La misión de todo el Pueblo de Dios
por Carlos Scott
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Cada creyente, sea ministro, laico, misionero, se proyecta al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo.
El poder del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor. (Hechos 11.21)
Cada cristiano es llamado a participar y a ejercer el sacerdocio universal de los creyentes. La misión tiene lugar por doquier. Impulsados por la fe, los cristianos cruzan la frontera entre los que creen y los que no creen. Del otro lado de esa frontera dan testimonio de su fe. Dado que Dios es un Dios misionero, el pueblo de Dios es un pueblo misionero. El Espíritu ha sido derramado sobre todo el pueblo de Dios, no solo sobre unas personas seleccionadas. La comunidad de fe es la portadora primaria de la misión.
La misión no procede primordialmente de alguna sociedad misionera u agencia, movimiento, organización o institución, sino de una comunidad de fe, reunida alrededor de la Palabra y los sacramentos. Esta se reconoce como enviada al mundo, en el cual todos sus miembros se involucran de manera directa. Es un deber que alcanza a la totalidad de la Iglesia.
Misión universal
El teólogo Moltmann, en su tesis sobre la teología del futuro, señala: «Se dirigirá no únicamente hacia el servicio divino en la Iglesia, sino también hacia el servicio divino en la vida cotidiana del mundo». Este servicio se ofrece en la forma de la vida común y corriente de la comunidad cristiana «en tiendas, aldeas, granjas, ciudades, aulas, hogares, oficinas legales, consultorios, en la política, el gobierno y la recreación»#. La iglesia está juntamente con los demás seres humanos, sujeta a las condiciones sociales, económicas y políticas de este mundo. Desde esta perspectiva, Karl Barth (citado por David Bosch) comenta: la Iglesia es «el pueblo de Dios en medio de los acontecimientos mundiales» y la «comunidad para el mundo»#. Hoy, como iglesia, nos enfrentamos a desafíos profundos, tales como el hecho de que todavía quedan 4.000.000.000 de personas sin conocer al Señor. La Iglesia debe asumir plenamente y sin tardanza su responsabilidad en la evangelización mundial. Es el imperativo general. Porque existen millones de personas que no han gozado todavía del derecho humano de recibir el evangelio.
CLADE III # señala: «Toda la iglesia es responsable de la evangelización de todos los pueblos, razas y lenguas. Una fe que se considera universal, pero que no es misionera, se transforma en retórica sin autoridad y se hace estéril. La afirmación de que toda la iglesia es misionera se basa en el sacerdocio universal de los creyentes. Es para el cumplimiento de esta misión que Jesucristo ha dotado a su Iglesia de dones y del poder del Espíritu Santo».
Este cumplimiento demanda el cruce de fronteras culturales, políticas, sociales, lingüísticas, geográficas y espirituales hasta aceptar todas sus con secuencias. Estamos hablando de un mensaje integral de salvación, dirigido a todo ser humano, el cual considera la totalidad de su persona. «Hemos sido enviados al mundo para amar, servir, predicar, enseñar, sanar y liberar»#. y «cada persona tiene derecho a oír las Buenas Nuevas»#. Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2Pe 3.9). La misión es universal e integral.
La Palabra hecha carne
La encarnación es el modelo para la misión de la Iglesia (Jn 20.21). La misión se cumple en palabra y obra. «La palabra no puede nunca, por tanto, divorciarse de la acción, del ejemplo, de la «presencia cristiana», del testimonio de vida. La «Palabra hecha carne constituye el evangelio. La acción sin palabra es muda; la palabra sin acción es vacía»#.
Hablando del discipulado, John Stott señala: «incluirá un llamado a colaborar con el Señor en el trabajo del Reino. Dirigirá su atención a las aspiraciones de hombres y mujeres comunes y corrientes en la sociedad, sus sueños de justicia, seguridad, estómagos llenos, dignidad humana y oportunidades para sus hijos». Dios llama a las personas a la misión y en eso consiste la evangelización. Es un llamado al servicio donde «ganar personas para Jesús es ganar su lealtad para las prioridades de Dios».#
La Iglesia debe estar en el mundo pero siendo distinta del mundo. Las estructuras de la iglesia no deben obstaculizar su servicio relevante al mundo pues solo conseguiría separar al creyente de la sociedad. Debemos encontrar un equilibrio entre el «Pueblo de la Iglesia» y la «Iglesia del Pueblo». El trabajo en la iglesia como su acción a favor de la justicia, la misericordia y la verdad deben ir juntas.
«La Iglesia se reúne para alabar a Dios, para disfrutar de la comunión mutua y recibir sustento espiritual, y sale para servir a Dios dondequiera que estén sus miembros. Está llamada a mantener en “tensión redentora” su doble orientación»#. Nunca vamos a introducir totalmente el Reino de Dios en la tierra hasta que el Señor venga; pero somos llamados a mostrar la evidencia de este Reino como comunidad y anticipo del mismo que afecta la totalidad de la vida.
En el Nuevo Testamento observamos que muchos dones otorgados a individuos se repartieron para beneficio de todos. El don del sacerdocio nunca se menciona; en su lugar nos encontramos con el texto de 1 Pedro 2.9 que anuncia que somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable».
Dios confió el don del sacerdocio a todo el pueblo de Dios, por lo cual podemos declarar que «por medio de él, y en honor a su nombre, recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe» (Ro 1.5). En este marco la Iglesia es para todos y con todos. Cada creyente, sea ministro, laico, misionero, se proyecta al trabajo de solidaridad con todo el Cuerpo de Cristo y el Mundo. La clave es reconocer que la tarea le pertenece a la Iglesia toda y actuar en consecuencia.
La vida en misión es un privilegio.
Bo
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lunes, 10 de octubre de 2011
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