jueves, 7 de junio de 2018

Populismo religioso y evangelismo político en Brasil


Populismo religioso y evangelismo político en Brasil

Nueva Sociedad (Argentina)

La elección del pastor Marcelo Crivella como alcalde de Río de Janeiro en 2016, expresó el crecimiento de las iglesias evangélicas en la política brasileña. Su poder no reside solo en sus candidatos sino en su capacidad de presión a los partidos tradicionales. En Brasil ya no es concebible, para quien es candidato a un puesto importante, manifestarse abiertamente a favor del matrimonio homosexual o del aborto. Los evangélicos parecen estar imponiendo su agenda.

Río de Janeiro, sus playas de arena fina, su carnaval y... su alcalde evangélico. El 30 de octubre de 2016, las elites brasileñas recibieron con estupor el triunfo de Marcelo Crivella, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, en las elecciones municipales. A los 58 años, este hombre afable, que fue ingeniero, estrella de la música góspel, misionero en África durante diez años, senador y ministro, quedó a la cabeza de la segunda ciudad del país. «Agradezco a Dios por este momento, ni en mis previsiones más optimistas pensé que esto sucedería; esta vez, la mayoría está con nosotros, y es una enorme responsabilidad», declaraba al conocerse los resultados.

Por supuesto, la religión no explica por sí sola este éxito electoral. El Brasil de 2016 estaba sacudido por una ola conservadora que el pastor supo surfear hábilmente contra Marcelo Freixo, el candidato de la izquierda percibido como demasiado liberal por la mayoría de los cariocas. Pero el fenómeno religioso es de amplio alcance: en 2016, unos 250 pastores y otros obispos evangélicos se postularon a los cargos de alcalde o consejero municipal; 25% más que en las elecciones anteriores. Y lo hicieron con un éxito considerable. En 2008, Sao Paulo contaba con 5 representantes evangélicos en el Consejo Municipal; en 2012, eran 8. Y, cuatro años más tarde ya eran 14.

Hasta la década de 1970, los evangélicos eran vistos como apolíticos. Pero todo cambió con la nueva Constitución, en 1988, tras el restablecimiento de la democracia. Fue la Asamblea de Dios la que produjo este cambio de rumbo al decidir presentar un candidato por estado. Desde entonces, fue seguida por prácticamente todas las denominaciones evangélicas.El objetivo anunciado era defender la libertad religiosa, moralizar la política, proteger la familia y los valores cristianos contra proyectos de ley considerados escandalosos, que contemplaban la despenalización del aborto o la unión de personas del mismo sexo. Se trataba también de defender intereses corporativos.

En 1982, el Parlamento solo contaba con dos diputados evangélicos. En 1986, eran 18; en 1990, 23; en 2002, 59; en 2010, 73; y en 2014, 87 (sobre 513). La progresión solo se detuvo una sola vez, en 2006, tras darse a conocer la participación de varios representantes electos evangélicos en un escándalo de corrupción ligado a la compra de ambulancias. Y para 2018, los evangélicos pretenden alcanzar los 150 diputados.

¿Pero cuál es el argumento político de estos candidatos? «Un hermano vota por un hermano: un adepto de una Iglesia evangélica es considerado por los fieles más ‘confiable’ que los demás candidatos», resume Denise Rodrigues, politóloga de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Así, Marina Silva, candidata del Partido Verde en las elecciones presidenciales de 2010, obtuvo impresionantes resultados en barrios pobres donde su discurso ecológico tenía pocas posibilidades de seducir. Sin ocultar que era integrante de la Asamblea de Dios, nunca lo usó como argumento de campaña. Su pertenencia bastó, sin embargo, para que los pastores llamaran a votar por ella. Según una encuesta realizada en 2012 por el instituto Datafolha, un tercio de los electores evangélicos declararon votar por el candidato señalado por su pastor, mientras que otro tercio lo «toma en consideración». Más asiduos a los ritos que los católicos, menos educados ya que provienen mayoritariamente de sectores sociales desfavorecidos, los evangélicos están más expuestos a la influencia de su guía espiritual.

Algunos líderes mediáticos, como el pastor Silas Malafaia que dirige la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, se convirtieron en maestros del aprovechamiento de este poder. «A mí no me interesa ser candidato. Lo que me gusta son los entretelones de la política, me divierte. En el nivel local, imponemos a quienes queremos. En las últimas elecciones municipales, lancé a un ilustre desconocido para el público en general, pero que era una referencia para los evangélicos: estuvo entre quienes obtuvieron la mayor cantidad de sufragios», cuenta. Hace referencia a Sóstenes Cavalcante, uno de los más jóvenes integrantes del Parlamento Federal en 2015.

Así, se observa el surgimiento de un populismo religioso, es decir, una identidad política basada en la pertenencia a una iglesia, que articula el voto de un grupo de electores atraído por esta identidad, pero también por prácticas de asistencia social realizadas por las redes de templos diseminados en el tejido urbano. «Se trata de un nuevo tipo de populismo en Brasil, producto de la identificación entre representación y electorado propuesta por las instituciones religiosas», analiza Rodrigues.

Que tantos pastores hayan sido elegidos en el nivel local y en el Congreso Federal se debe también a las especificidades de un sistema proporcional de lista abierta en una sola vuelta. El número de bancas obtenidas por cada coalición es el resultado de un cálculo complejo bautizado «cociente electoral». Concretamente, si un candidato obtiene un gran número de votos, permite a su lista hacer ingresar al Parlamento diputados que, sin embargo, obtuvieron muy pocos sufragios. Este sistema incita a los partidos a seducir a personalidades y líderes carismáticos. Se los llama «puxadores de voto» (aspiradoras de votos). Para seducir, las coaliciones deben impulsar a personalidades de todo tipo –estrellas del entretenimiento, el deporte o la religión–, hasta extremos caricaturescos. En 2010, el diputado federal más elegido del país, con un 1.350.000 votos, fue el payaso Francisco Everardo Oliveira da Silva, alias «Tiririca». En 2014, el pastor Marcos Feliciano recibió alrededor de 400.000 votos, tras ser noticia por sus diatribas homofóbicas. Un resultado que le permitió «hacer que entraran» con él varios diputados, todos de la «familia cristiana».

Este mecanismo llevó a los partidos a competir para atraer a pastores carismáticos, aun cuando su retórica se opusiera al programa y la tradición del movimiento político. Su designación depende de la congregación de la cual provienen. «En el caso de la Asamblea de Dios, las disidencias son grandes y cada uno de los líderes regionales tiene poder, lo que torna imposible la elección de una lista a escala nacional», explica Bruna Suruagy, profesora de la Universidad Presbiteriana Mackenzie. En consecuencia, las candidaturas provenientes de esta iglesia son a menudo voluntarias, surgidas de personas con una elocuencia cautivadora, percibidas como elegidas por Dios por su capacidad para movilizar multitudes.

En el caso de la Iglesia Universal, en cambio, es un consejo de obispos cercano al líder Edir Macedo el que señala a los candidatos, en general religiosos conocidos por los medios de comunicación. Se trata de un procedimiento totalmente vertical, sin intervención de la comunidad. Para promover a sus pupilos, la Universal utiliza su canal de televisión, la Rede Record –la segunda del país–, su canal religioso TV Universal, así como una veintena de canales locales. También recurre a la red Aleluia, que cubre 75% del territorio con 80 radios AM y FM, así como al diario gratuito Folha Universal, a varias revistas y al portal de internet Universal.org. Todos los candidatos son actualmente miembros del Partido Republicano Brasileño (PRB), el partido de la Universal, fundado en 2005. Con sus 12.000 pastores y 7.000 templos, la congregación lo convirtió exitosamente en su brazo político informal. El número de representantes municipales electos del partido creció 33% entre 2012 y 2016 y obtuvo el trofeo especial de la alcaldía de Río de Janeiro.

El PRB se convirtió también en el principal instrumento de alianzas políticas de la iglesia. José de Alencar, vicepresidente durante los dos mandatos de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) había surgido de allí, lo que muestra el acercamiento de la Universal al ex sindicalista metalúrgico. En efecto, aunque católico, el acaudalado industrial José de Alencar debía volver a Lula más simpático a los ojos de los empresarios, pero también de los evangélicos.

Este «nicho» de votos hace ingresar al Congreso Federal –y las asambleas locales– a un número creciente de militantes evangélicos, conocidos a menudo por sus carreras de cantantes de góspel y apoyados por una red de radios y canales de televisión. «Para los puestos ejecutivos, y especialmente para la elección del jefe de Estado, esto no funciona; la mayoría de los brasileños decide sobre todo sobre la base de cuestiones económicas y sociales, como la tasa de desempleo, el nivel del salario mínimo o la seguridad», explica André Singer, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Sao Paulo. «Pero si la elección es muy reñida, esta población puede inclinar el resultado a un lado o al otro», agrega.

El crecimiento de los evangélicos tiene otro impacto: obligar a los candidatos de todos los sectores a optar por posiciones cada vez más reaccionarias. «Las campañas electorales siguen estando dominadas por las cuestiones económicas, pero los temas morales adquieren allí un lugar creciente, lo que implica un discurso cada vez más conservador de los partidos, preocupados por no contrariar al electorado evangélico», estima Singer. En Brasil ya no es concebible, para quien es candidato a un puesto importante, manifestarse abiertamente a favor del matrimonio homosexual o del aborto. El ejemplo de las elecciones presidenciales de 2010 y 2014 es elocuente.

Mujer, divorciada y miembro de la guerrilla que se sublevó contra la dictadura en la década de 1960, Dilma Rousseff debió hacer frente a una serie de acusaciones de pastores evangélicos y de prelados católicos cuando se postulaba para la presidencia por primera vez en 2010, al intentar suceder a Lula. Los religiosos la acusaban de estar a favor de la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. La candidata se vio obligada finalmente a publicar entre ambas vueltas una «carta abierta al pueblo de Dios», en la cual reconocía la importancia del trabajo de las iglesias evangélicas. Se comprometía sobre todo a «no proponer cambios en la legislación sobre el aborto y otros temas vinculados a la familia», en referencia a los derechos de los homosexuales.

«Todavía no representamos a la mitad de los brasileños; por ende, imponer a un candidato evangélico para dirigir el país no es posible en lo inmediato, pero ya los obligamos a negociar», se enorgullece el pastor Malafaia. Y precisa: «Nos sentamos a la mesa con cada uno de los candidatos y le decimos: ‘¿Quieres nuestro apoyo? Deberás firmar un documento y comprometerte a rechazar tal o cual legislación’. Así es el juego de la política». Es lo que hizo además Rousseff, días después de la retirada de Silva. Se la vio posando, con una sonrisa forzada, junto a los senadores y diputados evangélicos más reaccionarios. Lo que no les impidió, a casi todos, abandonarla dos años después de su reelección y votar por su destitución.

Lamia Oualalou es periodista franco-marroquí, vive en Río de Janeiro y trabaja para varios periódicos franceses y para el sitio brasileño Opera Mundi. Es autora del libro Brésil, histoire, société, culture (La Découverte, 2009). Este artículo es un extracto del libro Jésus t'aime: la déferlante évangélique(Editions du Cerf, 2018).

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