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martes, 30 de septiembre de 2025
Algunos puntos del plan de Trump para Gaza son "prácticamente inviables" -
- Sputnik Mundo
Algunos puntos del plan de Trump para Gaza son "prácticamente inviables"
- Sputnik Mundo, 30.09.2025
El nuevo plan de EEUU para resolver el conflicto de Gaza podría tener posibilidades de éxito si sus disposiciones clave fueran viables, declaró a Sputnik el experto en el campo de los estudios orientales Andréi Zeltin. La propuesta exige el fin inmediato del conflicto, la retirada de las tropas israelíes y la liberación de los rehenes.
"El plan [de Trump sobre Gaza] sería muy conveniente para Israel si el primer punto de este plan —la devolución de los rehenes— se implementara desde el principio [del acuerdo ] (...) Pero, considerando que todos los demás puntos del plan de Trump son prácticamente inviables (...) entonces no resultan muy atractivos para el Gobierno [del primer ministro israelí, Benjamín] Netanyahu", subrayó el experto.
Así es la lista completa del plan de Trump para Gaza
1. Gaza debe ser una zona libre de terrorismo que no represente una amenaza para sus vecinos.
2. Gaza será reurbanizada en beneficio de su población.
3. Si ambas partes aceptan esta propuesta, la guerra terminará de inmediato.
4. Dentro de las 72 horas siguientes a la aceptación, todos los rehenes, vivos y fallecidos, deberán ser devueltos.
5. Israel deberá liberar prisioneros palestinos tras el retorno de los rehenes.
6. Miembros de Hamás que se comprometan a la coexistencia pacífica y a desarmarse recibirán amnistía, quienes lo deseen podrán salir de Gaza con salvoconducto.
7. Entrada inmediata de ayuda humanitaria, rehabilitación de infraestructura y hospitales, retiro de escombros y apertura de carreteras.
8. La distribución de ayuda será gestionada por la ONU, Cruz Roja y agencias neutrales.
9. Gaza será administrada por un comité tecnócrata palestino bajo la Junta de la Paz, encabezada por Trump.
10. Se creará un plan económico internacional para reconstruir Gaza y atraer inversiones.
11. Se establecerá una zona económica especial con ventajas comerciales.
12. Nadie será obligado a abandonar Gaza y quienes lo hagan podrán regresar.
13. Hamás y otras facciones acuerdan no participar en la gobernanza de Gaza; La Franja será desmilitarizada bajo control internacional.
14. Los socios regionales ofrecerán garantías para asegurar que Gaza no represente una amenaza para sus vecinos ni para su población.
15. Se creará una Fuerza Internacional de Estabilización (ISF) apoyada por EEUU, Egipto y Jordania.
16. Israel no ocupará ni anexará Gaza. Conforme haya seguridad, se retirará gradualmente.
17. En caso de que Hamás rechace esta propuesta, la ayuda se aplicará en las zonas libres de terrorismo.
18. Se establecerá un diálogo interreligioso para promover la coexistencia entre palestinos e israelíes.
19. El plan creará las condiciones para abrir el camino hacia la autodeterminación y un Estado palestino.
20. EEUU establecerá un diálogo político entre Israel y Palestina hacia la convivencia pacífica.
Enfatizó que las disposiciones sobre la desmilitarización de la Franja, la eliminación del movimiento palestino Hamás del poder en Gaza y las garantías de que Israel no anexará territorios de Cisjordania no satisfacen a ambas partes.
"El Gobierno de Netanyahu cree hoy objetivamente que Hamás no abandonará Gaza voluntariamente; de lo contrario, el grupo perderá todo su peso, autoridad y la influencia que actualmente posee, lo cual, por supuesto, es completamente inaceptable para cierta parte de Hamás. Permanecerán allí [en la Franja] hasta el final", explicó.
Además, en sus palabras, sin el apoyo de una serie de países árabes del golfo Pérsico, así como Egipto y Jordania, el plan de Trump no tiene sentido, ya que son estos países los que tienen "influencia real".
El 29 de septiembre, la Casa Blanca publicó el plan integral de 20 puntos para poner fin al conflicto de Gaza.
Palestinos luchan por conseguir alimentos donados en un comedor comunitario en la ciudad de Gaza, al norte de la Franja de Gaza, el sábado 26 de julio de 2025. (Foto AP/Abdel Kareem Hana) - Sputnik Mundo, 1920, 31.07.2025
Internacional
Reconocer un Estado palestino "es una solución de papel" si no se impone un bloqueo contra Israel
Reconocimiento: repetición del fraude de la «paz» de Oslo por parte de Occidente.
Recomiendo:
El reconocimiento de Palestina es una repetición del fraude de la «paz» de Oslo por parte de Occidente
Por Jonathan Cook | 29/09/2025 | Palestina y Oriente Próximo
Fuentes: Voces del Mundo [Foto: El primer ministro británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron conversan el 18 de agosto de 2025 en Washington D. C. (AFP)]
El renuente reconocimiento de la condición de Estado palestino por parte de Gran Bretaña, Francia, Australia y Canadá esta semana es una estafa: es la misma trampa que ha estado bloqueando la creación de un Estado palestino a lo largo de tres décadas.
Imaginemos que estos cuatro países occidentales líderes hubieran reconocido a Palestina no a finales de 2025, cuando Palestina se encuentra en las últimas etapas de ser erradicada, sino a finales de la década de 1990, durante un período de supuesta construcción del Estado palestino.
Fue entonces cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo con el respaldo occidental. La Autoridad Palestina (AP) se estableció bajo el mandato de Yaser Arafat con el objetivo aparente de que Israel se retirara gradualmente de los territorios que aún ocupa en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, y que la AP comenzara a gobernar un Estado palestino emergente.
Cabe señalar que, ante la insistencia de Israel, los Acuerdos de Oslo evitaron cuidadosamente cualquier mención al destino final de este proceso. No obstante, el mensaje de los políticos y los medios de comunicación occidentales era el mismo: esto conducía a un Estado palestino que iba a convivir en paz con Israel.
Mirando atrás, es evidente por qué eso no sucedió cuando aún parecía factible.
El líder israelí de la época, Yitzhak Rabin, dijo al Parlamento israelí que su visión no era la de un Estado, sino la de «una entidad menor que un Estado»: una autoridad local palestina glorificada, totalmente dependiente de su vecino más grande, Israel, para su seguridad y supervivencia económica.
Después de que Rabin fuera asesinado por un pistolero de extrema derecha, su sucesor, Benjamin Netanyahu, fue impulsado al poder por la mayoría del pueblo israelí con el mandato de detener el proceso de Oslo.
Renegó repetidamente de sus compromisos de retirar a los soldados israelíes y a las milicias de colonos judíos de Cisjordania. De hecho, en este período de supuesta «pacificación», Israel colonizó tierras palestinas al ritmo más rápido de la historia. En 2001, durante su etapa en la oposición, Netanyahu fue grabado en secreto explicando cómo había logrado este cambio de rumbo.
Decía que se había aferrado al territorio palestino, violando los Acuerdos de Oslo, imponiendo «mi propia interpretación de los acuerdos» para que vastas extensiones pudieran seguir definiéndose como «zonas de seguridad». Y añadió: «Detuve el cumplimiento de los Acuerdos de Oslo».
Se le preguntó si no hubo una reacción por parte de las potencias occidentales. «Estados Unidos es algo que se puede manipular fácilmente y mover en la dirección correcta», respondió.
Sabotaje de la paz
Lo que eso significó en la práctica, desde el fin efectivo del proceso de Oslo unos años más tarde, fue una serie de iniciativas presidenciales estadounidenses cada vez menos favorables a los palestinos.
En 2000, las cumbres de Camp David de Bill Clinton entre los líderes israelíes y palestinos no lograron acordar ni siquiera un Estado palestino minimalista que Israel estuviera dispuesto a aceptar.
La Hoja de Ruta para la Paz de George W. Bush en 2003 intentó sin mucho entusiasmo resucitar la creación de un Estado palestino, pero se vio frustrada por la aceptación, por parte de Estados Unidos, de 14 «condiciones previas» imposibles por parte de Israel para las negociaciones, entre ellas la continuación de la expansión de los asentamientos.
Barack Obama llegó al cargo con una gran visión de paz que se vio rápidamente frustrada por la negativa de Israel a detener la expansión de sus asentamientos ilegales y el robo de más tierras en Cisjordania necesarias para un Estado palestino.
El tan publicitado plan del «acuerdo del siglo» de Donald Trump en 2020, llevado a cabo por encima de los líderes palestinos, disfrazaba la anexión de gran parte de Cisjordania como la creación de un Estado palestino.
El equipo de Trump también consideró un plan para incentivar económicamente —en la interpretación más benévola— a los palestinos de Gaza para que se trasladaran al desierto del Sinaí, en Egipto.
En realidad, estas dos décadas de pérdida de tiempo, mientras Israel seguía brutalizando a los palestinos y arrebatándoles sus tierras, no incentivaron la paz, sino una mayor resistencia palestina, que culminó con la fuga de Hamás de Gaza el 7 de octubre de 2023.
La respuesta de Israel fue un genocidio en Gaza, en el que el presidente estadounidense Joe Biden se convirtió en un socio activo desde el principio, enviando bombas para ayudar a arrasar el enclave a la vez que proporcionaba cobertura diplomática. Mientras tanto, Israel iba acelerando sin obstáculos su anexión de facto de Cisjordania.
La última contribución de Trump ha sido dar a conocer un «Plan Riviera de Gaza», en el que se «limpia» a los 2,3 millones de palestinos que consigan sobrevivir y se reconstruye el enclave, con dinero del Golfo, como un parque de atracciones para los ricos.
Las informaciones de esta semana sobre una versión edulcorada del plan sugieren que Tony Blair, acusado de crímenes de guerra por su papel en la invasión y posterior destrucción de Iraq hace dos décadas junto a George W. Bush, podría ser nombrado «gobernador» efectivo de una Gaza en ruinas.
Vaciamiento
Entonces, ¿por qué ahora, después de 30 años de conspiración occidental para la lenta erradicación de Palestina, un Estado reconocido desde hace tiempo por el resto del mundo, varias capitales occidentales han roto filas con Estados Unidos y han reconocido la condición de Estado palestino?
La respuesta corta es que ese reconocimiento les sale ahora relativamente gratuito.
Como es habitual, el primer ministro británico Keir Starmer hizo el anuncio al tiempo que echaba por tierra su propio acto de reconocimiento al dictar qué tipo de Estado tendría que ser Palestina.
No uno soberano, en el que el pueblo palestino tomara sus propias decisiones, sino uno que se hiciera eco de la «entidad menor que un Estado» de Rabin.
Starmer insistió en que Hamás, el gobierno electo de Gaza y una de las dos principales facciones políticas de Palestina, no podría participar en la gestión de este Estado. Por supuesto, el Estado palestino tampoco tendría ejército para defenderse del Estado genocida vecino.
Un informe publicado esta semana en The Telegraph indica que, incluso después del reconocimiento formal, Starmer sigue imponiendo nuevas condiciones destinadas a vaciar de contenido su declaración.
Entre ellas se incluyen: La exigencia de nuevas elecciones palestinas, elecciones que sólo pueden celebrarse con el permiso de Israel, permiso que no va a dar; una revisión de cualquier nacionalismo palestino latente al que Israel se oponga en el sistema educativo palestino, a pesar de que el propio sistema educativo israelí lleva mucho tiempo impregnado de incitación genocida; la exigencia de que la Autoridad Palestina no indemnice a las familias de nadie a quien Israel declare «terrorista», lo que abarca prácticamente a cualquier palestino asesinado o encarcelado por Israel.
En otras palabras, el Estado palestino «reconocido» por Starmer se concibe como la misma «entidad» ficticia y completamente dependiente que Israel ha estado abusando durante 30 años.
Esa ha sido siempre la “visión” de Occidente acerca de los dos Estados.
«Recompensa por el terrorismo»
Pero la verdad más profunda que Starmer pretende ocultar con su reconocimiento es que, si no queda territorio palestino —Gaza arrasada y su población muerta o purgada, y Cisjordania anexionada—, la creación de un Estado se convierte en algo irrelevante.
Eso es lo que se quiere decir cuando los medios de comunicación hablan de que el reconocimiento es principalmente «simbólico». Starmer y otros lo ven como poco más que un tirón de orejas retrospectivo a Israel por no jugar limpio.
Es un ejercicio sin coste alguno porque, aunque Israel finge indignación por el reconocimiento, que supuestamente es una «recompensa por el terrorismo», tanto él como su patrocinador en Washington saben que en realidad no hay nada tangible en juego.
Si la administración Trump se opusiera vehementemente incluso al reconocimiento simbólico —como parecen haber hecho las administraciones anteriores, cuando la creación del Estado podría haber sido viable—, ¿quién imagina realmente que Starmer o el canadiense Mark Carney se habrían atrevido a salirse del guion?
Además, el reconocimiento envía un mensaje totalmente falso a sus propios ciudadanos de que estas capitales occidentales están «haciendo algo» por los palestinos. Que se están enfrentando a Israel y, detrás de él, a Estados Unidos.
Starmer está especialmente interesado en enviar ese mensaje cuando se enfrenta a la conferencia anual del Partido Laborista, dos años después de un genocidio que ha respaldado abiertamente.
El reconocimiento es un gigantesco ejercicio de distracción, una operación de lavado de imagen, que ignora la realidad sustantiva: que, aparte de este acto «simbólico», estos Estados occidentales siguen armando a Israel, entrenando a soldados israelíes, proporcionándole inteligencia, comerciando con él y brindándole apoyo diplomático.
Starmer sigue recibiendo calurosamente en Downing Street al presidente israelí, Yitzhak Herzog, quien al comienzo de la matanza en Gaza ofreció la justificación central para el genocidio, argumentando que nadie en Gaza, ni siquiera su millón de niños, era inocente.
El reconocimiento de Palestina no sólo no mejorará la situación de los palestinos, sino que tampoco exigirá ningún cambio de comportamiento por parte de Israel y sus patrocinadores occidentales. Todo seguirá como siempre.
Complicidad en la ocupación
Pero hay una última razón por la que algunos gobiernos occidentales están alzando ahora la voz en apoyo de la creación de un Estado palestino. Para salvar su propio pellejo.
A diferencia de Washington, que trata con abierto desprecio el derecho internacional y los tribunales internacionales encargados de hacerlo cumplir, muchos aliados de Estados Unidos temen por su vulnerabilidad.
A diferencia de Estados Unidos, han ratificado la Convención contra el Genocidio y están sujetos a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional de La Haya, que puede juzgar a sus funcionarios por complicidad en crímenes de guerra.
Este mes no sólo se ha caracterizado por el reconocimiento de Palestina por parte de Gran Bretaña, Francia, Canadá, Australia, Bélgica, Portugal y un puñado de pequeños Estados.
Mucho menos destacado ha sido el hecho de que el 18 de septiembre era la fecha límite fijada por la Asamblea General de las Naciones Unidas para que Israel acatara una sentencia dictada el año pasado por la Corte Internacional de Justicia en la que se le exigía que retirara su «presencia ilegal» de los territorios ocupados.
No se trata sólo de que Israel esté desacatando esta resolución, el intento de la comunidad internacional de aplicar la sentencia del Tribunal Internacional. Durante el último año, Israel ha ido exactamente en la dirección opuesta: ha intensificado su destrucción y limpieza étnica de Gaza, y se dispone a anexionarse Cisjordania.
Al margen de la cuestión del genocidio, la resolución de la ONU también exige a los Estados que pongan fin a las transferencias de armas a Israel y apliquen sanciones hasta que este ponga fin a la ocupación.
Es de suponer que Gran Bretaña y los demás esperan poder manipular las cifras para argumentar que no entendieron que se estaba produciendo un genocidio en Gaza hasta que ya haya terminado, es decir, dentro de uno o dos años, cuando la Corte Internacional de Justicia dicte su fallo.
Pero no pueden esgrimir el mismo argumento —«no lo sabíamos»— sobre la sentencia de la CIJ sobre la ilegalidad de la ocupación.
No hace falta señalar que el fin de la ocupación de los territorios palestinos es la otra cara de la moneda del establecimiento de un Estado palestino. Ambas cosas van de la mano.
Gran Bretaña y otros países necesitan una coartada —por débil que sea— para argumentar que respetan la sentencia de la CIJ y que no son cómplices de la ocupación, aunque sus acciones demuestren precisamente lo contrario.
No sólo están contribuyendo a sostener el genocidio en Gaza. Sus lazos comerciales, la venta de armas, el intercambio de información y las maniobras diplomáticas también son esenciales para el mantenimiento de la ocupación ilegal de Israel.
Condición de paria
Si hay una pequeña esperanza que se pueda derivar del reconocimiento a regañadientes de la condición de Estado palestino por parte de estos países occidentales, es la de las consecuencias no deseadas.
El reconocimiento puede obligar a sus líderes a realizar piruetas lingüísticas y jurídicas tan extremas que se desacrediten aún más ante sus ciudadanos y aumente inexorablemente la presión para que se produzcan cambios más significativos.
En cualquier caso, parece garantizado que Israel se convertirá en un paria cada vez mayor.
Pero nadie debería creer en las palabras de Starmer, Macron, Carney y los demás. Si el establecimiento de un Estado palestino «viable» fuera realmente su objetivo, estos líderes ya habrían impuesto sanciones y aislamiento diplomático a Israel.
Estarían rechazando las visitas de autoridades israelíes, en lugar de darles la bienvenida. Estarían prometiendo cumplir la orden de detención de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu, en lugar de permitirle, como hizo Francia en julio, utilizar su espacio aéreo para viajar a EE. UU.
No harían la vista gorda ante los repetidos ataques de Israel contra las flotillas de ayuda a Gaza en alta mar. Más bien, al igual que España e Italia, como mínimo intentarían proteger a sus propios ciudadanos. Mejor aún, a estas alturas ya habrían creado sus propias armadas navales para llevar alimentos a la población hambrienta de Gaza.
Estarían estableciendo paralelismos con Rusia e imponiendo un embargo comercial a Israel, poniendo fin a sus privilegios económicos, para hacerse eco de las más de una docena de rondas de medidas de la UE contra Moscú por su guerra en Ucrania.
En cambio, siguen ayudando a Israel mientras este derriba los últimos edificios de Gaza, mata de hambre a la población y lleva a cabo una limpieza étnica.
No crean ni una palabra de lo que dicen Starmer y los demás. Hay tantas posibilidades de que el reconocimiento palestino modere su complicidad en los crímenes de Israel como las que tuvo el proceso de «paz» de Oslo, celebrado por sus predecesores, hace una generación.
De hecho, las pruebas sugieren que, al igual que ocurrió con Oslo, Israel utilizará esta última «concesión» de Occidente a los palestinos como pretexto para ampliar e intensificar sus atrocidades, con la bendición de Washington.
Según se ha informado, Israel ha cerrado ya el principal paso fronterizo entre Jordania y Cisjordania para estrangular aún más la escasa ayuda que llega a Gaza y aumentar el aislamiento de Cisjordania.
Starmer, Macron y los demás son criminales de guerra que, en un mundo ordenado como es debido, en el que el derecho internacional tuviera influencia, ya estarían en el banquillo de los acusados. Sus maniobras actuales no deben permitirles salir impunes.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net
Texto en inglés: Blog del autor, traducido por Sinfo Fernández.
Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/09/27/el-reconocimiento-de-palestina-es-una-repeticion-del-fraude-de-la-paz-de-oslo-por-parte-de-occidente/
lunes, 29 de septiembre de 2025
Trump, el tigre y el oso
Recomiendo:
Trump, el tigre y el oso
Por Jorge Elbaum | 29/09/2025 | EE.UU.
Fuentes: Página/12
El brutalismo trumpista exhibe el malestar de una elite corporativa que se niega a aceptar la transición hacia una multipolaridad que privilegia las regulaciones de índole política por sobre las lógicas tecno-financieras, de carácter oligopólico. Las amenazas militares contra Venezuela, el chantaje económico brindado a Javier Milei, los castigos arancelarios, el macartismo, la xenofobia y el desprecio de organismos multilaterales, como la ONU, exponen el intento desesperado por salvaguardar un espacio de prerrogativas unilaterales, contrapuestas a las soberanías nacionales y a los dictados del derecho internacional.
La reunión de la Asamblea de las Naciones Unidas brindó elementos para evaluar el posicionamiento actual de los Estados Unidos y su deriva. Donald Trump expresa de forma incontinente la deriva supremacista, resultado del doble fracaso del neoliberalismo, impuesto con arrogancia durante el último medio siglo. Fiasco por asumir que la financiarización termina siempre en el estallido de burbujas especulativas –como en la crisis de 2008–, y por arrogarse la confianza de que los mercados alcanzan equilibrios homeostáticos. El presidente estadounidense arremetió contra las Naciones Unidas, en el 80 aniversario de su fundación, negando las hipótesis científicas sobre el calentamiento global, un día antes del encuentro sobre Acción Climática convocado por el secretario general de la ONU, Antonio Gutiérrez.
El negacionismo trumpista privilegia a las corporaciones petroleras porque han sido responsables de cofinanciar su regreso a la presidencia. Como tributo a dichos apoyos, el rubicundo magnate abandonó el Acuerdo de París, encargado de reducir el continuo aumento de la temperatura global y mejorar la capacidad de los países para afrontar el cambio climático. «Todo lo verde está en bancarrota» [porque se basa en el] “engaño del calentamiento global”. El desprecio a la ciencia y la violencia contra el planeta son coherentes con los procesos de racialización, macartismo, misoginia y hostigamiento a las diversidades que promueve la retórica reaccionaria.
La decisión de renunciar al cuidado del planeta es coherente con el abandono, por parte de Washington, de instituciones multilaterales como el Consejo de Derechos Humanos, la Organización Mundial de la Salud, la UNESCO y la entidad responsable de sostener a los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). El magnate, devenido en mandatario, despreció, además, la tarea de los funcionarios de los organismos multilaterales, adjudicándose el éxito en tareas de pacificación que –acusó– debiera llevar a cabo la ONU. Se atribuyó el haber superado siete conflictos bélicos sin especificar su rol en cada uno. Un exiguo relevamiento de dichas contiendas pone en evidencia la impunidad y la grotesca falsedad de sus declaraciones.
(a) Los combates entre Camboya y Tailandia se suspendieron momentáneamente gracias a la intervención del primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, quien preside la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). (b) Serbia y Kosovo: la presencia de 4 mil uniformados de la OTAN en los Balcanes es presentada por Trump como una evidencia de pacificación. Sin embargo, en abril pasado volvió a recrudecer el conflicto ante la conformación de dos nuevas alianzas militares que desafían el statu quo regional. A mediados de marzo, Croacia, Albania y Kosovo constituyeron una coalición estratégica operativa, decisión que fue respondida por una coordinación de las fuerzas armadas de Serbia, Hungría y Bosnia-Herzegovina. (c) República Democrática del Congo y Ruanda: dos semanas después del acuerdo auspiciado por Trump, paramilitares de Ruanda llevaron a cabo una masacre en Rutshuru, ubicada en el noreste del Congo. (d) India y Pakistán. Las autoridades de Nueva Delhi niegan que el alto al fuego provisorio acordado con Pakistán sea el resultado de las presiones enunciadas por Washington. (e) El caso de Israel e Irán es quizás el más estrafalario: Trump se adjudica haber alcanzado la paz después de bombardear dos instalaciones nucleares en territorio de la República Islámica. Una verdadera paz bélica. (f) Egipto y Etiopía: Las tratativas entre El Cairo y Addis Abeba, relativas a la utilización de las aguas del Nilo para la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, no incluyeron en ningún momento enfrentamientos armados y la mediación más relevante está siendo monitoreada por la Unión Africana. Cuando se produjo la intervención del Departamento de Estado, durante la primera presidencia de Trump, las autoridades de Etiopía consideraron que «la posición de Estados Unidos sobre el proyecto de la represa es totalmente inaceptable». (g) Armenia y Azerbaiyán: El único conflicto en el que Trump puede jactarse de haber asumido un rol relevante ha sido el tratado de paz entre Ereván y Bakú. El precio megalómano impuesto a los signatarios fue la nominación del paso fronterizo –que conectará Azerbaiyán con Turquía, a través de territorio armenio– como «Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacional», para subrayar la megalomanía reinante.
El presumido rol pacificador del mandatario estadounidense no hizo referencia alguna al aval brindado a Bibi Netanyahu para la continuidad del proceso genocida que se sucede en Gaza ni al bloqueo criminal que lleva a cabo en el Caribe contra la República Bolivariana. Tampoco se focalizó en la prohibición del ingreso a los Estados Unidos al presidente de la Autoridad Nacional Palestina –que se vio obligado a dirigirse ante la Asamblea de la ONU a través de un video desde Ramallah– ni a la exclusión forzada de Nicolás Maduro, perseguido por los delirios injerencistas de Marco Rubio y sus adláteres odiadores de Miami. Las aseveraciones respecto al conflicto de Europa Oriental, pronunciadas por Trump durante su encuentro con Volodimir Zelensky, volvieron a poner en evidencia la inconsistencia y volatilidad de su discurso. Un año atrás advertía al títere ucraniano de la OTAN que era imposible obtener una victoria militar sobre un país que cuenta con el 40 por ciento de todas las ojivas nucleares existentes en el mundo. Siete meses después –al no convencer a Vladimir Putin de aceptar las condiciones estipuladas por la Unión Europea y la OTAN–, modifica su opinión y afirma que Kiev está en óptimas condiciones de alzarse con una victoria militar.
Desde que el Complejo Militar Industrial estadounidense aumentó el valor de sus acciones en Wall Street, como producto de la venta de aparatología bélica a Bruselas, Trump se ha visto interesado en que la conflagración bélica se extienda en el tiempo. Por ese simple incremento de las utilidades, la Federación Rusa pasó a ser –según la caracterización enunciada por Trump– el «tigre de papel» que puede ser vencido por Ucrania. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, fue el encargado de refutar al mandatario estadounidense: «Rusia no es asociable en absoluto a un tigre. Nos sentimos más definidos por un oso. Y no conocemos la muletilla relativa al ´oso de papel´.»
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/861292-trump-el-tigre-y-el-oso
domingo, 28 de septiembre de 2025
La crucifixión de Palestina
Recomiendo:
La crucifixión de Palestina
Por Ignacio Figueroa Foessel | 27/09/2025 | Palestina y Oriente Próximo
Fuentes: Rebelión
La historia del Medio Oriente está basada en el conflicto. Es una zona de frontera entre la cultura occidental y oriental; límite de religiones; pero preferentemente, encuentro entre diferentes razas. Occidente comprendió tempranamente la idea de que para obtener supremacía debía dominar los territorios allende el mar Mediterráneo.
Los primeros conflictos entre Oriente y Occidente ocurrieron en la época de la civilización griega, amenazada por el gran imperio persa y sosteniendo diferentes encuentros militares conocida como las Guerras Médicas.
Existieron diferentes periodos en que el choque civilizatorio adquirió fases álgidas, como las guerras entre Roma y Cartago por el dominio del Mediterráneo, conflicto ganado por el primero cuando logró la unidad política de carácter imperial (dominio) de los pueblos italianos y posteriormente europeos.
Por su parte, las poblaciones asiáticas con la llegada del islam lograron la unidad política que se manifestó en la expansión hacia el occidente, hacia la Península Ibérica, que fue sentida como una amenaza existencial para toda Europa.
Posteriormente, los turcos selyúcidas dominaron sobre el Mediterráneo, pero Occidente contragolpeó con las Cruzadas que lograron hacerse con Jerusalén, tuvieron posesión de las tierras de Palestina por 100 años. Los cruzados mostraron la rapacidad y crueldad que serían signo distintivo de la voluntad de poder (Nietzsche) occidental para hacerse con el control del mundo.
La importancia geopolítica de la región de Palestina fue rápidamente entendida por los occidentales, una región clave para dividir al islam entre sus poblaciones africanas y las asiáticas, una cuña en el corazón de la religión rival.
Desde allí, los sucesivos enfrentamientos adquirieron connotaciones religiosas, cosmovisión que enfrentaba a las dos religiones monoteístas pero que escondían formas diferentes de entender el mundo.
La religión occidental se basó en las creencias judeocristianas donde Cristo es el salvador del hombre que, al sacrificarse en la cruz, permitió la redención de los pecados humanos.
La creencia principal del cristianismo es la del sacrificio para obtener una recompensa, ya sea en este mundo o en el otro. La esencia de la religión cristiana fue desfigurada por la iglesia católica al asumir un papel político preponderante en las naciones europeas. La traición de la iglesia es contra el pueblo tanto como a las enseñanzas de Jesucristo; éste, se decantó por la opción hacia los pobres, mientras los otros, por el poder del dinero.
En el siglo XX, la solución final de los nazis para acabar con lo que llamaron el “problema judío” es idéntico a lo que hace el sionismo (nacionalismo judío) contra los palestinos de Gaza. Sin embargo, es aún peor, ya que los nazis escondieron su industria de la muerte a los ojos del mundo, ellos lo exhiben con orgullo de su superioridad racial de ser “el pueblo elegido de Dios”.
El Holocausto judío realizado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, dio origen al Estado de Israel. Los países de Europa y los Estados Unidos entregaron las tierras de Palestina a los judíos que habían sido perseguidos y exterminados; el sacrificio de los hebreos logró su ansiado Estado, pero inició el sacrificio del pueblo palestino.
Un crimen de genocidio dio origen a un nuevo crimen de genocidio, reconociendo, implícitamente, que los judíos tienen un valor humano superior al de los árabes, en evidente oposición a los postulados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) de la ONU de 1948. Los árabes palestinos no cabrían entonces en el género humano, ideas que han sido explicitadas por ministros del gobierno sionista.
El Estado de Israel se fundó también en 1948, por lo que la contradicción es evidente con la DUDH, ya que el nuevo país se creó sobre las tierras pobladas por los árabes palestinos, los que fueron expulsados de sus propiedades en los que se conoce como la Nakba (“catástrofe o desastre”).
La razón geopolítica del origen del Estado de Israel se encuentra en la mantención del dominio occidental sobre Medio Oriente al crear una nación subsidiaria en el corazón de los países colonizados, aprovechándose de sus recursos naturales (petróleo).
Israel como Estado, desde su génesis, estuvo marcado por las ideas racistas de desprecio y superioridad sobre los árabes, pero principalmente, estas ideas están instaladas en las mentes de la elite gobernante de los Estados Unidos y Europa.
Siguiendo este racionamiento se comprende el por qué el occidente colectivo permite la “solución final” del sionismo para los habitantes de Gaza tanto como la amenaza para los países de Medio Oriente.
El sionismo vio en el Holocausto judío de Europa la posibilidad de hacer realidad su sueño de crear un Estado hebreo en las tierras de los palestinos. De esta forma, el sacrificio de los judíos europeos (la mayoría de ellos personas pobres de Polonia y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) permitiría la concreción de su ideología supremacista.
La idea de superioridad racial judía es básica para el sionismo como lo fue para el Nacional Socialismo, por lo que la expansión de Israel sobre otras tierras de Medio Oriente es una estrategia permanente en lo que han llamado El Gran Israel como lo fue para los nazis la doctrina del “espacio vital” (Lebensraum).
La crucifixión de Palestina ha sido tan grotesca, que los pueblos europeos lentamente comienzan a reaccionar, existiendo protestas en España y otros países occidentales que obligan al poder político a cuestionar a Israel. Los crímenes israelíes, al igual que los de los nazis, tendrán consecuencias en el ámbito geopolítico con el proyecto de la creación de un Estado Palestino.
Sin embargo, este Estado que se acepta construir desde Occidente, será vasallo de Israel, sin poder ni capacidad de defensa, estaría hecho a la medida del pensamiento racista de los Estados Unidos y Europa.
Por otra parte, el reciente ataque en Doha, Qatar, donde el Estado sionista intentó eliminar a la cúpula de Hamas que estaba negociando un alto al fuego en Gaza, provoca temor en los países de Medio Oriente, donde todos se sienten amenazados, incluso los aliados de Occidente. Esto llevó a que Pakistán y Arabia Saudita firmen un acuerdo de defensa mutua creando un paraguas nuclear para el país árabe que les permite mantener tranquilidad frente a la amenaza del Gran Israel.
Las contradicciones en Medio Oriente podrían morigerarse con el fin del pensamiento racista sionistas, pero este está arraigado en la mentalidad de Occidente, por lo que el conflicto solamente podría terminar con la construcción de un mundo multipolar donde no domine exclusivamente la raza blanca colonialista occidental.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
sábado, 27 de septiembre de 2025
Netanyahu enfrenta un boicot en la ONU: "Es un estadista irresponsable"
- Sputnik Mundo.
Netanyahu enfrenta un boicot en la ONU: "Es un estadista irresponsable"
Entre abucheos y decenas de delegaciones retirándose para no escucharlo, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, dio su discurso en la 80.° Asamblea General de la ONU, donde defendió su ofensiva que, en dos años, ha provocado la muerte de más de 65.000 palestinos en la Franja de Gaza y desplazado a cientos de miles.
Sputnik te explica por qué la credibilidad del líder israelí está más puesta en duda que nunca, a medida que aumenta la presión internacional para que Tel Aviv —con el apoyo de su mayor aliado, Estados Unidos— termine una tragedia que tiene sumido al pueblo palestino en una espiral de muerte, hambruna y terror.
"¡Por favor, orden en la sala!", se escuchó en los parlantes del auditorio, mientras representantes de diversos países se retiraban de la Asamblea. Afuera, en las calles de Nueva York, cientos de personas se manifestaban contra Israel, pidiendo "el fin del genocidio" contra los palestinos, llamando "criminal de guerra" a Netanyahu y exigiendo una "Palestina Libre".
Durante su intervención, el político israelí criticó a los países de Occidente que recientemente reconocieron al Estado palestino: "Aquí hay un mensaje para esos líderes occidentales: Israel no permitirá que nos metan un Estado terrorista por la garganta". Según él, reconocer a Palestina es equivalente a "un suicidio nacional".
Netanyahu insistió en que el propósito de Israel es acabar de una vez por todas con Hamás, a pesar de que hace casi dos años hizo la misma promesa. Por ello, afirmó que es hora de que las fuerzas del país hebreo "terminen el trabajo" en Gaza, en momentos en que las tropas israelíes incursionan en la zona más poblada del enclave palestino.
Netanyahu se opone a un Estado palestino ante la ONU: Sería un suicidio nacional.
Netanyahu se opone a un Estado palestino ante la ONU: "Sería un suicidio para Israel"
Y aunque Netanyahu habló sobre Israel como "una luz para las naciones del mundo" y "un faro de progreso e innovación", la realidad es que su discurso solo ejemplificó lo obvio: que es un "estadista irresponsable" cuya figura "se desgasta cada vez más" por la pérdida gradual del apoyo internacional, observa en entrevista la maestra en estudios de Asia y África por el Colegio de México, Michelle Calderón.
"Netanyahu no es visto ya como un líder con capacidad de interlocución o credibilidad, sino como alguien que insiste en una estrategia militar indefinida. Su base de apoyo se empieza a reducir significativamente y vemos una erosión de su legitimidad internacional", dice la internacionalista de la UNAM.
"Su figura se encuentra muy desgastada. Las protestas en Israel en su contra son muestra de una fractura política que se profundiza con acusaciones por presunta corrupción y falta de legitimidad interna. Esto ha tratado de ser revertido por EEUU, quien hasta hoy es el gran sostén diplomático y militar de Israel", apunta la experta.
"La ONU no ha podido evitar el genocidio en Gaza"
Al margen de la Asamblea General de la ONU, una coalición de 34 naciones integrantes del Grupo de La Haya presentó medidas legales, diplomáticas y económicas para construir "la respuesta global a los crímenes constantes de Israel, estableciendo un modelo para que todos los Estados cumplan de inmediato con sus obligaciones y creando mecanismos sólidos de rendición de cuentas".
Previamente, el presidente palestino, Mahmud Abás —quien no pudo ir a Nueva York porque EEUU revocó su visa— aseguró que "ha llegado el momento de que la comunidad internacional haga justicia al pueblo palestino". Además, dijo que "el amanecer de la libertad emergerá, y la bandera de Palestina ondeará en nuestros cielos como símbolo de dignidad".
viernes, 26 de septiembre de 2025
Palestina y el cáliz envenenado del reconocimiento
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Palestina y el cáliz envenenado del reconocimiento
Por Ilan Pappe | 26/09/2025 | Palestina y Oriente Próximo
Fuentes: Resumen Latinoamericano
En el pasado era bastante escéptico sobre el reconocimiento de Palestina, ya que parecía que quienes participaban en la conversación se referían únicamente a partes de Cisjordania y la Franja de Gaza como el Estado de Palestina, y a un gobierno autónomo por parte de un organismo como la Autoridad Palestina, sin soberanía propiamente dicha: una Palestina bantustánica. Dicho reconocimiento podría haber dado la impresión errónea de que el supuesto conflicto en Palestina se había resuelto con éxito.
Muchos de los jefes de gobierno y sus cancillerías que hablan hoy sobre el reconocimiento aún se refieren a este tipo de Palestina. Entonces, ¿deberíamos apoyar más esta medida ahora mismo? Sugiero que el problema se aborde con más matices en este momento histórico particular, cuando el genocidio continúa.
No es de extrañar que esta declaración no generara esperanza, inspiración ni satisfacción en nadie en Gaza. Solo en Ramala y entre ciertos sectores del movimiento de solidaridad se celebró como un gran logro.
Los gobiernos que reconocieron a Palestina la asocian directamente con la obsoleta y muerta solución de dos Estados, una fórmula impracticable, inmoral y basada en la injusticia desde el momento en que fue concebida como “solución”.
Y, sin embargo, existen dinámicas potenciales y más positivas que podrían desencadenarse a partir de este reconocimiento global actual de Palestina. Si bien no deberíamos considerarlo un «momento histórico» ni un «punto de inflexión», sí tiene el potencial de ayudar a la población palestina a avanzar hacia un futuro diferente.
Tiene un significado simbólico como contraataque a la actual estrategia israelí de eliminar a Palestina como pueblo, como nación, como país y como historia. Cualquier referencia, incluso simbólica, a Palestina como entidad existente en este momento es una bendición. A un nivel muy insatisfactorio, pero mínimamente necesario, impide que Palestina desaparezca del diálogo global y regional.
En segundo lugar, forma parte de una reacción global insuficiente, aunque algo más alentadora, desde arriba, contra el genocidio continuado. No se trata de sanciones —que son mucho más importantes que el espectáculo que presenciamos en la ONU— ni de una medida que ponga fin al comercio militar occidental con Israel, lo cual habría sido mucho más eficaz en este momento contra el genocidio que reconocer a Palestina. Sin embargo, transmite cierta disposición de los gobiernos occidentales a confrontar no solo con Israel, sino también con Estados Unidos, sobre el futuro de Palestina.
El propio reconocimiento generó, quizás inadvertidamente, dos consecuencias importantes. En primer lugar, los territorios ocupados constituyen ahora el Estado ocupado de Palestina: todo el Estado de Palestina. Esto ni siquiera es comparable a la ocupación parcial rusa de dos provincias de Ucrania; se trata de la ocupación total de un Estado. Al menos a primera vista, sería mucho más difícil de ignorar desde una perspectiva jurídica internacional.
En segundo lugar, está muy claro cuál será la reacción israelí: imponer oficialmente la ley israelí primero en partes de Cisjordania, luego en la región en su conjunto y quizás más tarde en la Franja de Gaza.
Nuestros políticos actuales, sobre todo en el Norte Global, no podrán afirmar que hicieron todo lo posible al reconocer a Palestina si esta está ocupada en su totalidad por Israel y totalmente anexada. Incluso para estos políticos, de los que se espera tan poco, tal inacción expondrá un nuevo punto crítico de cobardía moral y pondrá el último clavo en el ataúd del derecho internacional.
Como activistas somos muy conscientes del peligro de desviarnos, aunque sea por un segundo, de la misión de detener el genocidio. El reconocimiento no va a detener el genocidio, por lo que lo que estamos haciendo y lo que planeamos hacer para salvar a Gaza no se verá afectado por los discursos y declaraciones en la ONU el 22 de septiembre de 2025. Nuestra manifestación en Londres este octubre —que esperamos que convoque al millón de personas— es igual de importante, o incluso más. La huelga general italiana en apoyo a la flotilla Sumud es igual de importante, o incluso más.
Pero también nos recuerda que debemos estar alerta y ser muy desconfiados cuando Francia y sus aliados hablan del «día después». Hay una sensación de déjà vu que remite al histrionismo que acompañó la firma de los Acuerdos de Oslo hace precisamente 32 años. Esto podría convertirse peligrosamente en otra farsa de paz que sustituya una forma de colonialismo por otra, más aceptable para Occidente.
Todo esto quedó claro en el discurso del presidente francés, Emmanuel Macron. La primera parte de su discurso reiteró el compromiso de Francia con Israel y su aversión a Hamas. La segunda parte advirtió a la población palestina que solo la Autoridad Palestina la representaría y que el Estado palestino sería desmilitarizado. No mencionó el genocidio ni las sanciones contra Israel, lo cual no sorprende.
Macron es un político egocéntrico y sin coraje moral, pero es consciente de que el 70% de su pueblo está descontento con su política hacia Palestina. Afirmar que un bantustán de la Autoridad Palestina es lo que la gente desea —ya sea en Francia, Palestina o en cualquier otro lugar— demuestra una vez más el desapego de tantos políticos europeos a la realidad.
Así que no es aquí donde reside la importancia del reconocimiento. Es un arma de doble filo. En mi opinión, la mejor estrategia para nosotros en el movimiento de solidaridad es argumentar e insistir —mediante el activismo y la investigación— en que Palestina es el país que se extiende desde el río hasta el mar, y que las y los palestinos son todas las personas que viven en la Palestina histórica y las expulsadas de ella. Ellas y ellos son quienes decidirán el futuro de su patria.
Y más importante que cualquier otra cosa, debemos insistir en que mientras el sionismo domine ideológicamente la realidad de la Palestina histórica, no habrá autodeterminación, libertad ni liberación palestina.
Texto original: The Palestine Chronicle
Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2025/09/24/pensamiento-critico-palestina-y-el-caliz-envenenado-del-reconocimiento/
Ucrania en colapso político, militar y económico, y Europa está casi fundida como para poder doparla.
Ucrania en colapso político, militar y económico, y Europa está casi fundida como para poder doparla
Spitnik News
Ucrania se está quedando sin legitimidad democrática, su Gobierno ha erosionado la confianza de los ucranianos en el futuro, con consecuencias alarmantes para la economía, según un reciente informe de 'The Economist'. Añade que ya no hay liquidez y una fuente ucraniana admite que Europa por sí sola no tiene el dinero necesario para revitalizarla.
Debacle en cascada
El medio sostiene que, si bien Ucrania se está quedando sin hombres, también se está quedando sin legitimidad democrática. Cita a un alto funcionario que reconoce que “se ha roto la confianza entre el gobierno y la sociedad”. Hay que recordar que el pasado mes de julio el descontento los ucranianos llegó a su punto álgido cuando el Gobierno intentó frenar de forma muy torpe a dos agencias anticorrupción independientes porque sus investigaciones se acercaban demasiado a los altos cargos. A esto se sumó la preocupación de los aliados extranjeros, que junto a la oposición popular obligaron al gobierno a recular.
En este contexto, otra fuente admite que “Zelenski era más democrático al principio, pero todos los aplausos lo enviaron al espacio”. Apunta que “las decisiones ahora fluyen a través de un círculo cada vez más reducido de confidentes, el principal de ellos, Andri Yermak, su jefe de gabinete, un matón cuyo poder no parece justificado por su experiencia ni por su mandato como funcionario no electo”. Mientras, un exministro describe a Zelenski y a su ayudante como “alter egos”, que en la práctica dirigen una presidencia conjunta.
“Quienquiera que esté al mando, la presidencia ha recaído en algunos de los viejos vicios de Ucrania. Ha amenazado a los medios de comunicación de la oposición y a sus anunciantes; ha desatado una guerra legal contra oponentes políticos, incluido el expresidente Petro Poroshenko; y ha supervisado extorsiones por parte del servicio de seguridad nacional. Las acusaciones de vínculos con Rusia son una herramienta común de extorsión. Un industrial cuenta cómo un colega se vio obligado a pagar dos millones de dólares para evitar tal acusación”, denuncia The Economist.
El medio incide en que el conflicto ha dejado un profundo agujero en la situación fiscal de Ucrania. Señala que Ucrania ahora sobrevive con el apoyo financiero externo, con todas las distorsiones que ello conlleva. Detalla que los impuestos y el endeudamiento interno solo cubren el gasto militar básico, aproximadamente dos tercios del presupuesto. Incluso los pronósticos más optimistas prevén un déficit de 45.000 millones de dólares para el próximo año, casi una cuarta parte del PIB. Las promesas occidentales actualmente cubren como máximo 27 400 millones de dólares. “Hemos llegado a una situación en la que no hay dinero. Y Europa por sí sola no tiene el dinero necesario para revitalizarnos”, se lamenta un alto funcionario ucraniano, de acuerdo a la revista.
Para el analista internacional Eduardo Luque, esta es una fotografía de “un desastre anunciado”. “Y lo que es más grave para la Unión Europea: no solamente que no tiene dinero para financiar el enorme gasto militar, sino que en la medida en que el Ejército ucraniano pierde terreno y recursos, las posibilidades de recobro de la Unión Europea se ven cada vez más imposibles”, subraya el experto.
Luque argumenta que “la Unión Europea esperaba reconstruir la economía ucraniana una vez acabada la guerra, robando las tierras ucranianas y quedando a solas con los países que han metido dinero en esta guerra”. “Y ahora que resulta que el Ejército ucraniano pierde hombres, pierde terreno, pierde capacidades económicas, pierde minas, pierde fábricas, pierde campos fértiles, la posibilidad de recuperar el dinero por parte de Occidente se vuelve cada vez más ilusoria. Esta es la realidad objetiva. La situación es de un crack económico inminente, porque no solamente son los gastos militares en los que ha incurrido Ucrania, sino también en el uso, el robo que se ha producido sobre el dinero entregado por parte de Occidente a los magnates ucranianos que han destinado a cualquier cosa, menos a la guerra”, remacha Luque.
- Sputnik Mundo
jueves, 25 de septiembre de 2025
Negocios y abusos con la milonga del «pueblo elegido»
Negocios y abusos con la milonga del «pueblo elegido»
Por Pedro López López | 25/09/2025 | Opinión
Fuentes: Rebelión
En estos tiempos del genocidio más obsceno de la historia, en el sentido de que lo estamos contemplando casi en directo, algo inédito, oímos de vez en cuando el discurso justificativo del derecho a la defensa, reforzado en torno al concepto de “pueblo elegido”. Este pertenece a ese grupo de expresiones y palabras que han justificado históricamente el atropello, saqueo y sometimiento de pueblos, en medio de asesinatos, torturas, humillaciones, violaciones, etc., ocurridos en nombre de la civilización, el progreso o la religión, y aquí tiene un papel fundamental la expresión “pueblo elegido”, dando carta blanca a abominables abusos que llegan hasta el genocidio.
¿Qué significa ser un pueblo o una nación elegidos?, ¿que dios elige a un pueblo sobre los demás y que este se cree con derecho a someterlos, perpetrando abusos y carnicerías horrendos? ¿Cómo puede ser un dios tan cruel, y encima querido por sus partidarios? Los que no creemos que exista ninguna divinidad que nos “pastoree”, rechazamos estos planteamientos, y algunos no llegamos a entender que se adore desde una comunidad religiosa a un monstruo de este tipo que legitima un supremacismo que solo puede generar odio provocando desigualdades insoportables en contra de los derechos humanos. ¿No cuentan los textos supuestamente sagrados que “los últimos serán los primeros”? No, los últimos son los últimos y no hay otro mundo que no sea imaginario donde serán los primeros. Con razón decía Marx que la religión es el opio del pueblo; desde luego, las instituciones religiosas con más frecuencia de la deseable se alían con el poder, ya sea tiránico o democrático, y ayudan eficazmente a la alienación de los pueblos, consiguiendo así estar siempre a flote y sacar beneficios sin medida. Véanse las inmatriculaciones y otras desorbitadas consideraciones a la Iglesia católica en España.
Cada vez que un jefe de estado o de gobierno, o militar o religioso, saca a pasear la milonga del pueblo elegido considerando que Dios está de su lado, con seguridad es para perpetrar algún abuso, ya sea opresión, sometimiento o saqueo de otro pueblo. Tanto los conquistadores de América desde finales del siglo XV como posteriormente los estadounidenses que hostigaron a los indios hasta meterlos en reservas tuvieron prácticas genocidas y siempre se consideraron respaldados por su dios, o al menos manejaron ese mensaje para consumo de los crédulos. La Iglesia no ha hecho ascos a la utilización de Dios de los más diferentes modos. Es relativamente conocido un episodio de la matanza de cátaros en la ciudad francesa de Béziers en el siglo XIII. Se produce un diálogo entre el comandante de las tropas, Simón de Monfort, y el legado pontificio, Arnaud Amalric. El primero, tras tomar la ciudad pregunta al segundo: ”¿qué hacemos con la población”, “pasarlos a cuchillo”, contesta el prelado; “¿a las mujeres y a los niños también?”. El legado afirma: “matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”.
Si el patriotismo es el refugio de los canallas (Samuel Johnson), el lema del pueblo elegido añade un plus genocida derivado en muchos casos de frases literales sacadas de textos bíblicos. Frases que tranquilizan al genocida convenciéndole de que su misión es sagrada, pero no hay que perder de vista que un texto pretendidamente sagrado es ficticio, mítico, una leyenda que deforma las realidades históricas.
Pero parece que el concepto de genocidio en vez de aclararse con el paso del tiempo se va oscureciendo, especialmente cuando hablamos de las prácticas de Israel vistas por “expertos” como el alcalde de Madrid o la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha ordenado a los centros de enseñanza secundaria no recordar el genocidio palestino porque eso es meterse en política, no como cuando le parecía tan bien que los mismos centros apoyaran a los refugiados ucranianos que huían de una guerra, no de un genocidio. En esta gente la doble vara está siempre presente.
Una última consideración merece la obscenidad de este genocidio no solo en términos de visibilidad de sus tropelías, sino también de visibilidad de la codicia de los negocios que se van perfilando, y aquí tiene un lugar destacado el repugnante vídeo hecho con inteligencia artificial que distribuyó Trump, mostrando un proyecto de resort turístico en Gaza directamente encima de la sangre de los palestinos. Hace unos días un hombre de negocios cuya cita no encuentro en este momento animaba a participar en los lucrativos negocios que podrá traer la reconstrucción de Gaza. No es la primera vez que se hacen este tipo de repugnantes propuestas que ignoran los sufrimientos y las muertes humanas, ya en la guerra de Iraq en 2003 el hermano de George Bush jr., Jeb Bush, animaba con gran entusiasmo a participar en la masacre y el saqueo que se hizo en Iraq bajo la mentira de las armas de destrucción masiva. Aseguraba que habría oportunidades increíbles de negocio cuando se terminara de arrasar el país. Hasta el punto de que familiares y allegados de Bush fundaron allí una consultora de negocios. A estas cosas, ahora en Palestina, se refería el economista Juan Torres en un reciente artículo (El negocio del genocidio: no hay límite para el capitalismo si se trata de ganar dinero); en él comenta el último informe de la relatora de Naciones Unidas, Francesca Albanese, sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados (informe A/HRC/59/23), informe que parte de la evidencia de que el colonialismo y el genocidio han sido históricamente promovidos por el sector empresarial para desposeer a los pueblos, y precisamente es lo que está ocurriendo con la estrategia de Israel para terminar de apropiarse los territorios palestinos. Si la lleva a cabo un supuesto “pueblo elegido”, mejor que mejor, parecen pensar esta turba de genocidas supremacistas.
Pedro López López. Grupo de Pensamiento Laico. Publicado en Nueva Tribuna, 23-9-2025
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Blindaje histórico frente a EEUU: ¿Qué significaría el posible Estado de Conmoción Exterior anunciado por Maduro?
Blindaje histórico frente a EEUU: ¿Qué significaría el posible Estado de Conmoción Exterior anunciado por Maduro?
El anuncio del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, sobre que el Comité Ejecutivo del Consejo de Estado evalúa decretar el Estado de Conmoción Exterior, ha dejado clara la percepción que tiene el Gobierno de la amenaza que representan las recientes acciones de Estados Unidos en la región.
Una medida constitucional extrema, nunca utilizada bajo la vigencia de la Carta Magna de 1999, que pondría al país en una situación de excepción para enfrentar lo que desde Caracas se califica como una agresión inminente.
Para desentrañar el denso entramado legal, político e internacional que implica esta decisión, Sputnik conversó con la abogada y escritora venezolana Ana Cristina Bracho, quien realiza un análisis pormenorizado de los alcances, causas y procedimientos de esta figura jurídica.
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La sombra de la agresión internacional
En primer lugar, la experta puntualiza que, hasta el momento, "se trata de un anuncio de evaluación".
Sin embargo, el solo hecho de que se contemple abiertamente marca un punto de inflexión en la ya tensa relación entre Caracas y Washington. Este estado de excepción, previsto en el artículo 338 de la Constitución nacional, representa un cambio de paradigma en la gestión del Estado.
"Este decreto significa que Venezuela estaría pasando de las circunstancias ordinarias en las que rige el Estado de derecho, con todas sus reglas ordinarias de tiempo normal, a una situación que implica una necesidad de reglas específicas", explica la abogada. Es decir, se transitaría de la normalidad jurídica a un escenario de emergencia, justificado por una amenaza que exige respuestas ágiles y extraordinarias.
La pregunta central es qué ha motivado esta consideración en un momento específico. Para Bracho, la respuesta se enmarca en el derecho internacional.
"Se activa por esa situación de amenaza extraordinaria. En estos días, se empieza a hablar con seriedad que las actuaciones que se vienen desarrollando en el Caribe tienen la entidad de una amenaza y de una agresión, en los términos del derecho internacional", sostiene.
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18 de septiembre, 04:48 GMT
La referencia al Caribe alude directamente a las declaraciones del mandatario venezolano, quien denunció que Washington está preparando una "agresión militar" con maniobras en la zona, una acción que, de confirmarse, sería considerada un crimen internacional.
La especialista profundiza en este concepto, recordando que "la agresión es el octavo crimen internacional, no está previsto en el Estatuto de Roma, pero ha sido tratado dentro del derecho internacional como una categoría prohibida". Y define con precisión qué constituye una agresión: "Ir a hacer acciones propias de la guerra, que comprometan infraestructuras, intereses, etcétera, de una nación contra otra que no te ha atacado".
Este punto es fundamental, ya que choca frontalmente con la doctrina de seguridad estadounidense.
"Siempre este concepto está como en tensión con la idea de que Estados Unidos se ha adjudicado, sobre todo desde el 2001, de guerras preventivas", analiza Bracho, estableciendo así el conflicto doctrinal que subyace a la crisis actual.
Venezuela se ampararía en el derecho internacional clásico que prohíbe la agresión, mientras que Estados Unidos podría intentar justificar sus movimientos bajo el paraguas de una acción preventiva.
Los alcances y controles
Frente a la magnitud de la medida, es inevitable preguntarse sobre sus alcances prácticos. ¿Significaría una suspensión de garantías constitucionales? Bracho enfatiza que, lejos de ser una medida arbitraria, se trata de un "supuesto constitucional para un tiempo excepcional" que está sujeto a rigurosos controles.
"Desde allí hay un procedimiento, lo dicta el Ejecutivo, lo controla la Sala Constitucional y pasa por la Asamblea Nacional", detalla.
Este triple filtro —Gobierno y los poderes Judicial y Legislativo— busca evitar que la excepcionalidad derive en autoritarismo. Además, la medida tiene un límite temporal bien definido: "Tiene un tiempo máximo de unos 90 días que pueden prolongarse", añade.
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19 de septiembre, 19:14 GMT
La abogada establece una importante distinción entre esta posible declaratoria y los estados de excepción que Venezuela ha vivido en los últimos años.
"Recordemos que, desde que empezó la agresión ya con la declaración de amenaza inusual y extraordinaria, con las sanciones, Venezuela ha tenido estado de excepción dentro del marco económico, que ha dado la posibilidad de reglas especiales para responder la situación que significan las medidas coercitivas", expresa.
Aquellas medidas, que luego fueron "blindadas" con la Ley Antibloqueo y la Ley Libertador, se centraban en el ámbito económico para paliar los efectos de las sanciones internacionales. La conmoción exterior, en cambio, apunta directamente a la defensa de la soberanía nacional ante una amenaza militar explícita.
La primera conmoción exterior del siglo XXI
El análisis de Bracho culmina con una reflexión sobre el carácter histórico del momento. "Esta es la primera vez desde la vigencia de la Constitución del 99 que estaríamos hablando de un estado de conmoción", subraya.
"En este caso sería la primera vez que se declara la conmoción y está llamando a la unión para repeler la amenaza externa", reitera.
"Una amenaza contra todo el continente":
La decisión final del Consejo de Estado está pendiente. Pero el anuncio presidencial, a juicio de Bracho, dibuja un escenario donde Venezuela se prepara institucionalmente para lo que considera una escalada sin precedentes por parte de Washington.
La activación del Estado de Conmoción Exterior marcaría un antes y un después, no solo en la política interna venezolana, sino en la configuración geopolítica de toda la región latinoamericana, poniendo a prueba los marcos legales nacionales y los principios del derecho internacional, en un contexto de máxima agresión de una potencia militar contra una nación de Sudamérica.
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miércoles, 24 de septiembre de 2025
El normal caos del exterminio
El normal caos del exterminio
Por Gil-Manuel Hernàndez i Martí | 24/09/2025 | Opinión
Fuentes: Rebelión
«El genocidio y la limpieza étnica practicados por los israelíes sobre los palestinos no solo ponen de manifiesto la relación colonial, sino también el nivel de enfrentamiento al que están dispuestas las clases dominantes, los capitalistas y gran parte de la opinión pública del Norte del mundo.»
(Maurizio Lazzarato, ¿Hacia una nueva guerra civil mundial?, 2024)
La referencia: el normal caos del amor
En este artículo abordaremos con detenimiento una de las manifestaciones más sobrecogedoras de la hipernormalización del colapso civilizacional —esa paradoja de actuar como si nada cambiara mientras todo se derrumba—, que define lo que hemos denominado el «filtro gris» (https://www.15-15-15.org/webzine/2025/06/01/la-hipernormalizacion-ante-el-colapso/). Este funciona como una niebla simbólica que difumina el deterioro, lo oculta y, al mismo tiempo, lo amplía, anestesiando la sensibilidad colectiva e impidiendo imaginar salidas distintas a un sistema que se hunde. A esa manifestación —especialmente espeluznante—, en la que vamos a profundizar, la hemos bautizado como el normal caos del exterminio.
Para ello hemos tomado como referencia la obra El normal caos del amor, de Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim (2001), publicada en 1990, un ensayo para comprender las paradojas de la intimidad amorosa en las líquidas sociedades contemporáneas. Para los autores, el amor refleja y concentra las contradicciones estructurales de la modernidad, ligadas a la individualización, la emancipación y la pluralización de estilos de vida que dejan atrás las formas de relación tradicional.
Los Beck hablan de la relación amorosa bajo una lógica contractual que aumenta la fragilidad y volatilidad de los vínculos: la relación está siempre bajo amenaza de disolución si deja de satisfacer las expectativas de autonomía y reconocimiento. En paralelo al concepto de «sociedad del riesgo» introducido por Ulrich Beck (1998), se interpreta el amor como un ámbito donde los individuos gestionan riesgos afectivos y existenciales. Así como la modernidad tardía multiplica los riesgos ambientales, laborales, políticos, también el amor se convierte en una zona de riesgo permanente. La contradicción radica en que, en el amor, se busca a la vez estabilidad, seguridad y continuidad —un refugio frente a la incertidumbre y una evocación del desaparecido modo de vida tradicional—, pero también se exige autonomía, libertad y autorrealización personal. Esta tensión genera inevitablemente una sensación de inseguridad. Esta contradicción no tiene una salida definitiva, pero tampoco puede abolirse, de modo que termina por normalizarse como experiencia compartida. De ahí que los Beck hablen del «normal caos» del amor.
Lo que en el modo de vida tradicional —caracterizado por la familia estable, el matrimonio como institución social rígida, la división clara de roles de género y el fuerte control comunitario y religioso— se vivía como anomalía o desviación (rupturas, conflictos persistentes, frustraciones), en la modernidad tardía se ha convertido en una condición estructural y compartida. Para los Beck, lo decisivo no es solo la inestabilidad resultante, sino la ambivalencia permanente: el ‘normal caos’ del amor consiste en que las relaciones íntimas se configuran simultáneamente como refugio y amenaza, promesa y riesgo, estabilidad y disolución, definiendo así las nuevas formas de gestión del vínculo amoroso en la era de la individualización neoliberal.
Nuestro planteamiento sostiene que, en el contexto del «capitalismo del colapso» (https://www.elsaltodiario.com/medioambiente/capitalismo-colapso), un escenario en el que se multiplican y retroalimentan todo tipo de crisis estructurales recurrentes, resulta posible extrapolar el análisis de los Beck sobre el amor hacia una dimensión que remite, de una forma u otra, al odio, manifestado en la destrucción premeditada y planificada de poblaciones humanas y no humanas. Es decir, el exterminio.
Ciertamente, los exterminios, genocidios y violencias extremas siempre existieron, y el capitalismo histórico los empleó de manera sistemática, metódica y racional en su larga fase expansiva, sobre todo en las periferias y, de forma más intermitente, en su propio centro. De hecho, se consideraban actos normales de civilización (Lazzarato, 2014). Sus poblaciones podían ser esclavizadas y explotadas, o bien eliminadas sin contemplaciones a escala regional cuando se las consideraba una molestia o un obstáculo para la obtención de beneficios. Eran odiosas por el mero hecho de existir como obstáculo para la reproducción ampliada del capital.
Lo novedoso hoy —lo que está emergiendo como regla a escala global— es que el exterminio —guerras permanentes, limpiezas étnicas, confinamientos criminales, necropolíticas migratorias, abandono de los vulnerables, devastaciones climáticas inducidas— está definiendo las nuevas formas de gestióndel sistema en su fase de colapso. Con un rasgo distintivo respecto al pasado: el exterminio pasa a operar bajo la presunción de que existe una población excedentaria mundial, que designa a la humanidad mayoritaria percibida como sobrante —incluida la que habita dentro del Norte global— para la supervivencia de un capitalismo asediado por su choque con los límites impuestos por Gaia, ese planeta vivo, vibrante y poderoso. Una población odiada, por tanto, por el simple hecho de constituir un estorbo estadístico para un capital a la fuga. Y víctima primera de la que podríamos nombrar como humanicidio, que confirma el lúcido diagnóstico de Günther Anders (2011), cuando, en plena Guerra Fría, advertía sobre la creciente obsolescencia del ser humano. Un proceso hoy propiciado no sólo por el desarrollo perverso de la técnica, sino también por la caída en un abismo moral de difícil salida. De ahí el humanicidio: no sólo se asesina en masa a seres humanos, sino también a la propia noción de humanidad como referente filosófico y político.
Y tan grave como esto es que se trata de un tipo de exterminio cada vez más hipernormalizado —aceptado como inevitable, natural o incluso técnicamente justificado— y, al mismo tiempo, hipervisibilizado. Esta hipervisibilidad —selectiva y dirigida por el poder, que obstaculiza la labor informativa veraz y asesina a periodistas, como ocurre en Gaza— no atenúa su normalización, sino que la refuerza, integrando el exterminio en la rutina cotidiana de la vida contemporánea, es decir, en el filtro gris que impregna el mundo. Otra cuestión, que excede el alcance de este artículo, es la imprevisible reacción de aquella parte de la ciudadanía que, horrorizada por los genocidios, se niegue a sumarse a dicha normalización.
Recapitulando, lo que para Beck y Beck-Gernsheim define como el normal caos del amor —la conversión de una excepción histórica en norma contemporánea— se reproduce en el ámbito del odio-exterminio. Este ha dejado de ser un recurso de autorregulación de un sistema en expansión —aunque de carácter extremo, periférico y regional— para convertirse en un rasgo ordinario, normalizado, globalizado y visible de un sistema-mundo en colapso, aplicado sobre una población mayoritaria considerada sobrante.
Excedentariado y exterminismo
Pero para entender el «normal caos del exterminio» en el contexto de hipernormalización del colapso, hay que aludir previamente al concepto de excedentariado, qué remite a un vasto segmento social que, a diferencia del proletariado tradicional, no logra insertarse en el sistema económico vigente: ni su trabajo ni su capacidad de consumo encuentran una demanda sostenida. Tampoco resulta asimilable, funcional o aprovechable desde el punto de vista político o cultural. Es un grupo excedente: población considerada «superflua», «obsoleta» o «prescindible» e incluso percibida como «infrahumana» y potencialmente hostil.
Como ha señalado Emmanuel Rodríguez (2025:99), se trata de una humanidad zombi, es decir «la humanidad excedentaria para el capital, la cual ya no sirve ni siquiera para ser explotada. Es el extremo final del proceso de proletarización, cuando la desposesión llega al punto en que se atraviesa la barrera de la humanidad y cae definitivamente del otro lado». Hasta el punto de que «lo que podríamos llamar con un particular brutalismo el proceso de excedentarización de la fuerza de trabajo, o en última instancia de la humanidad en su conjunto, es seguramente la tendencia menos reconocida de la crisis capitalista» (Rodríguez, 2025:102). Este fenómeno se ha intensificado con la globalización y las crisis cíclicas del capitalismo. En un escenario de colapso ecosocial esta población excedentaria enfrenta una estigmatización estructural existencial.
Desde nuestro punto de vista, y como hemos señalado aquí en relación al excedentariado (https://rebelion.org/la-desactivacion-exterminista-del-excedentario/), se puede hablar de un exterminismo aplicado sobre aquél. El exterminismo nombra la inclinación de ciertas estructuras de poder hacia la destrucción masiva de poblaciones y recursos naturales. Este término puede ser comprendido en el contexto de la fase terminal del capitalismo, donde las dinámicas catabólicas y autolíticas de explotación y acumulación de capital conducen inevitablemente a la devastación ambiental y social. El exterminismo deviene rasgo destacado del colapso ecosocial, representando el punto en el que las dinámicas destructivas del sistema socioeconómico alcanzan su máxima expresión. Abarca la ruina ambiental, la aniquilación demográfica derivada de la desigualdad social cada vez más extrema, el racismo intensificado, la violencia múltiple en aumento, azuzada por políticas sociales necroliberales, la militarización de los conflictos sociales y el recurso a la guerra y al genocidio como “solución final”.
El exterminismo puede entenderse como la aplicación de lo que Rita Segato (2018) denomina «pedagogías de la crueldad», que se refiere «a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas», lo cual suele comportar violencia, cuya repetición en «esta fase apocalíptica del capital» produce «un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. Por ello, añade Segato, «como he afirmado en otras oportunidades, el capital hoy depende de que seamos capaces de acostumbramos al espectáculo de la crueldad en un sentido muy preciso: que naturalicemos la expropiación de vida, la predación» (Segato, 2018: 11-12). Dicho de otro modo, la hipernormalización de la crueldad capitalista.
Desde una óptica cerca a la del acercamiento al exterminismo debe citarse el libro Informe Lugano de Susan George (2008), publicado en 2001. Una obra que examina, desde la ficción, los mecanismos de perpetuación del capitalismo global en un mundo en crisis. La autora imagina un informe elaborado por expertos contratados por las élites económicas, quienes analizan cómo preservar el sistema neoliberal a cualquier costo. Este texto conecta directamente con el concepto de exterminismo, al explorar cómo las estructuras de poder podrían priorizar la supervivencia de un reducido grupo privilegiado mediante la exclusión y sacrificio sistemático de los sectores más vulnerables de la población.
Como hemos planteado (Hernàndez, 2024), se puede distinguir entre dos modalidades de exterminismo en curso: uno, por abandono —que consiste en dejar morir —de forma pasiva o activa—; y otro, por aniquilación—orientado a matar en masa. Ambas pedagogías de la crueldad a gran escala responden a una intención deliberada —con distintos grados de planificación— vinculada a mecanismos capitalistas expeditivos para protegerse del colapso que ellos mismos generan. Resulta irrelevante si estas prácticas se ejecutan bajo regímenes más autoritarios o formalmente democráticos: en todos los casos son reacciones estratégicas de élites globales —económicas, políticas y culturales— desplegadas a través de sus redes locales, partidos, gobiernos o estructuras internacionales opacas que aprovechan su influencia sistémica.
A su vez, cabe distinguir entre exterminismo simbólico y físico, aunque ambos se entrelazan. El exterminismo simbólico, que suele anteceder al físico, se manifiesta mediante discursos, políticas o actitudes que estigmatizan, excluyen socialmente o representan negativamente a un grupo, legitimando su marginación o eliminación simbólica desde medios, arte o instituciones. Por el contrario, el exterminismo físico implica acciones concretas para erradicar a amplios grupos humanos —genocidios, limpiezas étnicas y violencia sistemática contra poblaciones— con efectos devastadores. En todos los casos, estas manifestaciones extremas de intolerancia y agresión, justificadas en nombre de la lucha contra el «terrorismo» y el «crimen organizado», destruyen las bases de la convivencia. Cabe agregar, y debiera ser una obviedad, que todo etnocidio es también ecocidio, y viceversa, de manera que el exterminismo generalizado tiende ser completo e integral.
El primer sentido del caos
El paralelismo entre el «normal caos del amor» y lo que hemos denominado como «normal caos del exterminio» se sostiene en la lógica de lascontradicciones irresolubles. En el caso del amor, la contradicción atraviesa a todos los individuos: cada persona bajo el influjo de la modernidad experimenta el choque entre el deseo de unión estable y el ansia de libertad personal. Es una contradicción simétrica, porque todos los sujetos comparten esa tensión en su biografía íntima. Del mismo modo, en la era del colapso la mayoría de individuos influidos por la modernidad occidental comparte un doble deseo contradictorio. De una parte está la aspiración la continuidad/estabilidad: que la vida siga «como antes», que la vieja normalidad basada en la aspiración al bienestar y al consumo no se rompa. De otra, existe una necesidad de salvación: aceptar medidas expeditivas y violentas, incluso el exterminio de otros, si eso garantiza preservar la ilusión de continuidad. De este modo, se impone la lógica de las élites, orientada a preservar sus privilegios aun a costa de sacrificar territorios y poblaciones, que se contagia a extensas masas de las poblaciones del Norte global. Porque, en última instancia, se sabe pero se hace como que no se sabe.
En el caso del exterminio, hay dos sentidos del caos. El primero resulta de la referida contradicción que atraviesa al cuerpo social entero. Ese sería el primer sentido de caos. La mayoría, en su intimidad, no desea la destrucción, la aniquilación humana, pero la tolera, la justifica o la metaboliza como precio necesario para salvaguardar su modo de vida imperial. Mientras que en el amor moderno se acepta que “no se puede tener todo”, en el exterminio-odio se acepta que “alguien tiene que perder”. La diferencia fundamental es que, mientras en el amor la contradicción es intersubjetiva y proporcional, en el exterminio es estructural y jerárquica: las élites imponen las condiciones de la salvación, y las mayorías, atrapadas en la promesa de continuidad, terminan aceptando e interiorizando las lógicas de descarte masivo. Lo humanitario cede a lo pragmático. Se impone, una vez más, el realismo capitalista (Fisher, 2022).
La hipernormalización funciona aquí como anestesia perceptiva: las víctimas se convierten en datos estadísticos discutibles, los bombardeos en espectáculo mediático de rápida caducidad, las hambrunas en informes técnicos perdidos entre un alud se información banal. Lo que debería provocar un escándalo civilizatorio se integra como ruido de fondo. El exterminio no se percibe ya como anomalía, sino como paisaje ordinario bajo el filtro gris dominante. Caos normal como condición constitutiva, aunque en los intersticios crezcan las protestas, de recorrido siempre imprevisible.
En el caos del exterminio-odio, como en el del amor, lo decisivo no es solo la inestabilidad resultante, sino la ambivalencia permanente que señalaban los Beck: en nuestro caso se presenta al mismo tiempo como continuidad y ruptura, estabilidad y colapso, orden y descontrol, visibilidad y ocultación, inclusión vigilada y exclusión radical. El exterminio-odio aparece como solución y como amenaza, como protección y como sacrificio. Esta tensión irresuelta —entre la promesa de salvación y el coste de la destrucción— define las nuevas formas de gestión de la vida y la muerte en la era del colapso, donde la crueldad se normaliza y la violencia se metaboliza como rutina. Igual que en el amor moderno, la ambivalencia no es disfunción: es el núcleo mismo de su funcionamiento. A esto se suma una diferencia histórica: mientras que en los exterminios modernos el caos estaba sometido a una planificación teleológica civilizatoria, en los exterminios del colapso el caos surge de la fragmentación y la ausencia de horizonte.
El segundo sentido del caos
Efectivamente, en el contexto del colapso civilizatorio la lógica del exterminio cambia radicalmente. Ya no existe un relato unificador de expansión. La civilización moderna no se siente en fase ascendente, sino en declive, pese a la retórica vacía del tecnooptimismo. El exterminio ya no se presenta como recurso instrumental para conquistar el planeta, sino como estrategia fragmentada de autopreservación en un mundo que se desmorona. Se trata de un sálvese quien pueda, quien tenga y como se pueda, sin necesidad de justificarlo como parte de un proyecto universalista de crecimiento ilimitado. Cada fragmento o fracción privilegiada del sistema —élites estatales, corporaciones energéticas, potencias militares, bloques regionales— actúa por su cuenta para blindar su supervivencia, incorporando ciertas sectores subsidiarios en tareas auxiliares, aunque eso implique sacrificar territorios y poblaciones enteras pertenecientes a las periferias, tanto exteriores como interiores. El caos deviene normalidad genocida, aunque disfrazada de eufemismos orwellianos de nueva creación.
Precisamente aquí reside el segundo sentido de caos: no se trata de un plan maestro coordinado, sino de una multiplicidad de regímenes sociales de muerte, a menudo contradictorios entre sí, que juntos configuran un paisaje global de destrucción. Mientras en los exterminios modernos había una lógica teleológica de desarrollo y dominación, en los exterminios del colapso se impone una lógica caótica de resistencia desesperada. Lo que los unifica no es un proyecto civilizatorio, sino la necesidad de librarse de la catástrofe que dicho proyecto ha provocado, aunque sea a costa de una gran mayoría de «otros» condenados a la desaparición. Este cambio histórico refuerza el concepto de «normal caos del exterminio»: la violencia sistemática no es ya el instrumento planificado de un proyecto de modernidad capitalista, sino el resultado de la descomposición de un sistema en ruinas, donde cada actor poderoso aplica microestrategias de descarte que, sumadas, generan un volcánico paisaje de exterminio generalizado.
Por eso, el concepto de «normal caos del exterminio» ilumina la paradoja más oscura de nuestro tiempo: la catástrofe global no aparece como ruptura del sistema, sino como la radicalización de su modo de funcionamiento, pese a que no funcione. Una racionalidad necropolítica que destruye los restos precarios de la Era de la Razón. Igual que el amor moderno no tiene un equilibrio al que regresar, el exterminio-odio tampoco dispone del horizonte de «progreso» anterior, motivo por el cual deviene necesariamente caótico y nihilista.
En la alta modernidad o modernidad expansiva, los exterminios estaban vinculados a proyectos imperiales de conquista y a una racionalidad moderna que los concebía como instrumentos de avance civilizatorio. Como señala Marques (2024:48): “Se trata de la percepción de que, por encima de todos esos crímenes abominables, genocidios, tragedias y antagonismos ideológicos, flotaba una comprensión de la historia, compartida por todos, en la cual el futuro seguía siendo fundamentalmente prometedor.”
Los exterminios de esta fase de la modernidad podían desplegarse de dos maneras: por extirpación, cuando se llegaba a un territorio considerado disponible y se eliminaba a su población originaria por “sobrante” o “infrahumana” (caso de pueblos indígenas en América, África o Australia), o por depuración, cuando se perseguía a colectivos internos percibidos como enemigos o disfuncionales: judíos, moriscos, herejes, homosexuales, mujeres acusadas de brujería, minorías políticas. En ambos casos, la violencia exterminadora se justificaba en nombre de la civilización cristiana o ilustrada, y aunque con diferentes grados de sistematicidad, respondía a un futuro imaginado y a una lógica optimistamente desarrollista. Los grandes exterminios de la modernidad —desde los genocidios coloniales de los imperios occidentales hasta la maquinaria de destrucción del fascismo, el estalinismo y el maoismo — estaban enmarcados en proyectos civilizatorios expansivos. El exterminio aparecía como un medio al servicio de un fin teleológico colonialista: la expansión imperial, la modernización industrial, la pureza racial, la conquista del espacio vital o la forja totalitaria de un «hombre nuevo». Existía una planificación más o menos definida, arropada con justificaciones ideológicas que daban coherencia e incluso legitimidad a la violencia masiva aplicada por el binomio Estado-Mercado.
En cambio, en la baja modernidad o modernidad defensiva (desde los años del pasado siglo), el exterminio condicionado por el colapso tiende a aparecer bajo la forma de filtración: poblaciones enteras son sometidas a cribado, excluyéndose de la vida digna o incluso de la vida misma. No se trata de decretar explícitamente su eliminación, sino de excluirlas de facto del acceso a los recursos vitales y a las protecciones humanitarias. Los migrantes que mueren en el Mediterráneo, los civiles sacrificados en guerras asimétricas, los ancianos fallecidos por olas de calor sin cuidados, los habitantes de territorios convertidos en “zonas de sacrificio”: todos ellos son “filtrados” hacia un afuera de la supervivencia social. La filtración opera mediante una combinación de planeamiento burocrático-represivo —bloqueos, cercos, restricciones de ayuda, trabas administrativas, control de desplazamientos— y de improvisación por dejadez intencionada —abandonos estructurales, indiferencia institucional, negligencia sistemática—, cuyo propósito es la autoconservación fragmentada de élites y bloques dominantes en un contexto de colapso.
Sintetizando todo de manera más gráfica: mientras perduró la ilusión de un horizonte prometeico de expansión infinita y depredadora, el capitalismo actuó como un asesino discreto, metódico y masivo, que solo recurría a grandes y escandalosas masacres cuando sus crisis de crecimiento le hacían sentir un peligro inminente. Sin embargo, con el despliegue real de un horizonte de colapso —fruto de sus delirantes fantasías de progreso—, el capitalismo ha comenzado a percibir la amenaza actual como existencial y se ha transformado en un exterminador enloquecido y fuera de sí, dispuesto a sacrificar la mayor parte de la humanidad y de la vida con tal de prolongar su existencia zombi por un tiempo más. Justo lo que en estos momentos personifica el comportamiento del Estado nacionalsionista de Israel.
La israelización y gazaficación del mundo
Lo que llamamos israelización del Primer Mundo hace referencia a lo que sucede en el Estado nacional-sionista de Israel en relación con Gaza y con los países vecinos. El afán imperialista, colonizador, depredador y exterminista de Israel puede considerarse un anticipo de lo que el Norte global podría llevar a cabo: ese exterminismo por filtración al que nos hemos referido. Los países, las élites y los gobiernos del mundo rico, respaldados por buena parte de su población blanca —en gran medida compuesta por clases medias en descomposición y una clase trabajadora cada vez más degradada y resentida—, probablemente tenderán a actuar como el Estado sionista y su ciudadanía frente a las poblaciones consideradas diferentes, inferiores y estigmatizadas como potencialmente peligrosas. Esto afectará especialmente a la población inmigrante y a los refugiados —políticos, climáticos o de cualquier tipo—, así como a las minorías sexuales, identitarias y culturales.
De hecho, ya estamos viendo cómo la Unión Europea se muestra proclive a externalizar el control de refugiados e inmigrantes “ilegales” en centros de internamiento semejantes a campos de concentración en países periféricos, para que estos, a cambio de dinero, le hagan el trabajo sucio. Como constata Lazzarato (2024:13): «Los Estados occidentales simpatizaron inmediatamente con Israel no solo porque reconocen en él su secular deseo de colonización, elemento estructural de la acumulación capitalista aún hoy, sino también porque todo Estado tiene sus palestinos, todo Estado contiene en su seno su «sur», todo Estado practica políticas racistas que desempeñan un papel central en la gubernamentalidad de la guerra civil contra el proletariado». O como sostiene Rita Segato (2025) «el genocidio en Gaza es el espectáculo de que el mundo tiene dueños». De manera que esta situación remite, según Segato, a la «dueñidad», que describe un mundo adueñado por los poderosos y sus extensiones mafiosas, que conecta con la «conquistualidad», sinónimo de colonialidad como estructura permanente del mundo. La razón de fondo de todo esto, desnuda y cruda, es que ante el avance del colapso civilizacional causado por un capitalismo sin control, entregado a una dinámica ecocida y suicida, el Norte global, principal motor de ese capitalismo, parece haber optado por blindarse, huir hacia adelante y prescindir de toda la población considerada excedentaria. El normal caos del exterminio.
Esto es lo que practica el Estado de Israel, totalmente respaldado por el lobby sionista mundial (Shoup, 2024; Pappé, 2025), cada vez con mayor intensidad, aceleración y criminal represión en Gaza: quiere acceder a los recursos minerales, energéticos, hídricos y turísticos de la zona, pretende crear su propio “espacio vital” y lo hace, despiadadamente, a costa de la población palestina, de otras poblaciones árabes y minorías, sin importarle en absoluto el genocidio, el etnocidio, el ecocidio, arrasándolo todo por la vía militar. Este comportamiento bien podría ser bautizado como gazaficación, en decir, como el proceso ideológico, político y militar que convierte a una población o territorio en una “Gaza”, es decir, en un espacio de asedio permanente, bloqueado y vigilado, que combina encapsulamiento territorial, control fronterizo extremo, precarización económica deliberada y uso recurrente de la fuerza armada, de manera que la vida queda reducida a mera supervivencia, convirtiéndose en paradigma global de apartheid militarizado y necropolítica. Con total impunidad. Lo que supone el fin de los derechos humanos, de la razón humanitaria.
Esta vía dura, exterminista, que está adoptando el nacionalsionismo, se manifiesta ante la pasividad y colaboración de las potencias occidentales «civilizadas». Este hecho parece revelar, además de una connivencia con el sionismo extremista de Israel y con la «solución final» que aplica en los territorios palestinos, la posibilidad de que en un futuro no lejano tales prácticas se extiendan sin control por amplias regiones del planeta, incluso en áreas centrales del sistema.
Existe una cruel determinación de querer sobrevivir a toda costa y de crear una fortaleza hostil a la gente colonizada, considerada como una amenaza existencial para el Estado sionista. Esta idea de Estado-fortaleza es similar a lo que puede pasar especialmente en Europa y en Norteamérica; de hecho, ya ocurre en cierta forma con la idea de una Europa-fortaleza, que se ha ido desarrollando en los últimos años. Existe la tentación, sobre todo en los gobiernos de derechas conservadores y de extrema derecha, de avanzar hacia esta israelización de la política, a medida que se bunquerizan, se atrincheran y actúan de manera despiadada y expeditiva contra aquellos colectivos que se consideran como el “enemigo interior”.
La brutalidad y la falta de misericordia en el trato hacia los “enemigos interiores”, sea en Israel o en Europa, apunta a una dinámica de deshumanización. La idea de “seguridad” se convierte así en un pretexto para la violencia sistemática y la exclusión. De modo que en el normal caos del exterminio el imperativo represivo de la seguridad se impone sobre el imperativo ético de humanidad, mientras la democracia desaparece “democráticamente”, carcomida desde su interior por el neofascismo y el exterminismo del excedentariado. Tanto es así que, a medida que el colapso civilizatorio avanza, las élites tenderán instrumentalizar el miedo para justificar la exclusión de ciertos grupos, creando un sistema que solo sirva a intereses restringidos, mientras que la mayoría de la población queda al margen, abandonada en vertederos humanos. La deriva genocida del Estado de Israel es solo el anticipo de lo que puede suceder.
Todo esto, además, está especialmente agravado por el régimen de visibilidad del genocidio palestino en curso, que describe una evolución histórica desde del silencio a la sobreexposición. En los exterminios clásicos de la alta modernidad (coloniales, fascistas, “comunistas”, etnicistas), la violencia masiva solía ejecutarse en condiciones de opacidad: fuera de la mirada pública, en espacios periféricos o con control estricto de la información, además de con escasa difusión internacional. El silencio, la censura y la invisibilidad mediática constituían parte de su eficacia: la aniquilación de pueblos indígenas, los campos nazis o las purgas internas se producían al margen de la circulación global de imágenes, y sólo después se conocía su magnitud. En cambio, en los exterminios de la baja modernidad (neoliberales, ecofascistas, tecnofeudales), el régimen de visibilidad es radicalmente distinto: se producen bajo un régimen de hipervisibilidad, en tiempo real, documentados por medios globales, ONGs, organismos internacionales y, sobre todo, por la circulación constante de imágenes en redes sociales.
Lo sintetiza muy bien Rita Segato (2024): “El nivel de violencia de Gaza existió otras veces, pero no el espectáculo. En el Holocausto, con todas las abominaciones que sucedieron, terribles y espantosas, había algo oculto. Mucha gente, inclusive en Alemania, no tenía una noción diáfana de lo que estaba ocurriendo. En Gaza no es eso, lo que están haciendo es esto: miren. Es la exposición total del genocidio como ley legítima del poder de muerte, hay un final del Estado de Derecho”. La paradoja es que, al menos de momento, esta sobreexposición no genera necesariamente ruptura ni movilización efectiva, sino que contribuye a la hipernormalización: la catástrofe se integra como flujo continuo de imágenes que se consumen, se olvidan y vuelve a comenzar el ciclo. El espectáculo de la violencia se convierte en parte de la vida cotidiana, anestesiando en lugar de activar la reacción. Si los exterminios clásicos necesitaban del silencio para operar, los de la baja modernidad se sostienen en la banalización de la visibilidad: la saturación mediática, que también es supuración de bulos, convierte la catástrofe en ruido de fondo y refuerza la hipernormalización del normal caos del exterminio.
El caso de Gaza es lo que podemos llamar un genocidio de nueva generación. La hipervisibilidad es obscena y deliberada. Los bombardeos se transmiten en directo, las imágenes circulan por los dispositivos móviles, los responsables políticos y militares no solo no ocultan lo que hacen, sino que lo justifican, lo reivindican, lo legitiman y, incluso, lo celebran. Hay una perversa dimensión lúdica en la manera en que sectores de la población israelí aplauden y vitorean los ataques. Es una obscenidad nueva, de carácter psicopático, un paso más en la barbarie humana, porque el exterminio se muestra como una demostración de poder, como un orgullo nacional, como un espectáculo del que disfrutar. Nadie puede decir que no sabe nada, nadie puede refugiarse en la ignorancia. Ante esta evidencia, la neutralidad se vuelve todavía más inmoral: es mirar la masacre y decidir no posicionarse, no «significarse». Gaza es hoy la “zona de interés” del mundo: un enclave sitiado, administrado como experimento de control total, que anticipa lo que el sistema puede aplicar en otros espacios y poblaciones consideradas sobrantes.
Exista, además, otra diferencia. En los campos de concentración nazis, en los gulags soviéticos, en las colectivizaciones forzosas chinas y camboyanas, el genocidio era de proximidad: los verdugos debían ensuciarse las manos literalmente con los cuerpos de las personas exterminadas. En cambio, el genocidio en Gaza se implementa mediante una modalidad profiláctica, “limpia” y a distancia, casi irreal, sin contacto físico con los masacrados, que parecen ser meros figurantes digitales de un sangriento videojuego operado desde las asépticas salas del poder real. Sin embargo, más allá del brillo de las múltiples pantallas, del ruido de las redes sociales, de las cínicas declaraciones institucionales, de las vulgares refriegas partidistas, las fosas comunes se llenan nuevamente con las víctimas de siempre. Pero lo hacen a plena luz pública, mientras la vida cotidiana continúa su devenir declinante y gris bajo el capitalismo crepuscular. Miseria moral de la historia.
Bibliografía
Anders, Günther (2o11): La obsolescencia del hombre, València, Pre-textos.
Beck, Ulrich (1998): La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós.
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Fisher, Mark (2022): Realisme capitalista. No hi ha alternativa?, Barcelona, Virus Editorial.
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Hernàndez, Gil-Manuel (2022): «El capitalismo del colapso», El Salto, https://www.elsaltodiario.com/medioambiente/capitalismo-colapso.
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Lazzarato, Maurizio (2024): ¿Hacia una guerra civil mundial?, Madrid, Tinta Limón-Traficantes de Sueños.
Marques, L (2025): O dezênio decisivo. Propostas para una política de sobrevivência, São Paulo, Editora Elefante.
Pappé, I (2025): El lobby sionista. Una historia a ambos lados del Atlántico, Madrid, Akal.
Rodríguez, Emmanuel (2025): El fin de nuestro mundo. La lenta irrupción de la catástrofe, Madrid, Traficantes de Sueños.
Segato, R (2018): Contra-pedagogías de la crueldad, Buenos Aires, Prometeo Libros.
Segato, R (2024): “El presente es siniestro. Estamos todos amenazados”, entrevista en El País, 31 diciembre 2024, https://elpais.com/mexico/2024-12-31/rita-segato-el-presente-es-siniestro-estamos-todos-amenazados.html.
Segato, R (2025): “El genocidio en Gaza es el espectáculo de que el mundo tiene dueños”, entrevista el Pikara Magazine, https://www.pikaramagazine.com/2025/02/el-genocidio-en-gaza-es-el-espectaculo-de-que-el-mundo-tiene-duenos/
Shoup, L.H (2024): «El Consejo de Relaciones Exteriores, el Cabildo Israelí y la Guerra contra Gaza», La Alianza Global Jus Semper, https://www.jussemper.org/Inicio/Boletines/Resources/BOLETIN-JusSemper-Invierno-Primavera-2025.pdf.
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Europa y el conflicto en Ucrania: ceguera estratégica al descubierto
‘Ajedrez de geopolítica’. Conduce Javier Benítez
Europa y el conflicto en Ucrania: ceguera estratégica al descubierto
Sputnik
El presidente de EEUU, Donald Trump, dijo en una rueda de prensa conjunta con el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, que el conflicto en Ucrania finalmente se resolverá. Mientras, el canciller ruso, Serguéi Lavrov, afirmó que Trump comprende la necesidad de abordar las causas profundas del conflicto ucraniano.
Los pies sobre la tierra
En su reciente visita a Londres, y en la residencia de campo de Chequers del premier británico, Trump expresó: "El que pensé que sería el más fácil de resolver era, debido a mi relación con el presidente Putin, el conflicto ucraniano. Pero me ha decepcionado. Realmente me ha decepcionado". Al mismo tiempo, mostró su esperanza sobre la resolución del conflicto al manifestar: "Espero que vayamos a tener algunas buenas noticias" sobre el conflicto.
Al respecto, el canciller de Rusia, Serguéi Lavrov, dijo que la frustración de Trump con el ritmo de resolución de la crisis ucraniana está vinculada a su tendencia a buscar soluciones rápidas.
"Cuando el presidente Trump dice estar decepcionado, me parece –no puedo decir que lo conozca muy bien, por supuesto, pero he hablado con él varias veces y tengo cierta impresión– que se debe en parte a que busca soluciones rápidas. Como él mismo señala repetidamente, al enumerar conflictos globales que han durado décadas y en los que ha intentado desempeñar un papel positivo, cree que es posible resolverlos rápidamente. En algunos casos, esto puede ser posible, pero en otros, no", afirmó Lavrov a Pervi Kanal.
Por otra parte, durante la rueda de prensa con Starmer, Trump, rechazó las afirmaciones que califican de error haber invitado a su par ruso, Vladímir Putin, a Alaska. "No", respondió al ser consultado si consideraba que la invitación a Putin había sido un error.
En este sentido, Lavrov recordó que Trump ha declarado públicamente, en múltiples ocasiones, que Ucrania no debe ser incorporada a la OTAN. "Demostró claramente que, para resolver la situación, debemos olvidarnos de estos intentos y establecer una seguridad basada en otros principios", añadió el jefe de la diplomacia rusa.
"A diferencia de todos los demás políticos occidentales, en primer lugar, por supuesto, líderes europeos como [Keir] Starmer, [Emmanuel] Macron, Ursula von der Leyen, [Friedrich] Merz, Alexander Stubb también es miembro activo de este grupo, y por supuesto [Mark] Rutte. A diferencia de sus acciones y su postura, que sostienen que Ucrania tiene toda la razón y que hay que infligir una derrota estratégica a Rusia y restaurar la soberanía de Ucrania dentro de las fronteras de 1991, Trump y su equipo han demostrado repetidamente, incluso públicamente, que comprenden la necesidad de abordar las causas profundas del conflicto", declaró el jefe de la diplomacia rusa.
Para Alberto Hutschenreuter, Dr. en Relaciones Internacionales y autor del libro La geopolítica nunca se fue, a las causas profundas de la guerra hay que analizarlas considerando principalmente dos causas profundas: la idea de ampliar la OTAN, instalándola en Ucrania, y, por otro lado, la guerra declarada por Kiev a las regiones del Donbás contra las poblaciones filorrusas.
"Aparte de estas dos situaciones, hay otras cosas, pero estas son las dos causas profundas que me parece que Europa nunca las tuvo en cuenta, y creo que sigue sin tenerlas en cuenta. En EEUU quizá había una conciencia mayor, pero también en tiempos de gobiernos demócratas se fue más allá de lo recomendable en materia de post Guerra Fría. Porque no se trabajó nunca, más allá de las formulaciones que hubo, entidades creadas, como la Asociación para la paz, el Consejo OTAN–Rusia. Nunca se trabajó efectivamente para crear una cultura estratégica entre EEUU y Rusia, que son poderes mayores. Y, sin embargo, no solo que no se trabajó para esto, sino que sobre todo con gobiernos demócratas, se fue alterando el concepto de seguridad indivisible", destaca el analista.
La seguridad indivisible "consiste en que todas las partes que cuentan, es decir, los actores de escala, se sientan seguros. Y Occidente al estar permanentemente agitando la posibilidad de ampliación de la OTAN, incluso estableciéndolo por escrito, puesto que en la cumbre de Rumania en 2008 se habilitó la posibilidad de que Ucrania fuera eventualmente parte de la OTAN. De manera que, con estos datos, considerando que en toda esa zona alógena, o lo que denominan cercano a Rusia, es una zona roja, es prácticamente imposible que allí pueda haber una alteración del concepto de seguridad indivisible, sin que Rusia reaccione. Esto es prácticamente materia esencial en geopolítica", explica Hutschenreuter
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