jueves, 24 de septiembre de 2015

Pero, por Dios, ¿qué puede ir a buscar el papa a Cuba?

Pero, por Dios, ¿qué puede ir a buscar el papa a Cuba? Marc Vandepitte Investig'Action Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos Este fin de semana el papa Francisco visita Cuba, de hecho uno de los pocos países que ha sido visitado por cada uno de los tres últimos papas, lo cual resulta tanto más curioso cuanto que es un país comunista. Pero, por Dios, ¿qué puede ir a buscar el Papa a Cuba? ¿Enemigos jurados? La iglesia y el comunismo son enemigos jurados que siempre y en todas partes se han detestado. Eso es, cuanto menos, lo que afirma el cliché, aunque sin contar con la Cuba rebelde. Aquí la Iglesia y el comunismo se cruzan de una manera sorprendente y no habitual. Veamos algunos ejemplos para ilustrarlo. En 1998 el papa polaco Juan Pablo II vino a Cuba donde estuvo no menos de siete días, una de las visitas más largas de su mandato. En la isla hay dos monumentos que representan a este papa el cual, sin embargo, era un feroz anticomunista. Y cuando murió en 2005 Fidel Castro anunció tres días de luto nacional. Pero, por Dios, ¿qué puede ir a buscar el Papa a Cuba? Cuando en 2006 Fidel estuvo gravemente enfermo, el arzobispo de La Habana Jaime Ortega sorprendió a simpatizantes y oponentes con su llamamiento a rezar por el rápido restablecimiento del Comandante y más aún al anunciar que en su país la Iglesia católica nunca aprobaría una intervención extranjera. Fue un bofetada destinada a Bush, que tuvo que dar marcha atrás en sus proyectos de cambio de régimen. No obstante, antaño las cosas fueron de otra manera. En los primeros años de la revolución el clero y los revolucionarios estaban claramente opuestos los unos contra los otros. Vamos a tratar de aclarar cómo y cuándo esta hostilidad evolucionó a una situación de buen entendimiento centrándonos en este artículo en los dos protagonistas principales, la Iglesia católica y el régimen revolucionario. Pastoralmente débil pero políticamente fuerte La situación de la Iglesia católica en Cuba difiere de la del resto del continente. En toda América Latina la Iglesia ha estado y sigue estando vinculada al establishment y el sistema jerárquico es muy dominante en ella. Pero la Iglesia en Cuba era además muy elitista y limitaba sus actividades esencialmente a las regiones urbanas. Existían muy pocas vocaciones locales y gran parte del clero estaba formado por misioneros españoles, los cuales no era raro que desde la década de 1930 estuvieran muy influenciados por el fascismo de Franco. Por ello, en realidad no resulta sorprendente que después de la revolución hubiera bastante rápidamente una confrontación con el clero. Al principio la liga revolucionaria trató de buscar acercamientos a la Iglesia católica. Se logró hasta cierto punto, aunque las reformas del país fueron inaceptables para el establishment (la Iglesia). Cuando dos años más tarde la organización de la enseñanza quedó totalmente en manos del Estado, se dejó fuera a la Iglesia. Una parte de esta se iba a convertir en la punta de lanza de la contrarrevolución: los seminarios se convirtieron en bastiones de la acción contrarrevolucionaria, los sacerdotes participaron activamente en actividades subversivas y se puso a los creyente ferozmente en contra de la revolución. Los primeros años de la revolución fueron autodestructivos y traumatizantes para la Iglesia católica. Debido a su actitud hostil fue marginada como institución y más tarde el hecho de que muchos miembros del clero emigraran a Maimi al dar por perdido el combate también afectó sus fuerzas vivas. De hecho, la Iglesia católica nunca se ha recuperado verdaderamente de esta situación. Durante la grave crisis económica a principios de la década de 1980 la llama se avivó ligeramente. La gente sigue buscando refugio en la religión en los periodos difíciles. Además, a menudo las parroquias tenían más medios materiales que las organizaciones locales gracias a la ayuda exterior. Podían organizar fiestas y actividades lúdicas con las que trataban de volver a atraer a un público. El resultado no estuvo a la altura. Es cierto que muchos cubanos se consideran católicos, pero nunca van a misa. En Cuba no existe una comunidad católica comparable a la de los demás países latinoamericanos. Se calcula que la comunidad de practicantes está formada por un 2 % de la población y, como en nuestros países, está formada mayoritariamente por personas mayores. Además, en las últimas décadas la Iglesia católica ha perdido terreno respecto al mundo protestante y a las sectas evangélicas que, como en otros lugares de América Latina, están en clara progresión. Con esta visita, además de dar un poco de esperanza a los creyentes, sin lugar a dudas el papa también quiere reforzar la posición de la Iglesia católica en relación a las Iglesias protestantes y a las sectas. Puede que desde un punto de vista pastoral la Iglesia no represente gran cosa, pero sí desde un punto de vista político, sobre todo en los últimos años. Ha resultado ser mediadora entre La Habana y Washington, lo que permitió a finales de 2014 la liberación de los Cinco Cubanos, de dos agentes estadounidenses y una mejora de las relaciones entre ambos países. Pero, como es evidente, eso también mejoró las relaciones entre la Iglesia y el poder revolucionario. Hoy se habla de esa relación en términos de respeto, fidelidad, transparencia y reconciliación. Las relaciones entre enemigos tradicionales nunca habían sido tan buenas como lo son en este momento. La postura «izquierdista» del papa actual no es ajena a ello. La lucha contra la polarización Al principio de la revolución la religión no era ni un sujeto ni un obstáculo. Frank País, figura importante del Movimiento 26 de Julio era evangelista convencido y el padre Sardiñas, un cura católico, formaba parte de la guerrilla. Tras la toma de poder Fidel Castro quería un frente lo más amplio posible, que también incluía a los creyentes. En el primer año de la revolución declaró a la prensa: «Nuestra revolución no está en ningún sentido contra el sentimiento religioso. Aspira nuestra revolución a fortalecer las ansias y las ideas nobles de los hombres. Cuando las prédicas de Cristo se practiquen, podría decirse que en el mundo está ocurriendo una revolución. Nadie olvide que a Cristo lo persiguieron; que nadie olvide incluso que lo crucificaron. Y que sus prédicas e ideas fueron muy combatidas. El cristianismo era una religión de los pobres, de los humildes». Fidel interpretaba el Evangelio de manera radical quince años antes de la Teología de la Liberación. Se tendía la mano a los creyentes, pero las acciones contrarrevolucionarias de clero iba a enrarecer la atmósfera. La situación se fue polarizando rápidamente y hubo reacciones extremas en ambos lados. Se discriminó a los creyentes: se les impedía ser miembros del Partido Comunista, se frenaba su promoción, etc. El proceso se acentuó bajo la influencia de Moscú. A partir de 1963 Cuba empezó a utilizar el manual soviético en materia de economía política y de filosofía, lo que no dejó de influenciar a gran cantidad de personas. Se copiaron conceptos como el ateísmo científico y muchos revolucionarios adoptaron una postura antirreligiosa. Esta rigidez ideológica no se limitó a la religión sino que se extendió a toda la cultura hasta llegar a un clímax durante los cinco años sombríos, de 1971 a 1976, el «quinquenio gris». El Consejo Nacional de la Cultura censuró a decenas de artistas y algunos de ellos incluso fueron perseguidos. Evidentemente, no fue casual que aquello ocurriera en un momento en que Cuba se apoyaba fuertemente en la Unión Soviética. Tras un fracaso económico en 1970 el país se había convertido en miembro del COMECON, el bloque económico de los países comunistas. «El pacto con la Unión Soviética tenía enormes ventajas en términos económicos, pero tenía desventajas en el plano ideológico», tuvo que declarar Fidel. En aquel momento Fidel estaba en otra longitud de onda pero también en una posición minoritaria. Durante una visita a Chile en 1971 tuvo que defender una alianza entre cristianos y marxistas, no sobre una base táctica, sino estratégica, lo que quiere decir «definitiva». Seis años después reiteraba ese mensaje en Jamaica. Después del «quinquenio gris» asistimos a una distensión de las relaciones entre los protestantes y la revolución. Por una parte, los protestantes estaban menos vinculados al establishment y por otra, nunca se habían comportado de manera hostil desde el punto de vista político contra la liga revolucionaria. En 1984 se produjo una apertura. Ese año visita Cuba un pastor negro, candidato a la presidencia de Estados Unidos, Jesse Jackson, y Fidel asiste a uno de sus servicios religiosos. Una ruptura con el pasado que revelaron la radio y la televisión, y se publicó en todos los diarios y revistas posibles e imaginables. Al año siguiente el dominicano brasileño Frei Betto entrevistó a Fidel a lo largo de todo un día y la entrevista se publicó en un libro titulado Fidel y la religión , que en ese momento desencadenó un pequeño tsunami. En este libro Fidel firma el fin de la escalada de posturas antirreligiosas que entonces era corriente entre marxistas. A la pregunta de si la religión es el opio del pueblo, Fidel respondió que «puede ser una droga o un medio maravilloso según se utilice para defenderse de los opresores y de los explotadores o sea utilizada por los explotadores y opresores». Con ocasión de una visita oficial de Fidel Castro a Brasil en 1990 hubo una importante reunión de las Iglesias protestantes con Fidel. Esta reunión supuso un momento decisivo en lo que concierne a las relaciones con los dirigentes revolucionarios. Al año siguiente el Partido Comunista modificaba sus estatutos y se suprimía la obligación de ser ateo para convertirse en miembro del partido. También se modificó la Constitución, se eliminó el carácter ateo del Estado y una nueva ley hizo posible que una persona cristiana asumiera un mandato político. Esto también fue la ocasión de un acercamiento a la Iglesia católica que al mismo tiempo permitió limar las asperezas que pudieran subsistir. El punto culminante de ese proceso fue la visita en 1998 del papa polaco, conocido por su postura duramente anticomunista. La acogida en Cuba fue muy calurosa y el papa se posicionó en contra del embargo de Estados Unidos. Aquello marcó el tono para los años siguientes y permitió a la Iglesia desempeñar un importante papel de intermediario en las negociaciones entre Estados Unidos y Cuba. El papa actual también ha trabajado para mejorar las relaciones entre La Habana y Washington. Todavía no se puede hablar de una verdadera normalización de las relaciones mientras el bloqueo siga vigente. Habrá que ver si el papa Francisco se pronuncia al respecto. En todo caso, el hecho de que combine su visita a la isla con la que hará a Estados Unidos es una señal que hay que tener en cuenta. Marc Vandepitte es autor de varios libros sobre Cuba, entre ellos El factor Fidel, de próxima publicación en Boltxe Liburuak. Traducido del neerlandés al francés por Anne de Meert para Investig’Action Fuente: http://www.michelcollon.info/Mais-qu-est-ce-que-grands-dieux-le.html?lang=fr

martes, 22 de septiembre de 2015

Donald Trump y el síndrome del pequeño faraón

Donald Trump y el síndrome del pequeño faraón Jorge Majfud Alai “A mí no me interesa la política” me dijo una estudiante hace unos meses. “Votaré por un presidente que haya sido un exitoso hombre de negocios. Eso es lo que necesita América para volver a ser grande”. Esta es una respuesta de moda en Estados Unidos: la sola palabra “volver” disipa muchas dudas ideológicas, pero tal vez lo nuevo sea la abrumadora presencia de la ideología de los negocios al punto que ha logrado que se confunda a un país entero con una empresa. No es raro, ya que los ciudadanos de ayer hoy son empleados o consumidores, que viene a ser lo mismo que vemos en un Wal Mart. El fenómeno de Donald Trump en las encuestas del partido republicano reproduce en política la psicología y la cultura de uno de sus negocios favoritos: Miss USA y Miss Universo. En estos alardes machistas a la frivolidad femenina, los espectadores consumen un ideal que no pueden alcanzar: ser jóvenes, hermosas y famosas a un mismo tiempo. Está de más decir que no las eligen por su inteligencia, aparte de la obscenidad de someter a estas pobres mujeres (semidesnudas y haciendo equilibrio sobre tacones alineados) a preguntas que tal vez un intelectual no respondería elegantemente en los diez segundos disponibles. Los seguidores de Trump comparten algo con su candidato, porque la empatía es la base de la política del consumo: el rudimento intelectual, la glorificación del Ego y su reivindicación de la arbitrariedad, la catarsis colectiva del insulto personal y su correlativa negativa a la disculpa, revela mucho de grupos sociales, tradicionalmente dominantes, que se sienten amenazados por una creciente diversidad étnica, cultural y probablemente ideológica. Las últimas investigaciones muestran que el secularismo y aquellos que no se identifican con ninguna iglesia han ido creciendo en un país tradicionalmente religioso mientras en el resto del mundo el proceso es el inverso. Los seguidores de Trump comparten con él y con el resto de la población la cultura del individuo alienado que se cree original siendo copia. Pero hay algo, un detalle, que los seguidores de Trump no tienen en común con su candidato: no son millonarios. Menos billonarios, como Trump. Si consideramos que el 66 por ciento del senado estadounidense está compuesto de millonarios, que el uno por ciento representa al 99 por ciento de la población y a ello todavía se llama democracia, fácilmente podremos ver una contradicción neurótica entre deseo y realidad. Al igual que Hollywood, la política vende deseo (el de pertenecer algún día al uno por ciento) para sostener una realidad opuesta (el 99 por ciento nunca podrá ser parte del ese uno por ciento). La política como espectáculo es un fenómeno global, pero Trump ha alcanzado la cúspide. Pueden ocurrir dos cosas: que ese orgasmo dure lo suficiente como para que le gane a un Bernie Sanders (a quien la prensa etiqueta como “populista”, como si Hillary, Trump y toda la industria de la publicidad no fueran ejemplos extremos de populismo), o que estemos cerca del declive acelerado de la reacción a otra realidad imparable: el recambio demográfico. Su recurso dialectico consiste en decir que todo ha empeorado en este país y que la solución consiste en “yo lo haré” sin dar la mínima pista de cómo piensa hacerlo. Como no puede explicar cómo piensa hacer lo que dice que va a hacer recure a algo que muchos estadounidenses hacen muy bien: creer. ¿Por qué debe la gente creer que él sabrá cómo hacerlo? Porque es rico. Si alguien tiene dinero, entonces es un ganador, y si es un ganador es porque tiene razón. La misma lógica se aplicaba en la Edad Media: cuando uno de los contrincantes derribaba al otro caballero en una lidia, la fuerza de su brazo demostraba que tenía razón, ya que Dios no iba a ser tan injusto como para darle más fuerza a quien estaba equivocado. Con esta misma lógica, Rocky Marciano hubiese demostrado que Albert Einstein deliraba. No solo porque no hubiera resistido el primer puñetazo en la cara sino porque era un modesto profesor de Princeton. La idea de que ser rico prueba que uno está en lo cierto fue confirmada por la teología calvinista, que es básicamente sobre la que se asienta la ética de gran parte de la población de este país. Si Jesús dijo que era más probable que un camello pasase por el ojo de una aguja a que un rico alcanzara el reino de los cielos, el protestantismo demostró lo contrario: si eres rico, es porque has sido bendecido por Dios y el oro aquí en la tierra demuestra que recibirás todo el oro del cielo cuando te mueras. No es raro, entonces, que casi todo el mundo hoy asuma que el progreso científico, tecnológico y social del que disfrutamos se debe a los ricos y a hombres de negocios, cuando cualquier lista de científicos, inventores y activistas sociales que promovieron libertades que hasta no hace mucho estaban vedadas y resistidas por los conservadores en el poder, no tiene nada de ricos sino todo lo contrario: la mayoría ha trabajado siempre en universidades, en organismos estatales como la NASA o son asalariados de compañías privadas. Casi todos pertenecen a la clase media y casi ninguno se dedica a los negocios ni tiene tiempo para invertirlo en la bolsa de valores ni en ninguno de los mega negocios de señores como Donald Trump. Pero como las narrativas sociales proceden de quienes ostentan el poder social, y éste radica en los capitales financieros, no es extraño que las hormigas admiren tanto al oso hormiguero y hasta lo elijan, sistemáticamente, como senador o como presidente. Por supuesto que el comercio ha mejorado históricamente a las sociedades desde antes de la invención de la escritura. Pero una cosa es que las sociedades se sirvan del comercio y otra es que el comercio use a las sociedades como comodities. Es en este momento cuando se convierte en una ideología dominante. Se lo puede ver en la educación y en las universidades: ya casi no queda espacio para la formación integral del individuo: lo que importa es estudiar una carrera que deje dinero. Esto se llama “retorno” y se mide meticulosamente en un mundo que lo cuantifica todo. Se ve también en el desplazamiento de las humanidades por las facultades de negocios y en el mismo intento de las humanidades por probar que son capaces de formar empleados y empresarios. No obstante, Donald Trump tiene un mérito enorme, tan grande que se protege solo contra la inteligencia de su propio electorado. Un slogan que le gusta repetir es “Soy rico, inmensamente rico”. Recientemente, en el primer debate republicano en Cleveland se vanaglorió de la forma en que usa su dinero: “Le dije a Hillary Clinton que vaya a mi boda. No tuvo elección, ya que yo había puesto dinero para su fundación”. - Jorge Majfud, escritor uruguayo, es PhD, Lincoln University, School of Humanities, Department of Foreign Languages and Literatures. URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/172513