viernes, 29 de diciembre de 2017

COMENTARIO Evangelio según san Juan (20,2-8):

Evangelio según san Juan (20,2-8):
EL primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Palabra del Señor

1.       El autor del cuarto evangelio no es el apóstol Juan, el hijo de Zebedeo. Durante mucho tiempo se ha pensado que el autor fue “el discípulo amado” (Jn 21, 24). Pero esto debe ser matizado. El IV evangelio no es obra de un autor ocular. Fue escrito por un cristiano de la segunda o tercera generación. Un cristiano que redactó su escrito en nombre del “discípulo amado”. Y que se esforzó por exponer en la forma de un evangelio la interpretación de la fe cristiana tal como había sido esbozada por el “discípulo amado”. Esto debió ocurrir así porque hay argumentos seguros que nos dan a entender que este evangelio fue redactado al final de los años 90, cuando ya no era probable que siguiera en esta vida un hombre que había convivido con Jesús (cf. J. Zumstein, H. Thyen). Pero todo esto indica que el IV evangelio es un escrito muy pensado, elaborado con madurez y profundidad, que nos descubre realidades muy profundas, que los tres primeros evangelios no pudieron advertir.
2.       Una de estas realidades consisten en lo que representan los “signos” (semeion) en el evangelio de Juan. Desde el relato de la boda de Caná hasta la conclusión final de este evangelio, a los hechos prodigiosos de Jesús se les denomina semeia (signos, señales). ¿Qué interés tiene esto? ¿Qué se nos dice con esta palabra? Se nos dice que lo específico y necesario para descubrir la presencia de Jesús, en la vida, es el “pensamiento simbólico”. Que es justamente la forma característica de pensamiento que diferencia al “ser humano” de todos los demás seres vivientes que habitan la tierra. Lo cual nos viene a decir algo que impresiona mucho: si tenemos en cuenta que una cosa es “el ser humano” y otra cosa es “ser humano”, el evangelio de Juan nos viene a decir que creemos en Jesús y descubrimos a Jesús en la medida en que somos cada día más humanos. Nuestra creciente “humanidad” (bondad, honradez, honestidad, sinceridad…) nos descubre a Jesús, y a Dios en Jesús, en el gozo de la vida, en la salud de las personas, en la felicidad compartida, en la curación del que sufre… En eso radica la genialidad divida del Evangelio. Y su profunda humanidad.
3.       Ahora bien, supuesto lo anterior, lo más importante que nos enseña este evangelio, es que Dios se nos da a conocer en el hombre que fue Jesús (Jn 1, 18, 14, 8-10). Lo que hizo este hombre fueron “hechos simbólicos” (semeia) (Jn 20,30), que nos revelan lo que is es y lo que Dios quiere. Pero es capital saber que el Dios que nos reveló Jesús, no es el Dios del Templo, de la Ley de los sacrificios sagrados. Es el Dios que se enfrenta a la codicia y el orgullo de los dirigentes religiosos, lo que llevó a Jesús al final trágico de su muerte violenta, de forma que todo el relato está orientado para terminar en la cruz (T. Knöppler, U. Schnelle, J. Zummstein). La resurrección es la esperanza abierta que nos queda para una vida sin límites (Jn 20-21). Sabiamente, la Iglesia nos proponer, después del Nacimiento de Jesús y del Martirio de Esteban, la profundidad del IV evangelio.
José M. Castillo
La Religión de Jesús

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