miércoles, 19 de marzo de 2025

Tierras conquistadas

Recomiendo: Tierras conquistadas Por Tareq Ali | 18/03/2025 | Palestina y Oriente Próximo Fuentes: Rebelión [Foto: El británico David Lloyd George, el francés Alexandre Millerand y el italiano Francesco Nitti lideraron la Conferencia de San Remo, en la que se oficializó el reparto de Medio Oriente] Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos El botín, para los vencedores. Hace cien años, al acabar la Primera Guerra Mundial, el Imperio británico y su aliado francés fragmentaron el antiguo mundo árabe que había estado dominado por los otomanos y crearon países nuevos (Iraq, Líbano, Arabia Saudí), principados y puestos de avanzada (los Estados del Golfo, Yemen del Sur) y Estados títere (Egipto, Irán), además de sentar las bases sobre las que se iba a crear el Estado de Israel después de la Segunda Guerra Mundial. El botín, para los vencedores. Unos cien años después, tras el colapso del mundo comunista, el triunfante Estados Unidos se apresuró a balcanizar el mundo árabe y eliminar todas las amenazas reales e imaginarias a su hegemonía. El balance del recuento de las guerras del siglo XXI que han devastado Asia Occidental es atroz desde cualquier punto de vista. Desde la perspectiva de los estrategas imperialistas de Washington, ¿cómo es la situación que crearon? La “libertad” y la “democracia” están aún más lejos que bajo las dictaduras autoritarias y nacionalistas árabes. Hasta a los ocupantes más cínicos de la Casa Blanca y del Pentágono les resulta difícil justificar en público el caos que han creado. Solo en el último año, la parte palestina ocupada del mundo árabe ha sufrido el ataque más salvaje por parte de Occidente, que actúa a través de su siempre leal sustituto, Israel. Las Cruzadas medievales fueron brutales, pero la ausencia de superioridad técnica en las armas que empuñaban ambos bandos supuso una ventaja para los árabes, que luchaban en su propia tierra. Esta vez Israel y sus aliados occidentales han matando de hambre y asesinado a la población palestina. Las imágenes de cadáveres de bebés devorados por perros que deambulan por calles desiertas son un escalofriante símbolo de la naturaleza completa de esta destrucción. El primer ministro británico pretende ahora convencer a Trump de que cambie la definición de genocidio, para evitar futuros problemas legales. Está en juego la civilización occidental frente a la barbarie. Resulta curioso que, a juzgar por sus propios comentarios, Trump puede ser menos partidario de matar que el líder del Partido Laborista británico. La hegemonía estadounidense en la zona es, a primera vista, casi total. Estados Unidos se embarcó en una política global de dividir, ocupar, comprar y gobernar. Lo que empezó en serio con la guerra civil yugoslava se ha convertido ahora en una característica habitual de la estrategia estadounidense apoyada por Gran Bretaña y la mayor parte de la Unión Europea. Han sido increíbles los beneficios obtenidos por Occidente en la zona más rica del mundo en el ámbito energético desde la derrota de las potencias del Eje en 1945. Un breve repaso de la zona puede ayudar a poner de relieve lo que se ha perdido e indicar la dirección en la que se dirige. Arabia Saudí La primera llamada al extranjero que hizo Trump tras asumir la presidencia en 2025 fue al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán (conocido como MBS), lo cual sorprendió a pocas personas. Es verdad que MBS había ordenado ejecutar y descuartizar a una persona crítica, Jamal Khashoggi, que apoyaba a otra facción de la familia real y escribía regularmente para la prensa estadounidense donde criticaba regularmente a MBS por su ultraliberalismo y su implicación en la guerra de Yemen. La célebre tetralogía del novelista saudí exiliado Abdurrahman Munif Ciudades de sal (1) había satirizado a la familia Khashoggi. El tío de Khashoggi fue el médico personal del monarca fundador de la dinastía, Ibn Saud, y llegó a ser un rico e influyente hombre de negocios. Esta cercanía con las familias reales jordana y saudí llevó a Jamal Khashoggi a suponer que era intocable, un error que le costó la vida. Acudió alegremente al consulado saudí en Estambul para recoger un documento oficial. Fue capturado por un equipo de asesinos de MBS o firqat el-nemr (“escuadrón del leopardo”), asesinado a tiros y descuartizado, y las distintas partes de su cuerpo fueron empaquetadas cuidadosamente por separado. La policía secreta turca lo filmó todo, puesto que, como es natural, el consulado estaba bajo vigilancia. Impidieron que los restos de Khashoggi salieran del país y Erdoğan expuso al escrutinio público mundial al “Príncipe Leopardo”. Los colegas estadounidenses de Khashoggi afirmaron estar conmocionados y se le concedió a Khashoggi una portada en el Time y una esquela a juego, pero MSB quedó a salvo. El escándalo se calmó en seguida. Después de que los israelíes hayan asesinado a más de doscientos periodistas en Gaza, un solo saudí parece una bagatela, por muchos contactos entre la alta sociedad que la víctima tuviera en Riad y Washington. Los cínicos saudíes que apoyan al MBS podrían afirmar que la modernización de Arabia Saudí siempre ha exigido eliminar a las disidencia. Cuando los británicos crearon el reino después de la Primera Guerra Mundial, Harry St John Philby, de los Servicios de Inteligencia británicos, ideó sus estructuras. Harry St John Philby hablaba perfectamente árabe, era experto en las interpretaciones de El Corán y tenía la misión de encontrar aliados fiables contra el Imperio otomano. Eligió la secta islámica más fanática disponible, los wahabíes, la unió a una tribu local fácilmente controlable y cuyos líderes eran poco inteligentes, rechazó y aisló a no wahabíes de la Península que eran más capaces y volvió esta combinación contra el Imperio otomano. Los wahhabíes consideraban enemiga la principal corriente del islam, la sunní y chií. Se puso en la nómina imperial británica a personal clave, lo cual fue un golpe maestro: el fruto tardío de este matrimonio (lo que queda de al Qaeda y el ISIS) sigue hoy en día la misma tradición. Durante la Segunda Guerra Mundial Gran Bretaña entregó el reinó saudí a Estados Unidos en una ceremonia que tuvo lugar el día de San Valentín de 1945 en el navío Quincy de la Marina estadounidense amarrado en el Canal de Suez. El presidente Roosevelt y el rey saudí Ibn Saud firmaron un concordato que iba a garantizar el gobierno monárquico perpetuo de una sola familia. Roosevelt mantuvo la monarquía como salvaguarda frente a lo que se consideraban amenazas nacionalistas radicales y comunistas (2). No se habló de ellas, sino que Roosevelt inició la conversación a bordo del Quincy preguntando al Rey su opinión acerca de los refugiados judíos en Europa. ¿Qué hacer? El memorándum de la conversación nos informa de los siguiente: “El presidente preguntó a Su Majestad su opinión respecto al problema de las personas judías expulsadas de sus hogares en Europa. Su Majestad contestó que, en su opinión, los judíos debían volver a vivir en las tierras de las que habían sido expulsados. Se debía conceder a aquellos judíos cuyos hogares habían sido completamente destruidos y que no tenían medios de subsistencia en sus países de origen un espacio para vivir en los países del Eje que los había oprimido. El presidente señaló que Polonia podría ser un buen ejemplo. Al parecer, los alemanes habían matado a tres millones de judíos polacos, por lo que debería de haber espacio en Polonia para reasentar a muchos judíos sin hogar…” (3). Ibn Saud quería que se le garantizada que las tierras árabes no iba a ser tomadas por los judíos: “Su Majestad afirmó que la esperanza de los árabes se basa en la palabra de honor de los Aliados y en el bien conocido amor por la justicia de Estados Unidos, y en la previsión de que Estados Unidos les apoyará”. Los hijos de Ibn Saud gobernaron el Estado con puño de hierro. En la década de 1950 el rey y sus príncipes empezaron a tratar de aumentar su cuota de ingresos procedentes de la producción de petróleo saudí, que gestionaba la empresa Aramco controlada por Estados Unidos, la cual se aseguró de que se aplastaban salvajemente las huelgas, se deportaba a su país de origen a los trabajadores y que los empleados saudíes no pudieran entrar en el cine de la empresa. Prevalecieron las leyes Jim Crow (4), lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que gran parte de los empleados blancos pertenecían al Ku Klux Klan. La ola anticolonial que barrió el mundo árabe no dejó de afectar al Reino. El líder egipcio Gamal Abdel Nasser desafió a Gran Bretaña y Francia en 1956, nacionalizó el Canal de Suez y afirmó: “Que los imperialistas se ahoguen con su rabia”. Las potencias imperialistas invadieron Egipto junto con Israel, que entonces contaba con 8 años de existencia. Robert Vitalis proporciona en su obra America’s Kingdom un relato único de este periodo, relato que acaba con muchos mitos (5). Las dos figuras saudíes que mejor paradas salen son el antiguo ministro del Petróleo, Abdullah Tariki, y el veterano diplomático saudí Ibn Muammar. Tariki, que era un tecnócrata astuto, hábil e incorruptible, defendió a finales de la década de 1950 que el Estado se hiciera cargo del petróleo saudí y fue demonizado por Aramco. Desde un principio ambos hombres defendieron incondicionalmente los intereses saudíes frente al gigante petrolero estadounidense. Tariki contribuyó a dividir a la familia real al sacar a la luz la corrupción del entonces príncipe heredero Faisal. En 1961 Tariki y el príncipe disidente Talal, partidario del nacionalismo árabe, acusaron a Faisal de exigir y obtener una comisión permanente de la Arabian Oil Company (AOC), de propiedad japonesa. Se hizo publico en un periódico de Beirut. Un Faisal enfurecido lo negó y exigió pruebas. Se las proporcionaron. Faisal quedó desacreditado. Tariki fue despedido y huyó al exilio. Vitalis nos informa de que un espía de Aramco que se encontró con él mientras estuvo en El Cairo informó a sus superiores de lo siguiente: “Le pregunté cómo concebía un cambio de régimen. Me dijo que sería muy sencillo. Un pequeño destacamento del ejército puede hacer el trabajo matando al rey y a Faisal. El resto de la familia real correrá a esconderse como conejos asustados. Entonces los revolucionarios pedirán ayuda a Nasser” (6). Esta opción ya no es válida, pero el constante caos que reina en la zona podría desestabilizar al Reino como ocurrió tras el 11 de septiembre [de 2001] (los atentados organizados por Osama bin Laden que llevaron a cabo sobre todo ciudadanos saudíes). El rey Faisal fue asesinado en 1975 por un sobrino, que también se llamaba Faisal y que había estudiado en Berkeley y en la Universidad de Colorado Boulder a finales de la década de 1960, pero el rey asesinado había sentado las bases de la Arabia Saudí actual, con su dependencia del wahabismo para el control social. Aunque su hermano y su padre antes que él habían intentado institucionalizar las creencias wahabíes, fueron más flexibles. Después de la primera guerra del Golfo en 1990 llegó el ejército estadounidense; las bases estadounidenses en Arabia Saudí y Qatar se utilizaron para lanzar la guerra contra Iraq. A lo largo de la historia los ejércitos extranjeros han proporcionado un tipo de protección; la teología wahabí, otra. El reino wahabí ha servido desde hace casi un siglo a las necesidades de Occidente. MBS es nieto de su fundador. A su padre, Salman (nacido en 1935), no le queda mucho tiempo de vida y, salvo una guerra civil, hay poco que pueda impedir que MBS se convierta en rey. Incluso en el caso improbable de que hubiera oposición interna, MBS tiene el firme respaldo de Estados Unidos e Israel, lo mismo que Jordania y los Estados de los Emiratos Árabes Unidos (un amigo catarí bromeó una vez: “Somos los Estados Emiratos Árabes Unidos de América”). MBS estaba dispuesto a sellar un pacto con su rival [Israel] a cambio del respaldo de Estados Unidos en la región, pero Israel le defraudó al reaccionar al ataque de Hamás del 7 de octubre con una respuesta genocida en toda regla que le aisló de la mayoría del mundo no occidental. Los saudíes no hicieron nada. Su diminuto rival, Qatar, los volvió a eclipsar: las imágenes y los reportajes de Al Yazeera ofrecieron un fuerte contraste con las noticias falsas de las cadenas occidentales. De no haber sido por Gaza, no cabe la menor duda de que MBS y Netanyahu ya habían hecho un pacto. Ni de que lo harán. Egipto Egipto ha sido el mayor éxito de Estados Unidos en Asia Occidental desde la década de 1970. Las conversaciones en los cafés cairotas suelen estar jalonadas de días en vez de años: el día en que el rey Faruk fue derrocado por una rebelión de oficiales radicales, el día en que Nasser nacionalizó el Canal de Suez, el último día de la Guerra de los Seis Días, que prácticamente marcó el final del nacionalismo árabe. Anwar Sadat, el sucesor de Nasser, tomó el poder en 1970, luchó contra Israel en 1973 y después, en 1978, firmó la “paz” con Israel en Camp David. Tres años después murió asesinado por los disparos de soldados magnicidas durante un desfile militar en conmemoración de la Guerra Yom Kippur [de 1973]. Su sucesor, el vicepresidente Hosni Mubarak, se salvó por poco de ser asesinado también. Mubarak reforzó las relaciones con Israel, prohibió el uso de munición real en los desfiles ceremoniales y se dispuso a disfrutar de los corruptos frutos de una dictadura brutal. Su nombre pasó a ser equivalente de tortura, amoralidad, cinismo, hipocresía, corrupción, codicia y oportunismo, y, lo que es más importante, de lealtad ciega a Estados Unidos e Israel. El Alto Mando del Ejército egipcio no fue obligado a seguir este camino, sino que aceptó venderse. En 2024 el ejército recibió 1.300 millones de dólares. En 2011 estalló en Túnez el movimiento de masas conocido como la Primavera árabe, derrocó al dictador [tunecino, Ben Ali] y se extendió rápidamente a Egipto, donde la lucha para librarse de Mubarak llegó a ser inmensamente popular. Su cuartel general se estableció en la Plaza Tahrir. Cuando quedó claro que era muy popular, los Hermanos Musulmanes se unieron a la lucha. Al Jazeera retransmitió en directo el espectáculo de la Plaza Tahrir, donde había una reivindicación: “¡Democracia!”. El ejército egipcio estacionó sus tanques en la plaza y los estudiantes lo saludaron como salvador de la democracia. La consigna “el Ejército y el pueblo son uno” se convirtió en un cántico popular, aunque era más una expresión de esperanza que un hecho. Mubarak pidió ayuda a sus amigos de Estados Unidos e Israel. Los Clinton trataron de salvarlo, pero ya era demasiado tarde. El ejército se dio cuenta de que, para poder conservar su propio poder, Mubarak tenía que marcharse. Los dirigentes militares que tomaron el mando no tenían interés alguno en la democracia. Empezaron a dividir a las masas y se dedicaron en particular a las mujeres. El movimiento, por su parte, no ocupó el edificio de la televisión estatal, que estaba situado justo detrás de la Plaza, para difundir sus reivindicaciones y permitir que la voz del pueblo se oyera día y noche. La conciencia política creció rápidamente, pero la “revolución” fue extremadamente cautelosa. Se dio prioridad a la libertad, pero la fraternidad (la unidad árabe) y la igualdad (la justicia social) permanecieron en la sombra. Estados Unidos e Israel habían apoyado la dictadura de Mubarak, pero se vio muy poca oposición a ninguno de los dos países: no se quemó simbólicamente la bandera de las barras y estrellas, ni se vieron banderas palestinas, ni se pidieron elecciones a una asamblea constituyente para preparar una nueva constitución. Las fuerzas de izquierda eran minúsculas. Los liberales dominaron el espectáculo antes de que los Hermanos Musulmanes, liderados por Mohamed Morsi, decidieran unirse. Entonces se convirtieron en la única fuerza política que estaba seriamente organizada. Se había expulsado a los líderes más brillantes [del movimiento popular] que tenían cierta idea de estrategia y táctica política, y quedó al mando a un sector muy mediocre. Como escribí en su momento, aunque los levantamientos árabes se parecía a la Europa de 1848, no se cuestionaron todos los aspectos de la vida: “Los derechos sociales, políticos y religiosos están siendo objeto de una feroz controversia en Túnez, pero en otros lugares todavía no. No han surgido nuevos partido políticos, lo cual indica que las futuras batallas electorales se librarán entre el liberalismo árabe y el conservadurismo bajo la forma de los Hermanos Musulmanes, que siguen el modelo de los islamistas en el poder en Turquía e Indonesia, y se ha instalado con el apoyo de Estados Unidos” (8). La hegemonía estadounidense en la zona se había visto ligeramente dañada, pero nada más: el rasguño se podía curar fácilmente. Los regímenes instalados después de los déspotas seguían siendo débiles. A diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador, nunca hubo nuevas constituciones que consagraran las necesidades sociales y democráticas. El ejército garantizó en Túnez y Egipto que no ocurriera nada precipitado. Los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones [en Egipto] y Morsi fue nombrado presidente, pero fue un inepto en todos los frentes. Se ofreció muy poco a la población y los Hermanos Musulmanes se volvieron muy impopulares. El ejército tomó el mando y el general al-Sisi, un antiguo jefe de los servicios de inteligencia, organizó unas elecciones rápidas y obtuvo el respaldo liberal. Al-Sisi continúa en el poder (ahora es más impopular que Mubarak) y hace lo que le ordenan Washington y Jerusalén. El culto que se creó para él fue grotesco, incluía sujetadores y ropa interior masculina con su imagen. La euforia liberal no duró mucho. Ahora le odia gran parte de la población y eso le pone nervioso a la hora de acoger a un millón de gazatíes para vaciar la Franja por orden de Estados Unidos e Israel, y entregarla al sector inmobiliario mundial. Si lo hiciera, es probable que tuviera que buscarse asilo en otra parte. Y aunque el pueblo árabe ha sido cauto desde 2011, su quietud no se debería dar por sentada. La Primavera Árabe fue diferente en cada país, pero en ninguno se desafió el sistema. Era reconfortante pensar que los levantamientos eran revoluciones, pero nunca se llegó a ello. Los levantamientos de masas por sí mismos no son revoluciones, esto es, la transferencia de poder de una clase social a otra, o incluso de una capa social a otra, que provoca un cambio social fundamental. El tamaño real de la multitud no es determinante, solo lo es cuando en su mayoría desarrolla un conjunto claro de objetivos sociales y políticos que puede llegar a serlo. En caso contrario, siempre será superada por quienes sí lo hagan o aplastada por el Estado que se moverá rápidamente para recuperar el terreno perdido. El Egipto posterior a 2011 es el mejor ejemplo de ello. No surgió ningún órgano de poder autónomo. Entre los errores que cometieron los Hermanos Musulmanes se incluyeron el faccionalismo, la estupidez y un excesivo afán en asegurar a Estados Unidos, Israel y los aparatos de seguridad nacional que todo iba a continuar igual. Por lo que se refiere a una asamblea constituyente, poco se estaba pensando en ello, en Egipto o en otros lugares. Cuando estallaron nuevas movilizaciones multitudinarias contra Morsi, incluso mayores que las que habían llevado al derrocamiento de Mubarak, la izquierda sugirió que algunos de los que engrosaban la multitud eran unidades del ejército y de la policía vestidas de paisano. Otras personas ya consideraban al ejército su salvador y en más de una ocasión aplaudieron la brutalidad del ejército contra los Hermanos Musulmanes. ¿El resultado? El ancien régime no tardó en volver al poder. Si lo primero no fue una revolución, lo segundo apenas fue una contrarrevolución. El ejército simplemente reafirmó el papel q

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