Evangelio según san Lucas (7, 31-35):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»
Palabra del Señor
1. En el capítulo siete de su evangelio, Lucas presenta a Jesús como el gran profeta. En el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, ha comparado a Jesús con el más grande de los profetas del Antiguo Testamento, Elías. Lucas ha dejado claro que Jesús supera a Elías. Y lo supera en una cosa: Jesús tiene entrañas de humanidad muy superiores a las de Elías. Ahora, en el mismo capítulo siete, Lucas compara a Jesús con el otro gran profeta del Nuevo Testamento, Juan Bautista. Y también aquí –ahora de forma más sorprendente- queda en evidencia en qué consiste la superioridad de Jesús con respecto a Juan.
2. Los evangelios de Mateo (11, 31-35) y Lucas, en este relato, recuerdan la parábola de los niños jugando en la plaza de un pueblo: un grupo de niños tocando la flauta de las bodas, el otro cantando las lamentaciones de los entierros. Pues bien, los evangelios comparan al profeta Juan el Bautista con un entierro, mientras que a Jesús lo relacionan con una boda. Juan no comía ni bebía, en tanto que Jesús se decía que era un tragón y un borracho.
3. Evidentemente un entierro es duelo, luto, ausencia y muerte. Por el contrario, una boda es gozo, alegría, felicidad, disfrute y vida, lo más grande de la vida, el cariño de las personas que se aman y se prometen amor. Así las cosas, no hay que cavilar mucho para caer en la cuenta de que las religiones, en concreto la católica, da la impresión (con frecuencia) de que, hablando mucho de Jesucristo, a quien resulta ser más fiel es a Juan Bautista. La insistencia en la renuncia y el sacrificio, las prohibiciones y las observancias austeras, todo eso, se nos ha dicho, es lo que nos acerca a Dios. Y es muy raro escuchar en los sermones que la felicidad y el gozo de la vida, es lo que más nos asemeja a Jesús. Porque, en definitiva, “contagiar felicidad” es más difícil y más costoso que “imponer penitencia”. Pero a Jesús lo encontramos dando felicidad, no en la tristeza del luto y la muerte.
José M. Castillo
La Religión de Jesús
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