lunes, 31 de diciembre de 2012

Entre Navidad y Revolución no hay contradicción

Entre Navidad y Revolución no hay contradicción Manuel Humberto Restrepo Domínguez Rebelión Al final del año ocurre una mezcla de conceptos, prácticas y sensaciones entre el sentido del trabajo y las fiestas de navidad. Cada uno trae consigo tiempos, memorias, luchas, significados, deseos, que se cruzan e intervienen en unos pocos días distintos a los demás. Se vive de otra manera. Trabajo y Fiesta, conservan elementos de una edad media que no fue derrotada del todo por la modernidad y que resurge de la misma manera que las ruinas de Roma lo hacen para dejar ver que su presente todavía sigue inevitablemente atado a su pasado. La época medieval hizo del trabajador poco menos que un paria, era tratado sin embargo mejor que un campesino, por la clase en el poder. Hoy las transnacionales vuelven a tratar al trabajador como poco menos que un paria y a los campesinos como instrumentos de segundo nivel. Con la modernidad y como resultado material de las luchas por derechos asociados al trabajo el primer gran logro universal fue el establecimiento de la jornada laboral de 8 horas, cuyo reconocimiento y aceptación social constituye una de las grandes e integrales conquistas en el proceso de liberación del ser humano de ataduras y opresiones. Esta conquista fue lograda por los obreros socialistas y los trabajadores en resistencia a la explotación que provocaba la naciente sociedad industrial. Ocho horas de trabajo permitirían distribuir el día en tres partes: el tiempo de trabajo socialmente necesario en el proceso de producción; el tiempo de la política, de la relación social, de la cultura, del ocio y de la satisfacción de necesidades y deseos y; el tiempo necesario para la reparación física y espiritual dedicado al sueño. Su universalidad ética y laica se ha puesto al servicio de todos los seres humanos. El derecho a trabajar ocho horas del día de las doce que marca el sol, hace parte del proceso de humanización, hace parte esencial de lo que somos como seres humanos y de lo que significamos como seres sociales, de deseos, de aspiraciones. Este derecho nos recuerda todos los días, que alguna vez los seres humanos fueron tratados como animales, vendidos, comprados y que la dignidad se construye con las luchas, no se inventa, no se invoca, no se recibe, no la trae el espíritu navideño. Diciembre es el tiempo en el que las ocho horas de trabajo se encuentran con la fiesta de navidad, que aparece dotada de cierta universalidad alcanzada como efecto del poder que la impuso para eliminar las fiestas populares paganas de la edad media, en las que los excluidos, parias y campesinos se encontraban para celebrar rituales, dar ofrendas y eliminar las ataduras al trabajo de siervos y dominados. Sobre qué es y que representa la navidad es común encontrar en las enciclopedias y en los propios textos cristianos que su fecha de aparición se dio en el siglo IV por mandato del papa Julio I, quien para sellar la discrepancia de fechas sobre el nacimiento del hijo de dios impuso el 25 de diciembre, que coincidía con el fin de las fiestas paganas del solsticio de invierno, en la que según la tradición babilónica se celebraban rituales en honor a sus selectos dioses nacidos por la misma época invernal. Se bebía, comía, reía, ofrendaba, bailaba y jugaba en honor a: Mitra diosa del sol, de origen persa; Baco dios del vino, de origen griego, inspirador de la locura ritual y el éxtasis, patrón de la agricultura y el teatro, también conocido como Dionisio; Adonis dios de la belleza, originario de fenicia; Osiris el sol difunto, dios de la muerte y del mas allá, egipcio; Júpiter protector de la ciudad de Roma de quien emanan la autoridad, las leyes y el orden social; Hércules, el más fuerte, orgulloso y vigoroso sexualmente, de origen griego también conocido como Alcides. Esta fiesta popular era considerada por el imperio como algo vil, inmoral, degenerado que además lo ponía en ridículo. Durante una semana la gente se dedicaba a divertirse, burlarse, hacer banquetes, romper límites, se suspendían las actividades judiciales, penales, escolares, se comía y bebía, se eliminaba la moral y se ridiculizaba el orden social haciendo señor al siervo y siervo al señor. Era de tal magnitud la capacidad popular de estas fiestas que el imperio para derrotarlas las hizo suyas, les colocó sobre su significado y sus fechas, otro significado y otros rituales, iniciando por unir a ellas el nacimiento de Jesús, fracturando la memoria de lo que quedaba debajo hasta sustituirlo completamente. La fiesta de Navidad fue sobrepuesta encima de las saturnalias (en honor al dios de la agricultura el 17 de diciembre) y otras ceremonias que constituían las fiestas populares. La imposición de la navidad trazo nuevos rituales y articuló la semana del 16 al 24 con la novena que representa los nueve meses de embarazo de María y su búsqueda de posada para el nacimiento. La novena fragmentó en pequeños grupos las anteriores reuniones plenas del pueblo. A la fiesta central se fueron agregando elementos que en todo caso guardan partes de la memoria de fiestas paganas y otros creados por el mercado. Del árbol de navidad se desprenden varias historias, una señala que Nimrod, hijo y esposo de Semiramis nació un 25 de diciembre y al morir encarnó en un árbol en el que cada natalicio su madre-esposa le colgaba dones y regalos, Babilonia adoptó esta tradición según el génesis. Se dice que los romanos usaron arboles de pino para celebrar el nacimiento del dios sol en forma de fuego (no el de Jesús) y en las ramas colgaban elementos de las fiestas saturnales como máscaras de Baco para recibir su protección humana o cerezas rojas. Se cree que el árbol de navidad más parecido al que conocemos se armó en Alemania en 1605. Como alguien tendría que llegar con regalos, de Rusia provino San Nicolás (siglo V) un obispo afamado por su caridad que se convirtió en patrón de Rusia y Turquía, del que emergerá en 1823 el mito moderno, habiéndose modificado el nombre holandés de Sinterklaas por el anglicismo Santa Klaus, que completa la ecuación navideña de: nacimiento, árbol de navidad y, regalos de Nicolás. La semana se une a través del novenario y después aparecerán los villancicos que eran cantados a la madre y a su hijo en brazos y procedentes de los armenios llegaran los reyes magos, que finalizan el espíritu de reconciliación, amor y paz. Ya entrado el siglo XX la idea del trabajo se completó con la fiesta de navidad, como periodo de vacaciones, de descanso para el que poco importan los orígenes. A estas fiestas se les cubre con las aspiraciones negadas por el trabajo el resto del año, se invoca el amor, la paz, la solidaridad, la unión, pero también el buen vino, el pavo, la gula, la lujuria, las cenas abundantes, los nuevos vestidos, los juegos, los regalos y los trabajadores reciben como parte de su salario una prima de navidad. El árbol, las luces, los pesebres, las carrozas, las comparsas, todo se une, hay más risas que sobresalen sobre las tristezas de los millones de excluidos y humillados que son opacados. En 1882 en Nueva York, se levantó el primer Árbol de Navidad adornado 80 bombillas rojas, blancas y azules iluminadas con luz electrica. Después vino El Árbol de Navidad más alto, con 20 mts, armado en el Rockefeller Center, otra muestra del poder del capital. E n 1931 justo con la gran depresión económica, se afirma que Coca-Cola impuso la nueva leyenda de Papa Noel diseñada en Chicago por Habdon Sundblom, que lo vistió de rojo y blanco, sus colores tradicionales. Hacia adelante el mercado ha conquistado buena parte del sentido de la navidad impuesta por los cristianos y Santa Claus se constituyó en el icono que ríe, da, excita, enloquece y no para de invitar a comprar y comprar. Para no perder el espíritu navideño parece ser que no hay socialista que se rehúse a sonreír en navidad, ni cristiano que renuncie a aceptar su jornada laboral de ocho horas. Entre marxismo y revolución no hay contradicción dijo el padre Camilo Torres Restrepo. Feliz navidad, ojala con risas, con avances en la paz negociada y con trabajo también. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. Envía esta noticia Compartir esta noticia: delicious digg meneame twitter

PARA QUE SIRVE UN CURA

Para qué sirve un cura Pedro L. Angosto http://www.nuevatribuna.es De pequeño creía que los curas no tenían madre ni padre. En mi pueblo había un buen puñado y siempre pensé que habían nacido así, tal como yo los veía, con su sotana, sus sandalias, su mano dispuesta para ser besada por críos y abuelos. Fue muy cruel, en extremo doloroso, aquel día lejano en que, acompañado por mis hermanos y unos amigos, entramos en la Iglesia de El Salvador de Caravaca para inspeccionar sus rincones ocultos. Después de acceder clandestinamente a la torre y correr sobre las nervaturas góticas de la espléndida bóveda gótica, bajamos a la sacristía. De pronto todo se vino abajo, el párroco se estaba cambiando. Se había quitado la piel negra dejando ver unos pantalones de tergal, un jersey de lana y unos zapatones de Segarra. ¡Qué inmensa decepción! Yo hasta entonces creía que había animales, vegetales, minerales y curas, pero a resultas de aquella visión llegué a la conclusión de que éstos, los curas, podían incluirse entre los primeros, los animales, porque todo era fachada, vestimenta, indumentaria, disfraz. Muy decepcionado, me puse a pensar –cosa muy rara entonces y ahora en mi–, a cavilar sobre mi relación con aquellos seres que acaban de entrar por sorpresa en el reino animal. Ellos mismos, algunos de mis amigos, algún familiar, nos hablaban constantemente de la obligación que teníamos de confesar todos nuestros pecados con la frecuencia suficiente para evitar ir al averno si la muerte nos encontraba de súbito. Pecado, muerte, infierno, resignación siempre en sus bocas, aquellos tipos parecían inspectores celestiales encargados de amargarnos la vida y después, tras unos rezos, darnos la paz interina del Señor. Yo no era ni malo ni bueno ni todo lo contrario, sólo era un chaval de un pueblo pobre rodeado de una huerta y unas montañas hermosísimas. Nada más. Pero tenía que buscar en mi menuda materia gris cosas que contar a quienes todavía no pertenecían al reino animal y sí al curil. Que si le había cogido dos reales a mi abuela, que si el otro día rompimos una de la doscientas bombillas que oscurecían el pueblo, que si había robado un puñado de albaricoques… No bastaba, el cura seguía indagando, eso eran naderías, pequeñas travesuras, pecados veniales que en caso de muerte repentina no darían con mis huesos en el infierno sino todo lo más en el purgatorio, que era como una especie de sala de espera de un aeropuerto en huelga de controladores. Buscaban más, pero yo no sabía qué, hasta que un día, hablando con un colega bastante borde –vamos, era más malo que las tueras, pero para estas cosas, muy cumplidor– me preguntó que si después de cascármela me confesaba. Quedé estupefacto, mudo, desconcertado. Yo no, nunca se me ha ocurrido, además no creo que pase nada. Sí, ya lo creo que pasa, que estás en pecado mortal desde que empezaste, y ya hace añicos, de modo que o te confiesas o prepárate. ¡Joder, con el prepárate! Día tras días los curas nos aterrorizaban con la muerte y los horrores que Satanás y Pedro Botero tenían preparados para los que cómo yo podían morir estando en pecado mortal. Así que, un día cualquiera, me acerqué al confesionario y tras contar la monserga de siempre, le dije al cura que había cometido actos impuros. Esa fue la fórmula que me había prescrito mi colega. Al clérigo le cambió la cara, despertó y salió del letargo en el que yacía entre el cojín del culo y la pared de madera de aquella caja vertical y tétrica. ¿Y cómo lo haces, te tocas, tienes rozamientos, poluciones, lo haces con amigos, en solitario? ¿Qué piensas cuando lo haces, en mujeres, en tu madre, en tu hermana…? Ni por un momento se le ocurrió que mis actos impuros pudieran venir del apareamiento con otra persona, daba por hecho que yo era autónomo, y no erraba. Lo cierto y verdad es que yo, pese a mis catorce años y tres de experiencia, no tenía ni puta idea de en qué consistían los actos impuros, me sonaba eso a algo que yo no hacía, algo exótico más relacionado con ellos que conmigo, el caso es que al acabar –el cura no tenía prisa– quiso saber desde cuando era impuro. Mentí –otro gran pecado– y le dije que desde hacía unos meses. Visto que no sacaba más información, frustrado, me mandó rezar no sé cuantos yopecadores, avesmarias y señormíojesucristo. Lo hice y salí de allí escopeteado. Al poco ocurrió lo que les he contado al principio y nunca más volví a pisar una iglesia para cosas de religión y mucho menos un confesionario. Tal fue la consecuencia de ver al rey desnudo. Aquello era el franquismo, y esos animales que se dedicaban a vigilar por nuestra salvación eterna y nuestra sumisión terrenal, estaban en todos lados y a todas horas. Eran el brazo tonto de la ley, tonto pero enormemente dañino y eficaz. Todo lo que pasó, y lo que pasamos, en aquellos años no se podría contar en cien artículos, haría falta bastante más papel, y eso que uno siempre fue a escuela pública, pero en el contexto del nacional-catolicismo, y transcurridos los años, se comprende perfectamente: Los curas eran parte esencial del engranaje represor del fascismo español y a eso se dedicaban, era su único “trabajo”. Cuando llegó esta democracia que hoy languidece ante el regreso de los que nunca debieron ser ni estar, y comenzamos a saber muchas cosas que ignorábamos, pensé que muchos de mis amigos hablarían de lo que habían sufrido física y moralmente por la influencia nefasta de los curas, incluso llegué a imaginar que algunos –los más dañados por abusos y todo tipo de violencias– se atreverían a escribirlo, a darlo a conocer. No ocurrió así, el silencio habitó entre nosotros y nadie, absolutamente nadie de mi pueblo ni de los diversos reinos de España se ha atrevido a escribir seriamente sobre esa parte terrible del franquismo. Siendo España el país con más abusos sexuales clericales del mundo, aquí nadie dice ni media, como en tantas otras aquí también se impuso la ley del silencio. Es otra parte de nuestra Historia que está por escribir. Pero bueno, eso fue entonces, y antes, y mucho antes. Pero, ¿y ahora, cuando ya dicen que pasó el terror franquista y que somos modernos, para qué sirve un cura? Pues para lo mismo que antes. Para llevarse ocho mil millones de euros del Erario y dedicarlos a embrutecer a los chavales que caen sus manos dejando su impronta nociva sobre sus conciencias; para tratar de impedir que una mujer pueda decidir si quiere ser madre o no según su plena y consciente libertad; para adoctrinar en negativo a cualquier persona que se acerque a ellos; para impedir que los homosexuales sean considerados personas de pleno derecho; para santificar las guerras que son santas; para imponer leyes de Educación trogloditas como la que ha elaborado un señor de apellido inglés que se ocupa de ese apartado en un Gobierno previamente aleccionado por ellos; para vivir en un paraíso fiscal, no pagar impuestos de ningún tipo y creerse dueños de los miles y miles de monumentos que el pueblo español construyó con su sudor y su sangre; para retrasar el progreso, para afianzar las doctrinas más caducas y perversas que ha ideado el hombre, para contravenir todos y cada uno de los de los preceptos de la doctrina que dicen seguir y que jamás siguieron, para estar al lado, muy pegaditos siempre, de la parte más retardataria y funesta de la sociedad, para vivir del cuento, para segregar, para excluir, para defraudar, para mentir, para hacer todo lo posible para que su reino sea de este mundo con cargo a los presupuestos públicos. No, como otras cosas de nuestro pasado más doloroso, la iglesia católica española no ha muerto, ha vuelto. Y goza, en todos los reinos de este maltratado país, de tanto poder como el que tuvo antaño porque en treinta y cinco años de democracia borbónica ni un solo gobierno ha sido capaz de poner coto a sus privilegios seculares, antes al contrario, los han aumentado de forma grosera e indecente hasta convertirlos en los primeros “educadores” del Estado, hipotecando de forma gravísima nuestro futuro como personas libres, decentes, cultas y solidarias, amantes de la Justicia y enemigas de las “virtudes” de la caridad. Fuente: http://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/para-que-sirve-un-cura/20121207140031085067.html