miércoles, 27 de septiembre de 2017

Un Comentario del Evangelio según san Lucas (7,11-17):

Evangelio según san Lucas (7,11-17):
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Palabra del Señor

1.       Los estudiosos del evangelio de Lucas hacen caer en la cuenta del paralelismo que hay entre este relato y el que se encuentra el 1 Re 17, 8-24, donde se describe cómo el profeta Elías fue a la ciudad de Serepta y allí resucitó al hijo de una viuda, también a la entrada de la ciudad (como ocurrió en Naím) y hasta los dos relatos coinciden en el detalle de que Jesús (al igual que Elías) “entregó” el joven difunto a la afligida madre (Lc 7, 15 b: 1 Re 17, 23). Son demasiadas coincidencias como para que se trate de una mera casualidad. Es evidente que, en el paralelismo de ambos relatos, hay una intencionalidad.
2.       Es evidente que la intención de Lucas, al relatar este episodio, muestra claramente la intención de presentar a Jesús como un profeta. Más aún, como el nuevo y definitivo profeta. Muy superior a Elías. Jesús devuelve la vida al joven de Naím con el solo imperio de su palabra (Lc 7, 14), mientas que Elías tuvo que echarse tres veces sobre el hijo de la viuda de Serepta para darle vida (1 Re 17, 21). En todo caso, lo que interesa aquí no es precisar la exactitud del “hecho histórico” (si es verdad o no lo es que Jesús resucitó a un muerto), sino comprender la “enseñanza religiosa” que nos presenta el Evangelio, a saber: que Jesús es el más importante y el último de los profetas.
3.       Pero ni siquiera eso es lo que aquí interesa dejar claro. Lo más importante es comprender que Jesús, no obstante todas las semejanzas que tenga con Elías, no es como los antiguos profetas. Aquellos hombres, de tiempos remotos, “tenían la virtud de engrandecer la personalidad de los monarcas” (L. Alonso Schökel). Jesús se caracteriza por proteger, acercarse y dar vida a los pobres, a los que sufren, a los que se ven desamparados, como era el caso patente de la viuda de Naím. Al devolverle a su hijo, Jesús le dio vida (seguramente), más que al hijo difunto, a la madre sola desamparada.
José M. Castillo
La Religión de Jesús

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