Su moral y la nuestra
¿A quién le interesa la moral?
Rebelión / Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
Cuando se trata de “desmoralizar” a los pueblos en lucha no faltan los moralistas de coyuntura siempre entrenados para asestar golpes simultáneos a las golpizas económicas y las golpizas policiales. “Kit” completo. Las grandes vertientes moralistas (clericales y legalistas) lanzan sus denuedos axiológicos contra quienes rompen el “orden”. Porque se trata de bajarles la guardia, demolerles las convicciones y los entusiasmos… hacerlos sentir enemigos del “bien”. Fuerzas del mal. La culpa serial.No se privan de tentación alguna para maldecir y ensuciar hasta las más incipiente luz de rebeldía social. Por un milagro de resurrección cívica los moralistas del “establishment”, no importa si son choferes de taxi, “amas de casa”, burócratas o vendedores de enciclopedias… lanzan (por ejemplo) denuestos y maledicencias a los cuatro vientos cuando un grupo organizado políticamente hace conocer su malestar y sus denuncias con huelgas, paros o cortes de calles.
Los moralistas se encrespan y repiten al unísono un tendal de frases u oraciones huecas sacadas del noticiero más cercano o de sus pares también moralistas de pacotilla. Miran a la clase trabajadora como seres de otra dimensión, como enemigos del “orden”, del “respeto” y del “bien común” urbano o rural. Las luchas sociales son “engendros del demonio”, perversiones del averno, amenaza contra la “paz” y las “buenas costumbres” burguesas y, sobre todo, enemigas del “orden establecido”. La sacrosanta (inexistente) civilidad entre hermanos citadinos es amenazada por la barbarie de la lucha proletaria y eso indigna a los “ciudadanos” guardianes de la moral burguesa.
Son los territorios ganados por la ideología de la clase dominante para, también de esta manera, poner a pelear a pobres contra pobres. La contienda con frases hechas, todas con muy dudosa procedencia y contenido, se inflama con adjetivos que operan como bofetada moralizante. Todos critican por el “bien común” por un (desconocido) “respeto al prójimo”. Todos vociferan con tono parroquial desde la cúspide de su mediocridad prefabricada a espaldas de su ignorancia para que no se percaten de tono titiritezco que adquieren todas sus invectivas inyectadas con almíbar de razón simplista. “Si ellos tienen derecho a protestar nosotros tenemos derecho a libre tránsito” de dice con suficiencia cardenalicia.
Pero la espiral de la moral dominante y condenatoria de las luchas sociales, asciende hasta complejidades y prácticas de muy diversa envergadura y daño. En su cima sirve para justificar genocidios y torturas, sirve para camuflar canalladas de todo tipo y sirve fundamentalmente para hacer invisible el hurto burgués sobre el producto del trabajo. Con capas de pintura moralista se disimulan y ocultan los fraudes electorales, la connivencia con el crimen organizado, la permisividad servil con los trinquetes bancarios, la corrupción a todo vuelo y -también- los fardos ideológicos que se hacen tragar a los estudiantes en las universidades burguesas (y en algunas otras también). Todo es por su “bien”.
Con la moral burguesa y con su “doble moral” se asientan los valores dominantes donde todo vale en manos del poder económico y no importa la gravedad, ilegalidad o la irracionalidad de la afrenta todo se arregla con dinero y el que no lo tiene ha de resignarse unas veces al silencio y otras veces pagando los “platos rotos” que no rompió. Ese es el orden de las cosas. “La vida es así”. “Uno no puede cambiarlo todo”… y sin fin de retóricas espeluznantes que se hacen pasar por solidez moral y solvencia de principios. Mientras tanto lo que reina es la “moral burguesa” que, vista bien, no es más que la inmoralidad misma del capitalismo que es inmoral por definición. La bomba a Hiroshima es una inmoralidad inolvidable.
Pero la moral que los pueblos necesitan es un conjunto de afirmaciones y principios colectivos y dinámicos cuya unidad de clase debe exprese en paradigmas enriquecedores de la fortaleza intelectual y de la fortaleza emotiva. Para eso es necesario conocer a los seres humanos en su fase de lucha transicional que, mientras sale del fardo de supercherías morales burguesas, accede a un territorio de significación en el que se renueva el conocimiento y se renueva su enunciación sobre la conciencia proactiva de un ser distinto esta vez respetuoso del interés común y del desarrollo en colectivo. Moralidad humana real del futuro. La moral desde la base productiva y la relación con la naturaleza.
Semejante Moral no es un decálogo “acabado” ni sencillo, no puede serlo jamás, porque se trata de un instrumental de orientación y dirección política y humanista (en sus sentido estricto) en movimiento y transición social. Esa será sin duda una de las cualidades de la moral nueva, la moral de la lucha permanente, de la moral que no admite la resignación a los intereses de una clase privilegiada contra una mayoría desposeída.
La moral tiene una “viva e inquietante actualidad” como insistía Sánchez Vázquez. Pero ha de someter a su jurisdicción temas como la violencia, el terrorismo, la depredación de la naturaleza… la mercantilización avasallante de la vida. La moral de los pueblos, la de la clase trabajadora en lucha, ha de afirmarse en valores históricos como la libertad, la igualdad, la democracia… que cada día son más urgentes. Valores de justicia social real porque no puede haber libertad verdadera en condiciones de desigualdad e injusticia social y tampoco justicia social cuando se niega la libertad y la democracia. Es en la práctica donde se demuestra la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de la moral en lucha.
Cuando hablamos de la moral del pueblo en lucha, no hablamos de la moral burguesa. Aunque usen palabras similares sus contenidos no son lo mismo. Una moral participativa que propicie una democracia participativa; que ponga fin a los beneficios irracionales de las empresas capitalistas. Una moral de la lucha social dispuesta a terminar con la pobreza para muchos y la abundancia para pocos. Moral para la defensa de la educación pública gratuita y crítica en todos sus niveles; para garantizar los derechos de los trabajadores y el respeto a las diferencias (étnicas, raciales, genéricas, etc.); moral para la defensa incondicional de los derechos humanos. moral no sólo para cambiar el modo de producción sino también las relaciones de producción. Una moral que será distinta porque es su deber serlo. Una moral cuyo aliento sea el desarrollo social y no la represión de los seres humanos. Una moral para la emancipación que dé cuerpo y fortaleza a las nuevas condiciones de la vida organizada y coincidente con lo indispensable para ser felices, para ser creativos, para ser amorosos y para ser iguales; para ser distintos en unidad para lo que necesitamos y contra lo que nos daña. Una moral para el bien común… moral de lucha permanente.
Los moralistas se encrespan y repiten al unísono un tendal de frases u oraciones huecas sacadas del noticiero más cercano o de sus pares también moralistas de pacotilla. Miran a la clase trabajadora como seres de otra dimensión, como enemigos del “orden”, del “respeto” y del “bien común” urbano o rural. Las luchas sociales son “engendros del demonio”, perversiones del averno, amenaza contra la “paz” y las “buenas costumbres” burguesas y, sobre todo, enemigas del “orden establecido”. La sacrosanta (inexistente) civilidad entre hermanos citadinos es amenazada por la barbarie de la lucha proletaria y eso indigna a los “ciudadanos” guardianes de la moral burguesa.
Son los territorios ganados por la ideología de la clase dominante para, también de esta manera, poner a pelear a pobres contra pobres. La contienda con frases hechas, todas con muy dudosa procedencia y contenido, se inflama con adjetivos que operan como bofetada moralizante. Todos critican por el “bien común” por un (desconocido) “respeto al prójimo”. Todos vociferan con tono parroquial desde la cúspide de su mediocridad prefabricada a espaldas de su ignorancia para que no se percaten de tono titiritezco que adquieren todas sus invectivas inyectadas con almíbar de razón simplista. “Si ellos tienen derecho a protestar nosotros tenemos derecho a libre tránsito” de dice con suficiencia cardenalicia.
Pero la espiral de la moral dominante y condenatoria de las luchas sociales, asciende hasta complejidades y prácticas de muy diversa envergadura y daño. En su cima sirve para justificar genocidios y torturas, sirve para camuflar canalladas de todo tipo y sirve fundamentalmente para hacer invisible el hurto burgués sobre el producto del trabajo. Con capas de pintura moralista se disimulan y ocultan los fraudes electorales, la connivencia con el crimen organizado, la permisividad servil con los trinquetes bancarios, la corrupción a todo vuelo y -también- los fardos ideológicos que se hacen tragar a los estudiantes en las universidades burguesas (y en algunas otras también). Todo es por su “bien”.
Con la moral burguesa y con su “doble moral” se asientan los valores dominantes donde todo vale en manos del poder económico y no importa la gravedad, ilegalidad o la irracionalidad de la afrenta todo se arregla con dinero y el que no lo tiene ha de resignarse unas veces al silencio y otras veces pagando los “platos rotos” que no rompió. Ese es el orden de las cosas. “La vida es así”. “Uno no puede cambiarlo todo”… y sin fin de retóricas espeluznantes que se hacen pasar por solidez moral y solvencia de principios. Mientras tanto lo que reina es la “moral burguesa” que, vista bien, no es más que la inmoralidad misma del capitalismo que es inmoral por definición. La bomba a Hiroshima es una inmoralidad inolvidable.
Pero la moral que los pueblos necesitan es un conjunto de afirmaciones y principios colectivos y dinámicos cuya unidad de clase debe exprese en paradigmas enriquecedores de la fortaleza intelectual y de la fortaleza emotiva. Para eso es necesario conocer a los seres humanos en su fase de lucha transicional que, mientras sale del fardo de supercherías morales burguesas, accede a un territorio de significación en el que se renueva el conocimiento y se renueva su enunciación sobre la conciencia proactiva de un ser distinto esta vez respetuoso del interés común y del desarrollo en colectivo. Moralidad humana real del futuro. La moral desde la base productiva y la relación con la naturaleza.
Semejante Moral no es un decálogo “acabado” ni sencillo, no puede serlo jamás, porque se trata de un instrumental de orientación y dirección política y humanista (en sus sentido estricto) en movimiento y transición social. Esa será sin duda una de las cualidades de la moral nueva, la moral de la lucha permanente, de la moral que no admite la resignación a los intereses de una clase privilegiada contra una mayoría desposeída.
La moral tiene una “viva e inquietante actualidad” como insistía Sánchez Vázquez. Pero ha de someter a su jurisdicción temas como la violencia, el terrorismo, la depredación de la naturaleza… la mercantilización avasallante de la vida. La moral de los pueblos, la de la clase trabajadora en lucha, ha de afirmarse en valores históricos como la libertad, la igualdad, la democracia… que cada día son más urgentes. Valores de justicia social real porque no puede haber libertad verdadera en condiciones de desigualdad e injusticia social y tampoco justicia social cuando se niega la libertad y la democracia. Es en la práctica donde se demuestra la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de la moral en lucha.
Cuando hablamos de la moral del pueblo en lucha, no hablamos de la moral burguesa. Aunque usen palabras similares sus contenidos no son lo mismo. Una moral participativa que propicie una democracia participativa; que ponga fin a los beneficios irracionales de las empresas capitalistas. Una moral de la lucha social dispuesta a terminar con la pobreza para muchos y la abundancia para pocos. Moral para la defensa de la educación pública gratuita y crítica en todos sus niveles; para garantizar los derechos de los trabajadores y el respeto a las diferencias (étnicas, raciales, genéricas, etc.); moral para la defensa incondicional de los derechos humanos. moral no sólo para cambiar el modo de producción sino también las relaciones de producción. Una moral que será distinta porque es su deber serlo. Una moral cuyo aliento sea el desarrollo social y no la represión de los seres humanos. Una moral para la emancipación que dé cuerpo y fortaleza a las nuevas condiciones de la vida organizada y coincidente con lo indispensable para ser felices, para ser creativos, para ser amorosos y para ser iguales; para ser distintos en unidad para lo que necesitamos y contra lo que nos daña. Una moral para el bien común… moral de lucha permanente.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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