Reseña de En pos del Milenio, de Norman Cohn
Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media
Norman Cohn (1915-2007) tuvo que interrumpir su formación como historiador en la universidad de Oxford para servir durante la Segunda guerra mundial en el British Army, donde pronto sus habilidades en lenguas modernas hicieron que se le asignaran trabajos de inteligencia. Destinado en Viena en los primeros años de postguerra, escuchó numerosos testimonios de víctimas del nazismo, y éstos resultaron fundamentales para perfilar el que habría de ser el tema de estudio principal en su dilatada trayectoria investigadora posterior: un análisis de las condiciones históricas que propician persecuciones y genocidios, y de los mecanismos por los que determinadas minorías llegan a convertirse en “chivos expiatorios” y concentrar sobre ellas la frustración de las masas.Publicado en su edición original inglesa en 1957, En pos del Milenio ofrece un estudio exhaustivo de los movimientos que se desarrollaron entre los siglos XI y XVI en la Europa del norte y central, y que espoleados por interpretaciones milenaristas y apocalípticas propiciaron una agitación social que hoy vemos como precursora de las revoluciones de los siglos XIX y XX. Pronto la obra se convirtió en referencia esencial sobre estos asuntos y en la más influyente y conocida de Norman Cohn. La edición de Pipas de Calabaza que aquí se reseña es de 2015 y presenta una traducción de Julio Monteverde de la tercera y definitiva versión inglesa de 1970.
Base ideológica: profecías apocalípticas y herejías
El primer elemento ideológico a considerar son los relatos sobre el fin de los tiempos que son una tradición en el judaísmo y posteriormente también en el cristianismo. El Apocalipsis de san Juan, con sus conmovedores pasajes sobre la derrota del Anticristo y la restitución del reino de Dios fue interpretado muchas veces de forma literal durante los primeros siglos en que los fieles sufrían persecución, aunque después, tratadistas como Orígenes o san Agustín resaltan su carácter alegórico. Son importantes asimismo los documentos conocidos como oráculos sibilinos, de gran difusión en la Edad Media, que ofrecen relatos proféticos sobre el fin de los tiempos no muy diferentes de los de san Juan.
El segundo sustrato para estos movimientos lo proporcionan algunas de las interpretaciones ajenas a la norma, consideradas heréticas, que jalonan la historia del cristianismo. Entre éstas, tienen especial relevancia las promovidas por reformadores que se presentaban como abanderados de un genuino espíritu evangélico y arremetían contra el lujo y la lujuria del clero. Eran santos milagreros, sedicentemente ungidos por la gracia divina, que en seguida acaudillaban rebaños iletrados. Se describen ejemplos ya desde el siglo VI en Francia y luego también en los Países Bajos, pero es sobre todo a partir del XI cuando estos mensajes van a calar profundamente entre los pobres y oprimidos desencantados de la iglesia oficial.
Base social y económica
Pero quiénes son estos pobres a los que va a llegar el mensaje de los nuevos mesías. En el siglo XI, en Flandes y el valle del Rin comienza una incipiente industrialización que, unida a la superpoblación en el campo, va a propiciar la emigración a las ciudades. Cuando éstas son incapaces de absorber estos flujos, crecen el desarraigo y el desequilibrio social, y la miseria afecta a amplias capas de la población. La organización de la Primera Cruzada a partir de 1095 dio lugar a “ejércitos de pobres” que buscaban la égida de caudillos en los que identificaban a los monarcas universales de los relatos apocalípticos. Unía a estos pauperes su reivindicación del “reino de Dios” y su odio a los infieles, y pronto destacaron por la persecución a las comunidades judías que hallaban a su paso, aunque las clases pudientes y los clérigos de la iglesia oficial, considerados corruptos, tampoco se libraron de sus iras.
La protesta de las masas hundidas en la miseria toma así un cariz netamente religioso y en los siglos siguientes va a extenderse, junto a la industrialización y los flujos de población, por Francia, Holanda y Alemania, al tiempo que las sucesivas cruzadas que se predican sirven de fermento aglutinador. Un personaje fundamental es el emperador Federico II (1154-1250), que con su oposición al papado fue reivindicado por los que buscaban construir una nueva iglesia espiritual, en la estela de las enseñanzas de Joaquín de Fiore. En Francia, la agitación de los pauperes se prolonga hasta finales del siglo XIV, cuando la Guerra de los 100 años favorece una consolidación del poder real y la ruina de la industria induce una reducción de la población, pero en Alemania seguirá hasta principios del XVI, aferrada a profecías que prometían el regreso escatológico de Federico II como monarca universal.
Flagelantes y herejías del Libre Espíritu
En los movimientos descritos, dos tendencias presentan un interés particular. La autoflagelación se encuentra en Europa entre ermitaños de Italia a comienzos del siglo XI, y en el siguiente son comunes ya en el país procesiones de flagelantes, que en aquellos años de guerra, hambre y peste, y en una sociedad dominada por la religión, pueden considerarse un intento desesperado de impetrar la gracia divina. Poco después estas prácticas aparecen en Alemania, y se extenderán luego por el sur de Europa, aunque será sobre todo al norte de los Alpes donde tendrán carácter herético y estarán ligadas a visiones esotéricas y escatológicas, con pogromos y persecución de clérigos y propietarios que alcanzan su máxima expresión en el gran movimiento de flagelantes de mediados del siglo XIV.
El culto del Libre Espíritu surge hacia 1200 en la influyente universidad de París con los denominados amaurianos, seguidores del filósofo Amaury de Bène, panteístas místicos en la estela neoplatónica, que son perseguidos con cárceles y hogueras. Sus enseñanzas se extienden, sin embargo, y, pronto incorporan rasgos apocalípticos y una devoción a la indigencia, como estandarte contra el incipiente capitalismo que creaba aberrantes desigualdades. Son conocidos después como begardos o Fraternidad del Libre Espíritu, pobres voluntarios que viven de la mendicidad y representan la versión laica y herética de lo que los franciscanos defendían dentro de la ortodoxia. Las beguinas fueron comunidades de mujeres con ideas similares a las de los begardos, y que mantenían estrecha relación con ellos.
Cohn describe en detalle las doctrinas de estos movimientos y la historia de su propagación, así como la dura represión que sufrieron, a partir del siglo XVI por parte también de los protestantes. Se entrelazan en ellos misticismo de alto nivel con autodeificación y egoísmo exacerbado, amoralidad, promiscuidad sexual y delirios aristocratizantes. Todo ello desemboca a veces en prácticas revolucionarias: expropiaciones y comunidad de bienes, más allá de la tutela de familia y estado, algo que puede ser descrito como un anarquismo místico y cuya estela puede trazarse en Europa hasta el siglo XVII. A estos epígonos dedica el autor la parte final de la obra.
El milenarismo igualitario como anarquismo místico
En Grecia y Roma era bien conocido el mito de una antigua Edad de oro o reino de Saturno, fraternal e igualitaria, sin propiedad privada ni explotación. Estas ideas encuentran eco en los estoicos, que defienden la igualdad esencial de los seres humanos, y son incorporadas siglos después al cristianismo. De todas formas, dentro de éste, mientras autores como San Agustín sostenían esto mismo, lo cierto es que la iglesia oficial participaba del sistema esclavista imperante. En el siglo XIII el mito renace en un poema de Jean de Meun, Le roman de la rose, que alcanza gran difusión, y hacia 1370 impregna y guía los anhelos de los campesinos y artesanos insurgentes de Flandes, el norte de Francia y, en seguida, de Inglaterra.
En esta época, ideas similares se extienden por Bohemia y a finales del siglo, con la predicación de Jan Hus, desbordan sus fronteras. Tras la ejecución de éste en 1415, el movimiento se divide y su ala izquierda, los taboritas, profetiza el alba de una nueva sociedad igualitaria, de pobreza apostólica y pureza moral, pero cuya materialización acarreaba con frecuencia miseria y violencia. La persecución de los taboritas degeneró en una guerra a la que ellos dieron tintes milenaristas y apocalípticos, y culminó con su derrota y exterminio en la batalla de Lipany (1434), aunque sea posible identificar ecos suyos en la centuria siguiente, en la misma Chequia y en regiones próximas.
En 1474 Hans Böhm comienza en Niklashausen, cerca de Würtzburg, una predicación que recuerda las de las cruzadas de pobres de unos siglos antes, pero con el milenarismo de aquéllas sustituido por una invocación al “estado de naturaleza” de los taboritas radicales, que va sazonada con ataques furibundos a la Avaritia y Luxuria del clero. Aunque muy pronto se le condena a la hoguera, otros tomarán el relevo en los años siguientes, y entre ellos destaca Thomas Müntzer, un sacerdote de Turingia con una amplia instrucción, que desarrolla una mística con influencias taboritas y predica contra clérigos corruptos y gobernantes ateos una guerra apocalíptica de la que habría de emerger el nuevo milenio igualitario. Errante por Alemania y violentamente enfrentado con Lutero, Müntzer es uno de los inspiradores de la revuelta campesina que estalla en mayo de 1525. Derrotada ésta es decapitado el 27 de ese mes.
En los años posteriores se extiende por Suiza y Alemania un nuevo movimiento, caracterizado por su despreocupación teológica y por centrar su interés en una ética de fraternidad social, crítica con la propiedad privada. Son los anabaptistas, esencialmente pacíficos, pero que enseguida incuban dentro de ellos el virus escatológico, y no dudan en ocasiones en recurrir a la violencia para traer el reino de Dios. Estos radicales son los que toman el poder en Münster en 1534 y establecen una comuna que es minada luego por disensiones internas y acaba degenerando en monarquía. La ciudad cae en junio de 1535, y con el exterminio de sus líderes, el anabaptismo milenarista sufre un rápido declive.
Reflejos del pasado en el presente
Los movimientos descritos en el libro canalizaban su protesta contra penosas situaciones de explotación y miseria a través de profecías apocalípticas o mitos de la antigüedad clásica. De esta forma, la liberación de la opresión tomaba un carácter religioso de salvación que involucraba además una transformación radical del mundo. La iglesia oficial, dominada por Luxuria y Avaritia, y cómplice de la expoliación se convertía en enemigo a batir, al tiempo que la indefensión de los débiles buscaba siempre la égida de reyes justos y poderosos, monarcas escatológicos del dogma milenarista. Se observa también que los que aceptan el mensaje eran sobre todo los sectores marginados, arrojados por los cambios sociales a una situación insostenible. El desencadenante de las revueltas eran muchas veces catástrofes naturales.
Cohn concluye su obra buscando ecos en el siglo XX de la historia descrita, y es aquí donde podemos encontrar algunos aspectos discutibles. No resulta difícil estar de acuerdo con él en que los mecanismos de demonización de los judíos son similares en las dos épocas, pero su identificación de los movimientos revolucionarios del siglo XX con las fantasías milenaristas de taboritas, müntzerianos y anabaptistas radicales parece en exceso simplista. La edición reseñada incluye también las conclusiones de la primera edición inglesa de 1957, que son en este sentido aún menos admisibles, pues se equipara sin matices el anticapitalismo con el pensamiento del comunismo autoritario, ignorando la lucha que ha existido, ya desde la primera internacional, entre tendencias autoritarias y libertarias dentro del campo revolucionario.
El libro nos adentra en las convulsiones de un tiempo lejano en el que ciertamente no es difícil ver rasgos del presente, aunque el dominio absoluto por entonces de una religión llena de mitos y verdades reveladas hace que aquello nos parezca más que nada una sombría caricatura de lo de hoy. En nuestro tiempo, las profecías se han vestido de ciencia y son bastante más sutiles, aunque no por ello menos peligrosas. Con esta perspectiva, hay que decir que resulta muy oportuna, con su aguda ironía, la visión que se nos ofrece de los sectores más historicistas y dogmáticos del anticapitalismo en el espejo de los apóstoles de la Jerusalén celestial, afianzada más allá de cualquier duda por profecías sagradas y maestros infalibles.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
Base ideológica: profecías apocalípticas y herejías
El primer elemento ideológico a considerar son los relatos sobre el fin de los tiempos que son una tradición en el judaísmo y posteriormente también en el cristianismo. El Apocalipsis de san Juan, con sus conmovedores pasajes sobre la derrota del Anticristo y la restitución del reino de Dios fue interpretado muchas veces de forma literal durante los primeros siglos en que los fieles sufrían persecución, aunque después, tratadistas como Orígenes o san Agustín resaltan su carácter alegórico. Son importantes asimismo los documentos conocidos como oráculos sibilinos, de gran difusión en la Edad Media, que ofrecen relatos proféticos sobre el fin de los tiempos no muy diferentes de los de san Juan.
El segundo sustrato para estos movimientos lo proporcionan algunas de las interpretaciones ajenas a la norma, consideradas heréticas, que jalonan la historia del cristianismo. Entre éstas, tienen especial relevancia las promovidas por reformadores que se presentaban como abanderados de un genuino espíritu evangélico y arremetían contra el lujo y la lujuria del clero. Eran santos milagreros, sedicentemente ungidos por la gracia divina, que en seguida acaudillaban rebaños iletrados. Se describen ejemplos ya desde el siglo VI en Francia y luego también en los Países Bajos, pero es sobre todo a partir del XI cuando estos mensajes van a calar profundamente entre los pobres y oprimidos desencantados de la iglesia oficial.
Base social y económica
Pero quiénes son estos pobres a los que va a llegar el mensaje de los nuevos mesías. En el siglo XI, en Flandes y el valle del Rin comienza una incipiente industrialización que, unida a la superpoblación en el campo, va a propiciar la emigración a las ciudades. Cuando éstas son incapaces de absorber estos flujos, crecen el desarraigo y el desequilibrio social, y la miseria afecta a amplias capas de la población. La organización de la Primera Cruzada a partir de 1095 dio lugar a “ejércitos de pobres” que buscaban la égida de caudillos en los que identificaban a los monarcas universales de los relatos apocalípticos. Unía a estos pauperes su reivindicación del “reino de Dios” y su odio a los infieles, y pronto destacaron por la persecución a las comunidades judías que hallaban a su paso, aunque las clases pudientes y los clérigos de la iglesia oficial, considerados corruptos, tampoco se libraron de sus iras.
La protesta de las masas hundidas en la miseria toma así un cariz netamente religioso y en los siglos siguientes va a extenderse, junto a la industrialización y los flujos de población, por Francia, Holanda y Alemania, al tiempo que las sucesivas cruzadas que se predican sirven de fermento aglutinador. Un personaje fundamental es el emperador Federico II (1154-1250), que con su oposición al papado fue reivindicado por los que buscaban construir una nueva iglesia espiritual, en la estela de las enseñanzas de Joaquín de Fiore. En Francia, la agitación de los pauperes se prolonga hasta finales del siglo XIV, cuando la Guerra de los 100 años favorece una consolidación del poder real y la ruina de la industria induce una reducción de la población, pero en Alemania seguirá hasta principios del XVI, aferrada a profecías que prometían el regreso escatológico de Federico II como monarca universal.
Flagelantes y herejías del Libre Espíritu
En los movimientos descritos, dos tendencias presentan un interés particular. La autoflagelación se encuentra en Europa entre ermitaños de Italia a comienzos del siglo XI, y en el siguiente son comunes ya en el país procesiones de flagelantes, que en aquellos años de guerra, hambre y peste, y en una sociedad dominada por la religión, pueden considerarse un intento desesperado de impetrar la gracia divina. Poco después estas prácticas aparecen en Alemania, y se extenderán luego por el sur de Europa, aunque será sobre todo al norte de los Alpes donde tendrán carácter herético y estarán ligadas a visiones esotéricas y escatológicas, con pogromos y persecución de clérigos y propietarios que alcanzan su máxima expresión en el gran movimiento de flagelantes de mediados del siglo XIV.
El culto del Libre Espíritu surge hacia 1200 en la influyente universidad de París con los denominados amaurianos, seguidores del filósofo Amaury de Bène, panteístas místicos en la estela neoplatónica, que son perseguidos con cárceles y hogueras. Sus enseñanzas se extienden, sin embargo, y, pronto incorporan rasgos apocalípticos y una devoción a la indigencia, como estandarte contra el incipiente capitalismo que creaba aberrantes desigualdades. Son conocidos después como begardos o Fraternidad del Libre Espíritu, pobres voluntarios que viven de la mendicidad y representan la versión laica y herética de lo que los franciscanos defendían dentro de la ortodoxia. Las beguinas fueron comunidades de mujeres con ideas similares a las de los begardos, y que mantenían estrecha relación con ellos.
Cohn describe en detalle las doctrinas de estos movimientos y la historia de su propagación, así como la dura represión que sufrieron, a partir del siglo XVI por parte también de los protestantes. Se entrelazan en ellos misticismo de alto nivel con autodeificación y egoísmo exacerbado, amoralidad, promiscuidad sexual y delirios aristocratizantes. Todo ello desemboca a veces en prácticas revolucionarias: expropiaciones y comunidad de bienes, más allá de la tutela de familia y estado, algo que puede ser descrito como un anarquismo místico y cuya estela puede trazarse en Europa hasta el siglo XVII. A estos epígonos dedica el autor la parte final de la obra.
El milenarismo igualitario como anarquismo místico
En Grecia y Roma era bien conocido el mito de una antigua Edad de oro o reino de Saturno, fraternal e igualitaria, sin propiedad privada ni explotación. Estas ideas encuentran eco en los estoicos, que defienden la igualdad esencial de los seres humanos, y son incorporadas siglos después al cristianismo. De todas formas, dentro de éste, mientras autores como San Agustín sostenían esto mismo, lo cierto es que la iglesia oficial participaba del sistema esclavista imperante. En el siglo XIII el mito renace en un poema de Jean de Meun, Le roman de la rose, que alcanza gran difusión, y hacia 1370 impregna y guía los anhelos de los campesinos y artesanos insurgentes de Flandes, el norte de Francia y, en seguida, de Inglaterra.
En esta época, ideas similares se extienden por Bohemia y a finales del siglo, con la predicación de Jan Hus, desbordan sus fronteras. Tras la ejecución de éste en 1415, el movimiento se divide y su ala izquierda, los taboritas, profetiza el alba de una nueva sociedad igualitaria, de pobreza apostólica y pureza moral, pero cuya materialización acarreaba con frecuencia miseria y violencia. La persecución de los taboritas degeneró en una guerra a la que ellos dieron tintes milenaristas y apocalípticos, y culminó con su derrota y exterminio en la batalla de Lipany (1434), aunque sea posible identificar ecos suyos en la centuria siguiente, en la misma Chequia y en regiones próximas.
En 1474 Hans Böhm comienza en Niklashausen, cerca de Würtzburg, una predicación que recuerda las de las cruzadas de pobres de unos siglos antes, pero con el milenarismo de aquéllas sustituido por una invocación al “estado de naturaleza” de los taboritas radicales, que va sazonada con ataques furibundos a la Avaritia y Luxuria del clero. Aunque muy pronto se le condena a la hoguera, otros tomarán el relevo en los años siguientes, y entre ellos destaca Thomas Müntzer, un sacerdote de Turingia con una amplia instrucción, que desarrolla una mística con influencias taboritas y predica contra clérigos corruptos y gobernantes ateos una guerra apocalíptica de la que habría de emerger el nuevo milenio igualitario. Errante por Alemania y violentamente enfrentado con Lutero, Müntzer es uno de los inspiradores de la revuelta campesina que estalla en mayo de 1525. Derrotada ésta es decapitado el 27 de ese mes.
En los años posteriores se extiende por Suiza y Alemania un nuevo movimiento, caracterizado por su despreocupación teológica y por centrar su interés en una ética de fraternidad social, crítica con la propiedad privada. Son los anabaptistas, esencialmente pacíficos, pero que enseguida incuban dentro de ellos el virus escatológico, y no dudan en ocasiones en recurrir a la violencia para traer el reino de Dios. Estos radicales son los que toman el poder en Münster en 1534 y establecen una comuna que es minada luego por disensiones internas y acaba degenerando en monarquía. La ciudad cae en junio de 1535, y con el exterminio de sus líderes, el anabaptismo milenarista sufre un rápido declive.
Reflejos del pasado en el presente
Los movimientos descritos en el libro canalizaban su protesta contra penosas situaciones de explotación y miseria a través de profecías apocalípticas o mitos de la antigüedad clásica. De esta forma, la liberación de la opresión tomaba un carácter religioso de salvación que involucraba además una transformación radical del mundo. La iglesia oficial, dominada por Luxuria y Avaritia, y cómplice de la expoliación se convertía en enemigo a batir, al tiempo que la indefensión de los débiles buscaba siempre la égida de reyes justos y poderosos, monarcas escatológicos del dogma milenarista. Se observa también que los que aceptan el mensaje eran sobre todo los sectores marginados, arrojados por los cambios sociales a una situación insostenible. El desencadenante de las revueltas eran muchas veces catástrofes naturales.
Cohn concluye su obra buscando ecos en el siglo XX de la historia descrita, y es aquí donde podemos encontrar algunos aspectos discutibles. No resulta difícil estar de acuerdo con él en que los mecanismos de demonización de los judíos son similares en las dos épocas, pero su identificación de los movimientos revolucionarios del siglo XX con las fantasías milenaristas de taboritas, müntzerianos y anabaptistas radicales parece en exceso simplista. La edición reseñada incluye también las conclusiones de la primera edición inglesa de 1957, que son en este sentido aún menos admisibles, pues se equipara sin matices el anticapitalismo con el pensamiento del comunismo autoritario, ignorando la lucha que ha existido, ya desde la primera internacional, entre tendencias autoritarias y libertarias dentro del campo revolucionario.
El libro nos adentra en las convulsiones de un tiempo lejano en el que ciertamente no es difícil ver rasgos del presente, aunque el dominio absoluto por entonces de una religión llena de mitos y verdades reveladas hace que aquello nos parezca más que nada una sombría caricatura de lo de hoy. En nuestro tiempo, las profecías se han vestido de ciencia y son bastante más sutiles, aunque no por ello menos peligrosas. Con esta perspectiva, hay que decir que resulta muy oportuna, con su aguda ironía, la visión que se nos ofrece de los sectores más historicistas y dogmáticos del anticapitalismo en el espejo de los apóstoles de la Jerusalén celestial, afianzada más allá de cualquier duda por profecías sagradas y maestros infalibles.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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