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miércoles, 30 de diciembre de 2020
Caída y auge del pueblo ruso
Caída y auge del pueblo ruso
Por Rodolfo Bueno | 30/12/2020 | Mundo
Fuentes: Rebelión
El 8 de diciembre de 1991, Gorbachov anunció la disolución de la URSS, que en poco tiempo generó la desintegración del sistema socialista en el este de Europa, una de las mayores calamidades del siglo XX, pues causó la eliminación física de muchos de sus habitantes, debilitó la organización obrera del mundo, rompió el equilibrio geopolítico del planeta mantenido desde la derrota del nazi-fascismo y posibilitó la actuación de los países imperialistas con la absoluta desfachatez actual.
Este colapso fue organizado por las potencias de Occidente en contubernio con testaferros internos camuflados de libertadores. La oligarquía que actualmente gobierna en casi todos los países ex socialistas devino en una nueva clase, según la definición de Mijail Djilas, y tuvo por meta apoderarse de la totalidad de los bienes de la sociedad. El grueso de la suma, con la que iniciaron sus incursiones en el naciente sistema financiero, provenía de europeos, israelíes y norteamericanos, que invirtieron una pizca de sus capitales, para sacar buena tajada de las fraudulentas oportunidades que durante el derrumbe del socialismo ofrecían las privatizaciones; es obvio que a Occidente no le apesta el dinero robado en estos países.
Para sacarle más jugo a la troncha realizaron miles de actos truculentos, habían adquirido bienes públicos a precios de huevos y los hacían fructificar sin que les preocupara el aspecto económico y social de estos países, lo que fue la causa principal de la espantosa caída del nivel de vida y de la prematura muerte de decenas de millones de ciudadanos del este de Europa.
Los nuevos patrones insistían en que la redistribución de las riquezas y la economía moderna eran incompatibles, y a los obreros, que se quejaban por las malas condiciones de trabajo y los bajos sueldos, les amenazaban con que si protestaban, serían despedidos y se irían a casa a rascarse la barriga con las manos vacías. Les pagaban en especies porque dizque no tenían liquidez y les bajaron tanto los salarios que muchos trabajadores se comían a los perros callejeros. Como era de esperar, el capitalismo sólo trajo miserias y angustias a la población de esos países.
Los más engatusados fueron los jóvenes, porque se embarcaron sin recapacitar en la nueva ola. Creyeron haber nacido en un mundo que los mataba de aburrimiento, donde vivían por vivir, y que ahora todo iba a ser muy hermoso, pero luego las cosas cambiaron para peor, lo que sucedió abruptamente, sin darles tiempo para calibrar la complejidad de la nueva vida, y sólo pudieron soñar en el brillo sórdido de las discotecas, en la hermosura de los carros de lujo, en los desfiles de moda ostentosos y en los placeres de una existencia vacua, a la que tenían acceso en sus mórbidas ilusiones.
En la Unión Soviética, la expansión del mercado negro se dio en correspondencia con la escasez de productos básicos, consecuencia de los gigantescos destrozos causados por la Segunda Guerra Mundial. Este mercado posibilitó la formación paulatina de la nueva clase, compuesta por seres humanos carentes de principios morales, éticos y religiosos que, luego de instituir sus propias reglas de propiedad, tomaron el control del aparato productivo y de los bienes de la sociedad. Se trataba de los cerditos de La rebelión en la granja, de George Orwell, convertidos en hipopótamos. La nueva clase fue fruto de la decadencia moral de los herederos de la vieja guardia bolchevique; sus intereses de rapiña coincidían con los de los corruptos funcionarios de las más altas esferas del Estado, de la delincuencia común y del crimen organizado.
Con el pretexto de las privatizaciones, la nueva clase obtuvo por una bagatela las riquezas de la sociedad, en esa época dorada para los intereses de esos buitres hambrientos. El ciudadano común y corriente fue engatusado por sus “libertadores”, que se adueñaron del producto del sacrificio de una gran parte del mundo, que alguna vez soñó con tomar el cielo entre sus manos. ¡Para qué realizar una revolución sangrienta! ¡Para qué ganar la más cruenta guerra de la historia! ¿Para que unos cuantos vivos se levanten con el santo y la limosna? Es inconcebible que entre los nuevos dueños del poder se repartieran alegremente el resultado del esfuerzo de muchas generaciones, fruto del sudor de millones de trabajadores, que se sacrificaron al extremo de lo imaginable durante una buena parte del siglo XX.
Todo lo pasado explica porque en la actualidad Rusia es lo que es. Se trata de que el sector oligárquico de Occidente le declaró una guerra de nuevo cuño, que debía concluir con la muerte de ese país y el reparto de sus despojos entre las hordas vencedoras. Casi logran esa finalidad con la desintegración de la URSS, pues Rusia pasó a ser gobernada por títeres que respondían a intereses foráneos. Parece que en un momento de sobriedad, Yeltsin, molesto ante tanto engaño consecutivo, recuperó la cordura y le delegó el poder a Putin. Pocos cayeron en cuenta del significativo cambio que ese paso representaba, aunque sus primeros movimientos, decisivos y firmes, indicaban que todo era para el bien de su país.
En su discurso del 10 de febrero de 2007, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, señaló que las cosas iban en serio. No le hicieron caso y continuaron actuando como si nada hubiera ocurrido: Rodearon a Rusia con casi cuatrocientas bases militares; apoyaron a los movimientos terroristas y separatistas; en contra de lo que habían prometido, durante la reunificación de Alemania, no mover a la OTAN ni una sola pulgada, la acercaron hasta las mismas puertas de Moscú; en Ucrania dieron un golpe de Estado de tinte fascista, pese a los acuerdos firmados el día anterior, seguros de que desde ese país podrían extender aún más sus dominios. Pasó lo contrario, Crimea retornó al seno de su madre patria.
Con motivo del Día del Armero, el Presidente Putin declaró que su país “contaba con las armas más avanzadas, un tipo de armamento que nadie más posee; lo debimos crear en respuesta al despliegue del Sistema Estratégico de Defensa Antimisiles estadounidense, que en el futuro sería capaz de neutralizar y anular todo nuestro potencial nuclear”. Recalcó que, en lo referente a la tecnología de los misiles intercontinentales, a las armas nucleares y a la aviación estratégica de largo alcance, Rusia debió asumir durante décadas el papel de los rezagados, lo que puso a su país en una situación muy difícil e incluso peligrosa. “De hecho, hubo momentos en que nos amenazaron, pero no teníamos con que responder, ahora, por primera vez en la historia moderna, Rusia posee los tipos de armas más poderosos, que superan en mucho por fuerza, potencia, velocidad y precisión a todo lo que ha existido y existe hoy. Al menos por ahora, nadie en el mundo tiene estas armas”.
El asunto tiene preámbulo. Putin les advirtió que no instalaran el Sistema Estratégico de Defensa Antimisiles y que si lo hacían, Rusia iba a desarrollar armas de alta tecnología que volverían inoperantes sus sistemas. No le prestaron oídos y le aseguraron que ese sistema no iba contra Rusia sino contra Irán y Corea del Norte. A otro perro con ese hueso, al romper el Tratado Antimisiles, amenazaban directamente a Rusia. “Por lo menos, dennos garantías de que no nos van a agredir”, reclamó Moscú. “Garantías no damos, hagan lo que les dé la gana”, contestaron los norteamericanos. Creyeron que no lograría responder de manera alguna, seguros de que Rusia jamás podría instalar algo semejante en Canadá o México.
En respuesta a la instalación de cerca de 400 bases militares de EEUU a su alrededor, al unilateral abandono estadounidense del Tratado sobre Misiles Antibalísticos y a la proclamación de una doctrina atómica que les faculta emplear armas nucleares cuando quieran y contra el que quieran, Rusia desarrolló innovadoras armas estratégicas, de la más avanzada tecnología; estas armas son un increíble avance científico, jamás esperado por nadie. Al contrario de lo que se afirmaba, Rusia, heredera de la Unión Soviética, tiene cultura, ciencia y tecnología no inferiores a las de cualquier país sino, posiblemente, superiores; basta señalar que sus micro centrales atómicas las comenzó a diseñar Kurchátov en 1955.
Este increíble salto tecnológico, que envía a la edad de piedra a todo el arsenal creado hasta el día de hoy, que convierte en polvo y ceniza todos los billones gastados por el Pentágono, que vuelve obsoletas a todas las flotas que patrullan los siete mares, que minimizan la efectividad de las casi mil bases que se encuentran en más de cien países y que convierte en espantapájaros al paraguas antimisiles, instalado alrededor de Rusia y China, no lo esperaba nadie en el mundo.
Moscú recalcó que su poderío militar no amenaza a nadie, que existe únicamente para garantizar el resguardo de su soberanía, antes amenazada, y que sólo sería empleado en el caso de que fueran agredidos su país o cualquiera de sus aliados. Ahora que es tan poderosa, Rusia expresó la esperanza de ser escuchada. Ojalá así sea, porque sus adversarios son más persuadidos que piojo sobre caspa.
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