revolucionaria. Para dar a los lectores un toque de realidad –realidad real, por así decirlo–, esto es lo que escribí en ese tiempo:
“Lo que afligía a la mayoría de los marineros en el Golfo era el calor. Quemaba las cubiertas de las naves hasta que estaban, literalmente, demasiado calientes para caminar sobre ellas. Los marineros británicos se paraban de puntas, por las temperaturas calcinantes que salían del acero. El revestimiento de las cargas de profundidad, los dispositivos Bofors para apuntar las armas, estaban demasiado calientes para tocarlos. En la cubierta de vuelo de los helicópteros el calor subía a 57 grados, y sólo una mano descuidada hubiera tocado un tubo sin ponerse los guantes. El calor creaba pesadez en la cabeza, un sopor insuperable, una tremenda irritación con los otros seres humanos en cubierta. Dentro del barco… el calor se movía más rápido que los marineros. El comedor de oficiales estaba fresco, a 26 grados. Tomé un vaso de agua; yo estaba bañado en sudor. Al abrir la primera puerta hermética, me emboscó el calor. Después de la segunda puerta, caminé hacia una fundición tropical, mientras el conocido mar gris lamía el casco. ¿Cómo es posible trabajar en estas condiciones y seguir siendo racional?”
Sin embargo, supongo que se trata precisamente de ser racional, pero nuestros amos ya no poseen esa facultad. Por cierto, el Broadsword fue vendido a los brasileños hace casi un cuarto de siglo, en 1995. El Bridgeton fue desmantelado en India siete años después. Y allí es donde nuestros descocados líderes deberían estar hoy: en el deshuesadero.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/07/27/mundo/023a1mun
Traducción: Jorge Anaya

domingo, 28 de julio de 2019

Comentario bIBLICO SAN LUCAS 10: 38-42

CURGENTE Y NECESARIO 
Posted: 19 Jul 2019 09:23 AM PDT
Domingo 16º del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Lucas 10, 38-42:
EN aquel tiempo, al ir ellos de camino entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor
“entró Jesús en una aldea”
“Marta y María vivían en Betania junto a Jerusalén (Jn 11,1) Lc silencia el nombre igual que había hecho en la unción de una mujer 7, 36-50. El mismo silencio sobre la escena de Jesús en Betania y la existencia de un grupo de discípulos se da en el resto del evangelio de Lucas.
Quizá la razón de ello habría que buscarla en un interés especial del autor de la obra Lucas-Hechos para presentar la unidad compacta de la comunidad de Jerusalén con la que al parecer no le cuadra el dato del grupo cristiano de Betania.
En todo caso el episodio refleja, probablemente, una práctica típica de la misión de Jesús. Se trata del grupo misionero, con Jesús a la cabeza, y el singular comienzo del relato: al ir ellos de camino, él (Jesús) entró. Según testifican otros textos evangélicos (Lc 8,1-3; Mc 15, 40-41; Mt 27, 55-56) ese grupo misionero estaba integrado también por mujeres. Una de esas misioneras habría sido María, hermana de Marta. Eso explicaría que la casa de Marta sirviera de lugar de hospedaje al equipo misional, en el que estaba su hermana María. Explicaría que se presente a María escuchando la palabra a los pies de Jesús, con vista a la transmisión misional. Y explicaría la reclamación de Marta: su reclamación se referiría al abandono permanente de María del servicio de la casa, para dedicarse al servicio de la misión itinerante. Según ese escenario, el episodio y las palabras de Jesús no contrastarían una vida contemplativa de escucha de la palabra y de oración, la de María, con una vida activa de servicio, la de Marta. Lo que contrastarían exactamente sería un a) servicio activo misional de proclamación y escenificación del acontecimiento del reino de Dios, la buena parte de María, con b) un servicio de acogida y de hospedaje de los misioneros, el trabajo de la agobiada Marta que tendrá que descubrir que el centro referencial, lo único necesario, es el acontecimiento liberador del reino de Dios”. (Comentario al Evangelio nota 44 de Lc, porSenén Vidal).
Para comentar un evangelio, es imprescindible dedicar tiempo estudiar bien el texto. No basta con la piedad que nosotros aportemos. El evangelio de hoy casi siempre fue interpretado como ejemplo de dos vidas diferentes: la contemplativa y la de acción.
Luis Alemán Mur.
Posted: 19 Jul 2019 09:22 AM PDT
Tema de predicación: MARTA Y MARÍA
1. La tradición cristiana (desde Orígenes) ha visto en Marta la acción, y en María la contemplación. Otros han visto en Marta la «sinagoga» de las obras de la ley, y en María la «iglesia» de los creyentes en la Palabra del Señor. Según Lucas, María está «sentada a los pies de Jesús»: representa una cara del discipulado. Marta «se multiplicaba para dar abasto con el servicio»: es otra cara del mismo discipulado. Pero, según Jesús, la soberanía está en la palabra de Dios y en que «sólo una cosa es necesaria»: la confesión del Hijo del Hombre, la búsqueda del reino de Dios.
2. Siempre se han dado y se darán diferentes maneras de entender el cristianismo (de acoger a Jesús, en suma): la hospitalidad de las obras (la justicia) y la contemplación de la Palabra (la plegaria, la liturgia). Pero en la escala de valores prevalece el observar activamente la Palabra de Dios, es decir, escucharla y cumplirla. No se reprocha en el evangelio de hoy la caridad de Marta, sino su ansiedad, inquietud y nerviosismo.
3. La conclusión actual de este evangelio puede ser ésta: hay que ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación. O, en fórmula de los teólogos de la liberación, «contemplativos en la liberación». Todo es consecuencia de la acogida que prestemos al Señor.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Con que actitud acojo a Cristo?
¿Respeto la manera de ser cristiano diferente de la mía?
Posted: 19 Jul 2019 09:20 AM PDT
Salmo XIV 
R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
V/. El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
V/. El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
V/. El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Para un pueblo peregrino, en busca de la tierra prometida, su casa es una tienda. Esa es la casa de los que caminan en busca del Señor
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor
El que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor.
Luis Alemán Mur
Luis Alemán
Posted: 19 Jul 2019 09:18 AM PDT
María ha escogido la mejor parte.
Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en una aldea y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho. La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las mujeres dos reacciones muy diferentes.
María, seguramente la hermana más joven, lo deja todo y se queda «sentada a los pies del Señor». Su única preocupación es escucharle. El evangelista la describe con los rasgos que caracterizan al verdadero discípulo: a los pies del Maestro, atenta a su voz, acogiendo su Palabra y alimentándose de su enseñanza.
La reacción de Marta es diferente. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Lucas la describe agobiada por múltiples ocupaciones. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».
Jesús no pierde la paz. Responde a Marta con un cariño grande, repitiendo despacio su nombre; luego, le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero ha de saber que escucharle a él es tan esencial y necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán».
Jesús no critica el servicio de Marta. ¿Cómo lo va a hacer si él mismo está enseñando a todos con su ejemplo a vivir acogiendo, sirviendo y ayudando a los demás? Lo que critica es su modo de trabajar de manera nerviosa, bajo la presión de demasiadas ocupaciones.
Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha fiel de su Palabra y el compromiso de vivir prácticamente su estilo de entrega a los demás. Alerta más bien del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, en agitación interior permanente, apagando en nosotros el Espíritu, contagiando nerviosismo y agobio más que paz y amor.
Apremiados por la disminución de fuerzas, nos estamos habituando a pedir a los cristianos más generosos toda clase de compromisos dentro y fuera de la Iglesia. Si, al mismo tiempo, no les ofrecemos espacios y momentos para conocer a Jesús, escuchar su Palabra y alimentarse de su Evangelio, corremos el riesgo de hacer crecer en la Iglesia la agitación y el nerviosismo, pero no su Espíritu y su paz. Nos podemos encontrar con unas comunidades animadas por funcionarios agobiados, pero no por testigos que irradian el aliento y vida de su Maestro.

viernes, 26 de julio de 2019

las ideologías mutan según el clima social

En el siglo XXI, las ideologías mutan según el clima social



Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros
(Groucho Marx)

Debo aclarar, antes de ir al grano, que cuando escribo este tipo de artículos me refiero al “Primer Mundo”, pues intento desmarcarme del etnocentrismo que predomina en el “Occidente Civilizado” que, sin reconocerlo, considera que los pueblos que no mamaron de los pechos de Minerva (la que posee en exclusiva el Búho de la Sabiduría) y de la loba romana viven en un laberinto sin salida del que sólo les puede sacar Europa y su primogénito, EEUU, que ofrecen “generosamente” el “hilo de Ariadna” a los atrapados en la oscuridad, para orientar a los desorientados que han perdido El Camino. 
La mutación es sinónimo de inconsistencia, virus que se ha propagado por casi todas las ideologías logrando, si nos apeamos del cinismo, que muchos hayan cambiado a Karl Marx por Groucho Marx y, aunque todavía no ha llegado el momento de reconocerlo, el corazón de la calle late con verdades que desconocen o no quieren asumir las élites, entre ellas políticos y académicos, que siguen aferrados a toda doctrina que aborrece el relativismo que, guste o no al personal, es lo que impera en la España invertebrada.
En la era de la “postverdad” (1) ha llegado la hora de coger al toro por los cuernos y proclamar sin titubeos que es necesario rebelarse contra la farsa, que es un imperativo “decir la verdad y exigir a los demás que hagan lo mismo”, pues si la tela de araña de la mentira sigue creciendo, el bicho acabará tragándose a su presa.
Michel Foucault retomó el término clásico de “la parresía”, lo que significa, en líneas generales, “la obligación de decir la verdad (como algo a lo que tiene derecho el pueblo) independientemente de los daños que pueda acarrear al valiente que se atreva a cuestionar el discurso dominante, el políticamente correcto, ese que se utiliza para conseguir votos, las simpatías de colectivos con poder, el maridaje con corrientes de pensamiento atractivas o pujantes, pues lo importante es acabar ciñendo la corona de laurel y recibir invitaciones para asistir al banquete de los dioses. Ahora todos han aprendido el manual de Maquiavelo y a emular al hombre de las mil máscaras.
El Califa Rojo, Julio Anguita, en declaraciones a RT (Russia Today) dijo recientemente, al hablar de la lenta pero imparable pérdida de soberanía de los pueblos, que en materia económica tenemos las manos atadas (como ocurrió con Syriza en Grecia) ya que todas las decisiones importantes las toma la Troika (La Comisión Europea (CE), El Banco Central Europeo (BCE) y El Fondo Monetario Internacional (FMI). Esa Santísima Trinidad hundió aún más en la pobreza al pueblo griego – y por ende dejó tocado a Podemos-, que no es ni sombra de lo que fue cuando la luz cegaba en la Puerta del Sol.
También subrayó el Gran Califa que tampoco tenemos la facultad de dirigir nuestra política exterior porque ese asunto corresponde a la UE, EEUU y la OTAN.
“En 1967 fueron los tanques los que acabaron con la democracia, ahora han sido los bancos”, dijo el ex ministro de Finanzas Yannis Varoufakis (2) cuando Alexis Tsipras vendió a su pueblo “por un plato de lentejas”. Trueque con el que mató a dos pájaros de un tiro “a Syriza y a Podemos”.
En España, la derecha no se cansa de advertir del peligro de la “extrema izquierda” señalando con el índice a la formación de Pablo Iglesias que, como todos sabemos, cada día es “más santo y bueno” y ha dado un vuelco tan grande en su discurso que ahora ya no dice, con la alegría del cuerpo de Macarena, “nos os pongáis nerviosos”. Parece que con la canícula ondea la bandera de la República hundiéndose en un pantano de tierras movedizas. Imagen tan shakesperiana como esperpéntica al puro estilo Valle Inclán.
Las ideologías, “esas catedrales” que en algunos tramos del siglo XIX y XX se levantaban sobre bases sagradas e inamovibles, han entrado en una era de mutaciones trepidantes. Ahora lo mismo cenamos con un socialista el jueves que, al repetir la experiencia dos meses después, le vemos entusiasmado (con dios dentro) hablando de Ciudadanos y con un misal que lleva en sus páginas una imagen de Inés Arrimadas.
Antes las ideologías procedían de manantiales torrenciales que discurrían por senderos bien trazados y regaban tierras hambrientas de agua que hacían crecer plantas y bosques de esperanza. Ahora las fuentes, quizás por el cambio climático, se están secando o, pasan en pocos meses de la sequía a la inundación.
Una vez enterrados los principios fundacionales de las ideologías (por p. ej. el laicismo republicano) y arrancadas sus raíces profundas, se procede a una “nueva construcción del enramado ideológico” que se rige por la lógica de las matemáticas, esa que no tiene fin ni fronteras, pues todo lo que obstaculiza el “progreso” es “derrumbable”.
Y así se explica, en términos filosóficos, la mutación constante e interminable de las ideologías, lo que también se puede aplicar a las religiones, programas políticos, promesas electorales, etc. Metafóricamente ha regresado Penélope, quien teje cuando la miran, y deshace lo tejido cuando dejan de mirarla.
“La construcción de una ideología (sobre todo en el siglo XXI) se hace poniendo conceptos o grupos de conceptos con puentes móviles, en un plano infinito, por lo que la mutación es permanente y se mueve por la ley de la oferta y la demanda de las necesidades sociales del momento, muchas de ellas creadas artificialmente”.
A pesar de “ese panorama” deberíamos seguir luchando contra el desaliento, contra todo lo que anula “el impulso creador” -como diría Gilles Deleuze (1925-1995)- pues el hombre y la mujer “son invencibles”. Quizás el futuro se construya con conceptos no imaginados todavía. Cuando por azar aparezca un cuervo blanco que acabe con ideas caducas y cansinas, y nos muestre un nuevo mundo con aire todavía no respirado.

Notas
-1- La “postverdad” es un término que se utiliza para referirse “al fin de la verdad oficial” que estuvo vigente desde los comienzos de la civilización. Ahora se ha metido en ese saco a las conclusiones que saca el pueblo sobre sus gobernantes. Ya hay genios que estudian como corregir esa desviación.
-2- Con esa sentencia, Yannis Varoufakis, ex ministro de Finanzas griego, se refiere al golpe de Estado de los coroneles que impuso una dictadura militar que duró hasta 1974.

Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

jueves, 25 de julio de 2019

MARXISTAS SOMOS TODOS


MARXISTAS SOMOS TODOS
Atilio Boron




Los trogloditas de la derecha argentina quisieron descalificar a Axel Kicillof acusándolo de “marxista”. Este ataque sólo revela el primitivo nivel cultural de sus críticos, ignaros de la historia de las ideas y teorías científicas elaboradas a lo largo de los siglos. Es obvio que en su inepcia desconocen que Karl Marx produjo una revolución teórica de enormes alcances en la historia y las ciencias sociales, equivalente, según muchos especialistas, a las que en su tiempo produjera Copérnico en el campo de la Astronomía.

Por eso hoy, sepámoslo o no (y muchos no lo saben) todos somos copernicanos y marxistas, y quien reniegue de esta verdad se revela como un rústico sobreviviente de siglos pasados y huéfano de las categorías intelectuales que le permiten comprender al mundo actual.
Copérnico sostuvo en su obra magna, La Revolución de las Esferas Celestes, que era el Sol y no la Tierra quien ocupaba el centro del universo. Y además, contrariamente a lo que sostenía la Astronomía de Ptolomeo, comprobó que nuestro planeta no era un centro inmóvil alrededor del cual giraban todos los demás sino que ella misma se movía y giraba. Recordemos las palabras de Galileo cuando los doctores de la Inquisición le obligaron a retractarse de su adhesión a la teoría copernicana: ¡Eppur si muove! , susurró ante sus censores que seguían ensañados con Copérnico a más de un siglo de haber formulado su teoría. Descubrimiento revolucionario pero no sólo en el terreno de la Astronomía, toda vez ponía en cuestión cruciales creencias políticas de su tiempo.
Como lo recuerda Bertolt Brecht en su espléndida obra de teatro: Galileo, la dignidad y sacralidad de tronos y potestades fue irreparablemente menoscabada por la teorización del astrónomo polaco. Si con la teoría geocéntrica de Ptolomeo el Papa y los reyes y emperadores eran excelsas figuras que se empinaban en la cumbre de una jerarquía social en un planeta que era nada menos que el centro del universo, con la revolución copernicana quedaban reducidos a la condición de frágiles reyezuelos de un minúsculo planeta, que como tantos otros, giraba en torno al Sol.
Cuatro siglos después de Copérnico, Marx produciría una revolución teórica de semejante envergadura al echar por tierra las concepciones dominantes sobre la sociedad y los procesos históricos. Su genial descubrimiento puede resumirse así: la forma en que las sociedades resuelven sus necesidades fundamentales: alimentarse, vestirse, abrigarse, guarecerse, promover el bienestar, posibilitar el crecimiento espiritual de la población y garantizar la reproducción de la especie constituyen el indispensable sustento de toda la vida social. Sobre este conjunto de condiciones materiales cada sociedad construye un inmenso entramado de agentes y estructuras sociales, instituciones políticas, creencias morales y religiosas y tradiciones culturales que van variando en la medida en que el sustrato material que las sostiene se va modificando.
De su análisis Marx extrajo dos grandes conclusiones: primero, que el significado profundo del proceso histórico anida en la sucesión de formas bajo las cuales hombres y mujeres han enfrentado aquellos desafíos a lo largo de miles de años. Segundo, que estas formaciones sociales son inherentemente históricas y transitorias: surgen bajo determinadas condiciones, se expanden y consolidan, llegan a su apogeo y luego inician una irreversible decadencia. Por consiguiente, ninguna formación social puede aspirar a la eternidad y mucho menos el capitalismo habida cuenta de la densidad y velocidad con que las contradicciones que le son propias se despliegan en su seno.
Malas noticias para Francis Fukuyama y sus discípulos que a fines del siglo pasado anunciaban al mundo el fin de la historia, el triunfo final del libre mercado, la globalización neoliberal y la victoria inapelable de la democracia liberal. Al igual que ocurriera con Copérnico en la Astronomía, la revolución teórica de Marx arrojó por la borda el saber convencional que había prevalecido durante siglos. Este concebía a la historia como un caleidoscópico desfile de notables personalidades (reyes, príncipes, Papas, presidentes, diversos jefes de estado, líderes políticos, etcétera) puntuado por grandes acontecimientos (batallas, guerras, innovaciones científicas, descubrimientos geográficos).
Marx hizo a un lado todas estas apariencias y descubrió que el hilo conductor que permitía descifrar el jeroglífico del proceso histórico eran los cambios que se producían en la forma en que hombres y mujeres se alimentaban, vestían, guarecían y daban continuidad a su especie, todo lo cual lo sintetizó bajo el concepto de “modo de producción”. Estos cambios en las condiciones materiales de la vida social daban nacimiento a nuevas estructuraciones sociales, instituciones políticas, valores, creencias, tradiciones culturales a la vez que decretaban la obsolescencia de las precedentes, aunque nada había de mecánico ni de lineal en este condicionamiento “en última instancia” del sustrato material de la vida social.
Con esto Marx desencadenó en la historia y las ciencias sociales una revolución teórica tan rotunda y trascendente como la de Copérnico y, casi simultáneamente, con la que brotaba de las sensacionales revelaciones de Charles Darwin. Y así como hoy se convertiría en un hazmerreir mundial quien reivindicase la concepción geocéntrica de Ptolomeo, no mejor suerte correrían quienes increpasen a alguien acusándolo de “marxista.” Porque al hacerlo negarían el papel fundamental que la vida económica desempeña en la sociedad y también en los procesos históricos (y que Marx fue el primero en colocar en el centro de la escena). Quién profiriese semejante “insulto” confesaría, para su vergüenza, su desconocimiento de los últimos dos siglos en el desarrollo del pensamiento social. Grotescos personajes como estos no sólo se vuelven pre-copernicanos sino también pre-darwinistas, pre- newtonianos y pre-freudianos.
Representan, en suma, una fuga a lo más oscuro del medioevo. Bien, pero ¿alcanza lo anterior para decir que “todos somos marxistas”? Creo que sí, y por estas razones: si algo caracteriza al pensamiento y la ideología de la sociedad capitalista es la tendencia hacia la total mercantilización de la vida social. Todo lo que toca el capital se convierte en mercancía o en un hecho económico: desde las más excelsas creencias religiosas hasta viejos derechos consagrados por una tradición multisecular; desde la salud hasta la educación; desde la seguridad social hasta las cárceles, el entretenimiento y la información. Bajo el imperio del capitalismo las naciones se degradan al rango de mercados y el bien y el mal social pasan a medirse exclusivamente por las cifras de la economía, por el PBI, por el déficit fiscal o la capacidad exportadora.
Si alguna impronta ha dejado el capitalismo en su paso por la historia –transitorio, pues como sistema está condenado a desaparecer, tal como ocurriera sin excepción con todas las formas económicas que le precedieron- ha sido elevar a la economía como el parámetro supremo que distingue a la buena de la mala sociedad. El orden del capital ha erigido al Mercado como su Dios, y las únicas ofrendas que este moderno Moloch admite son las mercancías y las ganancias que produce su intercambio.
El sutil y cauteloso énfasis que Marx le otorgara a las condiciones materiales –siempre mediatizadas por componentes no económicos como la cultura, la política, la ideología- alcanza en el pensamiento burgués extremos de vulgaridad que lindan con lo obsceno. Oigamos lo que Bill Clinton le espetara a George Bush en la campaña presidencial de 1992: “¡es la economía, estúpido!”. Y basta con leer los informes de los gobiernos, de los académicos y de los organismos internacionales para constatar que lo que distingue el bien del mal de una sociedad capitalista es la marcha de la economía. ¿Quieres saber cómo está un país? Mira cómo se cotizan sus bonos del Tesoro en Wall Street, o cuál es el índice de su “riesgo país”? O escucha lo que te dicen una y mil veces los gobernantes de la derecha cuando para justificar el holocausto social al que someten a sus pueblos por la vía de los ajustes presupuestarios afirman que “los números gobiernan al mundo”. Personajes como estos conforman una clase especial y aberrante de “marxistas” porque redujeron el radical descubrimiento de su fundador y toda la complejidad de su aparato teórico a un grosero economicismo. El “materialismo economicista” es una versión abortada, incompleta, deformada del marxismo pero que resulta muy conveniente para las necesidades de la burguesía y de una sociedad que sólo sabe de precios y nada de valores. Un marxismo deformado y abortado porque la burguesía y sus representantes sólo se apropiaron de una parte del argumento marxiano: aquella que subrayaba la importancia decisiva de los factores económicos en la estructuración de la vida social. Con certero instinto hicieron a un lado la otra mitad: la que sentenciaba que la dialéctica de las contradicciones sociales –el incesante conflicto entre fuerzas productivas y relaciones de producción y la lucha de clases resultante- conduciría inexorablemente a la abolición del capitalismo y a la construcción de un tipo histórico de sociedad pos-capitalista. Que esto no sea inminente no quiere decir que no vaya a ocurrir.
En otras palabras: el “marxismo” del que se apropiaron las clases dominantes del capitalismo a través de sus intelectuales orgánicos y sus tanques de pensamiento quedó reducido a un grosero materialismo economicista. Por eso, hoy todos somos marxistas. La mayoría marxistas aberrantes, de “cocción incompleta”, al exaltar hasta el paroxismo la importancia de los hechos económicos y ocultar a sabiendas que la dinámica social conducirá, más pronto que tarde, a una transformación revolucionaria de la sociedad actual. Este economicismo es el grado cero del marxismo, su punto de partida más no el de llegada. Es un marxismo tronchado en su desarrollo teórico; contiene los gérmenes del materialismo histórico pero se estanca en sus primeras hipótesis y soslaya –u oculta a sabiendas- su desenlace revolucionario y la propuesta de construir una sociedad más justa, libre, democrática. Pero habemos otros marxistas para quienes la revolución teórica de Marx no sólo corrobora la transitoriedad de la sociedad actual sino que insinúa cuáles son los probables senderos de su histórica superación, sea por distintas vías revolucionarias como por la dinámica incontenible de un proceso de reformas radicalizadas.
En contra de los marxistas inacabados, de “cocción incompleta”, apologistas de la sociedad burguesa, defendemos la tesis de que el modo de producción capitalista será reemplazado, en medio de fragorosos conflictos sociales (porque ninguna clase dominante abdica de su poder económico y político sin luchar hasta el fin) para finalmente dar nacimiento a una sociedad post-capitalista y, como decía Marx, poner fin a la prehistoria de la humanidad. Pero más allá de estas diferencias, unos a medias y mal, y otros por entero y bien, todos somos hijos del marxismo en el mundo de hoy; es más, no podríamos no ser marxistas así como no podríamos dejar de ser copernicanos. El capitalismo contemporáneo es mucho más “marxista” de lo que era cuando, hace casi dos siglos, Marx y Engels escribieron el Manifiesto del Partido Comunista. La diatriba contra Axel Kicillof es un exabrupto que pinta de cuerpo entero el brutal anacronismo de vastos sectores de la derecha argentina y latinoamericana, de sus representantes políticos e intelectuales, que en su escandaloso atraso recelan de los avances producidos por los grandes revolucionarios del pensamiento contemporáneo: desconfían de Darwin y Freud y creen el marxismo es el delirio de un judío alemán. Pero, como Marx decía con socarronería, algunos son marxistas a la Monsieur Jourdain, ese curioso personaje de El Burgués Gentilhombre de Molière que hablaba en prosa sin saberlo. Balbucean un marxismo ramplón, convertido en un burdo economicismo y sin la menor consciencia del origen de esas ideas en la obra de uno de los más grandes científicos del siglo diecinueve.
Y otros, en cambio, sabemos que es la teoría que nos enseña cómo funciona el capitalismo y, por ende, la que proporciona los instrumentos que nos permitirán dejar atrás ese sistema inhumano, predatorio, destructor de la naturaleza y las sociedades y que se alimenta de guerras infinitas e interminables que amenazan con acabar con toda forma de vida en este planeta. Por eso, lejos de ser un insulto, ser marxista en el mundo de hoy, en el capitalismo de nuestro tiempo, es un timbre de honor y una mácula imborrable para quien lo profiere como un insulto.
(Imagen: John Lennon, "Karl Marx" y Mike Jagger en una taberna londinense, fecha desconocida. Gentileza de la colección Manuel Santos Iñurrieta).

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