Todo israelí debería leer la última voluntad y testamento del atacante palestino
Haaretz
Nadie se atrevió a preguntar por qué Omar al-Abed, un joven de 20 años con sueños y aspiraciones, compró un cuchillo y salió a matar |
Todo israelí decente debería leer el testamento de Omar al-Abed. La verdadera traición no es leer sus últimas palabras. La verdadera traición es pensar que más detectores de metales y asesinatos selectivos, más detenciones y demoliciones de viviendas, más tortura y despojo podrán prevenir los numerosos ataques que aún están por venir. La verdadera traición es enterrar la cabeza en la arena.Sin negar el horror de su terrible acción, todo israelí debe prestar atención a las palabras de Abed y extraer las inevitables conclusiones. Porque toda Cisjordania, y por supuesto la Franja de Gaza, se convertirán en un Omar al-Abed, no sabemos cuándo. Cualquiera que piense que podría ser de otra manera, debe mirar a la historia. En esto consisten la ocupación y la resistencia a ella: en masivo e inútil derramamiento de sangre.
"Éstas son mis últimas palabras", escribió el joven de la aldea cisjordana de Kobar antes de salir a matar colonos en la vecina colonia de Halamish. "Soy joven, todavía no cumplí los 20. Tenía muchos sueños y aspiraciones, pero ¿qué clase de vida es ésta, en la que nuestras mujeres y jóvenes son asesinados sin justificación?"
¿Qué podríamos haberle dicho a Abed? ¿Que sus mujeres y jóvenes no fueron asesinados sin justificación? Abed vivía en un hermoso poblado, en medio de una realidad que no podría ser más horrible. Por ejemplo, su vecino Nael Barghouti, que fue liberado de una prisión israelí tras cumplir 33 años por asesinar a un conductor de autobús, fue devuelto a la cárcel −en un acto terriblemente arbitrario− supuestamente por violar los términos de su libertad condicional. Otro de sus vecinos, naturalmente, es Marwan Barghouti, quien en un mundo más justo y menos estúpido habría sido liberado hace tiempo para liderar a su pueblo.
Abed salió a matar a los colonos porque "profanan la mezquita de Al-Aqsa mientras dormimos", porque "es una desgracia que no quedemos sin hacer nada". Mientras los agentes de la policía fronteriza israelí emprendían una búsqueda enfermiza de cadáveres en la morgue del hospital Makassed, Abed planeó su acción sanguinaria. Mientras sus pares en Jerusalén trataban de rescatar el cadáver ensangrentado de su amigo para que Israel no lo secuestrase, como acostumbra hacer, él no podía permanecer callado. "Ustedes, que tienen armas oxidadas que sacan sólo para las bodas y celebraciones, ¿no se avergüenzan? ¿Por qué no declaran la guerra en nombre de Dios? Ellos han clausurado Al-Aqsa, y nuestras armas están calladas”.
Sus palabras suenan casi bíblicas. Cosas similares se han escrito en el curso de cada lucha de liberación −incluyendo las nuestras, por supuesto. Son acompañadas de términos religiosos, porque el escritor cree en Dios. En otras luchas, también −como las nuestras−, la religión fue utilizada al servicio de la nación. ¿Qué le habrías dicho a Abed si te lo hubieras encontrado antes de que fuera a sembrar la muerte, aparte de "No matarás"? ¿Que debe ceder y rendirse? ¿Que la justicia no está de su lado, sino del de la ocupación? ¿Que tenga esperanza de vivir una vida normal? ¿Qué podría decirle un israelí a un joven palestino desesperado que en realidad no tiene futuro, ni oportunidad de cambio, ni escenario esperanzador; a un hombre cuya vida es una larga humillación? ¿Qué le habrías dicho?
La desesperación es profunda en Cisjordania. En la Franja de Gaza es peor aún. Esto debería mantener despiertos por la noche a todos los israelíes, porque su Estado es el principal responsable de esta situación. Pero si la responsabilidad moral por la desesperación de los palestinos no es suficiente para quitarles el sueño a los israelíes, debería serlo el hecho de que esta desesperación les augura problemas también a ellos. Abed no tenía nada que perder, y la persona sin nada que perder es el enemigo más peligroso. Ni siquiera el Ministro de Seguridad Pública Gilad Erdan puede detenerla.
El ejército israelí invadió Kobar el sábado, imponiendo un cierre y arrestando a uno de los hermanos de Abed −todo siguiendo el procedimiento acostumbrado. Los soldados llevaron a cabo una "encuesta de ingeniería" en la casa de la familia. El nuevo presidente del Partido Laborista, Avi Gabbay, exigió una condena. Yair Lapid, presidente de Yesh Atid, calificó a Abed de "terrorista de base", y Tzipi Livni, del Partido Laborista, dijo que "estamos unidos en nuestro dolor". Nadie se atrevió a preguntar por qué Omar al-Abed, un joven de 20 años con sueños y aspiraciones, compró un cuchillo y salió a matar.
Publicado en Haaretz el 23/7/17. Traducción: María Landi.
"Éstas son mis últimas palabras", escribió el joven de la aldea cisjordana de Kobar antes de salir a matar colonos en la vecina colonia de Halamish. "Soy joven, todavía no cumplí los 20. Tenía muchos sueños y aspiraciones, pero ¿qué clase de vida es ésta, en la que nuestras mujeres y jóvenes son asesinados sin justificación?"
¿Qué podríamos haberle dicho a Abed? ¿Que sus mujeres y jóvenes no fueron asesinados sin justificación? Abed vivía en un hermoso poblado, en medio de una realidad que no podría ser más horrible. Por ejemplo, su vecino Nael Barghouti, que fue liberado de una prisión israelí tras cumplir 33 años por asesinar a un conductor de autobús, fue devuelto a la cárcel −en un acto terriblemente arbitrario− supuestamente por violar los términos de su libertad condicional. Otro de sus vecinos, naturalmente, es Marwan Barghouti, quien en un mundo más justo y menos estúpido habría sido liberado hace tiempo para liderar a su pueblo.
Abed salió a matar a los colonos porque "profanan la mezquita de Al-Aqsa mientras dormimos", porque "es una desgracia que no quedemos sin hacer nada". Mientras los agentes de la policía fronteriza israelí emprendían una búsqueda enfermiza de cadáveres en la morgue del hospital Makassed, Abed planeó su acción sanguinaria. Mientras sus pares en Jerusalén trataban de rescatar el cadáver ensangrentado de su amigo para que Israel no lo secuestrase, como acostumbra hacer, él no podía permanecer callado. "Ustedes, que tienen armas oxidadas que sacan sólo para las bodas y celebraciones, ¿no se avergüenzan? ¿Por qué no declaran la guerra en nombre de Dios? Ellos han clausurado Al-Aqsa, y nuestras armas están calladas”.
Sus palabras suenan casi bíblicas. Cosas similares se han escrito en el curso de cada lucha de liberación −incluyendo las nuestras, por supuesto. Son acompañadas de términos religiosos, porque el escritor cree en Dios. En otras luchas, también −como las nuestras−, la religión fue utilizada al servicio de la nación. ¿Qué le habrías dicho a Abed si te lo hubieras encontrado antes de que fuera a sembrar la muerte, aparte de "No matarás"? ¿Que debe ceder y rendirse? ¿Que la justicia no está de su lado, sino del de la ocupación? ¿Que tenga esperanza de vivir una vida normal? ¿Qué podría decirle un israelí a un joven palestino desesperado que en realidad no tiene futuro, ni oportunidad de cambio, ni escenario esperanzador; a un hombre cuya vida es una larga humillación? ¿Qué le habrías dicho?
La desesperación es profunda en Cisjordania. En la Franja de Gaza es peor aún. Esto debería mantener despiertos por la noche a todos los israelíes, porque su Estado es el principal responsable de esta situación. Pero si la responsabilidad moral por la desesperación de los palestinos no es suficiente para quitarles el sueño a los israelíes, debería serlo el hecho de que esta desesperación les augura problemas también a ellos. Abed no tenía nada que perder, y la persona sin nada que perder es el enemigo más peligroso. Ni siquiera el Ministro de Seguridad Pública Gilad Erdan puede detenerla.
El ejército israelí invadió Kobar el sábado, imponiendo un cierre y arrestando a uno de los hermanos de Abed −todo siguiendo el procedimiento acostumbrado. Los soldados llevaron a cabo una "encuesta de ingeniería" en la casa de la familia. El nuevo presidente del Partido Laborista, Avi Gabbay, exigió una condena. Yair Lapid, presidente de Yesh Atid, calificó a Abed de "terrorista de base", y Tzipi Livni, del Partido Laborista, dijo que "estamos unidos en nuestro dolor". Nadie se atrevió a preguntar por qué Omar al-Abed, un joven de 20 años con sueños y aspiraciones, compró un cuchillo y salió a matar.
Publicado en Haaretz el 23/7/17. Traducción: María Landi.
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