jueves, 29 de agosto de 2019

Laicidad, laicismo y socialismo


29-08-2019

Laicidad, laicismo y socialismo como expresión del pueblo



En el mercado de los seres humanos se cambió el significado de las palabras. Tal vez sería bueno comenzar a buscar el sitio donde quedaron escondidos los significados, y rescatar los principios éticos que algún día fueron la esencia misma de las relaciones sociales. Rescatar los principios y el significado de palabras desde su reivindicación y desde su práctica como libertad, revolución, liberación, entre tantas. Rescatar los principios y el significado de palabras como laicidad, por ejemplo.La palabra laicidad, como el término laicismo, derivan de laico pero, obviamente, laico, laicismo y laicidad no son lo mismo. Etimológicamente, "laico" deriva del griego "laos", que significa "pueblo" , y de "ikos", sufijo que denota "pertenencia a un grupo”. O sea que laicos deberían ser aquellos que pertenecen al pueblo, o mejor que son parte del pueblo. O sea que para ser laico un gobierno o, mejor aún, un Estado, debería ser parte del pueblo. Aunque suene a utopía así debería ser para asumir el significado real del término.
En todo caso, volviendo a la Antigua Grecia, la expresión "laico" se usaba en referencia a la población común en cuanto grupo de personas diferenciado de los gobernantes. Sin embargo en las primeras traducciones de la Biblia hebraica al griego la palabra laico comienza a ser utilizada en tanto algo que “no es consagrado a Dios ". Así, por ejemplo, el "pan laico " o el "territorio laico" en contraste con el "pan consagrado" o el "territorio consagrado".
Simultáneamente y poco a poco, la comunidad cristiana comienza a usar la palabra "laico" en referencia a los fieles que no ejercen un ministerio en la comunidad. Recién hacia la Edad Media los laicos, en el sentido de "fiel no consagrado al ministerio cristiano" dejan de ser una categoría sociológica para convertirse en una categoría religiosa.
La palabra "laicismo" por su parte expresa la reacción a un largo proceso de desvalorización de lo laico y de intransigencia e intervención de las autoridades eclesiásticas en los asuntos civiles. El laicismo profesa la autonomía absoluta del individuo o la sociedad respecto a la religión, la cual pasa a ser un asunto privado que no ha de influir en la vida pública.
Si asumiéramos la palabra laico para mencionar al pueblo, laicismo debería ser la reivindicación del pueblo en lo político, social y económico, la reivindicación del pueblo con toda su diversidad, respetando toda su diversidad.
La laicidad por lo tanto debería ser un marco de relación que coloca al pueblo en lo social, político y económico por encima de los poderes establecidos, desde la diversidad pero en igualdad. Debería ser la norma de convivencia de la democracia, o sea del gobierno del pueblo.
Entonces si bien la laicidad ha sido reivindicada como una opción del liberalismo, a veces hasta dejada de lado desde el socialismo, yo me atrevo a decir, sabiendo que muchos no estarán de acuerdo, que la laicidad, asumiendo su categoría sociológica podría ser, debería ser, norma de convivencia de una democracia socialista, de una democracia que radica en el pueblo, y en la cual el poder está en el pueblo. Entonces, laicidad, laicismo y socialismo, asumidas como expresión del pueblo, pueden, y deben, ser parte de la misma construcción social diversa e intercultural.
La laicidad es garantía de respeto al semejante y de ciudadanía en la pluralidad. O dicho de otra manera: la laicidad es factor de democracia.
Si la democracia es, entre otras cosas, dignidad humana, autonomía y capacidad de decisión, la laicidad es generar las condiciones para que la gente decida por sí misma en un marco de dignidad.
La laicidad no es incompatible con la religión. Ser o no religioso es un derecho. En todo caso es importante debatir más sobre la laicidad. Pero una cosa es la polémica y otra es el griterío, como decía un amigo. Una cosa es debatir sobre la laicidad en tanto marco siempre perfectible de relación entre los ciudadanos y otra, bien diferente y deplorable por cierto, es gritar en nombre de la laicidad o en contra de ella. Digo esto porque en nombre o en contra de la laicidad se grita mucho. También se calla mucho, justo es decirlo; en unos casos pretendiendo fortalecerla y en otros intentando exactamente lo contrario, como decía el Presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez en una conferencia en julio de 2005
En todo caso, se falta a la laicidad cuando se impone a la gente; pero también se falta a la laicidad cuando se priva a la gente de acceder al conocimiento y a toda la información disponible para poder discernir por si misma.
La laicidad no es empujar por un solo camino y esconder otros. La laicidad es mostrar todos los caminos y poner a disposición de los ciudadanos y ciudadanas los elementos para que opten libre y responsablemente por el camino que prefieran.
La laicidad no es la indiferencia del que no toma partido. La laicidad es asumir el compromiso de la igualdad en la diversidad. Igualdad de derechos, igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley, igualdad… La laicidad como doctrina que reivindica al pueblo no es un muro, es un puente que debe unir. Por lo tanto, pone por encima de todo al ser humano. Una doctrina que reivindica al pueblo como líder de un proceso debe poner por encima de todo al ser humano. ¿Qué laicidad puede existir en una sociedad donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco? ¿Que laicidad puede existir en una sociedad desigual?¿Qué laicidad puede existir en la guerra? ¿Qué marco de relaciones sobre bases de igualdad hay en una sociedad fragmentada? ¿Qué puede significar la laicidad para quienes sobreviven en la pobreza o en la miseria? ¿Es posible la laicidad en un mundo donde la libertad se compra y se vende en el libre mercado? ¿Es posible la laicidad en un mundo dominado por los asuntos privados y el individualismo e importan poco o nada los intereses colectivos?
Volviendo a la laicidad como categoría religiosa, en América Latina, como en muchos países con hegemonía católica, la construcción de un régimen de laicidad requirió de un laicismo combativo para poder generar un espacio de libertades, en un contexto de enfrentamiento entre los postulados del liberalismo político y la intransigencia doctrinal de la jerarquía católica, como señala el investigador Roberto Blancarte.
Los nuevos países independientes de América Latina se verían atrapados casi desde sus inicios en una lógica de confrontación. Dos siglos después, si bien esta lógica de enfrentamiento no ha desaparecido completamente, está siendo remplazada por formas de gestión de lo religioso más acordes con el reconocimiento de una pluralidad de creencias, de la necesidad de respetar los derechos humanos y la libertad de conciencia, así como de impulsar una gestión más democrática de la vida política. Sin embargo, esta transición no necesariamente conduce a la laicidad.
En buena medida, la laicidad, defendida por el laicismo, adquirió un carácter combativo y anticlerical en particular en los países de tradición latina, aproximadamente entre 1850 y 1950. De allí que la laicidad, en América Latina por ejemplo, haya tenido que construirse en oposición a la Iglesia Católica.
Desde ese punto de vista, la laicidad está entonces estrechamente emparentada con el liberalismo, con la separación de esferas entre lo religioso y lo político, con la tolerancia religiosa, con los derechos humanos, con la libertad de religión y de creencias y con la modernidad política, sin asimilarse a ninguna de éstas.
En términos funcionales, la laicidad es un régimen de convivencia diseñado para el respeto de la libertad de conciencia, en el marco de una sociedad crecientemente plural y que reconoce, o debe reconocer, la diversidad existente. El Estado Laico es en consecuencia un instrumento jurídico-político concebido para resolver los problemas de la convivencia en una sociedad plural y diversa.
El chileno Enrique Silva dice que el nacimiento del laicismo está marcado por la necesidad de evitar que el manejo de la sociedad, a través del Estado, quedara sumido bajo arbitrio confesional. Quienes enarbolaron por primera vez las banderas del laicismo lo hicieron respondiendo a la urgencia de impedir que la cuestión social fuera sometida por la visión dogmática. Y el propio nombre del laicismo obedece a subrayar la calidad laica, sin conexiones con instituciones religiosas, que debían tener aquellos que manejaban las cuestiones públicas. 
“Desde las luchas que se iniciaron allá por la segunda mitad del siglo XIX, hemos recorrido largo trecho. Sin embargo, el atractivo del poder obnubila constantemente a quienes, por abrazar una fe, creen poseer la verdad, y desean ejercer la influencia religiosa sobre las sociedades”, comenta Silva.  
En ese sentido, la imposición religiosa sobre el aborto y el matrimonio igualitario, por ejemplo, que son parte de una realidad social diversa, significa someter la convivencia colectiva a la visión dogmática de la religión. Esa imposición es parte de un dogma que va contra la laicidad. 
Años antes de la ponencia de Silva, en agosto de 1971, el ex presidente chileno Salvador Allende decía que “los hombres sin ideas arraigadas y sin principios, son como las embarcaciones, que perdido el timón, encallan en los arrecifes”. Además reivindicaba la necesidad de que los pueblos deben “vivir el contenido de palabras tan significativas como fraternidad, igualdad y libertad. 
“Hemos sostenido que no puede haber igualdad cuando unos pocos lo tienen todo y tantos no tienen nada. Pensamos que no puede haber fraternidad cuando la explotación del hombre por el hombre es la característica de un régimen o de un sistema. Porque la libertad abstracta debe dar paso a la libertad concreta. Por eso hemos luchado. Sabemos que es dura la tarea y tenemos conciencia de que cada país tiene su propia realidad, su propia modalidad, su propia historia, su propia idiosincrasia. Y respetamos por cierto las características que dan perfil propio a cada nación del mundo y con mayor razón a las de este Continente. Pero sabemos también, y a la plenitud de conciencia, que estas naciones emergieron rompiendo el correaje por el esfuerzo solitario de hombres que nacieron en distintas tierras, que tenían banderas diferentes, pero que se unieron bajo la misma bandera ideal, para hacer posible una América independiente y unida”, argumentaba Salvador Allende.  
La integración suramericana que se fue gestando durante años, y que está siendo atacada desde el Gobierno estadounidense y las oligarquías latinoamericanas es un factor de unidad real de los pueblos, si se basa en el laicismo, en la interculturalidad. La integración no es de forma sino de espíritu y propósitos, decía Simón Bolívar, y está íntimamente ligada a la construcción de un Nuevo Ser latinoamericano. Un ser dueño de sí mismo, capaz de conducir su propio destino como señalara José Artigas. La integración es como la imagen de estos luchadores, y junto a ellos está Eloy Alfaro. 
El médico Hugo Noboa, vinculado a organizaciones sociales, señala en un artículo de hace algunos años que en el Ecuador las ideas de independencia nacional, libertad de pensamiento y expresión, tolerancia política y religiosa, laicismo, son caminos trazados desde la guerra de la independencia, que alcanzan su expresión más alta en el gobierno de Eloy Alfaro. 
“Sin embargo, aun en el presente podemos decir que siguen constituyendo una utopía. Dicho de otra manera, todavía no ha entrado en plena vigencia el Estado Secular. Si bien, el liberalismo logró consolidar viejas aspiraciones como la abolición de la inquisición y de instituciones feudales como el concertaje, además de otras conquistas como la escuela pública o la libertad de imprenta, en materia de democracia no pudo o no pretendió cambios más importantes”, asegura Noboa.  
“La Libertad, no se implora como un favor, se conquista como un atributo eminente al bienestar de la comunidad”, decía Eloy Alfaro en una esquina de la historia y luego agregaba: “Afrontemos pues resueltamente los peligros y luchemos por nuestros derechos y libertades hasta organizar una honrada administración del pueblo".  
Afrontar los peligros y luchar por los derechos y libertades para establecer un gobierno del pueblo, significaba también liberar al pueblo de las cadenas políticas, económicas y religiosas. Quería decir además darle a ese pueblo la posibilidad de llegar a la educación, que era y es algo así como el primer paso a la igualdad. Para dar el primer paso a la educación del pueblo, para dar el primer paso a la igualdad, había que liberar la educación y desterrar las sombras que la mantenían presa. Para desterrar esas sombras era necesario hacer vivir el concepto de laicidad, construir y reconstruirlo en el camino... 
Lamentablemente, a la hora de hablar de olvidos políticos tenemos que mencionar que uno de los mayores olvidos es el de la laicidad. La laicidad en todo su contenido. 
La laicidad es un marco de relación en el que los ciudadanos y ciudadanas pueden entenderse desde la diversidad pero en igualdad y, por lo tanto, construir una sociedad mejor. La laicidad es garantía de respeto al semejante y de ciudadanía en la pluralidad, o dicho de otra manera la laicidad es factor de democracia, de participación, de unidad en la diversidad, de interculturalidad, convivencia colectiva. La laicidad es el colectivo construyendo un camino más igual, y además es el propio camino. Desde la interculturalidad, la laicidad puede y debe generar las condiciones para que los latinoamericanos y latinoamericanas decidan por sí mismos en un marco de dignidad, y participen en la construcción de un continente más justo. 
En todo caso, falta mucho para que asumamos una verdadera laicidad, ese marco de relación o pacto social que coloca al pueblo por encima de los poderes establecidos, desde la diversidad pero en igualdad. 

Bibliografía 
Alfaro Eloy, A los habitantes del Ecuador, El Siglo, Quito, 5 de febrero de 1895.
Allende Salvador, Plancha pronunciada durante la Tenida del Gran Oriente de la Gran Logia de Colombia, con sede en Santafé de Bogotá, el día 28 de agosto de 1971.
Blancarte Roberto, Laicidad y laicismo en América Latina. Estudios Sociológicos Vol. XXVI. El Colegio de México, Ciudad de México. 2008.
Lucas Kintto , Rebeliones Indígenas y Negras en América Latina, Abya Yala, Quito, 1992.
Lucas Kintto, El arca de la realidad – de la cultura del silencio a wikileaks-, Varios textos, Ciespal, Quito, 2013.
Noboa Hugo, La vigencia de Eloy Alfaro, Quincenario Tintaji, Quito, junio 2005
Silva Cima Enrique, Laicismo y masonería, Ponencia presentada en el Primer Seminario Latinoamericano de Laicismo, Santiago de Chile 27-30 Octubre, 2004.
Vázquez Tabaré , Discurso en la Gran Logia de la Masonería del Uruguay, Montevideo, 14 de julio de 2005.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

martes, 27 de agosto de 2019

Este país necesita reír más y olvidar menos

Este país necesita reír más y olvidar menos

Insurgencia Urbana


Tenía 9 años cuando, una mañana antes de irme al colegio, escuché llorar a mi tía con un dolor que no lograba comprender. Toda la gente de la casa se apresuró a poner en los televisores los noticieros que mostraban un carro con vidrios rotos; había un muerto o dos, no recuerdo bien, lo que realmente me causaba impresión era el llanto de mi tía, un llanto desgarrado, de rabia, de mucha rabia: habían matado a Jaime Garzón.

Cabe anotar que mi familia, como la mayoría de las de este país no es propiamente revolucionaria o de izquierda, es mas bien una familia humilde, trabajadora, que cree varias cosas que dicen los medios, pero que se alegra cuando gana la selección Colombia y legitima que los y las estudiantes hagan paro por su derecho a la educación.

Yo no sabía quién era Jaime Garzón, pero sí había visto ¡Quac! y claro, conocía a Heriberto de la Calle, porque con sus personajes Jaime había llegado hasta las familias y personas, cuya cotidianidad se ve alejada de la política y las decisiones sobre el rumbo del país; Garzón había acercado la gente a la política o la política a la gente, la había invitado a preocuparse, a asumir la responsabilidad, el poder y el derecho que tiene de tomar postura y decisión sobre el futuro de Colombia en un real ejercicio de la democracia.

Por eso lo mataron, por eso Jaime Garzón pasó a engrosar la lista negra de crímenes de Estado, por eso Rito Alejo del Río y Jorge Plazas Acevedo, altos mandos del Ejército, planearon junto con Carlos Castaño (creador de las AUC) el crimen, y buscaron el apoyo de José Miguel Narváez, subdirector del DAS, evidenciando así la red de crimen y muerte de la clase política colombiana.

Lamentablemente hoy a 20 años del asesinato de Jaime Garzón, la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, emitió un fallo que afirma que su asesinato no tiene las condiciones para ser declarado un Delito de lesa humanidad, a la par que se redujo la pena a José Miguel Narváez, ratificando el falso compromiso con las víctimas para el esclarecimiento de la verdad y el doble discurso de su lucha contra la impunidad de este   Gobierno.

El olvido como fin:

En este país la mayor cruzada de la oligarquía es por el olvido. Contra la memoria han hecho esfuerzos innumerables por borrar del imaginario colectivo las luchas obreras a inicios del siglo XX, tanto así que se han atrevido a decir que la masacre de las Bananeras fue un invento de la literatura.

Han negado la importancia histórica de los hechos que se desataron luego del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, queriendo ocultar la producción política de este y reconstruyendo una historia con un solo personaje, cuando Gaitán fue un pueblo.

La oligarquía colombiana nunca ha querido entregar el cuerpo de Camilo Torres Restrepo, lo oculta como un tesoro, buscando que con el tiempo pierda valor. Así mismo, quieren quitar, del rastro colectivo, el recuerdo vivo de Garzón, quieren ponerlo como un rebelde sin causa, quieren ocultar por qué la oligarquía lo mató; y es que sin querer (queriendo), Garzón pudo incidir mas en la gente, que cualquier político de la época.

Quizá es en este Gobierno del Centro Democrático, ala mas fascista de la oligarquía, donde la lucha por el olvido y la construcción de un imaginario colectivo sin memoria política ha sido mas explícito; evidencia de esto es por ejemplo, la ficha que se jugó Ivan Duque, proponiendo para la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica a Ruben Darío Acevedo Carmona, quién en múltiples ocasiones ha dicho explícitamente que desconoce la existencia del conflicto armado en el país o que el Centro de Memoria quiere imponer la “versión del conflicto armado” de las FARC, “el izquierdismo y los mamertos”.

Y cómo olvidar cuando el exprocurador y hoy embajador de Colombia ante la OEA Alejandro Ordoñez quiso quemar los libros históricos al mejor estilo de la Inquisición, o las múltiples intervenciones de Paloma Valencia asegurando que en este país no hay ni hubo conflicto armado.

Es que en esta misma vía de Jaime se dijeron muchas cosas, que pertenecía al ELN, que se beneficiaba con las retenciones, en las que hizo de mediador con el Gobierno, que era un terrorista, todo con la intención de legitimar su muerte y asegurar su desaparición y olvido.

Por eso hoy los y las amantes de la paz, las y los luchadores sociales y el pueblo en general tenemos un compromiso con la memoria, contra el olvido, por la reivindicación de los cientos de miles de personas que han muerto (por la mano oscura del Estado) buscando justicia.

NO OLVIDAR, CREER, REÍR, recordando sus palabras: “Yo creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente, creo en un país en paz, creo en la democracia, creo que lo que pasa es que estamos en malas manos, creo que esto tiene salvación, 'eso es un norte demasiado largo'”. 


lunes, 26 de agosto de 2019

De la Rusia imperial a la Rusia de ahora

De la Rusia imperial a la Rusia de ahora



La Revolución Rusa de Octubre se da realmente en noviembre, se realiza no contra el zar, que había abdicado en abril, sino que la llevan a cabo los bolcheviques, rama de la socialdemocracia rusa, contra los mencheviques, otra rama de ese mismo partido, y es una de las tantas consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Estalla el 7 de noviembre de 1917 y es un proceso casi incruento, no así la Guerra Civil, que comienza a partir de la revolución, y la misma guerra que desangran a Rusia.
El socialismo se consolida en la Rusia Soviética luego de que los bolcheviques derrotan a la intervención extranjera y a los ejércitos blancos, comandados por el barón de Wrangel, el Almirante Kolchak y los generales Yudiénich y Denikin. Los derrotados en su inmensa mayoría emigran de Rusia, pero jamás la traicionan ni pierden el profundo amor por su patria. A Denikin los nazis le ofrecen todo para recibir su apoyo, pero siempre les contesta: “No quiero a los rojos, pero amo mucho más a Rusia.”
Los acontecimientos revolucionarios se dan de la siguiente manera: la poca preparación de Rusia para la Gran Guerra le significa una serie de reveses y derrotas. Se generalizan el hambre y el descontento popular, comienzan las manifestaciones políticas, las huelgas ininterrumpidas y los asaltos a los locales comerciales. Los revolucionarios se organizan en los Soviets, a los que se une una parte de los miembros de la Duma, ya disuelta por el zar, y juntos lo derrocan en abril de 1917. Termina así la dinastía de los Romanov, que ha gobernado Rusia en los últimos tres siglos, y se instaura el Gobierno Provisional presidido por Kérensky y el Príncipe Lvov. Las diferencias entre este Gobierno y los Soviets se hacen patentes a propósito de la continuación de Rusia en la guerra; los órganos de poder son captados en su mayoría por las fuerzas bolcheviques, que exigen la salida de Rusia del conflicto, la paz inmediata y la profundización de las conquistas populares. Después del regreso de Lenin del exilio, los destacamentos de obreros y soldados asaltan el Palacio de Invierno, defendido por un batallón femenino, ese es el inicio de la Revolución Socialista, hecho que cambia el curso de la vida de todos los habitantes del planeta.
La muerte de Lenin provoca la lucha política entre los partidarios de Stalin y los de Trotsky. Según Stalin, el socialismo puede ser construido en Rusia por tratarse de un país gigantesco y con muchos recursos; en cambio, Trotsky postula la tesis de la revolución permanente, según la cual la revolución en un país atrasado, como Rusia, no puede sobrevivir a menos que la revolución triunfe en los países más avanzados del mundo. Proclama que el capitalismo jamás permitiría edificar una nueva sociedad y que sus ataques derrumbarían lo poco que se lograra erigir; asimismo, manifiesta que los rusos son tan atrasados que, en el mejor de los casos, lo único que podrían establecer sería una caricatura del comunismo.
Trotsky sostiene que Stalin ha sustituido la frase “El Estado soy yo, del rey Sol, por la sociedad soy yo”, y le acusa de abandonar la revolución mundial por algo imposible, por la construcción del socialismo en un solo país, para lo cual, según Stalin, es necesaria la dictadura del proletariado. No piensa así el socialdemócrata Plejánov, que introdujo el marxismo en Rusia, quien escribe que la dictadura de un partido está destinada a convertirse en la dictadura de una persona; por eso, para Trotsky, la de Stalin va a degenerar hasta constituirse en la negación misma del comunismo.
Stalin es un típico capricorneano: testarudo y tan diamantino de voluntad que sus mandatos son casi inamovibles; no se conoce ni lo que piensa ni lo que desea y, según él afirma, desconfía hasta de sí mismo. Domina el don de la ubicación, siempre está en mayoría y en los lugares y momentos precisos. Mientras que sus camaradas dirigen el ejército, la seguridad y los sindicatos, creyendo estar más próximos al poder, toma un puesto que todos desprecian, la Secretaria General del Partido Comunista de la Unión Soviética y, a través de sus organismos, controla todos los resortes del Estado. Sabe sacar ventaja de las debilidades y aspiraciones de sus adversarios: se une con Zinóviev y Kámeniev para vencer a Trotsky y con Bujarin para derrotar a Zinóviev y Kámeniev. Después no le cuesta trabajo ganarle la partida a Bujarin, que se queda totalmente aislado. Por eso, a pesar de que Trotsky es un conocedor de la cultura europea y de su alta preparación intelectual, finalmente es derrotado por Stalin, que controla el Partido Comunista. Trotsky, luego de ser expulsado de la URSS, organiza la “Oposición de Izquierda Internacional” y, después de que Hitler llega al poder en Alemania, forma la IV Internacional. Se exilia en México, donde es asesinado por Ramón Mercader, un personaje oscuro de la historia.
Lo cierto, y más allá de toda duda, es que Stalin es el único dirigente comunista que no sueña con la Revolución Mundial, pues tiene los píes bien asentados sobre la tierra y afirma que comprometerse en organizarla “es un error tragicómico.” En 1931 sostiene que en el plazo de diez años la Unión Soviética va a ser invadida por el mundo occidental, se equivoca en muy pocos días. Comprende que la revolución para subsistir depende de sus propias fuerzas, por lo cual la URSS debe industrializarse, lo que hace mediante planes quinquenales que convierten a ese país en una gran potencia mundial.
Pese a que transforma una colectividad campesina en una moderna sociedad industrial, la URSS está al borde de desaparecer derrotada por la coalición militar más poderosa de la historia, que en 1941 aglutina bajo el mando de Hitler a toda la Europa continental. Sin embargo, luego de heroicas batallas y de liberar a muchos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entran en Berlín y el 2 de mayo de 1945 izan la bandera roja en el Reichstag, el parlamento alemán. Una semana después, el nazismo capitula ante los Aliados. Gracias al heroico sacrificio de todos los hombres libres, la humanidad se salva de vivir bajo el Tercer Reich, sistema político que Hitler había planificado para mil años.
La guerra ocasiona a la Unión Soviética la muerte de 27 millones de sus ciudadanos y la destrucción de bienes materiales por un valor cercano a los tres billones de dólares; el pueblo ruso, sin ayuda de nadie, reconstruye su país. Es Rusia la que lleva el fardo más pesado de esta contienda, merced a su valentía salvan su vida millones de europeos, estadounidenses e ingleses. Edward Stettinus, Secretario de Estado de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial, reconoce que el pueblo norteamericano debería recordar que en 1942 está al borde de la catástrofe. Si Rusia no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña y apoderarse de África y América Latina.
Stalin gobierna la URSS desde 1922, cuando enferma Lenin, hasta su muerte en 1953. Gracias a su rectitud el país marcha sobre ruedas, nadie roba y la delincuencia es mínima. Dirige la URSS, país cuya Constitución garantiza los mismos derechos para todos sus ciudadanos; donde las clases sociales dejan de ser antagónicas y la tierra y los medios de producción, para su mejor conservación y protección, son comunes; donde sus ciudadanos son protegidos desde su nacimiento, con privilegios justos que tomaban en cuenta las necesidades básicas de cada uno de sus miembros en todas las etapas de su vida; donde el trabajador tiene derecho a un trabajo justamente remunerado y pierde el miedo a la enfermedad, la vejez y el desempleo; donde la cultura y la educación superior son gratuitas para el que las quiera adquirir; donde toda empresa brinda a cada trabajador la oportunidad de desarrollar sus capacidades artísticas, científicas o espirituales; donde las mujeres tienen los mismos derechos que los varones y, tal vez, un poco más; donde las madres pueden cuidar con mayor ahínco a sus hijos; donde la única ‘clase privilegiada’ son los niños, con iguales derechos independientemente de las condiciones sociales de sus padres; donde no hay ni racismo ni discriminación racial ni religiosa de ningún tipo; en fin, donde es eliminada la explotación del hombre por el hombre, origen de todos los males en cualquier sociedad.
Los detractores de Stalin, gobernante que no debe ser ni santificado ni demonizado sino valorado con objetividad, igual a lo que se hace con Isabel I de Inglaterra y Napoleón Bonaparte, lo critican sin tomar en cuenta ni la época ni las circunstancias en que le tocó gobernar y le responsabilizan por los excesos e injusticias cometidas; o sea, individualizan lo que es una responsabilidad colectiva.
La aparición y expansión del mercado negro se da en la URSS en correspondencia con la escasez de productos básicos, consecuencia de los destrozos gigantescos causados por la Segunda Guerra Mundial. Este mercado posibilita la formación paulatina de “la nueva clase”, según la definición de Mijail Djilas, compuesta por seres humanos carentes de principios morales, éticos y religiosos que, luego de instituir sus propias reglas de propiedad, toman el control del aparato productivo y de los bienes de la sociedad. Se trata de los chanchitos de “La rebelión en la granja”, de George Orwell, convertidos en hipopótamos. La toma del poder por esta clase se hace inicialmente de manera timorata, luego toma ímpetu hasta que sus tentáculos se disgregan por los interminables laberintos de la URSS y de algunos países del Campo Socialista.
El deterioro intencional del Estado Soviético desemboca en la reforma conocida como “perestroika”, que, en el fondo, consiste en entregar la soberanía de la URSS por la promesa de gozar del bienestar que disfrutan algunos países de Occidente, engañabobos que nunca se cumple. Por escuchar cantos de sirena, la URSS se desintegra, aparecen quince nuevas repúblicas, destinadas a ser pulverizadas más aún. La desintegración de la URSS es acompañada de la destrucción de sus fuerzas armadas, de su sistema de seguridad social, de su industria y de la disminución del nivel de vida del que gozan. Rusia se vuelve paupérrima, en particular, su mortalidad crece tanto que en menos de diez años su población disminuye en más de diez millones de habitantes. Y no sólo eso sino que, de un día para otro, más de treinta millones de rusos se vuelven extranjeros en países de la exURSS, donde han nacido; extranjeros que en adelante son tratados como parías sin derechos, sin que ningún organismo internacional, de esos que abundan y reclaman donde menos se espera, velen por sus vidas, ahora amenazadas.
Putin y su equipo evitan que Rusia desaparezca en esa vorágine, y el meollo de su éxito consiste en haber logrado el desarrollo sostenido de Rusia, en ser el portaestandarte de la ideología rusa, que restaura los más altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, que constituyen la civilización rusa; y en haber fortificado a las fuerzas armadas de ese país para defender la soberanía, las riquezas, la libertad y la independencia de Rusia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

viernes, 23 de agosto de 2019

Canción de la Tierra ( Earth Song)-Michael Jackson/Subtitulada en Español

Michael Jackson - Earth Song (Official Video)

Michael Jackson - Earth Song - Live [HD/720p]

Una política de la identidad en El Salvador


22-08-2019

Una política de la identidad en El Salvador



Los debates registrados desde hace unas décadas en torno al concepto de identidad, han dado al traste con la noción de sujeto integral, originario y unificado. La crítica ha venido desde la filosofía, con su rechazo al sujeto racional cartesiano, hasta la crítica cultural apoyada en el psicoanálisis y sus estudios del inconsciente y la formación de la subjetividad. Paradójicamente este rechazo crítico de la idea clásica de identidad ha ido acompañado de una revalorización de su valor teórico.En el ámbito de la política, el problema de la identidad cobra importancia porque permite comprender como se conforma el espacio social, permitiendo a cada individuo encontrar su lugar en él. Las identidades tienen menos que ver con los problemas de origen que con los recursos de la historia, la cultura y la lengua. Más que a la pregunta ¿Quiénes somos?, responden a cuestiones relacionadas con ¿Qué podemos ser?, ¿en qué debemos convertirnos? y ¿cómo nos representamos ante nosotros mismos y ante los demás? De ahí su fuerza movilizadora, su carácter agencial y, sobre todo, ideológico.
Las identidades surgen dentro de narrativas específicas, como resultado de prácticas discursivas y estrategias enunciativas específicas. Emergen en el juego de modalidades de poder, y por esta razón lejos de ser el signo de algo previamente existente, son el resultado de la dominación y exclusión. Precisan de lo que autores como Derrida, Laclau y Mouffe llaman un “otro constitutivo”. Es ese “otro” concebido como una falta -un extraño espectral del cual nos diferenciamos y, de hecho, deseamos diferenciarnos- el que permite la constitución de una comunidad con la que podemos identificarnos. Este cierre es lo que Stuar Hall denomina “sutura”. No se trata de una recepción pasiva de los valores y prácticas culturales de una comunidad por parte del sujeto, sino más bien de una adopción temporal siempre sujeta a negociación; el sujeto se construye al mismo tiempo que su identidad al insertarse en el campo social con el cual se identifica. Un campo social que es simbólico e ideológico. Aquel no es convocado sino investido en su posición, lo cual significa que la sutura es un proceso de articulación más que de cierre unilateral.
En el seno del marxismo, fue Althusser el primero que se preocupó por estudiar los mecanismos de subjetivación que hacen posible el despliegue del poder: la reproducción de las relaciones sociales de producción. En su trabajo Ideología y aparatos ideológicos del Estado, introduce el concepto de interpelación. En su consideración, los individuos son interpelados por una serie de aparatos ideológicos en los cuales se reconocen, haciendo posible la reproducción del sistema capitalista. El análisis de Althusser sin embargo no explica ¿cómo es posible el reconocimiento para un sujeto que aún no ha sido conformado? El desarrollo del psicoanálisis y su aprovechamiento por parte de la teoría social ha ofrecido sugerentes respuestas a esta problemática. La ideología es eficaz porque conecta con los niveles más elementales de la psique y las pulsiones. Esto vuelve necesario explicar el modo en el que el sujeto se intersecta en el campo social que es, en definitiva, donde funciona la ideología. El término adecuado para ello es el de identidad.
Como vemos, la identidad es crucial para todo proyecto transformador. La política requiere de la movilización y esta solo es posible ahí donde las personas se identifican, en lo más profundo de su ser con una causa.
Lo primero que hay que decir es que no siempre esta identificación es un hecho consciente, y el potencial de su incidencia está en proporción inversa con el grado de consciencia que tenemos de ella. Es por eso que los espacios políticos por excelencia son aquellos comúnmente tenidos por “despolitizados”. Aquellos lugares donde se comentan con la mayor inocencia y la menor sospecha, las situaciones que afectan el día a día -un parque, un estadio de fútbol, la escena de una película, una iglesia o una cena en el comedor, constituyen los espacios donde de manera acuciante se hace sentir el rasgo agencial de la ideología. Se trata de espacios en los que actúa “la normalidad”, es decir, la identidad propia de una comunidad asumida con naturalidad.
Ahí donde un discurso se asocia a la normalidad, triunfa una identidad específica, permitiendo que se rechace todo aquello que aparece en el horizonte como una amenaza. Es lo que vemos cada vez que se abre el debate sobre cuestiones como el aborto, la educación sexual o el salario mínimo. La fuerte aversión que causan estos temas solo se puede entender a partir de la identidad católica, neoliberal y occidentalizada que históricamente se ha construido en nuestro país. No es posible entender de otra manera que una buena parte de los trabajadores sean partidarios de bajarles impuestos a los ricos, mantener bajos salarios y se identifiquen con el estilo de vida consumista promovido por las series de televisión norteamericanas. La identidad no solo tiene que ver con ideas, también con el placer, los afectos y los deseos. La carga valorativa positiva que tienen las relaciones políticas hacia los Estados Unidos solo se entiende de esta manera ¿De qué otra manera se entiende el que una embajadora que interviene directa y constantemente en los asuntos internos del país cause simpatías, al tiempo que se ven con recelos las relaciones con otros países, aun si están marcadas por el respeto a la soberanía y la cooperación? Nuestra subjetividad determina un aspecto esencial para la política ¿Quiénes son nuestros amigos y quienes nuestros enemigos?
Nuestra identidad occidentalizada, neoliberal y consumista determina a quienes consideramos nuestros amigos en el mundo, nuestro lugar en él y nuestra proyección hacia el futuro. Un proyecto radical de transformación debe comenzar por tener claro este punto. Es necesario comprender que no se puede transformar una sociedad sin antes modificar el sentido común de las personas, el cual ya de por sí es un escenario de lucha y disputa permanente. Esto se logra, por un lado, controlando una serie de dispositivos de producción cultural de enorme importancia en una época marcada por las comunicaciones y el uso de las tecnologías informáticas, y por el otro, mediante la creación de un nuevo lenguaje que haga inteligible un proyecto alternativo a la explotación capitalista. Para ello se precisa de una nueva intelectualidad.
Una de las principales carencias en la izquierda salvadoreña es la ausencia de intelectuales públicos con la capacidad y el vigor de crear y posicionar un relato alternativo al que ofrece el poder. Es necesario dejar de pensar que la gente vota a partidos conservadores o reaccionarios por propia ignorancia. En mi opinión es la ausencia de un relato crítico alternativo que haga frente al lenguaje del poder, lo que permite que los discursos simplistas y demagógicos se posicionen con tanta facilidad. Es el momento de poner nuestros esfuerzos en función de ello, poniendo en marcha lo que Gramsci denominó “guerra de posiciones”.

Marlon Javier López ejerce como docente de filosofía en la Universidad de El Salvador (UES) y es licenciado en filosofía por la misma.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

martes, 20 de agosto de 2019

Romper cadenas (David Brooks)

Romper cadenas


Los orígenes de este país se construyen sobre el robo y genocidio contra los indígenas de estas tierras, y por la mano de obra de esclavos africanos. Por lo tanto, algunos historiadores recuerdan una y otra vez que el cuento de un país basado en los conceptos nobles escritos en su Declaración de Independencia (redactada por Thomas Jefferson, dueño de esclavos) y poco después en su Constitución, proclamando una nación basada en la libertad, la igualdad ante la ley, y la libre determinación de sus habitantes es en parte mentira. Ocho de los primeros 12 presidentes de esta república eran dueños de esclavos.

   

Durante una protesta de la ultraderecha que se llevó a cabo el fin de semana en un parque de Portland, Oregon, los asistentes hacen una señal de Ok, gesto que al parecer tiene connotaciones con la supremacía blanca. Foto Afp.
Este mes marca el aniversario 400 del inicio de la migración forzada a Estados Unidos, cuando en agosto de 1619 un buque apareció frente las costas de Virginia con más de 20 esclavos africanos originarios de Angola. Estos primeros esclavos fueron aparentemente robados por piratas de un barco español que iba rumbo a México y que los había recibido, a su vez, de los portugueses, imperios que lucraron no sólo con los recursos naturales de otros países, sino también con el gran negocio de secuestros y compraventa de seres humanos.
Eran los primeros de los 400 mil a 600 mil esclavos transportados de África a Estados Unidos, alrededor de 5 por ciento del total de aproximadamente 12 millones de esclavos originarios de África que fueron comercializados por los europeos en la migración masiva forzada más grande de la historia hasta la Segunda Guerra Mundial.
Para 1860, justo al estallar la Guerra Civil (que entre otras cosas llevó a la abolición de la esclavitud después de casi 250 años), la población esclava estadunidense era de casi 4 millones, 13 por ciento de la población total. Esta historia, esta migración forzada, en cadenas, fue parte integral de la creación de este país que desde sus inicios se ha proclamado como el faro mundial de la libertad.
Sí, todos nuestros ancestros llegaron en barco a este país, pero algunos arribaron por su propia voluntad en las cubiertas de los barcos; otros, involuntariamente, encadenados en las bodegas de carga debajo, solía recordar el reverendo Jesse Jackson sobre los orígenes de Estados Unidos.
Fue la mano de obra esclava la que generó gran parte de la riqueza de las 13 colonias y que sentó las bases económicas del país que surgió oficialmente con la Declaración de Independencia de 1776. Por ello, algunos historiadores afirman que la fecha de nacimiento real de este país es 1619, cuando apareció ese barco con los primeros esclavos que fueron vendidos a los colonialistas ingleses.
Los orígenes de este país se construyen sobre el robo y genocidio contra los indígenas de estas tierras, y por la mano de obra de esclavos africanos. Por lo tanto, algunos historiadores recuerdan una y otra vez que el cuento de un país basado en los conceptos nobles escritos en su Declaración de Independencia (redactada por Thomas Jefferson, dueño de esclavos) y poco después en su Constitución, proclamando una nación basada en la libertad, la igualdad ante la ley, y la libre determinación de sus habitantes es en parte mentira. Ocho de los primeros 12 presidentes de esta república eran dueños de esclavos.
Hoy día, 400 años después, los afroestadunidenses (en gran parte descendientes de los esclavos) son 13 por ciento de la población, y por múltiples indicadores socioeconómicos, aún los más oprimidos de estas tierras. Los hogares afroestadunidenses tienen 10 centavos en riqueza por cada dólar en hogares blancos; el ingreso medio de los blancos es 10 veces más que el de los negros (Pew Research). Hoy día hay más afroestadunidenses encarcelados o bajo algún tipo de supervisión judicial en Estados Unidos, que esclavos en 1850 (Prof. Michelle Alexander, autora de The New Jim Crow). Los hombres afroestadunidenses corren mucho mayor riesgo de ser asesinados por la policía que los varones blancos (Academias Nacionales de Ciencias).
Son las luchas de resistencia y liberación que iniciaron tambien hace cuatro siglos –las de los indígenas, los afroestadunidenses, las mujeres y subsecuentes olas de inmigrantes– las que han exigido que este país, el cual han construido, cumpla con sus promesas de libertad y democracia. Por eso mismo, no se puede reducir a Estados Unidos a un país de gringos; no todos comparten el mismo origen, la misma experiencia y ni la misma cultura.
Toni Morrison, la gran escritora afroestadunidense premio Nobel, quien falleció el 5 de agosto, escribió en The New Yorker poco despues de las elección de 2016 que parte del voto por Trump fue no tanto por ira, sino por estar aterrorizados de que están perdiendo su privilegio blanco.
No hay manera de entender el presente estadunidense sin tomar en cuenta este conflicto histórico y las luchas por romper cadenas, algo tan antiguo como este país.
Fuente: http://www.jornada.com.mx/2019/08/19/opinion/025o1mun