Entrevista a François Houtart, sociólogo y teólogo
"El bien común de la humanidad como matriz de la nueva sociedad"
PolítiK
Esta conversación con
el sociólogo y teólogo de la liberación François Houtart, que apareció
por primera vez en el número 17 del mensuario PolítiK, explora los límites de los procesos de cambio en América Latina y el concepto de bien común de la humanidad.
-Cira
Pascual Marquina (CPM): En el libro Más allá de la economía, el bien
común de la humanidad (2013), planteas que para asegurar la continuidad
de la humanidad y de la vida en el planeta hay que construir un nuevo
paradigma en el que el bien común esté por encima del bien individual.
¿Podrías explicar el concepto de “bien común de la humanidad”?
-François Houtart (FH): El concepto de bien común de la humanidad tiene
varias dimensiones. La primera es la dimensión de lo que se llaman los
comunes o en inglés the commons: los bienes que no son individuales sino
comunes, por ejemplo la tierra antes del capitalismo y hoy en día los
servicios públicos. Hay muchas luchas en el mundo para proteger,
recuperar o aumentar la dimensión de los bienes públicos. Ahora tenemos
como bienes públicos la educación, la salud, pero también el agua, la
comunicación, etc. Este es un primer nivel de lo que podemos llamar el
bien común de la humanidad.
Sin embargo hay un segundo
nivel, y el segundo nivel es el concepto clásico del bien común: cosas
que le pertenecen al conjunto de la sociedad y que no pueden ser
propiedad de individuos como, por ejemplo, en una ciudad, los parques o
los espacios verdes, etc. Eso es un bien común. Pero hay sectores que no
son directamente materiales, que son más bien de tipo jurídico, por
ejemplo el código de circulación (si no se organiza, es el caos). En
verdad este es un concepto que existe ya desde la filosofía griega, en
particular Aristóteles, que reconoce que hay espacios en la vida
colectiva que son espacios comunes, de bien común, y esta fue la base
sobre la que la iglesia católica construyó su doctrina social.
Pero pienso que debemos ir un poco más allá y por eso he hablado del
bien común de la humanidad: un principio de organización de la vida
colectiva de la humanidad en el planeta que se base sobre la vida y no
sobre la muerte... así este concepto se opone al concepto fundamental
del sistema capitalista. Y cuando digo que el nuevo paradigma se basa
sobre la vida, esto implica la posibilidad de crear, de conservar, de
mejorar la propia vida –la vida en su sentido completo, no solamente la
vida física, biológica, sino también la vida cultural, la vida
espiritual–. Y no solamente construir en función de la vida de los seres
humanos, sino también de otros géneros: los animales, las plantas, etc.
Lo que se llama hoy el derecho de la naturaleza.
Este
concepto es más amplio que el concepto de los comunes y que el concepto
del bien común, pero integra estos dos conceptos. Este concepto que he
llamado el bien común de la humanidad, es evidentemente un nombre; no
importa el nombre, lo que importa es el contenido. Podemos darle otros
nombres, por ejemplo el sumak kawsay que es el buen vivir, el concepto
de los indígenas andinos, o podemos llamarlo socialismo del siglo XXI.
-CPM: En el libro que mencioné anteriormente enumeras cuatro elementos
clave para aterrizar el concepto del bien común de la humanidad;
podríamos decir que estos elementos son una especie de hoja de ruta para
organizar la tarea colectiva en cuanto a la definición de la nueva
sociedad postcapitalista. ¿Puedes explicárnoslos?
-FH: Sí, debemos concretar las cosas porque todo esto puede parecer algo
abstracto. Precisamente he tratado de ver, como sociólogo, qué
significa esto en la práctica de la vida colectiva humana. Por eso he
tomado cuatro realidades fundamentales de toda sociedad, que son, por
una parte la relación con la naturaleza, ya que ninguna sociedad puede
vivir sin la naturaleza; después la producción material de la vida,
porque la vida no es una abstracción y sin producción material no hay
vida; la organización social de la vida, que debe ser colectiva en lo
social y en lo político; y finalmente la cultura, porque el género
humano es el único que puede reflexionar sobre su propia realidad y
eventualmente anticipar el futuro, y que es, como dicen los mayas, “la
parte consciente de la naturaleza”.
Reflexionando
sobre estos cuatro elementos fundamentales de toda sociedad podemos
entrar en detalles, especialmente comparando con la situación actual del
sistema capitalista. Por ejemplo, en cuanto a las relaciones con la
naturaleza: ¿cómo ve el capitalismo la naturaleza? Para el capitalismo
la naturaleza es recursos naturales, es decir, una naturaleza que se
debe explotar, y explotar en función de los intereses del capital y de
la acumulación del capital. Por el contrario, en lo que se refiere a la
nueva organización del bien común de la humanidad, la naturaleza debe
ser respetada: es la fuente de toda vida, de la vida física, biológica,
cultural, espiritual, y en este sentido la naturaleza no es solamente un
objeto de explotación.
Esto, si queremos ir más allá
en la práctica, tiene muchas consecuencias para la vida cotidiana y
también para la organización nacional e internacional. Por ejemplo, si
aceptamos que la naturaleza es la fuente de la vida, no podemos aceptar
que personas individuales o corporaciones, grandes empresas
multinacionales, se apropien de la naturaleza (y en particular las
riquezas naturales que son los minerales, las fuentes de energía, etc.)
por la simple razón que estas cosas deben entrar en la concepción del
bien común. Aquí no digo que no se debe extraer, porque la madre tierra
es generosa, sino que se debe hacer respetando los derechos de la
naturaleza, la posibilidad de regenerarse y de continuidad de la vida.
Este es un ejemplo práctico. También, por ejemplo, no se puede aceptar
la mercantilización de bienes básicos para la vida como las semillas o
como el agua. Ese es un primer paso.
El segundo es la
producción de la base material de la vida. Como he dicho, cada vida
tiene su base material y no se puede continuar sin esta base. Ahora la
base material de la vida –la economía–, está organizada por la lógica
del capital. El capital es el único motor de la economía, con su
necesidad inagotable de tener ganancias para poder acumularse. Frente a
esto la lógica debe ser absolutamente diferente: no una lógica de
acumulación del capital, de valorización única del valor de cambio.
Porque hay dos tipos de valores para todo servicio o bien: el valor de
uso, es decir lo que es útil para la humanidad, para la naturaleza, para
el mundo, y el valor de cambio o lo que permite ganancia. Solamente el
valor de cambio, es decir, si una cosa es una mercancía, contribuye a la
acumulación del capital. Por eso en el capitalismo todo debe
convertirse en mercancía. Esta es la lógica del capital. Debemos salir
de esta lógica, con todas las consecuencias en cuanto a la propiedad de
los medios de producción, significa, en lo práctico, que no podemos
aceptar la dominación del capital financiero, los paraísos fiscales,
etc.
Un tercer elemento es la organización social y
política, que debe ser democrática, para permitir que todos los seres
humanos sean actores y no solamente sujetos de una política decidida
desde arriba o por una minoría. No hay nada menos democrático que la
economía capitalista que concentra el poder y desconoce lo que se llaman
las “externalidades”: los daños ambientales y los daños sociales, que
no paga el capital. Se deben promover procesos democráticos en todas las
instituciones, desde las políticas y económicas hasta las culturales,
sociales, religiosas. Esto también debe extenderse a todas las
relaciones sociales, como las relaciones entre hombres y mujeres. Este
es el tercer aspecto que tiene muchas aplicaciones en el mundo.
Finalmente, en cuanto a la cultura, hablamos de la interculturalidad.
El hecho de no permitir que la cultura occidental, totalmente inmersa en
el concepto de modernización, absorbida por la lógica del capital, sea
la única cultura aceptable en el mundo, y comprender que todas las
culturas, los saberes y las espiritualidades pueden contribuir al bien
común de la humanidad y a la ética necesaria para esta construcción.
Ahora, todo esto puede parecer una bella utopía pero no lo es. No es
una utopía en el sentido de ilusión, porque en el mundo hay millares de
grupos que luchan por construir mejores relaciones con la naturaleza,
por otro tipo de economía social y solidaria, por los derechos de todos
los grupos humanos y finalmente por la interculturalidad. Esto significa
que existe ya en la realidad la posibilidad de perseguir valores que no
son puramente abstractos, sino que ya son el proyecto concreto de
muchos movimientos y organizaciones en el mundo. Por eso pienso que
sobre esta base se puede construir una perspectiva nueva.
-CPM: En algunas intervenciones has planteado que los procesos de
cambio en América Latina se caracterizan por ser posneoliberales, pero
todavía no se han dado pasos concretos hacia el postcapitalismo.
¿Podrías profundizar sobre esta caracterización de los procesos en
Nuestra América y cómo avanzar hacia el postcapitalismo?
-FH: Sí, yo pienso que hay muchos aspectos en todos los dominios. Voy a
tomar solo un ejemplo práctico: el problema de la agricultura. Los
países que se dicen progresistas en América Latina –y que realmente han
sido posneoliberales en el sentido que han reconstruido un Estado que
trabaja por una cierta redistribución de la riqueza y también por un
mejor acceso a los servicios como la educación o la salud para las
clases desfavorecidas– promueven el monocultivo para la exportación, con
todas sus consecuencias ambientales: destrucción de la selva amazónica,
destrucción de los suelos, contaminación de las aguas, y también,
finalmente, daños muy graves para las poblaciones, para la salud, y en
cuanto a los efectos sociales como las migraciones hacia las grandes
ciudades o al exterior.
Así han promovido esta
agricultura en detrimento de la agricultura campesina, que podría dar
una respuesta muchísimo mejor a la primera función de la agricultura,
que es nutrir la población: es un hecho que la agricultura campesina en
América Latina está nutriendo más del 60% de la población del
continente. Una segunda función es participar en la regeneración de la
Madre Tierra: muchas veces los campesinos trabajan con agricultura
orgánica y de manera respetuosa de la naturaleza. Y, finalmente, el
bienestar de los campesinos, frente a una agricultura de monocultivos,
mucho más productiva, pero que proletariza al campesino o lo integra al
sistema capitalista de monopolios, que crea dependencia de las grandes
multinacionales de producción o de distribución. La agricultura
campesina no es una cosa arcaica, del pasado, sino una cosa del futuro, y
esto es reconocido incluso por la FAO.
Lo que hemos
visto en América Latina es un intento de construir sociedades
posneoliberales –pero no postcapitalistas, y en este sentido continuando
con la idea de la modernización de las sociedades, y finalmente con un
“capitalismo moderno”; esto tiene como consecuencia, por ejemplo en el
campo de la agricultura, que no se promueve una nueva agricultura
campesina que podría resolver muchos de los problemas de la pobreza
rural y también de la producción de alimentos y de la soberanía
alimentaria. Este es un ejemplo, pero podríamos dar otros ejemplos de
otros aspectos que nos permiten decir que los ensayos de cambio, de los
países progresistas, que fueron muy interesantes y tuvieron varios
logros muy reales, finalmente no han transformado la lógica fundamental
de la organización de las sociedades. Por eso me parece que desarrollar
el concepto de Bien Común de la Humanidad podría ser un paso adelante
frente a la crisis que afecta a todos estos países actualmente.
-CPM: Hablando de la crisis, un camino que impulsa el Gobierno
Bolivariano para la salida es el Arco Minero. Se supone que explotar el
oro y otros minerales en la enorme cuenca del Orinoco nos ayudará a
salir de la crisis. Así, tras el anuncio de apertura, más de 150
corporaciones mineras han expresado interés, y ya se han firmado
contratos con la canadiense Gold Reserve y con empresas chinas. ¿Qué
opinión tienes sobre este tipo de propuestas?
-FH:
Esta situación no es particular a Venezuela aunque el caso del Arco
Minero es impresionante. Encontramos situaciones similares, tal vez a
menor escala, en Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina. El problema es que
la única respuesta que ven los gobiernos progresistas actuales frente a
la crisis, que es una crisis a escala mundial y que afecta a muchos de
estos países porque son exportadores de bienes primarios (explotación
minera, petrolera o agrícola), es abrirse más al mercado y entrar en
políticas de tipo neoliberal. Evidentemente es una contradicción
fundamental. Pienso que estos gobiernos no han reflexionado
suficientemente sobre las alternativas al capitalismo.
Debemos reconocer la realidad: Estas medidas contradicen de manera
fundamental lo que se ha planteado como meta, y vemos un creciente
abismo entre el discurso y las prácticas. La verdad es que estas
prácticas van a llevar a una mayor concentración del capital y al
desconocimiento de las externalidades, es decir, la destrucción de la
naturaleza y la destrucción social y cultural. Eso debemos reconocerlo y
debemos tratar de ver qué soluciones podemos encontrar que no entren en
contradicción con lo que se había propuesto.
-CPM:
Tenemos una tarea clara: la superación del capitalismo. Pero también
nos encontramos con múltiples barreras como la enajenación o la pérdida
de la esperanza. ¿Qué hacer en estas circunstancias difíciles?
-FH: Precisamente por la situación que vivimos debemos tratar de
redefinir la tarea de la izquierda y reflexionar sobre las estrategias
posibles. Por eso me parece que un trabajo de conjunto entre movimientos
sociales e intelectuales va a ser necesario primero para redefinir las
metas (definir qué tipo de sociedad queremos); aquí entra la propuesta
de Bien Común de la Humanidad, donde tocamos un espectro que va desde la
relación con la naturaleza hasta la organización colectiva de la
política y la sociedad, y también la espiritualidad, la manera de vivir
las cosas en lo cotidiano...
Entonces, el primer
aspecto significa que juntos debemos trabajar por una redefinición
colectiva de las metas de la sociedad, no solamente con intelectuales
que tienen toda la verdad que se debe imponer a las masas. No, este
concepto de vanguardia es obsoleto. Debe ser un trabajo colectivo: por
una parte con la experiencia de los movimientos políticos y sociales de
izquierda que debemos recoger y tratar de sistematizar, y por otra
parte, con el trabajo de los intelectuales. Con todos los logros que
hemos desarrollado en los dos últimos siglos, la reflexión fundamental
del marxismo, pero también de otras corrientes intelectuales que pueden
ser útiles. La cuestión es cómo redefinir la meta fundamental de la
humanidad y de la sociedad.
El segundo aspecto es cómo
definir las transiciones. Es evidente que no podemos construir el
socialismo o comunismo instantáneamente. Eso provocaría catástrofes
económicas derivadas del boicot y de los embargos o incluso
intervenciones militares. Eso no es posible, pero sí, podemos pensar
transiciones, es decir, pasos que nos ayudan a construir el paradigma
nuevo. No se trata de adaptar el capitalismo a nuevas situaciones sino
de construir una sociedad diferente. En cuanto a la cuestión de cómo
construir transiciones, hay que hacerlo desde una perspectiva
dialéctica, sin caer en la idea del progreso de la modernidad –un
progreso lineal sobre un planeta inagotable (un concepto muy capitalista
de la “modernidad”, por cierto.
Es necesario
redefinir la modernidad, encontrar transiciones y actores que pueden
actuar en cada aspecto. Este es el gran reto no solamente para América
Latina sino también para el mundo entero. Y ya podemos empezar, de forma
humilde y cotidiana, a pequeña escala, como lo han hecho por ejemplo
los zapatistas, y después poco a poco ampliar esta visión para construir
otra matriz de desarrollo humano. Esto es absolutamente necesario
frente a la destrucción de la naturaleza que el capitalismo está
provocando, y también de destrucción humana, cultural y espiritual.
-CPM: Has mencionado en algunas intervenciones que para entender la
sociedad hay que hacerlo en términos de clase. En el periódico PolítiK
estamos absolutamente de acuerdo. ¿Podrías profundizar sobre la
necesidad del análisis de clase?
-FH: El análisis
de la sociedad desde una perspectiva de clases es ciertamente
importante. También es verdad que en el siglo XIX –en la Europa en que
Carlos Marx reflexionó y escribió– la clase obrera era la clase
fundamental para iniciar el cambio. En este sentido el papel de la clase
obrera para cambiar el conjunto de la sociedad era absolutamente
fundamental. Hoy en día debemos reflexionar frente a la realidad actual:
una clase obrera muy segmentada por el sistema capitalista y que ha
cambiado en los países industrializados, donde han desplazado la
actividad de producción hacia las periferias y que se especializan en
servicios.
Esto significa que la clase obrera hoy es
diferente a la clase obrera del siglo XIX europeo o norteamericano. Así,
otras clases sociales, como los campesinos por ejemplo, están también
afectadas por la lógica del capital, y hoy vemos que frente a esta
destrucción sistemática del pequeño campesinado, hay movimientos que son
más radicales que el movimiento obrero. En particular, en el plano
internacional, la Vía Campesina, la organización mundial de los
campesinos, es más radical contra la Organización Mundial del Comercio o
el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional que la organización
Internacional de los sindicatos. Este es un hecho y debemos reflexionar
sobre las nuevas realidades.
Es verdad que son los
trabajadores los que enfrentan la contradicción fundamental con el
capital, pero ya no son solo los trabajadores industriales, también
están los trabajadores del campo, los precarizados, todos estos grupos
sociales que son afectados hoy por la lógica del capital , y por eso la
lucha y la organización de la lucha social debe ser pensada de otra
manera que en el siglo XIX. Esta es una de las tareas para los
movimientos sociales y los movimientos políticos de izquierda, para no
equivocarse ni en el vocabulario –lo cual es secundario pero
importante–, ni en las prácticas sociales y políticas, es decir: la
definición de las luchas sociales.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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