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jueves, 3 de septiembre de 2020
RELIGIÓN, FEMINISMO Y AISLAMIENTO (I)
RELIGIÓN, FEMINISMO Y AISLAMIENTO (I)
Por Diana Carolina Alfonso
Los cuerpos femeninos han sido objeto de aislamiento históricamente. Vamos a pensar la
experiencia del aislamiento, no como algo excepcional, sino como una norma sexogenérica.
Y es que durante milenios los cuerpos femeninos han servido a la escritura del poder.
En el primer código jurídico que conocemos, el famoso Código de Hammurabi con 4000
años de antigüedad, se hablaba de la privatización de los cuerpos de las mujeres de la
sociedad babilónica:
La mujer estaba sometida a la autoridad del hombre, bien fuese su padre o su marido; los
hijos e hijas eran considerados posesiones del padre y “la mujer” pertenecía al marido. En el
aspecto sexual estaba seriamente castigada cualquier relación de la mujer casada fuera del
matrimonio, tanto para ella como para su amante.
Se cree que las mujeres tenían derecho de propiedad, pero lo más habitual era que el padre
o el marido fuesen quienes administraran los bienes familiares. Para los babilonios, el
matrimonio era un contrato legal entre el padre de la mujer y el hombre aspirante a dicho
matrimonio.
Si bien el Código de Hammurabi es el registro más antiguo en dar cuenta de los términos de
posesión del sistema de dominación patriarcal, la carga moral de la comunidad ha recaído
en el cuerpo de las mujeres en casi todas las esferas de la sociedad. Esto lo podemos ver
también en la lectura de los textos religiosos que han construido a su vez prácticas de
dominación tendientes a doblegar los cuerpos femeninos. En ese sentido el mito del castigo
de Eva, relata cómo ella fue castigada por tentar a su pareja, el señor Adán, y concluye
afirmando que desde entonces todas las mujeres de la tierra fuimos condenadas a parir con
dolor.
Sin embargo, años después -diríamos unos miles de años después- el escritor comunista
José Saramago hizo interesantes replanteos a los textos bíblicos y su desdén misógino. En
el formidable análisis que hace el autor de Caín, se dice que las mujeres no fueron
castigadas por su maldad, torpeza o voluptuosidad, todo lo contrario. La penalización a la
mera existencia de los cuerpos femeninos tiene que ver con el miedo patriarcal a la
curiosidad; ese bichito que nos hace cuestionarnos y revolucionarios. Así no más.
Un gran ejemplo de ese revanchismo punitivo lo veremos en el propio génesis. ¿Se
acuerdan de Sodoma y Gomorra? Al famoso castigo bíblico debemos el término “sodomita”.
Según el capítulo 18 del Génesis, Dios había escogido a un personaje para salvarse de la
pecaminosa condición de Sodoma y Gomorra, para lo cual envió dos ángeles justicieros a la
casa de Lot: un patriarca heterosexual a la cabeza de una familia compuesta por mujeres.
No fue casual la selección de Dios. Entre otras cosas los carnavales homoeróticos,
“sodomitas”, le intranquilizaban soberanamente. Cuando la familia estaba huyendo, “la
mujer de Lot” volteó la mirada en dirección al desastre de la ciudad y fue convertida en una
piedra de sal. La esposa de Lot cometió el sacrilegio de cuestionar el poder destructivo de
Dios. Y es que ¿Quién juzga a los jueces? La mujer quedó petrificada sobre la tierra
mientras los demás se alejaban de su cuerpo: su humanidad fue el punto fronterizo que
separaba la impureza de la salvación.
Pese a todo, no podemos afirmar que lecturas patriarcales incumban solo a los textos
sagrados. Acto seguido debemos traer a escena a las mayores irredentas de la biblia: María
Magdalena y Agar. La una emplazada en la estigmatizada profesión del trabajo sexual por
ser referenta de la resistencia contra la dominación Romana. La otra, esclava egipcia y
concubina de Abraham, el primer patriarca judeocristiano, quien fue expulsada al destierro
por tener el valor de desafiar el poder abusivo de la esposa del patriarca. Huelga recordar
que Sara, esposa de Abraham, al no poder parir permitió a su marido la relación con Agar
para que trajera un bebé a la comunidad. No sabemos qué tan voluntaria pudo ser la
relación entre la esclava y el patriarca. La cuestión es que el hijo de esa relación es el
primer caso de vientre subrogado en la historia escrita de la humanidad. Sin embargo, Agar
pateó la cacha, se rebeló a los maltratos y se desterró junto a su hijo.
En adelante vamos encontrar infinidad de casos correctivos del mismo talante. De hecho en
las religiones monoteístas la menstruación constituye un momento de impureza del que
debe aislarse toda la comunidad. ¿Y los hombres ateos de nuestra cultura occidental? ¿No
ven aún con asco a nuestras reglas? ¡Cómo si alguien pudiera librarse de la sangre de
nuestros vientres, presente en el alba de nuestra mismísima existencia!
En el blog de la autora
https://historiaygeopolitica.wordpress.com/2020/08/08/religion-feminismo-y-aislamiento-i/
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