Enfermamos a la Tierra y la Tierra nos enferma
08/11/2017
De una u otra forma todos nos sentimos enfermos física, psíquica y espiritualmente. Hay mucho sufrimiento, desamparo, tristeza y decepción que afectan a gran parte de la humanidad. Ya lo hemos dicho: de la recesión económica pasamos a la depresión psicológica. La causa principal deriva de la intrínseca relación existente entre el ser humano y la Tierra viva. Existe entre ambos una implicación recíproca.
Nuestra presencia en la Tierra es agresiva, promovemos una guerra total a Gaia, atacándola en todos los frentes. La consecuencia directa es que la Tierra enferma. Lo muestra por la fiebre (calentamiento global), que no es una enfermedad pero apunta a una enfermedad: su incapacidad de seguir ofreciéndonos todo lo que necesitamos. El 2 de septiembre de 2017 ocurrió la Sobrecarga de la Tierra, es decir, las reservas de la Tierra llegaron al fondo del pozo. Entramos en rojo. Para tener lo necesario y, lo que es peor, para mantener el consumo suntuario y el desperdicio de los países ricos, debemos arrancarle a la fuerza los bienes y servicios naturales para atender las demandas. ¿Hasta cuándo aguantará la Tierra? La consecuencia será que tendremos menos agua, menos nutrientes, menos cosechas y demás elementos indispensables para la vida.
Nosotros, que según la nueva cosmología, formamos una gran unidad, una verdadera entidad única con la Tierra, participamos de la enfermedad de la Tierra. Por la agresión a los ecosistemas y por el consumismo, por la falta de cuidado a la vida y a la biodiversidad enfermamos a la Tierra.
Isaac Asimov, científico ruso famoso por sus libros de divulgación científica, escribió un artículo a petición de la revista New York Times (del día 9 de octubre de 1982) con ocasión de la celebración de los 25 años del lanzamiento del Sputnik que inauguró la era espacial, sobre el legado de ese cuarto de siglo espacial. El primer legado, dice él, es la percepción de que, desde la perspectiva de las naves espaciales, la Tierra y la humanidad forman una única entidad, o sea, un único ser, complejo, diverso, contradictorio y dotado de gran dinamismo, llamado por el conocido científico James Lovelock, Gaia. Somos la porción de la Tierra que siente, piensa, ama y cuida.
El segundo legado, según Asimov, es la irrupción de la conciencia planetaria: la Tierra y la Humanidad tienen un destino común. Lo que le pasa a una, le pasa también a la otra. Enferma la Tierra, enferma conjuntamente el ser humano; enferma el ser humano, enferma también la Tierra. Estamos unidos en lo bueno y en lo malo.
Pero también ocurre lo contrario: siempre que nos mostramos más saludables, cuidando mejor de todo, recuperando la vitalidad de los ecosistemas, mejorando nuestros alimentos orgánicos, descontaminando el aire, preservando las aguas, los bosques y las selvas es señal de que estamos revitalizando nuestra Casa Común.
Según Ilya Prigogine, científico ruso-belga premio Nobel de química 1977, la Tierra viva ha desarrollado estructuras disipativas, esto es, estructuras que disipan la entropía (pérdida de energía). Ellas metabolizan el desorden y el caos (residuos) del medio ambiente de suerte que surgen nuevos órdenes y estructuras complejas que se autoorganizan, huyendo de la entropía, o positivamente, produciendo sintropía (acumulación de energía: Order out of Chaos, 1984).
Así, por ejemplo, los fotones del sol son para él, inútiles, energía que escapa al quemar el hidrógeno del cual vive. Esos fotones que son desorden (residuos), sirven de alimento a la Tierra, principalmente para las plantas cuando estas realizan la fotosíntesis. Mediante la fotosíntesis, las plantas, bajo la luz solar, descomponen el dióxido de carbono, alimento para ellas y liberan oxígeno, necesario para la vida animal y humana.
Lo que es desorden para uno sirve de orden para otro. Y a través de un equilibrio precario entre orden y desorden (caos: Dupuy, Ordres et Désordres, 1982) se mantiene la vida (Ehrlich, O mecanismo da natureza, 1993). El desorden obliga a crear nuevas formas de orden más altas y complejas con menos disipación de energía. Desde esta lógica, el universo camina hacia formas cada vez más complejas de vida y así hacia una reducción de la entropía (desgaste de energía).
A nivel humano y espiritual se originan formas de relación y de vida en las cuales predomina la sintropía (economía de energía) sobre la entropía (desgaste de energía). La solidaridad, el amor, el pensamiento, la comunicación son energías fortísimas con escaso nivel de entropía y alto nivel de sintropía. Desde esta perspectiva tenemos por delante no la muerte térmica, sino la transfiguración del proceso cosmogénico, revelándose en órdenes supremamente ordenados, creativos y vitales.
Cuanto más amigables sean nuestras relaciones con la naturaleza y más cooperativas entre nosotros, más se revitalizará la Tierra. Una Tierra sana nos hace también sanos.
*Leonardo Boff es articulista del JB online, ecoteólogo, filósofo y ha escrito Opción Tierra: la solución para la Tierra no cae del cielo, Sal Terrae 2008.
Traducción de Mª José Gavito Milano
Nuestra presencia en la Tierra es agresiva, promovemos una guerra total a Gaia, atacándola en todos los frentes. La consecuencia directa es que la Tierra enferma. Lo muestra por la fiebre (calentamiento global), que no es una enfermedad pero apunta a una enfermedad: su incapacidad de seguir ofreciéndonos todo lo que necesitamos. El 2 de septiembre de 2017 ocurrió la Sobrecarga de la Tierra, es decir, las reservas de la Tierra llegaron al fondo del pozo. Entramos en rojo. Para tener lo necesario y, lo que es peor, para mantener el consumo suntuario y el desperdicio de los países ricos, debemos arrancarle a la fuerza los bienes y servicios naturales para atender las demandas. ¿Hasta cuándo aguantará la Tierra? La consecuencia será que tendremos menos agua, menos nutrientes, menos cosechas y demás elementos indispensables para la vida.
Nosotros, que según la nueva cosmología, formamos una gran unidad, una verdadera entidad única con la Tierra, participamos de la enfermedad de la Tierra. Por la agresión a los ecosistemas y por el consumismo, por la falta de cuidado a la vida y a la biodiversidad enfermamos a la Tierra.
Isaac Asimov, científico ruso famoso por sus libros de divulgación científica, escribió un artículo a petición de la revista New York Times (del día 9 de octubre de 1982) con ocasión de la celebración de los 25 años del lanzamiento del Sputnik que inauguró la era espacial, sobre el legado de ese cuarto de siglo espacial. El primer legado, dice él, es la percepción de que, desde la perspectiva de las naves espaciales, la Tierra y la humanidad forman una única entidad, o sea, un único ser, complejo, diverso, contradictorio y dotado de gran dinamismo, llamado por el conocido científico James Lovelock, Gaia. Somos la porción de la Tierra que siente, piensa, ama y cuida.
El segundo legado, según Asimov, es la irrupción de la conciencia planetaria: la Tierra y la Humanidad tienen un destino común. Lo que le pasa a una, le pasa también a la otra. Enferma la Tierra, enferma conjuntamente el ser humano; enferma el ser humano, enferma también la Tierra. Estamos unidos en lo bueno y en lo malo.
Pero también ocurre lo contrario: siempre que nos mostramos más saludables, cuidando mejor de todo, recuperando la vitalidad de los ecosistemas, mejorando nuestros alimentos orgánicos, descontaminando el aire, preservando las aguas, los bosques y las selvas es señal de que estamos revitalizando nuestra Casa Común.
Según Ilya Prigogine, científico ruso-belga premio Nobel de química 1977, la Tierra viva ha desarrollado estructuras disipativas, esto es, estructuras que disipan la entropía (pérdida de energía). Ellas metabolizan el desorden y el caos (residuos) del medio ambiente de suerte que surgen nuevos órdenes y estructuras complejas que se autoorganizan, huyendo de la entropía, o positivamente, produciendo sintropía (acumulación de energía: Order out of Chaos, 1984).
Así, por ejemplo, los fotones del sol son para él, inútiles, energía que escapa al quemar el hidrógeno del cual vive. Esos fotones que son desorden (residuos), sirven de alimento a la Tierra, principalmente para las plantas cuando estas realizan la fotosíntesis. Mediante la fotosíntesis, las plantas, bajo la luz solar, descomponen el dióxido de carbono, alimento para ellas y liberan oxígeno, necesario para la vida animal y humana.
Lo que es desorden para uno sirve de orden para otro. Y a través de un equilibrio precario entre orden y desorden (caos: Dupuy, Ordres et Désordres, 1982) se mantiene la vida (Ehrlich, O mecanismo da natureza, 1993). El desorden obliga a crear nuevas formas de orden más altas y complejas con menos disipación de energía. Desde esta lógica, el universo camina hacia formas cada vez más complejas de vida y así hacia una reducción de la entropía (desgaste de energía).
A nivel humano y espiritual se originan formas de relación y de vida en las cuales predomina la sintropía (economía de energía) sobre la entropía (desgaste de energía). La solidaridad, el amor, el pensamiento, la comunicación son energías fortísimas con escaso nivel de entropía y alto nivel de sintropía. Desde esta perspectiva tenemos por delante no la muerte térmica, sino la transfiguración del proceso cosmogénico, revelándose en órdenes supremamente ordenados, creativos y vitales.
Cuanto más amigables sean nuestras relaciones con la naturaleza y más cooperativas entre nosotros, más se revitalizará la Tierra. Una Tierra sana nos hace también sanos.
*Leonardo Boff es articulista del JB online, ecoteólogo, filósofo y ha escrito Opción Tierra: la solución para la Tierra no cae del cielo, Sal Terrae 2008.
Traducción de Mª José Gavito Milano
No hay comentarios:
Publicar un comentario