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miércoles, 10 de abril de 2024
Bonhoeffer: El Dios desalojado
Dietrich Bonhoeffer:
El Dios desalojado
(por Eliana Valzura para Revista Diapasón)
(4 de febrero de 1906 – 9 de abril de 1945)
“No se trata de unir a las víctimas bajo la rueda,
sino de parar la rueda para bloquear sus radios”
Dicen que charlando con un cura joven Bonhoeffer le preguntó cuál era su mayor aspiración. El joven contestó resuelto: llegar a ser santo. Cuando era su turno de contestar, el también joven y ya brillante teólogo desconcertó: “Yo desearía aprender a creer”.
Sus cátedras eran multitudinarias, sus libros requeridos, pero su fe seguía siendo una búsqueda incesante y desesperada.
"La cristología es una logología, y comienza en el silencio. Quien no sabe callar, no sabe orar. El que no sabe estar solo, no sabe vivir en comunidad. Prefiero buscar a Dios entre los marginales, porque ahí lo siento más cerca. Me fastidio del lenguaje religioso de los religiosos. Hay que terminar con la hipótesis de trabajo 'Dios', con el Dios tapa-agujeros con el que solucionamos lo que no sabemos solucionar. Para Dios y con Dios, vivimos sin Dios. Dios se deja desalojar del mundo y clavar en una cruz."
De su obra, que supera la instancia del diosfetiche, diossalvavidas, diosamuleto de consciencias debilitadas, todos hablan.
Yo, por mi parte, me subo al barco con el joven Dietrich de apenas treinta y tres años.
Él deja la comodidad de su cátedra de Teología Sistemática en Nueva York en la que está a salvo y seguro, lejos de otros peligros ya experimentados en los seminarios clandestinos de su Iglesia Confesante.
Y yo quiero acompañarlo. Verlo. Conocerlo. Y me subo al barco que lo trae de vuelta a Alemania, a la Alemania Nazi, porque, le escribe a Reinhold Niebuhr, “yo sé qué alternativa escoger, pero no puedo tomar esta decisión desde mi seguridad”.
Un año después, en Alemania, comienza a escribir su libro "Ética", amparado en la paz precaria del Monasterio de Ethal. Mientras lucha contra el nacionalsocialismo y por el “Proyecto 7”, se involucra más y más en tareas de 'resistencia' política y 'sumisión' a lo que entendía de “justicia” y “Jesucristo” en el Sermón del Monte.
Su ética no es, por cierto, una moralina temerosa e hipócrita. Su ética es combatiente y jugada porque “hay cosas por las que merece la pena comprometerse, y me parece que la paz y la justicia social, o sea Cristo, lo merecen”.
Su ética no era poner paños fríos a las llagas de los que estaban sufriendo. Su ética fue tomarse un barco, sin querer ser santo. Simplemente queriendo creer, un barco lo conduciría a la muerte segura a favor de otros desesperados semejantes. No para reunirlos y hacerles la muerte más digna, sino para ponerse debajo de la rueda y pararla.
No echó mano de la hipótesis "Dios", ni oró por el milagro que no estuvo dispuesto a hacer. Tomó el barco, queriendo creer.
Optó. Optó por gente. Por los comunes. Por los sufridos. Por los perseguidos y necesitados. Su teología cristológica nunca perdió el norte. Hizo como Jesús: salió de su lugar.
¿Pudiste haber vivido de otra forma, Dietrich? No lo creo. Naciste, estudiaste y viviste sabiendo que te tomarías ese barco.
De la cárcel y de las cartas, todos hablan. Se te vio triste despedirte de tus amores que apenas disfrutaste, de rodillas orando antes de subir al clavo de la horca.
“Su alma ciertamente alumbraba en la desesperanza oscura de nuestra cárcel”, describió Paine Best, del Servicio Secreto Inglés.
“Esto es el fin. Para mí el principio de la vida”, dicen que dijiste. Justo vos, que enojado escribías que el que no amaba la vida en este mundo no era digno ni de pensar siquiera en cualquier más allá.
Junto a su Biblia, dejó las obras de Goethe.
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