miércoles, 31 de octubre de 2018

Comentario del Servicio Bíblico Latinoamericano


Servicio Bíblico Latinoamericano
Semana del 4 al 10 de Noviembre de 2018 – Ciclo B





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Domingo 4 de noviembre de 2018
31º ORDINARIO
Carlos Borromeo (1584)

Dt 6,2-6: Amarás al Señor con todo el corazón
Salmo 17: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza
Heb 7,23-28: Tiene el sacerdocio santo
Mc 12,28b-34: No estás lejos del Reino



En las estepas de Moab, Moisés da sus últimas instrucciones al pueblo que se prepara para entrar a la tierra de Canaán. Atrás quedó Egipto, debió quedar. Y atrás quedó también el desierto donde supuestamente el pueblo tuvo que haber aprendido muchas cosas que tendrán que ser muy útiles para su proyecto como pueblo en la tierra de la libertad. Egipto será un lugar para nunca volver, al desierto será necesario volver cuando el pueblo olvide o pierda su horizonte ya que ése es el espacio ideal para el reencuentro con su Dios, para dejarse reconquistar por él (cf. Os 2,14). Aquí, pues, en su despedida, Moisés insiste en lo más importante para que el pueblo tenga vida: cumplir las instrucciones y normas que el Señor ha dado. El texto del Deuteronomio que leemos hoy es el alma, la guía, la hoja de ruta que Israel no puede descuidar ni cambiar por otra cosa so riesgo de perderse y perecer como nación. La connotación en hebreo del verbo shemá lleva implícito el imperativo de obedecer, poner en práctica, y eso era lo que tenía que haber hecho el pueblo: escuchar obedeciendo, escuchar poniendo en práctica.
La redacción de este pasaje, aunque aparenta ser de una época previa a la conquista y posesión de la tierra, en realidad es de una época en la cual Israel ha probado y experimentado en carne propia lo que significa no escuchar poniendo en práctica los mandatos y preceptos del Señor. Estamos en la llamada época del post-exilio, Israel ha pasado por las experiencias históricas más crueles y difíciles: desaparición del sistema solidario tribal, aparición de la monarquía (punto de partida de todos sus pecados), división del reino, destrucción de ambos reinos, deportación... En todo momento Israel fue instruido por medio de los profetas que siempre lo invitaban a reorientar su camino, pero la queja de Dios fue siempre constante: «Israel no me escucha» (Sof 3,2), no me obedece, va camino a la perdición...
Las experiencias históricas obligan a Israel a aprender qué significa escuchar a su Dios y poner en práctica su Palabra, su instrucción. Con base en todo lo que le ha pasado, Israel descubre que los mandatos del Señor no buscan atarlo, cerrarle horizontes ni poner a todo un pueblo bajo la dirección de un Dios caprichoso. No es un Dios cualquiera el que libre y espontáneamente ha optado por este pueblo, es un Dios de Vida que sólo busca orientar al pueblo por sendas de vida. Israel no entendió siempre así el propósito de Dios y se fue detrás de otros dioses, y cuando se metió en el proyecto de otras divinidades empezó a perderse, se confundió y resultó siendo peor que otros pueblos que no conocían al verdadero y único Dios. Así pues, después de sobrevivir a las más duras experiencias, Israel vuelve a recordar cuál era desde el principio la propuesta de su Dios: amarlo sólo a él, buscarlo sólo a él y no confiarse de ninguna otra propuesta por más llamativa que fuera para no volver a caer en un fracaso peor.

El evangelio nos presenta la versión «marquiana» (de Marcos) de la pregunta a Jesús sobre el mayor y más importante de los mandamientos. La versión mateana (Mt 22,34-40) tuvimos oportunidad de reflexionarla hace unos días. Ambas versiones están ubicadas en el mismo contexto de la discusión de los saduceos con Jesús a cerca de la resurrección de los muertos. Cuando los fariseos ven que Jesús ha callado a los saduceos, se juntan con los escribas para ponerlo ellos también a prueba, pensarán que con ellos tal vez no saldrá tan bien librado. Y es que «pasar el examen» con los fariseos y maestros de la ley, seguramente no era fácil dado que para ellos la ley no era sólo aquella que Dios había dado a su pueblo por medio de Moisés, recordemos que en tiempos de Jesús esta gente manejaba ¡más de medio millar de mandatos y preceptos! Dependiendo de su forma de ver y de pensar, un mandato podía variar de importancia para unos y para otros, pues como es normal había distintas tendencias o escuelas, alguna muy liberal, y otras no tanto. ¿Cuál de ellas está representada aquí? No lo sabemos. Por la respuesta del escriba a Jesús, uno podría pensar que se trataba de una tendencia bastante liberal (vv. 32-33), al punto que a Jesús le pareció simpática su respuesta y le advierte lo cerca que está del reino de Dios.
Jesús se encuentra con que su pueblo cumple con una norma de varios siglos. Todos los días, tres veces al día todo israelita varón recita el «Shemá Israel, escucha Israel: el Señor nuestro Dios es uno sólo, a él amarás...», el shemá, pero ese shemá se quedó sólo en el campo auditivo, al campo de la práctica no se ve, y eso es lo que Jesús denuncia a lo largo de su ministerio, muchas palabras, muchas normas y preceptos, mucho apelo a Dios para todo, muchas frases de la ley en los bordes del manto, en el marco de la puerta, en el brazo, en la frente, pero nada en el corazón y menos aún en la vida ordinaria, en la práctica cotidiana.
En la comunidad de Marcos se están presentando situaciones similares a las del judaísmo. Las normas y preceptos que conocen los primeros cristianos son necesariamente aquellas que vienen del mundo judío; ahora, ¿serán de obligatorio cumplimiento todos esos preceptos en esta nueva experiencia de vida que se supone está animada por la presencia viva del Señor resucitado? Lo primero y más importante que los creyentes deben tener en cuenta es que no se trata de una adhesión a una divinidad distinta a la del judaísmo. Es el mismo Dios revelado a pueblo de Israel y en la Escritura, es el mismo Dios de Jesús, por tanto lo que primero tiene que hacer el cristiano es profesar su fe, amor y adhesión a ese Único Dios en términos de «escuchar» su Palabra y ponerse en función de obedecerle. Ese es el proyecto de vida de Jesús, eso fue lo que movió toda su vida y su obra y eso es lo que tiene que mantener vivo al cristiano, su adhesión a ese único y verdadero Dios a quien no le interesa otra cosa que el amor y adhesión a El lo vivan sus fieles en el amor mutuo y fraterno. No tiene sentido para Jesús hablar del amor a Dios sin tener en cuenta la ÚNICA puerta de acceso a Él: el prójimo.
El evangelio de hoy no está recogido en la serie «Un tal Jesús», pero pueden buscarse otros episodios relacionados, en https://radialistas.net/serie-un-tal-jesus/ 

Para la revisión de vida

          También yo soy invitado a «escuchar», escuchar y obedecer la Palabra. ¿Qué valor doy a la Palabra de Dios que escucho frecuentemente? ¿Me impulsa de verdad a obedecer, a cambiar mis actitudes?

Para la reunión de grupo

-                 La exigencia fundamental, la que está a la base de todo compromiso religioso es el amor a Dios, pero que debe estar mediatizado por el amor a los hermanos. Ésta es la base primordial de la espiritualidad de Jesús, la que le permite aquella absoluta sintonía entre su opción por Dios como Padre, y su consecuente opción por el Reino del Padre que en la percepción es la preocupación por los débiles y marginados. En este sentido, nuestra espiritualidad no puede cambiar de referente, ¡a no ser que queramos cambiar el evangelio! Traten por todos los medios posibles de tomar y leer el artículo «’Creer como Jesús’: la espiritualidad del Reino», de José María Vigil, se puede tomar de http://servicioskoinonia.org/relat/191.htm Leerlo por bloques, confrontándolo con nuestra experiencia actual de creyentes y de trabajadores del Reino.

Para la oración de los fieles

-                 Por las iglesias del mundo, para que sean las primeras en obedecer a la Palabra, oremos.
-                 Por los gobernantes, políticos y dirigentes sociales, para también ellos sientan que sus proyectos deben estar en línea con la Palabra de Dios, oremos.
-                 Por nuestros grupos y nuestras comunidades para que sus programas y acciones sean la concreción obediente de la Palabra que los convoca y los motiva, oremos.
-                 Por cada uno de nosotros para que en el diario vivir seamos capaces de mantener una actitud de escucha obediente a la Palabra de Dios, oremos.

Oración comunitaria

          Oh Realidad suprema y trascendente, que escapas de nuestra capacidad de percepción, pero que estás presente y a la vez trasciendes la historia de nuestros pueblos, que te buscan desde el inicio de su peregrinar en este mundo. Te reconocemos como el Misterio que late en toda vida, que inspira en toda búsqueda, que acompaña todo amor. Nos sentimos felices contemplando cómo todos los pueblos, de una manera u otra, Te sienten cercano y reciben tu Luz. Nosotros concretamente, nos acercamos a Ti por medio de Jesús, nuestro Hermano Mayor, Transparencia tuya. Amén.


Comentario Marcos 10,46-52:

Marcos 10,46-52:
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor
Al salir Jesús de Jericó
Jesús había abandonado ya Galilea camino de Jerusalén. Ya estaba muy cerca de llegar. Jericó quizá sea la ciudad más antigua que se conoce
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Quien grita es un ciego pobre para quien su única esperanza es el Mesías que iba a venir. Y su grito, como el de cualquier pobre, molesta a los que siguen a Jesús. Pero él tiene fe y grita.
Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?”
¿Qué va a querer un pobre ciego sentado a borde del camino?
“Maestro, que pueda ver”
Anda, tu fe te ha curado
Jesús no le ha tocado. No le ha puesto su saliva. Su salvación le ha venido por su fe. Vivimos en medio de muchos pobres, de muchos enfermos, de muchos ancianos. Nos abruman con estadísticas que nos hacen temblar. El problema más grave ¿no será la falta de fe en las multitudes y en las juventudes? ¿No habrá contribuido más de una iglesia cristiana a esa pérdida de fe?
Luis Alemán Mur

martes, 30 de octubre de 2018

RELIGION Y POLITICA: Marxismo e Islam.

Entrevista a Gilbert Achcar
Marxismos e islames: religión y política
23/10/2018 | Jean-Numa Ducange / Actuel Marx
Actuel Marx: Usted ha publicado varios artículos sobre Marx, las tradiciones marxistas y las religiones. ¿Qué considera usted que todavía es pertinente en la tradición surgida del marxismo clásico para comprender las cuestiones religiosas en el mundo contemporáneo? ¿O bien piensa usted que sus limitaciones son demasiado importantes para que nos sea de utilidad hoy en día?
Gilbert Achcar: Antes que nada hemos de ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por marxismo clásico. Por mi parte, entiendo que se trata del marxismo de los fundadores –Marx, pero también Engels, a quien demasiado a menudo se arrincona, tratándolo como mero compinche de Marx– a partir del momento en que su teoría común adquiere consistencia, un proceso que culmina con la redacción de La ideología alemana.
Dos elementos de este legado me parecen ser los más pertinentes para pensar la religión: el enfoque materialista en el análisis de los hechos y fenómenos históricos, y la actitud política. El primer elemento, la interpretación materialista de la religión y de los hechos religiosos, es el más conocido. A mi juicio sigue siendo fundamental, pero con dos condiciones. La primera es reconocer que la aportación del marxismo clásico consiste básicamente en un enfoque metodológico, que relaciona los hechos ideológicos con su base material y explora la dialéctica de lo material y lo ideológico, bastante más complejo que la caricatura que hace al respecto el marxismo vulgar.
Este planteamiento es la condición indispensable para un rechazo resuelto de todo esencialismo, como el que Edward Said popularizó con el nombre de orientalismo, contradiciendo en buena medida a Marx 1/. Said, como es sabido, clasificó a Marx entre los orientalistas del siglo XIX sobre la base de un único artículo de 1853 sobre India, que por cierto malinterpretó. Lo que traicionaba a dicho artículo –como expliqué en uno de los ensayos de mi recopilación Marxisme, orientalisme, cosmopolitisme 2/– no era en modo alguno una esencialización de los indios en la vena del orientalismo tradicional, sino más bien la concepción ingenuamente positivista del papel del capitalismo, propia de Marx y Engels en aquellos años y de la que el Manifiesto comunista es la expresión más patente.
La idea de que el capitalismo creaba “un mundo a su imagen y semejanza”, como “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” en el libro bíblico del Génesis, estaba profundamente equivocada: el capitalismo creó más bien dos mundos jerarquizados, un mundo dinámico y dominante en las metrópolis y otro, mermado y dominado, en el mundo colonial. Además, el conocimiento que tenía Marx de India se limitaba exclusivamente a la visión etnocéntrica europea a la que tenía acceso por sus lecturas.
Lo que Said ignoraba, en cambio, era que Marx rechazó posteriormente esta perspectiva con respecto a India, del mismo modo que Engels en relación con Argelia, percatándose del papel más devastador que civilizador de la dominación colonial, gracias a su estudio del caso de Irlanda, del que pudieron obtener un conocimiento mucho más directo. Said debería haber tenido en cuenta, por cierto, el hecho de que los especialistas de los que había retomado su crítica del orientalismo eran todos marxistas, empezando por Anuar Abdel-Malek 3/, cuyo libro citó ampliamente, o también Maxime Rodinson 4/, a quien elogió del mismo modo que la obra de Claude Cahen 5/. Esto, por supuesto, no fue una casualidad: el materialismo histórico es la antítesis más radical, y la única que funciona, del avatar del idealismo filosófico que es el orientalismo en el sentido popularizado por Said.
Por cierto, el hecho de que Said no hubiera comprendido esto es la causa de que él mismo pecara de esencialismo en la visión de Occidente que se desprende de su libro. No se sale del esencialismo practicando un orientalismo a la inversa, que invierte los signos positivos y negativos asociados a las nociones de Oriente y Occidente. Deshacerse del orientalismo y de cualquier otra forma de esencialismo culturalista exige un cambio radical de perspectiva analítica: comprender que no son las culturas, cualesquiera que sean, las que determinan la historia material, sino que es esta última la que condiciona el carácter y la evolución de las culturas. En vez de explicar la historia por la religión, es la religión y sus usos lo que hay que explicar a la luz de la historia si uno quiere librarse del razonamiento tautológico propio de los esencialismos, que postulan lo mismo que tratan de establecer. Esta es la gran aportación del marxismo clásico a la ciencia de la historia, para hablar como Althusser. Esta función del análisis marxista sigue siendo de gran utilidad en el análisis de las religiones, como demuestran los debates interminables sobre el islam.
De todos modos, la aplicación por parte de los propios Marx y Engels de su método de intepretación de la historia en el ámbito del estudio de las religiones, de la sociología de las religiones, no dejó de ser muy rudimentario, por no decir simplista, como en el análisis que hizo Engels de La guerra de los campesinos en Alemania (1850), ejemplo de materialismo primario. En el cristianismo de Thomas Müntzer no vio más que el “disfraz religioso” de aspiraciones comunistizantes, lo que resulta reductor y pasa por encima de una cuestión importante: ¿por qué el cristianismo ha podido servir tantas veces de “disfraz” de tales aspiraciones? La respuesta no está en una hipotética esencia del cristianismo al estilo de Feuerbach, sino en la tensión propia del cristianismo entre la traza persistente de sus orígenes oprimidos y la doctrina opresora de su devenir ulterior.
La sociología de las religiones es uno de los ámbitos que el marxismo clásico apenas ha tratado, y esta laguna la ha cubierto a su manera Max Weber, del mismo modo que esa otra laguna que es la tipología de los sistemas políticos. Los marxistas de la posteridad de Marx y Engels han realizado avances en el terreno de la sociología de la religión, pero se han limitado fundamentalmente a una aplicación sistemática de los rudimentos del materialismo histórico, como es el caso de los análisis de Karl Kautsky o, aportación a menudo olvidada, de la contribución trágica de Abraham Léon sobre la concepción materialista de la cuestión judía 6/. Los marxistas y paramarxistas de la posteridad –como la Escuela de Fráncfort y su periferia– han abordado mucho más la crítica de la religión, en la vena filosófica de los manuscritos del joven Marx, que la sociología de las religiones. Raros son los marxistas que, como Michael Löwy, han tratado de delimitar sociológicamente fenómenos religiosos; y por cierto que no es casualidad que Löwy se sitúe intelectualmente en la confluencia de Marx y de Weber.
La segunda condición para una buena utilización de la interpretación materialista de la religión consiste en reconocer que solo puede aportar una explicación parcial del fenómeno. De todas las formas ideológicas, la religión es sin duda la más compleja, lo que no deja de guardar relación con la longevidad excepcional y la adaptabilidad de las ideologías religiosas. Alcanzar una comprensión satisfactoria de las religiones exige la movilización de toda la panoplia de las ciencias humanas, en particular la psicología social y el psicoanálisis. Relacionar la religión exclusivamente con el reflejo de las condiciones de vida materiales constituye un reduccionismo a ultranza, más excesivo en este caso que con respecto a todos los demás ámbitos ideológicos. Cuanto más progresan las ciencias humanas sintetizadoras, tanto más capacitados estamos para entender el fenómeno religioso. Con las aportaciones de investigadores contemporáneos como Foucault o Bourdieu estamos mejor armados que los marxistas de épocas anteriores, pero todavía queda mucho trabajo por hacer.
Paradójicamente, en lo tocante a la actitud política con respecto a la religión, me parece que la aportación del marxismo clásico sigue siendo completamente válida. Esta aportación se desconoce en gran medida o se malinterpreta. Contrariamente a lo que pueden pensar algunos, Marx y Engels no eran campeones del ateísmo militante al estilo de Lenin. Como buenos materialistas, eran sin duda radicalmente ateos, pero una vez desvinculados del hegelianismo de izquierda, afirmaron que el ateísmo –definido como la negación de lo divino– no era de gran utilidad. Se burlaron de quienes, imitando a los discípulos de Blanqui o de Bakunin, querían hacer del ateísmo un “artículo de fe obligatorio” y prohibir la religión “por decreto”. Al tiempo que subrayaban la necesidad de que el partido obrero combatiera las costumbres reaccionarias y charlatanescas de la religión, defendieron la libertad de la práctica religiosa contra toda injerencia del Estado. Esta defensa intransigente del laicismo, en el sentido estricto de separación de la religión y el Estado –es decir, el rechazo de la injerencia de la religión en los asuntos del Estado, pero, también, de la del Estado en la religión– me parece más pertinente que nunca.
Actuel Marx: Se habla mucho de retorno de las religiones. ¿Le parece adecuada esta expresión? ¿Cómo analiza usted como marxista este fenómeno, especialmente en las partes del mundo que conoce mejor (Oriente Medio y Próximo)?
Gilbert Achcar: Es innegable que hemos asistido a un recrudecimiento de las religiones, desde el último cuarto del siglo pasado, cosa que algunos han calificado de revancha de Dios. Este fenómeno ha ocurrido con todas las religiones, y en especial las monoteístas. Este es un buen ejemplo de la insuficiencia de la aportación del marxismo clásico, ya que la nueva expansión de las creencias y prácticas religiosas –en particular la de los integrismos religiosos, que pretenden, todos, remodelar la sociedad y el Estado de conformidad con su lectura rígida y literal del corpus religioso– no puede explicarse de manera mínimamente aceptable y convincente como reflejo de la expansión del capitalismo y de su metamorfosis neoliberal.
No cabe duda de que existe una concomitancia entre el llamado retorno de las religiones y la mutación neoliberal del capitalismo, contemporánea al hundimiento del sistema estatal postestaliniano. Sin embargo, como ya subrayé en mi libro de 2002, El choque de las barbaries 7/, la aportación de Émile Durkheim es indispensable para explicar la relación entre, por un lado, el ascenso de la religiosidad y la expansión de los integrismos religiosos y, por otro lado, los cambios históricos que he mencionado. Su concepto de anomia –es decir, la desregulación de las condiciones de vida y la pérdida de referencias– es crucial para la comprensión de lo que ha suscitado la desregulación neoliberal combinada con el fin del imperio postestaliniano.
Durkheim explicó muy bien cómo la anomia socioeconómica y político-ideológica incitan al repliegue identitario sobre factores de solidaridad social como la religión, la familia, la patria. Esta clave analítica ha de combinarse con otra clave –intuición, habría que decir–, que encontramos en el Manifiesto comunista de Marx y Engels, donde explicaban que, frente a la apisonadora del capitalismo en su desarrollo, una parte de las capas intermedias, pequeñoburguesas y consortes, “tratan de hacer girar hacia atrás la rueda de la historia”. La idea del retorno a la preponderancia de la Ciudad de Dios, de la restauración de un pasado que desapareció en la Antigüedad o en la Edad Media –y muy mitificado, claro está– es, en efecto, una dimensión crucial de los integrismos religiosos.
Esta huida hacia atrás, mitificadora del pasado y quimérica, es una reacción perfectamente comprensible ante la adversidad y las desgracias del tiempo presente, máxime cuando lleva a la adhesión a una contrasociedad, ya sea del tamaño de un pequeño clan o de una gran tribu. Este es el contexto en que hay que situar el ascenso especialmente espectacular del integrismo islámico a partir del último cuarto del siglo pasado. Además de las condiciones anómicas generales que he mencionado, a ello han contribuido numerosos factores: la utilización por los gobiernos, casi en todas partes, del integrismo islámico como antídoto contra la radicalización de izquierdas de la década de 1960 ; el papel específico, a este respecto, de la existencia de un Estado integrista, el reino saudí, en la cuna del islam, un Estado vasallo del imperialismo estadounidense; la emergencia en 1979 de un segundo Estado integrista en Irán, ferozmente opuesto al primero y a su soberano; las guerras lanzadas sucesivamente por los dos imperios planetarios en países musulmanes: la URSS en Afganistán, y después EE UU en Irak y otra vez en Afganistán; el papel nefasto del Estado de Israel, autoproclamado Estado judío.
La fuga hacia atrás en el caso del islam resulta tanto más tentadora cuanto que los contornos del pasado a reconstituir parecen bien conocidos para esta religión más tardía que la mayoría de las demás: contrariamente a la imitación de Jesucristo, la imitación del profeta Mahoma –sobre la base de la crónica de su vida relatada por las biografías de carácter religioso, así como del corpus constituido por los hadices (actos y palabras del profeta) y, por supuesto, el Corán– es de naturaleza inmediatamente política y combatiente, y está dotada de un modelo de gobierno. Esto es lo que otorga una fuerza particular a la idea del Estado islámico elaborada por los teóricos contemporáneos del integrismo islámico desde hace un siglo.
Actuel Marx: En este número de Actuel Marx se habla repetidamente de teología de la liberación y de la alianza entre una fracción del mundo católico y el movimiento obrero (entendido en el sentido amplio del término). No ha existido verdaderamente un fenómeno similar en el caso del islam. ¿Cómo lo explica y qué conclusiones extrae usted de cara a las eventuales perspectivas políticas en los países de confesión mayoritariamente musulmana?
Gilbert Achcar: Esto es lo que he tratado de explicar, en la recopilación que ya he citado, recurriendo a la noción weberiana de las afinidades electivas, según la fórmula de Goethe retomada por Weber. Del mismo modo que existen tales afinidades entre el mito, por no decir la realidad, del cristianismo de los orígenes y el comunismo –véase cómo Rosa Luxemburg intentó asimilar el cristianismo primitivo al comunismo en su ensayo de 1905, Iglesia y socialismo–, también existen entre el mito, por no decir la realidad, del islam de los orígenes y el integrismo islámico contemporáneo. Una diferencia importante es que, en el caso del cristianismo, la ortodoxia religiosa oficial se opone enérgicamente a la interpretación comunista, mientras que la ortodoxia religiosa oficial, en el caso del islam, al adherirse a un dogmatismo literalista, favorece la interpretación integrista. Esto se ve reforzado por el hecho de que la ortodoxia islámica está dominada por un islam ultraortodoxo propagado por dos Estados integristas: el reino saudí con el islam suní y la república jomeinista para el islam chií, ambos países que se benefician de una importante renta petrolera.
En estas condiciones, mientras que buena parte de la contestación sociopolítica en las comunidades cristianas, particularmente en los países de Sudamérica dominados por el imperialismo del Norte, ha podido inscribirse a partir de la década de 1960 en esta interpretación comunistizante del cristianismo que es la teología de la liberación, en la mayoría de los casos contra una iglesia oficial aliada de las dictaduras y del imperialismo, en las comunidades musulmanas es la interpretación integrista la que ha desempeñado un papel simétrico, tomando una vía eminentemente reaccionaria. Es sumamente significativo que el mismo año 1979 viera una revolución con dinámica socialista en Nicaragua, con un importante componente cristiano de izquierda, y una revolución con dinámica integrista reaccionaria en Irán, capitaneada por una dirección clerical.
Los y las militantes de izquierda que se confundieron sobre el sentido de la revolución iraní pagaron muy caro su error: fueron brutalmente aplastados por el nuevo poder, a cuyo advenimiento habían contribuido. Esto incluye a la izquierda islámica, representada por el más importante de los movimientos islámicos parecidos a la teología de la liberación cristiana: los Muyaidines del Pueblo Iraní, que se inspiraban en la teología chií de izquierda elaborada por Ali Shariati. Fueron de los primeros en ser eliminados, víctimas de la punta de lanza de la reacción jomeinista, el Hisbolá de Irán. Los Muyaidines del Pueblo degeneraron posteriormente, ya en el exilio.
La experiencia iraní demuestra, por un lado, que en el islam es posible un equivalente aproximado de la teología de la liberación y que incluso ha existido en el caso que acabo de citar. Podemos añadir experiencias más limitadas en el campo del islam suní, la más reciente de las cuales es la de los Musulmanes Anticapitalistas de Turquía, que se dieron a conocer con su participación en el movilización del parque Gezi contra el gobierno conservador musulmán de Erdogan en 2013. Esa misma experiencia demuestra, por otro lado, que es ilusorio esperar que movimientos de este tipo puedan alcanzar proporciones masivas como las que adquirió rápidamente el movimiento integrista reaccionario de los Hermanos Musulmanes. Es ilusorio porque estos movimientos nadan contra la poderosa corriente de la ortodoxia islámica y proponen una interpretación del islam que tiene pocas afinidades efectivas con el islam de los orígenes y que, por consiguiente, son poco creíbles en su intento de reinterpretar este legado.
De hecho, no hay que contar demasiado con la posibilidad de que, por una especie de homoformismo cristiano, surja en la izquierda una réplica musulmana de la teología de la liberación. La izquierda en el mundo musulmán solo será muy marginalmente teológica, por la razón que acabo de explicar. Será básicamente laica, en el sentido de la diferencia entre clérigos y laicos. Dicho de otro modo, más que corrientes religiosas de izquierda son corrientes de izquierda laicas que se reclaman de la fe y del islam como parte importante de su identidad, que han formado parte de la izquierda en los países mayoritariamente musulmanes y han sido incluso en gran medida hegemónicas en esta izquierda. Le nasserismo es el ejemplo más importante de este fenómeno: fue el dirigente egipcio Gamal Abdel Nasser quien representó más que nadie la radicalización de izquierda en la década de 1960 en los dos espacios arabófono y musulmán. Lo hizo sin duda de un modo dictatorial, pero ello se inspiró en gran medida en el socialismo realmente existente de la Unión Soviética, que en la década de 1960 todavía podía prometer “enterrar” el capitalismo, según la célebre expresión de Jrushchov, sin provocar risas.
En 2012 pudimos ver, en el contexto de la Primavera Árabe, la fortísima atracción que ejerce en el Egipto de hoy la nostalgia de lo que podríamos llamar un nasserismo con rostro humano, democrático, como el representado en la primera vuelta de la elección presidencial de aquel año por el candidato nasserista de izquierda Hamdine Sabbahi. Fue la gran sorpresa de aquellas elecciones, un poco como Bernie Sanders en las presidenciales estadounidenses. Sabbahi fue el candidato más votado en los dos grandes centros urbanos del país, El Cairo y Alejandría, obteniendo en total más del 20 % de los votos, pisando los talones a los candidatos del antiguo régimen y de los Hermanos Musulmanes.
Son corrientes laicas de este tipo las que podrán movilizar en la izquierda a una gran masa de creyentes, y no las corrientes teológicas. Estas corrientes laicas de izquierda rechazan el ateísmo de los marxistas, pero se inspiran en sus análisis, un poco como los partidarios de la teología de la liberación; sus dirigentes son creyentes y practicantes de manera a veces ostentosa, pero su relación con Dios no está mediatizada por el equivalente de un obispo o un papa (cosa que es más fácil en el islam suní que en el islam chií, ya que este último es más clerical, como lo es el catolicismo con respecto al protestantismo). Colocan a Dios de su lado, en cierto modo, y rechazan como impostores a quienes se reclaman de Dios con fines reaccionarios.
En el apogeo de la popularidad del nasserismo, que coincidió con el punto álgido de su radicalización, los Hermanos Musulmanes, percibidos como colaboradores de la monarquía saudí y de la CIA (cosa que era cierta, dicho sea de paso), quedaron marginados y desacreditados en toda la región. Nasser no dudó en denunciar como traidores al islam a los dirigentes saudíes, acusándolos de ser enemigos de los pobres. Las mayorías populares le seguían sin que él tuviera necesidad de argucias teológicas para conseguir su adhesión: es un buen ejemplo ilustrativo del dicho latino vox populi, vox Dei.
Actuel Marx: ¿Puede usted detallar un poco más la situación en Egipto? ¿Se remiten a Marx los nasseristas de izquierda? Y aparte de los herederos de izquierda del nasserismo en el caso egipcio, ¿puede usted citar algunos otros ejemplos de fuerzas de izquierda surgidas de movimientos que se reclamaban del marxismo en esta región? Pienso particularmente en el Partido Comunista Iraquí, que dispone de una implantación bastante sólida y que acaba de ganar las elecciones legislativas en el marco de una coalición.
Gilbert Achcar: Hoy como ayer, el nasserismo de izquierda, sin remitirse a Marx, tampoco es antimarxista. Durante su radicalización en la década de 1960, el régimen nasserista integró en el seno de su partido único, léase en la vanguardiaorganizada del partido, a numerosos marxistas procedentes del movimiento comunista egipcio. La ósmosis ideológica entre naserismo y marxismo llegó a tal punto que a mediados de la década de 1960, y sobre todo tras la derrota infligida por Israel al Egipto nasserista en la guerra de los Seis Días, sectores enteros del movimiento panárabe nasserista se pasaron al marxismo-leninismo con armas y bagajes, en el sentido literal de estos términos, pues fue en particular el caso de organizaciones de lucha armada como el Frente Nacional de Liberación de Yemen del Sur o el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Esta ósmosis también se dio en el seno del FLN argelino, sobre todo en el periodo que precedió al derrocamiento de Ahmed Ben Bella en 1965 por parte de la fracción militar dirigida por Houari Boumédienne.
En sentido inverso, hemos visto en el mundo arabófono a partidos comunistas, como los de Marruecos o Sudán, llegar a compromisos con la religión islámica, hasta el punto de que el partido comunista sudanés no dudó en hacer recitar el Corán al comienzo de sus mitines de masas. Es un ejercicio muy peligroso cuando se trata de un gran partido de masas como fue el partido sudanés –uno de los dos grandes partidos comunistas que ha conocido la región, siendo el otro su homólogo iraquí–, pues existe el riesgo de convertir la vox populi en vox Dei. Al final, los comunistas han sido siempre los perdedores en este juego al avalar la mezcla de géneros entre religión y política. Se colocan en el terreno de sus adversarios religiosos e integristas, que aparecen revestidos de mayor legitimidad en este mismo terreno.
Los integristas musulmanes fueron el principal apoyo ideológico de la aniquilación de los comunistas sudaneses tras el golpe de Estado de Omar al Bechir en 1989. Previamente, el integrismo islámico había sido utilizado, en la década de 1980, como fuente de legitimación ideológica por la dictadura de Nimeiry, que había reprimido a los comunistas sudaneses una primera vez en 1971. Los integristas y otros movimientos musulmanes desempeñaron un papel capital, en 1965-1966, en la terrible liquidación del Partido Comunista Indonesio, el partido comunista más grande del mundo después de los de la URSS y China, que también había caído en la mezcla de géneros. La moraleja es que es una empresa vana para los marxistas tratar de hacer la competencia a los integristas y otros reaccionarios islámicos en el terreno teológico. Sin dejar de denunciar la explotación reaccionaria de las creencias religiosas, deben defender enérgicamente la separación de la religión y el Estado y dejar en manos de sus aliados musulmanes progresistas la tarea de combatir la reacción religiosa en las justas teológicas, para las que son más creíbles por ser más auténticos.
En cuanto al Partido Comunista Iraquí (PCI), ahora ya no es más que la sombra de lo que fue en su apogeo a finales de la década de 1950. Después de colaborar con la dictadura baasita en la década de 1970, aquellos de sus miembros que se salvaron del encarcelamiento y del asesinato tuvieron que exiliarse a partir del final de la década. Volvieron a Irak tras el derrocamiento de Sadam Husein por EE UU, pero esta vez colaboraron con las autoridades de ocupación. Estos últimos años han recuperado el aliento y se han implicado en batallas sociales. En este contexto se han aliado con la corriente de Moqtada al-Sadr, líder religioso por herencia, comúnmente calificado de populista y que se diferencia de los demás movimientos chiíes iraquíes por su rechazo de la influencia iraní. Han participado en las elecciones dentro de la coalición dominada por los sadristas. Pero tampoco hay que exagerar: esta última no ganó las elecciones, aunque sí obtuvo el mayor número de escaños, a saber, 54 de un total de 329, entre más de 35 listas representadas en un parlamento muy fragmentado.
Estas elecciones comportaron por lo demás una abstención muy alta, ya que en el voto participaron menos de la mitad de los inscritos. El resultado más espectacular para el Partido Comunista ha sido la elección de una de sus dirigentes –¡una mujer!– en la ciudad santa chií de Nayaf. Sin embargo, esto no deja de ser un juego peligroso al que se libra el PCI, por mucho que no tenga gran cosa que ver con su propio pasado y mucho menos con el marxismo. Para los verdaderos marxistas, en esta parte del mundo, al igual que en todas, cuando se tejen alianzas con fuerzas de orientación ideológica y programática opuesta a la propia en varios aspectos, es imperativo aplicar las cinco reglas formuladas por el revolucionario ruso Alexander Parvus en 1905 8/, reglas que cito a menudo: “1) No mezclar las organizaciones; marchar separados, pero golpear juntos; 2) no renunciar a las propias reivindicaciones políticas; 3) no ocultar las divergencias de intereses; 4) seguir al aliado como se vigila a un enemigo; 5) preocuparse más por aprovechar la situación creada por la lucha que por preservar a un aliado”.
02/2018
https://www.cairn.info/revue-actuel-marx-2018-2-page-101.htm
Traducción: viento sur
Notas:
[1] Said Edward, Orientalismo, Madrid, Al Quibla, 1990.
2/ Achcar Gilbert, Marxismo, Orientalismo, Cosmopolitismo, Barcelona, Bellaterra, 2016.
3/ Abdel-Malek Anuar, El orientalismo en crisis, Diógenes n.º 44, octubre-diciembre de 1963, Buenos Aires, Ed. Sudamericana.
4/ Rodinson Maxime, La fascinación del islam, Madrid, Ed. Júcar, 1989.
5/ Cahen Claude, Les Peuples musulmans dans l’histoire médiévale, Damasco, Éditions Institut français de Damas, 1977.
6/ Leon Abraham, Concepción materialista de la cuestión judía, Madrid, Fundación Federico Engels, 2015.
7/ Achcar Gilbert, El choque de las barbaries, Barcelona, Icària, 2007.
8/ Alexander Parvus fue un revolucionario ruso, una de las figuras clave de la IIª Internacional (1867-1924).


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lunes, 29 de octubre de 2018

La tristeza no es solo Brasilera

La tristeza no es solo Brasilera
El ultraderechista Jair Bolsonaro fue el primer presidente brasileño electo sin el voto de la población más pobre pero igualmente obtuvo el triunfo: 55 por ciento frente al 45 de Fernando Haddad, el candidato de Lula. Como si estuviera en plena Guerra Fría, prometió combatir “el comunismo, el socialismo y el populismo”.



Bolsonaro le habló al país desde su casa, acompañado de una traductora para sordomudos. Imagen: Pati-Joh
Desde Porto Alegre
A las 7 de la tarde la televisión mostró el habitual videograph de Urgente. A esa hora, Jair Bolsonaro ya sepultaba los sueños de garantías democráticas para las minorías brasileñas con un triunfo arrollador. El nuevo presidente del gigante de América Latina encarna desde hoy la nueva mayoría que explica con creces el 55,1 por ciento que sacó en la segunda vuelta. Fernando Haddad, el candidato del PT, llegó al 44,90 % escrutado el 100 por ciento de las urnas electrónicas. La ola ultraderechista cabalgada desde su cresta por un militar racista y reivindicador de la última dictadura invadió las costas de Río de Janeiro convirtiendo a la ciudad en una postal difícil de creer, ahí donde reina el carnaval. El mandatario electo le habló al país desde su casa, acompañado por su esposa Michelle y una traductora para sordomudos. Dijo: “Lo que ocurrió en las urnas no fue la victoria de un partido más, es la celebración de un país por la libertad”. Abajo, junto al mar, la glamorosa Barra da Tijuca se vestía de fiesta para celebrar la victoria de “Mito”, el hombre que asumirá su cargo el 1º de enero de 2019 en un país de 208 millones de habitantes. El presidente electo cosechó el apoyo de 57.795.271 de electores contra los 47.035.345 que votaron al profesor universitario que llegó al ballotage corriendo siempre desde atrás.
Dos horas después del cierre de los comicios en las principales ciudades del país, ya estaba el resultado puesto. Brasil tiene cuatro husos horarios distintos y en el nordeste los resultados de la votación se conocieron más tarde. No hubo suspenso, ni siquiera la posibilidad de un desenlace reñido que habían disparado como posibilidad algunas encuestas de los días previos con Haddad acercándose al militar. Conocida su derrota, el candidato del PT dijo palabras de contención para la militancia de su partido: “Vamos a seguir continuando con la caminata y reconectándonos con los pobres de este país. Cuenten con nosotros, la vida está hecha de coraje”.
Brasil, más allá de sus fronteras, se identifica ahora con la cara de un dirigente político misógino y xenófobo, que no parece creíble en su moderación impostada de estas horas. Pero se legitimó en los comicios, y si cumple con la mitad de sus frases de campaña, llevará al país más grande de América Latina por un camino oscurantista, de imprevisibles consecuencias. Desde 1945 que un militar no llegaba al gobierno por la vía democrática. El último fue Eurico Dutra. El candidato del PSL (Partido Social Liberal) será el presidente 42º y el octavo desde el fin de la larga dictadura militar (1964-1985). Bolsonaro consiguió superar en el ballottage sus números de la primera vuelta, como era previsible. Mejoró de manera ostensible su performance con nueve puntos porcentuales más y pasó del 46 % del primer turno al 55,1. Haddad también elevó sus guarismos del 29 por ciento al 44,90. Pero esos números ni siquiera le permitieron discutirle la elección al candidato vencedor.
En su discurso como flamante presidente electo, Bolsonaro dejó frases que resumen su ideario, entre ultramontano y provocador. El nuevo hombre fuerte de Brasil declaró: “Nunca estuve solo, siempre sentí la presencia de Dios y la fuerza del pueblo brasileño” y siguió con sus frases litúrgicas, como si estuviera en un templo: “Este gobierno será un defensor de la constitución, de la democracia y de la libertad. Esta es una promesa no de un partido, no es la palabra de un hombre, es un juramento a Dios”.
Por varios pasajes, en ésas, sus primeras frases como ganador de la elección más importante de la historia reciente del país, Bolsonaro pareció mutar del candidato en campaña que restringiría los derechos de las minorías al presidente electo de la concordia y la tolerancia como bien supremo. “La libertad es un principio fundamental, libertad de ir y venir, andar por las calles en todos los lugares de este país. La libertad de emprender, la libertad política y religiosa, de formar y tener opinión, de hacer elecciones y ser respetado por ellas”.
Tampoco parecieron creíbles sus palabras que procuran concordia: “No hay brasileños del sur o del norte, somos todos un solo país, somos todos una sola nación, una nación democrática”. Después de mostrarse acompañado por su esposa en las palabras iniciales desde su casa, apareció en público con el frustrado candidato a senador Magno Malta que lo tomó de las manos y lo invitó a compartir una oración. El personaje, poseído como si fuera un pastor evangélico de las iglesias electrónicas, dejó algunas frases de antología que hicieron emocionar al nuevo mandatario. “Los tentáculos de la izquierda no serán arrancados sin la mano de Dios, comencemos orando”, invitó. La escena la completaban otros colaboradores y seguidores de Bolsonaro como el actor porno Alexandre Frota y el probable ministro Ónix Lorenzoni, un político derechista de Río Grande do Sul.
El capitán retirado del ejército y hasta hoy diputado federal no fue el único ganador de su partido. Los dos militares y un empresario candidatos a gobernadores del PSL que alcanzaron la segunda vuelta, también triunfaron en los estados donde se presentaron. El llamado comandante Moisés se impuso en Santa Catarina con un contundente 71 por ciento de los votos. Otro uniformado, el coronel Marcos Rocha, venció en Rondonia con el 66,3 % y en Roraima la victoria fue para Antonio Denarium, un hacendado ganadero con el 53,8 %.
Había en juego trece gobernaciones más el distrito federal de Brasilia. En los tres más importantes del país, San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro, se impusieron candidatos de derecha que acompañaron la postulación presidencial de Bolsonaro. En el distrito más poblado del país, el empresario paulista Joao Doria ganó con el 51,7 de los votos y retuvo un bastión histórico del PSDB. En Río el éxito fue para Wilson Witzel (por el 59,9 %) del Partido Social Cristiano (PSC), un ex infante de marina y ex juez que surfeó sobre la ola militarizada que guió a Bolsonaro hacia el Planalto. Una joven fuerza de derecha, el Partido Novo, se impuso en Minas Gerais con el empresario Romeu Zema por el astronómico porcentaje del 71 %, en el mismo distrito donde la ex presidenta Dilma Rousseff salió cuarta y no pudo lograr la senaduría a la que aspiraba.
El mapa político de Brasil tuvo un fuerte corrimiento hacia la derecha más rancia, en su formulación militar, empresaria y evangélica. Una combinación que se expresó durante toda la campaña con altos picos de fundamentalismo. Como si hubiera regresado al país más poderoso de América Latina, la vieja alianza entre la cruz y la espada. Bajo la bendición del capital financiero y el Departamento de Estado de EE.UU, con su arsenal tecnológico volcado a las redes sociales y las iglesias de pastores grandilocuentes dispuestos a realizar una nueva cruzada de la fe.
gveiga@pagina12.com.ar