En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás.»
Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.»
El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.»
Palabra del Señor
1. El “escándalo”, tal como se suele entender en nuestra cultura, tiene sobre todo un sentido social: todo lo que representa un tropiezo que hace caer, algo así como una trampa. Por eso, el problema del escándalo depende del sentido que tenga la caída. Según los evangelios, Jesús fue motivo de “escándalo” (Mt 11, 6; 13, 57; 26, 21. 33…). De ahí que pueden darse situaciones en las que sea bueno el escándalo: cuando a alguien le hace caer de sus ideas equivocadas, de sus falsas seguridades, de sus sentimientos de superioridad o de estados de ánimo parecidos.
2. Jesús rechaza frontalmente el escándalo que se les puede causar a los “pequeños”, es decir, a los débiles, a los sencillos, a los que, mediante el escándalo, se les aleja de la rectitud, de la justicia y de la honestidad. Es indignante el comportamiento de aquellas personas que, por el cargo que ocupan o por el ejemplo que deben dar, escandalizan a tantas buenas personas. Hablamos aquí de quienes empujan a otros formas de conducta aberrantes, que les hunden para siempre en la culpa, la humillación, el resentimiento, la desesperación, la desconfianza y la decepción total.
3. Pero también es cierto que pueden darse circunstancias en las que el escándalo sea conveniente, incluso necesario. Escandalizar a los poderosos, para que se caigan de sus pedestales de falsa gloria, de engañosa dignidad, y así abandonen sus poltronas de instalación, eso puede ser excelente. Sin duda, eso es lo que hacía Jesús. Cuando Jesús cita a Is 26, 19, en respuesta a los emisarios de Juan Bautista, afirmando que él se dedicaba a dar vida a los ciegos, a limpiar leprosos, a resucitar muertos, a dar la buena noticia a los pobres, el mismo Jesús termina diciendo: “¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mt 11 6). Es evidente que a quienes se escandalizan de que se les abran los ojos a los que van como ciegos por la vida, a esos les viene divinamente el escándalo. Lo necesitan. En este sentido, no deberíamos tener miedo a escandalizar a los puritanos, los prepotentes y los intolerantes.
José M. Castillo
La Religión de Jesús
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