Hasta finales del siglo X, las tribus eslavas eran predominantemente paganas, conviviendo diferentes comunidades que adoraban a diferentes dioses “locales”. Y la gente de a pie estaba absolutamente de acuerdo con esto. ¿Quieres ganar una batalla? Haz un sacrificio a Perún, dios del trueno y la guerra. ¿Quieres una buena cosecha? Reza a Mokoš, la madre de todos.Nunca habrían tratado de cambiar su antigua fe si no hubiera sido por la influencia de las élites. La princesa Olga (920 - 969) fue la primera gobernante de Rus que fue bautizada en el cristianismo ortodoxo, en Bizancio, alrededor de 950, pero sería su nieto Vladímir (960 - 1015) el que decidió bautizar a todo el país.Los historiadores suponen que el ambicioso Vladímir en realidad no se preocupaba mucho por Cristo: quería unir su país bajo un solo canon y una sola iglesia. Primero, trató de imponer el culto a Perún, su dios pagano favorito, pero la gente no lo aceptó. El príncipe necesitaba una mejor opción, así como algún aliado extranjero influyente.
Según el Relato de los Años Pasados, una crónica medieval rusa, Vladímir, deseoso de examinar todas las opciones posibles, invitó a sacerdotes de diferentes confesiones: un ortodoxo bizantino, un católico del Sacro Imperio Romano, un musulmán de Bulgaria del Volga y un rabino jázaro. Presumiblemente, les dijo algo como: “Bien, ahora hábladme de vuestra fe e impresionadme”.
El musulmán fracasó cuando mencionó que el islam prohíbe beber alcohol. Sorprendido, contestó Vladimir: “Beber es la alegría de todos los habitantes de Rus. No podemos existir sin ello”, e inmediatamente echó al hombre.
El rabino tampoco inspiró al príncipe, que le preguntó: “Bien, si el judaísmo es tan grande, ¿dónde está tu tierra?”. El rabino, confundido, respondió que la Tierra Santa de su pueblo estaba ocupada. “Bueno, -dijo Vladimir, - si perdiste tu propia tierra, ¿cómo puedo confiar en tu religión?”. Así que Rusia también perdió su oportunidad de convertirse al judaísmo.
Vladímir también rechazó al católico alemán, diciendo: “Vuelve de donde viniste, como nuestros padres rechazaron tu fe, nosotros también lo haremos”. Esto le dejó con el sacerdote bizantino que impresionó al príncipe. También se dice que sus enviados a Constantinopla regresaron fascinados por la belleza de las iglesias ortodoxas y el servicio divino. Así que Vladímir se convirtió a la Ortodoxia en el año 988 y decidió que su país adoptase esta confesión. Al menos, eso es lo que dice la crónica.
Como supone la mayoría los historiadores, el giro de Vladímir hacia el cristianismo ortodoxo se debió más a la voluntad de mejora de las conexiones de los rusos con los estados cristianos que a una cuestión sentimental: para Rus, Bizancio era un socio comercial importante. Así que compartir la misma religión sería útil para Vladímir.
El mandatario ordenó la destrucción de las estatuas de los dioses antiguos en Kiev (en aquel entonces, la capital de la Rus) e hizo que fueran arrojadas al río Vóljov. La gente lloraba sin cesar a sus ídolos, pero no había nada que pudieran hacer. En cuanto a las ciudades más remotas e independientes, Vladímir envió a sus señores de la guerra con ejércitos para bautizar estos territorios. Por ejemplo, uno de ellos, Dobrinia, tuvo que quemar muchos edificios de Nóvgorod para hacer que los ciudadanos aceptaran ser bautizados.
Y así comenzó (y se mantuvo durante casi mil años) el periodo en el que el poder en Rusia colaboró con el cristianismo, promoviendo esta religión y apoyando a los sacerdotes. Sólo cuando los bolcheviques llegaron al poder en 1917 y trataron de convertir a Rusia en un Estado ateo, se prohibió la religión y el clero fue destruido (al menos, al principio). Entonces la política se volvió menos hostil, pero el orar y asistir a la iglesia fueron cosas que permanecieron mal vistas en la URSS hasta finales de la década de los 80 del pasado siglo.
Desde la caída de la URSS, la ortodoxia ha vuelto al tablero de juego y, según las estadísticas oficiales, es bastante popular. Sin embargo, tanto sacerdotes como sociólogos señalan que muchos de los que se autodenominan ortodoxos no ayunan ni asisten regularmente a la iglesia (79% y 63%), según una encuesta realizada en 2014. Para ellos, la religión no es más que un símbolo, una identidad.
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