viernes, 10 de diciembre de 2021

¿Las mujeres afganas deben ser “salvadas” por Occidente?

Lecciones de Afganistán ¿Las mujeres afganas deben ser “salvadas” por Occidente? Tweet about this on TwitterShare on FacebookEmail this to someone Por Carlos García Tobón | 10/12/2021 | Mundo Fuentes: Rebelión Occidente siempre ha estado obsesionado por “salvar” al mundo, a las mujeres que usan velo y ahora, las mujeres afganas han entrado en su listín de víctimas a salvar. Este tema ha inundado los medios de comunicación y a líderes y lideresas occidentales desde agosto, cuando Kabul cayó en poder de los Talibán y EEUU tuvo que acelerar su espectacular huida. No es un discurso novedoso el de 2021, también estuvo en primera línea hace 20 años cuando el presidente George Walter Bush, lanzó la “guerra contra el terror” y la invasión de Afganistán. Pero una guerra sustentada en la venganza (valor judeocristiano), era enormemente desigual, no tenía presentación; así que era mejor hacerla aparecer como virtuosa. Y la virtud la expresó Laura Bush, la esposa del guerrerista presidente en vísperas de la Acción de Gracias, el 17 de noviembre de 2001. Se lamentó en voz alta de la difícil situación de las mujeres afganas con velo, y afirmaba que “la lucha contra el terrorismo es también una lucha por los derechos y la dignidad de la mujer de Afganistán” y se lamentaba en voz alta de la difícil situación de las mujeres afganas con burka. En Gran Bretaña, otro farsante imperialista, Tony Blair, se unió a la coalición internacional alegando que la invasión era necesaria, entre otras cosas, para “devolver una voz a las mujeres afganas privadas de los derechos humanos bajo el régimen talibán” y Cherie Blair, su esposa, también bailó en el escenario e hizo eco de esos mismos cantos de preguerra. Esas esposas guerreristas, ricas y famosas, estaban utilizando todo el peso de la islamofobia desatada para justificar esa guerra tramposa contra uno de los pueblos más pobres de la tierra. Ese apoyo a la “guerra para liberar a las mujeres de Afganistán” era en realidad la promoción de la guerra de sus hombres, los más grandes asesinos. No por los derechos de las mujeres. Y así, “Salvar a las mujeres afganas” se convirtió en el grito persistente de la mayoría de dirigentes y activistas occidentales. Por eso hoy, tampoco sorprende la unanimidad de voces en Occidente que claman a grito herido, para salvar a las mujeres afganas de su “terrible” destino con el triunfo Talibán. Parecería que las mujeres afganas preocupan hoy, por fin, aunque veinte o mas años, tarde. No son las únicas mujeres en el mundo que viven una terrible opresión. Pero la geopolítica decide quiénes merecen micrófono y quiénes no. Los refugiados en Europa son estigmatizados y acorralados en Polonia, Austria, Hungría, Rumania, Alemania, etc., algunos de los países que ahora, se echan las manos a la cabeza por Afganistán. Ayer Europa deportaba a la población afgana o la encerraba en centros de internamiento, ante demasiados silencios. Hoy la hipocresía de turno lanza SOS por las mujeres afganas. Esperemos que ahora sí haya solidaridad con todo el pueblo afgano agotado, humillado y sufrido, padeciendo una crisis humanitaria sin igual. El de las mujeres afganas es un problema real y gravísimo, pero enfocarnos en unos árboles no nos puede impedir ver el bosque. Es obligatorio preguntarse en este momento histórico por qué los imperialistas insisten tanto en este punto, que no sea para echar humo sobre la gran derrota y evadir responsabilidades. Que extraño que haya tantos dirigentes occidentales reivindicando los derechos de las mujeres afganas, cuando nunca los hemos oído condenar a EEUU y sus socios europeos más Canadá y Australia, que han destruido varias naciones musulmanas milenarias, con mucha más tradición y cultura, que esos civilizados que quieren llevar su democracia en misiles y drones e invadiendo y destruyendo la vida de más de 100 millones de seres humanos en Irak, Libia, Siria, Palestina y Afganistán, incluidas sus mujeres, hombres, viejos, jóvenes y niños. Si bien las mujeres afganas se enfrentaron a violentas iniquidades bajo el régimen de los talibán, es clave señalar las argucias que han acompañado a la narrativa de “salvación”. Paradójicamente, esa narrativa ha encontrado una causa común en ambos lados del espectro político, e incluso no es muy difícil descubrir cómo el lenguaje del feminismo y el del imperialismo se unen para decir, desde diferentes perspectivas, casi lo mismo. Así, la mujer afgana ha llegado a ser considerada como atrasada e impotente, que es lo contrario de lo que Occidente expone como virtudes, en ese sentido, las representa. Con mayor frecuencia, el mundo occidental adopta amplias generalizaciones sobre la historia y los problemas políticos, históricos y sociales profundamente complejos que han dado forma al medio social y cultural de las mujeres afganas o musulmanas. Así, presumen que solo conocemos el pasado oprobioso del gobierno de los Talibán respecto a la mujer, pero nunca se habla de los demás grupos afganos que cogobernaron con los invasores; los señores de la Guerra del Norte, los señores de Panjshir, etc., ni las leyes de Karsai o Ghani instituyendo a través de leyes las peores tradiciones contra las mujeres. ¿Que se necesita para entender que los objetivos y deseos de las mujeres afganas pueden no coincidir exactamente con las “libertades” previstas por el feminismo y el imperialismo occidental? ¡Pues no coinciden! Frente al discurso occidentalista que reclama una intervención humanitaria por las mujeres y niñas afganas, estas últimas se han organizado y resistido desde hace décadas en todo el territorio al régimen talibán, a los señores de la Guerra y a los invasores occidentales. Las mujeres luchadoras del Afganistán reconocen tanto al imperialismo como al fundamentalismo islámico como sus dos grandes enemigos por la autodeterminación de su pueblo, como de las mujeres mismas. Si no se tiene más para leer que la cara de las noticias y análisis de la gran prensa, hay que empezar a buscar otras fuentes y otras mujeres, las orientales. Y… ¿Que dicen las mujeres afganas? La historiadora afgana Mejgan Massoumi, profesora de la Universidad de Stanford, afirma:“Parte de la justificación de la “guerra contra el terror” en 2001 tenía que ver con las feministas occidentales, que creían que había que “salvar” a las mujeres afganas de la opresión de los talibán. Es interesante, porque nadie preguntó nunca a las mujeres afganas qué querían ellas. De hecho, siguen sin preguntarles”. Hace más de una década la ex diputada afgana Malalai Joya expresó a un medio estadounidense: “Las mujeres afganas tenemos tres enemigos: el Talibán, los señores de la guerra que están en el gobierno y la ocupación estadounidense. Si ustedes nos ayudan a terminar con el tercero, nos quedarán solo dos”. Ella fue destituida de su curul en 2007 por el segundo de los enemigos (Señores de la Guerra) pues dijo en ese parlamento, que eran responsables de crímenes de guerra, y así lo denunció a Stop the War. Y agregó: “La llamada “guerra contra el terrorismo” fue la mayor mentira del siglo”. Afganistán fue el escenario para “la actual carrera armamentística entre las grandes potencias y sus guerras proxy en Siria, Irak, Yemen, Ucrania, Sudán, Libia, etc”. “En estos 20 años EEUU mató un millón de afganos/as directa o indirectamente y convirtió a nuestro país en la capital mundial de la droga.” [en RAWA (Asociación Revolucionaria de Mujeres Afganas)]. Malalai Joya no cesó de denunciar: “no puede haber democracia real en un país sometido a los fusiles de los Señores de la Guerra, a la mafia de la droga y a la ocupación. Hamid Karzai y los occidentales, son los cómplices de esos criminales. EEUU y sus aliados criminalizan a nuestro herido país, creando una tierra donde abundan las guerras tribales y donde el poder pertenece a los propietarios de campos de amapola. Los señores de la guerra, de la droga y de las ONG: la santa trinidad de la corrupción. No hay más que una solución a los males de Afganistán: poner al frente a las fuerzas democráticas y no a los señores de la guerra. La vida de una mujer en Afganistán vale tanto como la vida de un pájaro. La única forma de hacer avanzar la democracia en nuestro país sería proteger y sostener a los intelectuales y los partidos democráticos existentes. Aquí hay partidos políticos, activistas políticos y trabajadores sociales. ¿Por qué ningún dirigente occidental quiere reconocer la existencia misma de una fuerza progresista en Afganistán que pudiese surgir y jugar un auténtico papel?” También Rafia Zakaria, una paquistaní morena, feminista, musulmana, filósofa política, escritora y estadounidense por adopción, expone en un artículo para The Nation: “…las feministas blancas en los Estados Unidos decidieron desde el principio que “la guerra y la ocupación eran esenciales para liberar a las mujeres afganas”, sin importar lo que esas mujeres mismas pensaran”. Y advierte que “se requiere un nivel distinto de engaño imperial para pensar que se puede bombardear y ocupar a las mujeres en una variedad de libertades, en las que no quieren ser bombardeadas y ocupadas”. Zakaria continúa especificando que los cientos de millones de dólares en ayuda para el desarrollo que Estados Unidos “vertió en su complejo industrial salvador se basó en la suposición de las feministas de la segunda ola de que la liberación de la mujer, era la consecuencia automática de la participación de la mujer en una economía capitalista”. “Un supuesto obvio pero terriblemente equivocado, dada la naturaleza opresivamente patriarcal del capitalismo, el imperialismo y todas esas cosas buenas.” Al escribir el libro Against White Feminism (Contra el feminismo blanco), Zakaria espera descentrar el feminismo blanco o, al menos, llamar la atención sobre el hecho de que es una plantilla que no funciona para todos porque tiene una utilidad limitada por la supremacía blanca. “Una feminista blanca”, insiste Zakaria, “es alguien que se niega a considerar el papel que la blancura y el privilegio racial que se le atribuye han jugado en la universalización de las preocupaciones, agendas y creencias de las feministas blancas como pertenecientes a todas las feministas y a todas las mujeres.» En el libro, Zakaria también describe cómo un feminismo blanco de talla única ha sido cómplice de las guerras intervencionistas en Irak y Afganistán, en la destrucción de la ayuda nativa y las estructuras de empoderamiento en los países de bajos ingresos, y en la negación del atraso cultural de las sociedades occidentales frente a frente a los derechos de las mujeres. Respecto a la ausencia de mujeres en el gabinete talibán provisional casi todo Occidente lo critica. Yassamine Mather, una iraní socialista exiliada en el Reino Unido replica: “Debo admitir que encuentro esta obsesión porque las mujeres ocupen cargos públicos, que se repite independientemente de la ideología y la política del gobierno en cuestión, bastante extraña… ¡No entiendo por qué la inclusión de una mujer en el nuevo gobierno habría marcado una diferencia en la difícil situación de las mujeres afganas en su conjunto!” Otra mentira repetida hasta la saciedad en Occidente fue que el gobierno afgano durante la ocupación fue un “liberador” de mujeres. ¡No es la historia real! “El acceso de las mujeres a la educación y al empleo se limitaba a sectores de la élite en Kabul y otras ciudades importantes, mientras que en las regiones rurales y montañosas no existía”, concluye Mather. Y son el 80% de las mujeres afganas. Partiendo de la brecha entre las mujeres afganas rurales y las urbanas, serán ellas, casi todas, quienes seguirán luchando por sus derechos, y para ello no necesitarán la visión colonial de Occidente, ni su propaganda, ni sus mocosos lloriqueos. En definitiva, después de años de indiferencia informativa, la resucitada atención de los medios sobre Afganistán, denigrando de sus habitantes, ha sido producto del espectáculo necesario para disimular la derrota del imperio y no por una repentina preocupación por las vidas afganas, por lo demás, hipócrita. Rada Akbar, una artista afgana y eterna rebelde es entrevistada por Anne Chaon de APF, y dice de ella: “la había visto reducir a diplomáticos, colegas y «expertos» que ingenuamente le preguntaban si era «realmente representativa» de las mujeres afganas. “¿Cómo podría ser menos?” replicaba con una mirada imperiosa… “¿Qué imagen tienes impresa en tu cerebro? ¿En qué caja pones a las mujeres afganas?” * * * * * A las millones de Sharbat Gula afganas, que no conocen un flash, solo drones, rockets y misiles. El capitalismo es implacable, las ganancias no respetan ni siquiera el dolor. Un fotógrafo de la revista National Geographic obtuvo en 1985 una foto de una jóven afgana refugiada en Pakistán, durante la invasión soviética. Quedó cautivado por sus vibrantes y bellos ojos y su rostro incógnito que solo trasmitía expectación. Pero un buen editor tiene olfato para las ganancias colaterales de una guerra y subió a esa niña en portada y obtuvo las mayores ediciones y multimillonarias ganancias en dólares. Después de semejante éxito comercial era necesario reciclar el éxito con la historia de la paupérrima mujer anónima, que Pakistán amenazaba con deportar. 17 años después NatGeo puso sus sabuesos en Paquistán para buscar la afgana de ojos triunfadores y destino maldito, y así obtener otro éxito editorial perfecto. Su nombre Sharbat Gula, parecía de 60 años, fue necesario un científico gringo para que certificara, tras un análisis del iris, que era la misma foto de 1985. Su historia desconocida: refugiada, 3 hijas y otra muerta, se supo que padecía Hepatitis C, enfermedad que ya había matado a su marido, Rahmat Gul. La anónima mujer ya madura volvió a la escena mundial para beneficio del fotógrafo Steve McCurry y NatGeo. La volvieron a fotografiar y los millones brotaron de la misma fuente. Fuente AFP Esta semana, una Europa alborozada titulaba en sus diarios, que Italia había concedido asilo a una afgana que no sabía que era una celebridad mundial y que los medios ignoraban que ella tampoco lo sabía. Su permanente destierro por las guerras no permitía que leyera las revistas occidentales. Sin embargo, podrían resultar incómodos los comentarios de la propia Sharbat Gula cuando afirmó en 2017, que el burka «es una prenda hermosa, no una maldición» o que «se vivía mejor con los talibán, al menos había paz y orden». Pero que carajo -al fin y al cabo- es una fotografía icónica, no una mujer; y eso es lo que cuenta en Occidente. Mientras el fotógrafo es aplaudido por su exposición actual en Madrid por sus fotos y se frota las manos con su éxito y prestigio, Sharbat Gula digiere sus nostalgias en un nuevo destierro, lejos de su amada tierra. El sustento de la “Carga del hombre blanco” Es increíble que, más de un siglo después de que la farsa de Rudyard Kipling con la “Carga del hombre blanco” sustentara la necesidad del colonialismo con la sangre de millones de víctimas, hoy se justifique la misma violencia con el pretexto de una “carga del hombre y la mujer blancos”. Es inaceptable porque siguen cañoneando otras culturas para lograr la imposición cultural de Occidente. Es una estrategia siniestra porque se basa en construir sobre la destrucción y han terminado haciéndolo contra seis sociedades musulmanas (países) en este siglo, por la farsa de lograr la libertad de las mujeres, como la imagina Occidente. Aquellos que buscan soluciones militares a los problemas sociales no hacen la distinción entre el Islam y los talibán o entre los aspectos culturales y religiosos de la vida en Asia Central. Además, no han podido explicarnos por qué ni cómo se pueden lograr los derechos de las mujeres por medios militares. Las mujeres han sido siempre las primeras víctimas civiles de las guerras. ¿Cuántas viudas, madres, hermanas e hijas de luto, se necesitarán para rechazar las invasiones y abandonar la supuesta misión civilizadora? Después de décadas de guerra, Irak, Siria, Libia y Afganistán son ahora naciones de viudas: más de cinco millones y serán más. ¿Por qué no hacen campañas contra la viudez impuesta por los misiles, minas, drones y balas norteamericanas? La realidad de los “salvadores blancos” El problema es que la verdad del salvador blanco está cimentada en los mismos fundamentos del civilizador blanco. Es una fantasía centenaria que se ha utilizado para justificar las guerras. Quienes realmente quieran entender el problema afgano y el de sus mujeres deben estar abiertos a que se le desacoplen sus prejuicios, a que se les caigan sus verdades, a que queden como en el cuento del emperador desnudo. ¿Es muy difícil entender que la universalidad de la mirada occidental sobre el mundo es la más grande farsa sobre la que ha cabalgado Occidente en su política de conquistar el mundo y expoliarlo? Y el relato de la mujer es más arrogante aún. La burka por ejemplo, es la imagen más frecuentemente replicada en portadas de medios y redes sociales desde el retiro de las tropas norteamericanas, como símbolo de la subyugación de las mujeres frente al nuevo régimen islámico fundamentalista o “fascismo yihadista”, como lo llaman los intelectuales, que se establecerá en el Emirato Islámico de Afganistán. Una profesora universitaria occidental se arrancaba los cabellos expresando su indignidad ante la burka que “usarán” otra vez las mujeres en Afganistán. Lo cierto es que nunca han dejado de usarla. Si se observa con cuidado el archivo fotográfico de AFP -muy interesante y diciente- comprenderán mi afirmación: las fotos de las elecciones afganas de 2015 cuando ganó Ghani, todas las mujeres que votaban en Kabul y otras ciudades llevaban la burka, y la “Carga del hombre blanco” ya llevaba 14 años de invasión. ¿Por qué lo atribuyen ahora al Talibán? La misma indignación manifestada por la profesora le produciría al 90% de la mujeres afganas, si una occidental les propusiera usar una minifalda, fumar en público o destaparse el cabello. Lo que nunca sospecharía la profesora es el significado del cabello encubierto, que es un mecanismo muy importante en el juego erótico de la mujer musulmana, y por lo tanto se considera privado. Liberemos también la imaginación. Una afgana común, pero elocuente. Quizá una mujer real Anand Gopal reportero de la revista The New Yorker (sept. 2021) hace un extenso artículo de su viaje por el Afganistán profundo, titulado “Las otras mujeres afganas” y escoge entre muchas entrevistadas a Shakira, una provinciana rural (42 años y ocho hijos) que vivió el torbellino de la lucha contra la invasión y nos permitirá con su testimonio enriquecer esta discusión. Dice cosas simples pero profundas: “Nunca había conocido a un extranjero antes, dijo tímidamente. Bueno, un extranjero sin pistola”, refiriéndose al periodista. “Las mujeres y los hombres no son iguales”, me dijo Shakira. “Cada uno fue creado por Dios, y cada uno tiene su propio papel, sus propias fortalezas que el otro no tiene”. Gopal continúa: “Sin embargo, todas las mujeres que conocí en Sangin (al sur de Afganistán) parecían estar de acuerdo en que sus derechos, independientemente de lo que pudieran implicar, no pueden fluir del cañón de un arma, y ​​que las propias comunidades afganas deben mejorar las condiciones de las mujeres. Algunas aldeanas creen que poseen un poderoso recurso cultural para librar esa lucha: el Islam mismo”. En Sangin, cada vez que planteaba la cuestión del género, las mujeres de la aldea reaccionaban con burla. “Están dando derechos a las mujeres de Kabul, y están matando mujeres aquí”, dijo Pazaro. “¿Es esto justicia?” Marzia, de Pan Killay, me dijo: “Esto no son “los derechos de las mujeres” cuando nos estás matando, matando a nuestros hermanos, matando a nuestros padres”. Khalida, de un pueblo cercano, agregó: “Los estadounidenses no nos trajeron ningún derecho. Simplemente vinieron, lucharon, mataron y se fueron”. Concluye el articulista de The New Yorker con el entorno y los sueños de Shakira, esa mujer afgana que no ha vivido un momento de paz en su vida: “La familia de Shakira la visita todas las semanas y ella señala los montículos donde yace su abuelo, donde yacen sus primos, porque no quiere que sus hijos se olviden. Atan pañuelos en las ramas de los árboles para atraer bendiciones y rezan a los difuntos. Pasan horas en medio de una geografía sagrada de piedras, arbustos y arroyos, y Shakira se siente renovada. Poco antes de que los estadounidenses se fueran, dinamitaron su casa, aparentemente en respuesta a que los talibán dispararan una granada cerca. Con dos habitaciones aún en pie, la casa está medio habitable, medio destruida, al igual que el propio Afganistán. Ella me dijo que no le importará la cocina perdida, o el enorme agujero donde una vez estuvo la despensa. En cambio, elige ver un pueblo renaciendo. Shakira está segura de que un camino recién pavimentado pronto pasará por delante de la casa, el macadán chisporroteando en los días de verano.” Pero lo más didáctico es cómo Shakira vislumbra su futuro: “Los únicos pájaros en el cielo serán los que tienen plumas. Nilofar (su hijo de veinte años), tan viejo como la guerra misma, se casará y sus hijos caminarán por el canal hasta la escuela. Las niñas tendrán muñecas de plástico, con cabello que podrán cepillar. Shakira tendrá una máquina que puede lavar ropa. Su marido se limpiará, reconocerá sus faltas (consumía opio), le dirá a su familia que los ama más que a nada. Visitarán Kabul y se pararán a la sombra de gigantes edificios de cristal. “Tengo que creer”, dijo. “De lo contrario, ¿para qué fue todo?” Resistir en medio de la guerra y la posguerra Las guerras están tejidas entre mitos y mentiras, pero la democracia real, las libertades, los derechos de las mujeres solo pueden surgir en un pueblo soberano, en un país independiente, autodeterminado. Décadas de ocupación, de opresión, de imperialismo norteamericano, de OTAN, de fanatismo religioso, de guerra civil, han esparcido sangre, desolación y minas en cada pedazo de la tierra afgana; minas que explotan en manos de cualquier afgano progresista, demócrata, campesino, pastor de cabras, mujer o viejo. Todos quisieran construir un nuevo país sin violencia, pero necesitan una nación libre, segura, en paz. Leí una noticia en noviembre que había estallado una bomba de la II guerra mundial en Alemania, después de 80 años. Pero Afganistán está infestado de minas terrestres y municiones sin estallar aún por décadas. No hay una sola ciudad, aldea o calle sin un amputado, sea hombre, mujer o niño. ar Entonces preguntémonos de nuevo y con más vehemencia: ¿cómo es posible “salvar a las mujeres afganas” bombardeando a una población civil que incluía, junto a las propias mujeres, a sus hijos, sus maridos, padres y hermanos? Debería ser la pregunta que pusiera fin a esta discusión, pero sabemos que no es suficiente. Existe una pequeña élite de mujeres, sobre todo en Kabul, que se caracteriza por ser altamente glamourosa, vanguardia en la costura regional y viajera frecuente a los Miami regionales de Doha y Dubai; por los altos salarios que recibía la clase gobernante criolla y su corrupción. Son la herencia del poder, pero no son las mujeres afganas comunes ni representativas, son menos del 2 por ciento. Fuente: [Instagram/@lemaafzal/via Reuters] ¿Qué se avizora? El problema fundamental que está planteado hoy, es cómo reconstruir un país destruido por una invasión y que no deben ser los occidentales los que dicten la política para hacerlo. Los invasores deberían ser los responsables económicos de la reconstrucción del país sin ninguna intervención sobre los asuntos internos. Que sean los afganos victoriosos y los derrotados los que se enfrenten al reto de reconstruir el tejido social roto, la infraestructura y el pacto social que requiere esta encrucijada histórica y este ciclo infernal de guerra, invasión y destrucción. Por primera vez después de 40 años de guerras han vivido 110 días de calma y sosiego relativos, solo alterada por los imparables atentados terroristas de ISIS-K contra mezquitas y la población chií. Pero los invasores no solo no responden por los daños ocasionados si no que embargan los fondos del país centroasiático en la banca mundial con el argumento de que no hay un gobierno reconocido internacionalmente. Y no se reconoce al Talibán porque los actores del conflicto o los involucrados, que han expresado públicamente ese propósito, quieren una caución que les garantice sus intereses. Los rusos pretenden que no haya problemas en la frontera sur de las exrepúblicas soviéticas, los chinos quieren erradicar al terrorismo uigur de sus posiciones transfronterizas, los paquistaníes son objeto de presiones provenientes de todos los involucrados por ser parte del conflicto y de la solución; los iraníes están con los hermanos chiíes del otro lado pero colaborativos; y los estadounidenses no descartan la posibilidad de volver a poner su bota militar cerca a Afganistán, por eso chantajean con el embargo de las reservas monetarias. Recurro a una máxima afgana: “No se puede lavar la sangre con más sangre”. Paren ya, No al bloqueo de los recursos afganos en la banca imperialista. El Talibán emite decreto que protege derechos de las mujeres Aunque es poca la información que brinda la prensa occidental sobre Afganistán, ésta noticia fue repartida por la agencia EFE a sus afiliados. Pero sorprende la noticia del decreto Talibán sobre las mujeres porque refleja un cambio frente al pasado. Es importante señalar que el expresidente durante la invasión, Hamid Karzai, apoyó leyes parlamentarias que legalizaban el casamiento de niñas con adultos y otras horrendas prácticas. Transcribo la noticia: KABUL, 3 dic (Xinhua) Spanish.xinhuanet.com | 2021-12-03 El líder supremo talibán, Haibatullah Akhundzada, emitió hoy viernes un decreto especial sobre los derechos de las mujeres y ordenó a las autoridades pertinentes que tomen medidas para salvaguardar estos derechos. «El liderazgo del Emirato Islámico dirige a todas las Organizaciones relevantes, Ulema-e Karam (académicos) y Ancianos Tribales a tomar acciones serias para hacer cumplir los Derechos de las Mujeres», dijo el portavoz del Gobierno provisional afgano, Zabihullah Mujahid, en un comunicado. Según el decreto, el consentimiento de las mujeres es necesario durante el matrimonio y nadie puede obligar a las mujeres a casarse mediante coacción o presión. «Una mujer no es una propiedad, sino un ser humano noble y libre; nadie puede dársela a nadie a cambio de un acuerdo de paz y/o para acabar con la animosidad», aclara el decreto. Nadie puede casarse con una viuda por la fuerza, ni siquiera sus parientes, y una viuda tiene derecho a casarse o elegir su futuro, agrega el documento. Una viuda tiene el derecho patrimonial y una participación fija en la propiedad de su esposo, hijos, padre y parientes, y nadie puede privar a una viuda de su derecho, agrega la resolución. «Aquellos con matrimonios múltiples (más de una esposa) están obligados a otorgar derechos a todas las mujeres de acuerdo con la ley sharia (islámica) y mantener la justicia entre ellas», acota. El líder talibán ha dado instrucciones al Ministerio de Información y Cultura para que publique artículos relacionados con los derechos de las mujeres y también pidió la implementación adecuada del decreto. También pidió a los gobernadores provinciales y jefes de distrito que cooperen de manera integral con los ministerios pertinentes y la Corte Suprema en la implementación de la iniciativa. La situación de seguridad en Afganistán se ha mantenido en general tranquila pero incierta desde la toma del poder por los talibanes a mediados de agosto y la formación del Gobierno provisional talibán el 7 de septiembre. http://spanish.news.cn/2021-12/03/c_1310350088.htm Es muy relevante que el decreto conceda y afirme derechos y no plantee restricciones. Eso habla de los cambios que ha tenido el Talibán y objeta los augurios nefastos que pronosticaba el mundo occidental. Es un decreto parcial pero significativo. Las fotos actuales de la cotidianidad muestran a las mujeres en las calles y mercados no necesariamente con burka y las clases en la universidad han continuado con una alteración odiosa, los salones han sido divididos con una cortina y de un lado están los hombres y en el otro las mujeres, pero reciben la misma clase. Y es encomiástico el decreto: «Una mujer no es una propiedad, sino un ser humano noble y libre; nadie puede dársela a nadie a cambio de un acuerdo de paz y/o para acabar con la animosidad». Esta definición merecería estar en todas las constituciones del mundo. El 15 de agosto de 2021, cuando los talibán conquistaron Kabul y tomaron de nuevo el poder en Afganistán, afirmaron sin equívocos: “Las mujeres han sido las principales víctimas de más de cuarenta años de crisis en Afganistán. El Emirato Islámico de Afganistán ya no quiere que las mujeres sean víctimas. Está preparado para ofrecerles un entorno de trabajo y de estudio y un lugar en las diferentes estructuras acorde con la ley islámica y nuestros valores culturales”. La cara moderna de los islámicos fue rechazada por Occidente alegando no creer ni una sola palabra de ese supuesto discurso moderado. Lección y conclusión Si las guerras de Occidente «liberaran» a las mujeres orientales o las africanas; las musulmanas serían, después de siglos de intervenciones militares occidentales, las mujeres más «liberadas» del mundo. No lo son, ni lo serán, especialmente cuando el discurso de la libertad está asociado con las invasiones para imponer violentamente la hegemonía norteamericana y occidental. Como dice Natalia Aguirre, una médica cooperante colombiana con una mirada curiosa, espontánea e investigadora: “Las mujeres afganas son valientes. Las mujeres afganas no son débiles. Son unas fieras. No se callan nada. No viven escondidas como la prensa occidental le hace creer al mundo”. (“300 días en Afganistán”, Editorial epubLibre, 2004). La salida a la situación de las mujeres afganas, como lo muestran otras mujeres musulmanas en medio de conflictos en Siria Norte/Rojava o en Iraq; pasa porque ellas sean las dueñas de sus destinos no solo de sus desgracias, y ser las que decidan y las que tengan la capacidad de implementar esas decisiones. Eso requiere paz y condiciones mínimas de vida inicialmente, para poder plantearse una sociedad y un modelo político de país, en el que las mujeres sean consideradas personas libres y respetadas por el gran aporte a la resistencia contra el invasor y los excesos de los fundamentalistas islámicos. Y ahora que los Talibán controlan el gobierno y todo el territorio de Afganistán, hay que exigirles que como autoridad cumplan sus propias promesas de establecer la paz, de normalizar la vida pública, de amnistía para todos los comprometidos con la invasión; ampliar el arco de derechos a las mujeres, garantizar la seguridad ciudadana básica y el sostenimiento humanitario de la población más necesitada. El pueblo afgano ha luchado durante milenios y se ha ganado el derecho a determinar por sí mismo qué tipo de Estado y sociedad debe tener. ¡Afganistán tiene futuro! ¡Sus mujeres y hombres, merecen futuro! Este artículo, además de los ya citados, se apoya en informaciones de Al jazeera, Asia Times, The Guardian y Rebelión. Carlos García Tobón. Analista internacional con énfasis en China, Asia Central y la Ruta de la Seda histórica y actual. Arquitecto y Urbanista de la Universidad Nacional de Colombia. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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