Fidel y la religión
El mes de agosto ha sido y probablemente seguirá siendo el preferido para quienes desean adentrarse en la vida de Fidel Castro Ruz, razón por la cual conversamos en La Habana, Cuba, de manera tendida con Katiuska Blanco, periodista, escritora y biógrafa del líder histórico de la Revolución cubana.
En una primera entrega (“Fidel, viaje a la raíz”, La Correo No. 77) nuestra entrevistada y amiga nos condujo, a través de un viaje en el tiempo y el espacio, hasta el pequeño caserío de Birán, en la oriental provincia cubana de Holguín, terruño donde nació y vivió su más tierna infancia, además de cursar sus primeros estudios, el tercero de los hijos del matrimonio del gallego Ángel Castro y la criolla Lina Ruz: Fidel Alejandro. De igual manera, Blanco nos habló del deleite de Fidel con el paisaje montañoso de los pinares de Mayarí y la honda huella que le produjo a éste ver y convivir con negros y mestizos marginados económica, social y políticamente, en una isla aparentemente marcada por la fatalidad de la dependencia, tras emanciparse tardíamente de España para caer en las voraces garras de un recién estrenado imperialismo estadounidense en 1898.
A medida que la tarde transcurre en el habanero barrio de El Vedado, nos detenemos ahora en la intimidad de los Castro Ruz, deambulamos imaginariamente por cada uno de los cuartos de la casa –a la usanza gallega– de Birán, cuando Katiuska decide ir al origen más remoto de la historia familiar: “Ángel y Lina viven en la casa grande de Birán. Pienso que se unen entre 1921 y 1922, y al año siguiente tienen la primera hija, Juanita”. Pronto vendría Ramón, sucedido por Fidel.
No pocas biografías del emblemático revolucionario cubano han insistido tendenciosamente que habría nacido fuera del matrimonio, fruto de una relación extramarital de Ángel, pero la autora de Ángel, la raíz gallega de Fidel, nos revela los verdaderos detalles de esos hechos: “Ángel se había separado de su primera esposa pero, ¿qué ocurre? En Cuba la ley del divorcio no existía, o sea, había el divorcio como vincular, lo que quiere decir que se podía estar separado pero no divorciado”. En efecto, el divorcio fue aceptado en la Isla con la promulgación de una nueva Constitución en 1940, motivo que llevó al padre de familia, al año siguiente, a solicitar la nacionalidad cubana pues, al decir de Blanco, “en España tampoco existía la posibilidad de divorciarse, por tanto Ángel solicitó la ciudadanía cubana para poder divorciarse plenamente, eso explica que recién en 1943, después de haber alcanzado el divorcio, se casara oficialmente con Lina, por la iglesia y en el registro civil”. Fidel tenía 17 años.
En 1985 la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de Cuba publicó el libro Fidel y la religión, escrito por el teólogo y fraile dominico brasileño Frei Betto, como resultado de largas e intensas jornadas de conversaciones centradas estrictamente en cuestiones religiosas. El boom de la publicación fue inmediato: era la primera vez que un alto dirigente del comunismo mundial dedicaba cientos de horas para ocuparse en detalle de aquel asunto, desnudar sus creencias, confesar sentimientos y exponer su doctrina, sentar postura respecto a los más disímiles temas de la fe, el cristianismo, las iglesias, el ateísmo, entre otras.
Las páginas están inundadas de escenas donde la cristiandad aparece una y otra vez en episodios importantes de la vida de Fidel: un jefe guerrillero en plena cima de la Sierra Maestra alzando una figura de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba; el mismo joven, ya triunfante, descendiendo de las montañas con un minúsculo crucifijo atado al cuello, regalo de una pequeña niña campesina para resguardar su vida; un cura de apellido Sardiñas que vestido de una sotana verde olivo se pasea por los frentes guerrilleros dando bendiciones a los rebeldes, bautizando y ofreciendo los demás sacramentos a los guajiros. A lo que habría que agregar una frasesita formulada con admiración por unos y espanto por otros: “Fidel fue formado por los jesuitas”.
Para dar sentido a esas imágenes, testimonios, anécdotas y relatos a esta altura míticos, otra vez Blanco me transporta al rinconcito donde todo comenzó, a la casona rodeada de cedros. Mis interrogantes son directas y no dan lugar a equívocos: ¿eran sus padres creyentes? ¿Cómo se vivía la religiosidad en la vida familiar? La respuesta es precisa: “Ellos eran cristianos, el papá de Fidel era devoto de Santa Bárbara [Changó, para la religión yoruba] y la mamá del Sagrado Corazón de Jesús. Ambos eran católicos, Lina muy devota, cuestión lógica porque igual era descendiente de españoles”.
En el primer volumen de sus memorias, intituladas Guerrillero del tiempo, Fidel le confesaba a Katiuska que cuando niño algunos de sus pares le decían “judío”, apodo puesto a quienes no habían sido bautizados. Lo cierto es que la ceremonia tardó más de lo previsto y, al abrigo de un reparador café, la investigadora nos cuenta los pormenores del caso, definitorios inclusive para el nombre mismo del futuro líder: “Fidel se iba a llamar Fidel porque cuando iba a ser bautizado sería apadrinado por un amigo de Ángel y la familia, Fidel Pino Santos, hombre adinerado y poderoso, aunque finalmente le ponen ese nombre y nunca llegan a bautizarlo. De hecho, años después lo bautiza Luis Hibert, el cónsul de Haití y esposo de la hermana de una maestra donde se hospedaban los hermanos Castro Ruz en Santiago de Cuba. Ellos son los que, me imagino, previo a matricular a Fidel, en calidad de alumno externo, en el Colegio La Salle, le bautizan oficialmente en la Catedral de Santiago de Cuba; y bueno, seis meses después hace lo que se llama la primera comunión, en julio de 1935”.
Luego de oír con atención a Katiuska, le comento el segundo paso en mi búsqueda por esclarecer el carácter y personalidad de uno de los comunistas más importantes de la historia: su formación jesuita. Charlamos de los orígenes de la orden fundada, al calor de la Contrarreforma, por el ex militar español Ignacio de Loyola, y cómo el nombre y funcionamiento de la Compañía de Jesús, deja entrever una estructura militar, jerárquica y de recia disciplina, cuya cotidianeidad aspiran sea vivida comunitariamente por cada uno de sus miembros.
Con los jesuitas no hay medias tintas, o se les quiere o se les aborrece. Se les culpa de ser los defensores más celosos de la ortodoxia católica y también de ser formadores de connotados rebeldes y revoltosos de tierras americanas, entre ellos al más polémico de los independentistas, el paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia.
Pero, ¿qué tanto influyeron los discípulos de Ignacio de Loyola en Fidel? Katiuska sonríe e inmediatamente nos comparte sus criterios: “Fidel era crítico de los jesuitas, un poco por la educación doctrinaria que impartían, el dogmatismo dentro de la enseñanza, su rigidez, por ejemplo solía reflexionar acerca de lo significativo que hubiera sido que una oración en lugar de ser repetida tanta veces se hubiera pronunciado una sola vez pero sentidamente”.
Por un minuto nuestra amiga guarda silencio, toma un ejemplar de Todo el tiempo de los cedros entre las manos, y prosigue con su respuesta, esta vez aprobando el método empleado por la Compañía: “Creo que cumplieron un gran papel –que él mismo reconocía– en la formación de su carácter, en su capacidad de proponerse metas y no desistir, de hacer esfuerzos y sacrificios hasta conquistar lo que se planteaba. Además pienso que le enseñaron a tener rigor en los estudios. Le daban la oportunidad extraordinaria de que si él deseaba estudiar horas extras y por su propia cuenta en las noches, no se lo prohibían. El Comandante decía: ‘me dejaban el aula y la biblioteca abierta, con la única responsabilidad de que yo cerrara y apagara la luces’”.
Suelen apuntar los historiadores y los aficionados de la historia que La Habana es mágica porque sus calles y edificios le hablan al visitante, siempre y cuando sepa lo que está buscando. Aprovecho este paréntesis para consultarle a Katiuska de las instalaciones del actual Instituto Técnico Militar José Martí, ubicado en el populoso municipio de Marianao. Hasta bien entrada la década del 60 allí se hallaba el Colegio de Belén, donde Fidel cursó sus estudios secundarios, otra de los rastros de los jesuitas en su vida. Ella se explaya: “El Comandante reconocía el nivel científico de los jesuitas porque, por ejemplo, el mejor observatorio astronómico que existía en el país en ese tiempo era del Convento de Belén, donde él estudió. Y los científicos más eminentes que estudiaban el clima eran los jesuitas. Inclusive el padre Benito Viñes Mortell, que se cultivó y escribió tratados del origen y la evolución de los huracanes, era un ignaciano que trabajaba en La Habana a fines del siglo XIX”.
En definitiva, la educación escolar recibida por Fidel parece haber oscilado entre el dogma y la ciencia, el valor de lo natural y la creación divina, la disciplina y la libertad, todo apegado a una senda trazada por Angel, Lina y Loyola, donde se hallan puntos comunes: aprecio por el trabajo, rectitud, honestidad, carácter y voluntad.
Del mismo modo, por oposición a su estatus privilegiado, según la investigadora, tempranamente Fidel reparó en la extrañeza de que en su aula no hubiesen negros: “Cuando él preguntaba, porque era un alumno inquieto y tenía un sentido de la dignidad y el reclamo formado en su casa, por qué no había más negros en la escuela, la respuesta que le daban era que no les permitían las plazas para que no se sintieran menos por ser pocos o pobres, pero esas eran excusas porque en realidad lo que había era discriminación”.
Antes de culminar esta parte de la entrevista, con algo de desazón Blanco me dice que en parte de la historiografía se suele obviar arbitrariamente la influencia de los padres de La Salle en Fidel, aun cuando fueron ellos los que le permitieron ir al mar en Santiago de Cuba, practicar sin restricción todo tipo de deportes, incluyendo la natación y exploraciones, y despertaron su interés por el saber. Labores que fueron continuadas con el montañismo y ciencia jesuitas.
La apretada síntesis que hace la biógrafa de esta etapa de la vida de Fidel, previo a adentrarnos en su formación política, material para la tercera entrega, es la siguiente: “El balance de la educación con lasallistas y jesuitas es realmente positivo, porque lo prepararon bien, a pesar de que vivió cosas con las que él tenía una visión crítica, como las que conté. Las dos órdenes le proporcionaron felicidad, él había vivido, antes de ingresar en esos colegios, una etapa que sentía como un peso, algo que le era tremendo. Incluso el 12 de agosto del 2006, en su reflexión decía ‘mañana cumpliré 90 años…’, para después contar que estuvo dos o tres años sin estudiar, tiempo que no lo llevaron a la escuela, y lo injusto que le parecía no darle educación a un niño ni enviarlo a la escuela, que ése es el mayor daño que se le puede hacer. Por eso, de los lasallistas y los jesuitas recibió la capacidad de aprender y el interés por el conocimiento”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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