viernes, 7 de marzo de 2025

Cumbre de El Cairo El rechazo estadounidense-israelí del plan árabe para Gaza es el momento de la verdad

Recomiendo: Cumbre de El Cairo El rechazo estadounidense-israelí del plan árabe para Gaza es el momento de la verdad Por Soumaya Ghannoushi | 07/03/2025 | Palestina y Oriente Próximo Fuentes: Voces del Mundo El martes los reyes y presidentes árabes se reunieron en El Cairo, convocados por el peso de la historia, arrastrados a un teatro en el que podían decidirse sus destinos, no solo para Palestina, sino para la propia legitimidad de sus gobiernos. No era la diplomacia de siempre. No se trataba de una cumbre rutinaria llena de declaraciones huecas y promesas cansinas. Ha sido un ajuste de cuentas, un momento en el que el mundo árabe se ha mirado al espejo y se ha preguntado: ¿Tenemos aún el poder de negarnos o nos han domesticado hasta el punto de no poder salvarnos? En el centro de la cumbre se encontraba un plan tan monstruoso que casi desafía la imaginación: el desplazamiento forzoso de los palestinos de Gaza, un acto final de borrado que pretende transformar el territorio en una «Riviera» desinfectada y domesticada donde las huellas de sus verdaderos propietarios se borren de la arena. La visión nació en las salas de guerra de Tel Aviv y fue bendecida en los pasillos de Washington, una audaz maniobra para moldear las ruinas de Gaza y convertirla en un apéndice pacificado del Estado israelí. Pero para hacer realidad esta fantasía se necesita una última condición: el consentimiento árabe. El Cairo se convirtió así en el escenario donde la historia sería traicionada o desafiada. La cuestión no era simplemente si los líderes árabes rechazarían el desplazamiento de los palestinos -algunos tenían que hacerlo, porque sus propios tronos temblarían bajo el peso de semejante catástrofe-. La verdadera prueba era si también iban a rechazar la exigencia más insidiosa que acechaba bajo la superficie: el llamado plan del «día después», la visión estadounidense-israelí cuidadosamente diseñada para la Gaza de la posguerra, en la que la resistencia no sólo era sometida sino borrada, en la que la propia noción de soberanía palestina quedaba permanentemente extinguida. La contrapropuesta El camino hacia El Cairo estuvo marcado por la tensión y la fractura. Días antes se había celebrado en Riad una cumbre de menor envergadura, una selecta reunión de líderes del Golfo, junto con Jordania y Egipto, envuelta en la retórica de la «hermandad». Sin embargo, tras este velo de camaradería se escondía un acto deliberado de exclusión: Argelia, un Estado con peso e historia, fue dejada de lado. El presidente Abdelmadjid Tebboune, al darse cuenta de la farsa, se negó a asistir a la cumbre de El Cairo y envió a su ministro de Asuntos Exteriores en su lugar. Igualmente llamativa fue la ausencia de Arabia Saudí y los EAU, aunque sus razones difirieron por completo. Su condición para participar en la reconstrucción de Gaza era inequívoca: la completa neutralización política y militar de Hamás. Los EAU fueron un paso más allá, señalando su alineamiento con la visión de Trump a través de su embajador en Washington: un rechazo rotundo a cualquier alternativa árabe al plan israelí-estadounidense. Y así, antes incluso de que comenzara la cumbre principal, las divisiones quedaron al descubierto. El frente árabe, frágil y fragmentado, quedó expuesto en su impotencia. Mientras los gobernantes árabes vacilan, dudan y calculan, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se mueve con la precisión de un hombre que sabe que sus oponentes son demasiado débiles para detenerle. No esperó a los resultados de la cumbre para tensar la cuerda en torno a Gaza, asfixiándola con un bloqueo intensificado y blandiendo el espectro de una nueva devastación. Su mensaje a los dirigentes árabes fue tan directo como humillante: las palabras no os salvarán. Las declaraciones no alterarán los hechos sobre el terreno. U os alineáis con los dictados de Washington y Tel Aviv u os convertiréis en irrelevantes. La cumbre árabe, bajo el peso de estas presiones, ha adoptado ahora un plan en tres fases para la reconstrucción de Gaza. La primera fase abarca seis meses y se centra en la limpieza de escombros y desechos. La segunda consiste en construir infraestructuras en Rafah y las regiones del sur de la Franja. La tercera se extiende a la reconstrucción de las zonas central y septentrional. Esta es la contrapropuesta del mundo árabe al programa de desplazamientos forzosos: una visión que pretende estabilizar Gaza sin desarraigar a su población. Sin embargo, más allá de la mecánica de la reconstrucción, se plantea una cuestión mucho más espinosa: ¿quién gobernará Gaza mientras tanto? La respuesta de la cumbre es un comité administrativo temporal, encargado de mantener el orden y la estabilidad hasta que la Autoridad Palestina pueda asumir el control total. Pero la verdadera cuestión no es sólo de gobierno, sino de soberanía. ¿Serán capaces los Estados árabes de resistir el implacable empuje de la agenda estadounidense-israelí, que pretende moldear no sólo la geografía de Gaza, sino su propia identidad y dirección política? Ahí radica la gran contradicción de la cumbre. Oficialmente, la postura árabe ha sido de rechazo. Egipto, Jordania y Arabia Saudí han trazado una línea en la arena, rechazando el desplazamiento masivo de palestinos. Pero esto no ha sido un acto de claridad moral, sino de autopreservación. Estos regímenes entienden que la expulsión forzosa de palestinos no es sólo una amenaza para Palestina; es un desafío directo a su propia estabilidad. Una nueva oleada de refugiados, una nueva herida abierta en el corazón de la región, podría desestabilizar sus propios y frágiles equilibrios de poder. Su oposición no se basa en principios, sino en la supervivencia. Y bajo este aparente desafío, se está gestando una traición más profunda. Porque aunque los líderes árabes puedan negarse al desplazamiento, son mucho más maleables cuando se trata del plan del «día después»: la asfixia lenta y calculada de la soberanía palestina, la destrucción de Gaza mediante la reconstrucción impuesta, no por la fuerza, sino mediante la reestructuración artificial de sus cimientos políticos y económicos. Esta es la máxima ambición israelí-estadounidense: convertir Gaza de un lugar de resistencia en una entidad amurallada, pacificada y neutralizada, donde la idea de libertad quede lentamente enterrada bajo capas de normalidad impuesta. Foto: Una mujer palestina lleva una caja de ayuda que recibió de un punto de distribución de la UNRWA en Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 4 de febrero de 2025 (Reuters). Si la contrapropuesta de la cumbre árabe pretendía afirmar la capacidad regional sobre el futuro de Gaza, la respuesta estadounidense-israelí dejó pocas dudas sobre quién sigue llevando las riendas. Washington se apresuró a tachar el plan de poco realista, y el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Brian Hughes, declaró que «no se ajustaba a la realidad sobre el terreno». La Casa Blanca, en efecto, reforzó la posición de Netanyahu: La reconstrucción de Gaza no puede llevarse a cabo en los términos árabes, y cualquier esfuerzo de reconstrucción debe alinearse con el marco más amplio estadounidense-israelí. Israel, por su parte, reafirmó su compromiso con la visión de Trump, un plan que, en esencia, pretende diseñar una Gaza sin palestinos, ya sea mediante el desplazamiento forzoso o haciendo que la vida en el territorio sea lo suficientemente insostenible como para llevar a sus habitantes a otro lugar. Y dado que tanto Estados Unidos como Israel rechazan de plano el plan árabe, el margen de maniobra se ha reducido hasta ser prácticamente inexistente. El mensaje para los regímenes árabes es contundente: sus esfuerzos por diseñar un escenario de posguerra según sus propios términos son, en el mejor de los casos, irrelevantes, y en el peor, una molestia que hay que dejar de lado. El juicio de la historia Durante 15 meses, Israel libró una guerra de ferocidad despiadada en Gaza y, sin embargo, a pesar de los ríos de sangre y las montañas de escombros, no logró alcanzar sus objetivos centrales. No pudo desmantelar la resistencia palestina. No pudo imponer su voluntad por la fuerza. Pero si algo ha demostrado la historia es que Israel no se rinde, sino que se adapta. Lo que no puede tomar con misiles, lo asegura con diplomacia. Lo que no puede imponer con la guerra, lo extrae con negociaciones. Y lo que no puede imponer solo, obliga a los regímenes árabes a imponerlo en su nombre. Los regímenes árabes han sido puestos a prueba, y el veredicto es claro. No se les pidió que hicieran la guerra, simplemente que se mantuvieran a bordo de un proyecto diseñado para borrar la soberanía palestina; sin embargo, cuando llegó el momento, vacilaron. Rechazaron el desplazamiento con palabras mientras dejaban la puerta abierta a que Gaza fuera reconstruida bajo los dictados extranjeros, condenando una forma de borrado mientras concedían otra. No se rindieron abiertamente, pero tampoco se resistieron. En su lugar, perfeccionaron el arte de la sumisión, velada en la retórica del desafío. Porque estos regímenes no son actores soberanos. No gobiernan, sino que orbitan. Su supervivencia depende del patrocinio extranjero, sus políticas se diseñan en capitales lejanas. Algunos albergan bases militares estadounidenses, otros se mantienen gracias a la ayuda financiera occidental, y la mayoría no gobiernan por la voluntad de su pueblo, sino por la maquinaria de represión que los mantiene en el poder. No son libres para actuar, sólo para obedecer. Así pues, la cumbre sigue la trillada coreografía de la duplicidad: un estruendoso rechazo performativo del desplazamiento que enmascara una silenciosa aquiescencia con la agenda israelí-estadounidense más amplia. Un espectáculo de desafío que oculta la constante erosión de la soberanía palestina. Sin embargo, al seguir este camino, los regímenes árabes no sólo traicionan a Palestina. Se traicionan a sí mismos. Se lanzan a una peligrosa confrontación, no sólo con el pueblo palestino, sino con el suyo propio. Durante décadas, la causa palestina ha sido la última medida de legitimidad en el mundo árabe. Abandonarla es deshacer lo que les queda de credibilidad política. Y aunque estos gobernantes crean que el tiempo embota el recuerdo de la traición, olvidan que la ira es paciente y la historia despiadada. El tiempo no absuelve. El pueblo no olvida. Y el libro de cuentas de la cobardía está escrito con una tinta que nunca se borra. Soumaya Ghannoushi es una escritora tunecino-británica experta en política de Oriente Medio. Sus trabajos periodísticos han aparecido en The Guardian, The Independent, Corriere della Sera, Aljazeera.net y Al Quds. Puede encontrarse una selección de sus escritos en: soumayaghannoushi.com y en X: @SMGhannoushi. Texto original: Middle East Eye, traducido del inglés por Sinfo Fernández. Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/03/06/cumbre-de-el-cairo-el-rechazo-estadounidense-israeli-del-plan-arabe-para-gaza-es-el-momento-de-la-verdad/

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