10:30 horas. Domingo 31 de marzo. La campana de la parroquia Comunidad Cristo Liberador en la población Villa Francia, Estación Central, repica anunciando la misa. En la puerta, el sacerdote Mariano Puga (87) -calzando sandalias sin calcetines, a pesar del frío y la humedad que dejó la lluvia del sábado- saluda a cada uno de los asistentes.
Ataviado con una colorida estola, Puga comienza la liturgia tal como lo ha venido haciendo desde la década de los sesenta, a pesar de las críticas que recibe de sectores conservadores: le pide que quienes asisten por primera vez que se pongan de pie, se identifiquen y digan de dónde vienen. Luego, todos los concurrentes les dan la bienvenida a los recién llegados, con una canción y un aplauso cerrado. Luego, pide los feligreses mencionen y comenten las noticias que más les han llamado la atención. Una suerte de análisis de cómo ven Chile, de cómo las pequeñas peripecias de sus vidas se ven afectadas por las grandes decisiones políticas.    
Este fin de semana, los asistentes recuerdan el fallo de la justicia en favor de las víctimas de Karadima, la salida del cardenal Ezzati y la llegada del administrador apostólico Celestino Aós al Arzobispado de Santiago. Alguien también menciona a la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, quien se reunió con los familiares de quienes murieron en los atentados de Christchurch.
A continuación, el sacerdote pide a los feligreses que realicen la lectura de la Segunda Carta a los Corintios y del Evangelio de San Lucas, en el capítulo del “Hijo Pródigo”, y los llama a una reflexión en voz alta. Mariano Puga acompaña el coro tocando el acordeón. En las paredes de la parroquia se destacan imágenes de Alberto Hurtado y Óscar Romero, ambos canonizados por El Vaticano, además del cardenal Raúl Silva Henríquez y del Papa Francisco.
Al finalizar la misa, -que dura cerca de una hora y media-, el cura convoca a quienes desean manifestarle algún pesar en un diálogo personal, a quienes luego les encomienda una misión para superar el dolor. Finalmente, los anima a todos a dar abrazos, en el marco del saludo de la paz, para luego compartir el desayuno en el patio interior de la parroquia.
Puga es conocido como el “cura obrero”, porque en los años setenta formó parte de un grupo de sacerdotes que renunciaron a sus “privilegios de clase” y se mudaron a vivir junto a los trabajadores, en barrios populares. Mientras las personas comentan la misa y los preparativos de la Semana Santa en Villa Francia, Puga se da un tiempo para hablar con The Clinic sobre el actual momento por el que atraviesa la Iglesia y, en particular, respecto de la denuncia en su contra por su modo de realizar la liturgia, que, según trascendió, fue interpuesta ante el Tribunal Eclesiástico por dos asistentes a sus misas, y que concluyó con la acusación de haber hecho “uso arbitrario de la liturgia”.
El sacerdote cuenta que en su reciente salida al extranjero participó en un encuentro mundial de 4.500 curas, que pertenecen a la Fraternidad Jesús Caridad, del hermano Carlos de Foucauld, quienes se reunieron en las barriadas de Inglaterra, Francia, India, Pakistán, Indonesia y varios países de África. El objetivo fue “escucharnos para saber lo que está ocurriendo en nuestros países, conocer qué está pasando en la Iglesia frente a esas situaciones y qué estamos haciendo nosotros”, dice.
¿Usted adelantó su regreso a Chile por temas de salud?
-Mira, yo estaba con el tema de salud antes de partir (el 9 de enero). El corazón está debilitado y tengo un problema pulmonar por eso. Fui operado, me pusieron marcapasos, me cambiaron la válvula y se debilitó mi corazón, o sea, ya no hay solución a los 88 años (que cumplirá el 25 de abril próximo).
¿Cómo recibió el fallo de la Iglesia de Santiago que dictaminó que usted realizaba un “uso arbitrario de la liturgia”?
-A mí me gustaría trascender el “copucheo”. Recién ordenado cura me mandaron a París, al mejor instituto de liturgia de la Iglesia católica, y cuando llevaba un año en Chile, antes del Concilio Vaticano II (1962) me tocó realizar la primera reforma antes que el concilio lo permitiera. En la parroquia de los universitarios en Santa Ana poníamos una cortina para tapar el altar del fondo, y yo celebraba la misa mirando hacia al pueblo y en castellano (y no en latín, como se estilaba entonces).
Esto lo supo el cardenal Silva (Henríquez), quien me llamó y me dijo: “¿Qué estás haciendo? Eso no está permitido”. Entonces le dije: “Don Raúl, usted me mandó a Europa, para poder llevar el mensaje del Vaticano II a los estudiantes universitarios y lo primero que quieren los estudiantes es ir a una iglesia donde se hable la lengua de ellos… Yo sé que esto le va a causar problemas a usted, pero quédese calladito, no cuente nada, porque los universitarios están felices”. Iban más de 600. Entonces el cardenal me dio un apretón de manos y me dijo: “Ya sigue no más, sigue no más”.
Después, en La Legua, a lo largo de los años transformamos la misa en una cena (con pan y vino, en vez de hostias) entre hermanos, cambiamos las bancas para mirarnos las caras y no las espaldas, y le pedí a la gente que viniera con Biblia y compartíamos la Biblia. Naturalmente, otros (fieles) no fueron más.
Años después, en el momento de la cena, yo invitaba niños, grandes, drogadictos, abuelitas, a rodear la mesa del Señor y a compartir todo en la cena con Jesús; las alabanzas a Cristo por las maravillas que hace por nosotros. ¿Qué pasó? Claro, (se dijo) son famosas las misas largas del Mariano y duran porque el pueblo se expresa, no porque el cura predique largo, si no, vengan a verlas.
¿Qué pasó? La misa empezó a durar una hora y media, a veces dos horas, pero se ha ido duplicando la gente que va. Yo creo que es de las pocas comunidades donde la gente no se va. Los únicos que se van son los que quieren una misa rápida, para salir luego del mandamiento de la Iglesia de ir a misa todos los domingo.
¿Quiénes asisten a sus misas?
A esta comunidad vienen parientes míos, cuicos del barrio alto, vienen de los derechos humanos, vienen pobladores, vienen las abuelitas del barrio, porque aquí en esta manera de celebrar la cena, todos vienen con su Biblia y en grupitos chicos, porque somos muchos y nos dejamos interpelar por la palabra de Jesús.
¿Y quiénes son esos que quieren una misa rápida?
Todos caemos en la rutina. Y en la cena, en que hacemos la memoria de Jesús que dio la vida por nosotros, también caemos en la rutina, pero lo que buscamos aquí, oye, es no lamentarnos tanto.
Tampoco la idea es salir diciendo: “Estas misas son una lata, me voy y no vengo más a misa”, sino que buscar con los jóvenes, con los que abandonan la Iglesia, una propuesta de cómo sería si hiciéramos tal cosa.
Eso es lo que tratamos de hacer aquí. Tratamos de primero celebrar la misa en el Chile de hoy día, con los problemas de hoy día, con los desafíos de hoy día. Y que el Evangelio sea la respuesta de Jesucristo a esas realidades. Y que todos puedan expresarse.
Estamos acostumbrados a la misa para los ricos del barrio alto, la misa para la clase media y la misa para los pobladores. Y aquí hoy (domingo) pasó algo especial: hubo gente que se quedó afuera de la parroquia. Y también hay que mencionar que contamos con la presencia de Patricia Recabarren, hija de Ana González (fallecida en octubre de 2018, y que perdió a su marido, dos hijos y su nuera embarazada en la dictadura de Pinochet). Ella fue parte de una de las atrocidades más grandes que se han hecho en Chile, que son los detenidos desaparecidos, y la incorporamos a la cena, en honor a la memoria del Cristo crucificado. Ellos son los crucificados de hoy día. Y a ellos los incorporamos aquí.
EL PAPA CRUCIFICADO
¿Qué evaluación hace del catolicismo en la actualidad?
Nosotros (la Iglesia) pasamos por una primavera, después de 500 años, en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Fue una Iglesia, como decía el Papa Juan XXIII, a la que hay que sacarle el polvo que se le ido pegando durante estos dos mil años. La Iglesia se atrevió a sacarse el polvo que tenía ahí adentro y se atrevió a abrir las puertas al Cristo que le hablaba desde fuera de la iglesia. Y después a la Iglesia le vino un miedo de abrirse al mundo.
¿Por qué?
Habría que preguntarle a los que dirigieron la Iglesia en esos años… Yo creo que en el fondo, en esa “infiltración” de corrientes extrañas al Evangelio, -en la medida que la Iglesia empezó a dialogar con la sociedad, con el ateísmo, con organizaciones políticas, que no compartían su fe-, un grupo arriesgó. Un símbolo de ese grupo para mí es monseñor Óscar Romero (asesinado en El Salvador, en 1980 y canonizado por el Papa Francisco, en octubre de 2018) que se transformó en el líder número uno de la Iglesia de Cristo hoy día en el mundo.
Después vino este invierno eclesiástico, yo creo que en gran parte por un miedo de tipo doctrinal a la teología de la liberación. Por miedo a lo que los pobres podían decir, cuando empezaron a ser sujetos en las comunidades cristianas de base.
La Iglesia se encerró en sí misma y comenzó a preocuparse de sus instituciones y a cerrar el corazón a lo que pasaba fuera de ella. Pero esta Iglesia es de santos y de pecadores y Cristo en espíritu le mandó a esta Iglesia a un Papa Francisco.
¿Qué piensa de la gestión del Papa Francisco?
Tenemos un Papa que está, primero, ayudándonos a reencontrarnos con Jesucristo y las raíces nuestras en el Evangelio; un Papa que terminó con las condenas y busca el diálogo con los distintos; un Papa que ha unido, lo que le corresponde, que es mantener las grandes encíclicas de él, las grandes orientaciones de lo que va a ser su servicio a la comunidad y al mundo, pero que es capaz, con sencillez, de acoger a un niño que se está muriendo o a lavarle los pies a una mujer musulmana en la cárcel.
Hace muchos años que no teníamos algo así. Pero esto no hay que verlo con ingenuidad. El Papa tiene una resistencia inmensa. Las posiciones que el Papa ha tomado frente al abuso y a lo que ha llamado la cultura del ocultamiento, le trae muchísimos enemigos. El Papa es un hombre también crucificado, por ser fiel a Jesús y a estos signos de los tiempos en que todo el mundo espera algo de la Iglesia de Cristo.
¿Usted ve al Papa como un gran líder?
Las grandes revistas, como Time, en Estados Unidos, lo reconocen como líder a nivel mundial. 60 por ciento de la humanidad lo reconoce como tal, ¿Cuándo había pasado eso? Pero, en cambio, la Iglesia está en su peor momento.
¿Cree que cambió en algo la situación de la Iglesia con la venida del Papa a Chile, en 2018?
Lo de la Iglesia es otro tema. El tema de nuestra Iglesia empezó antes de la venida del Papa y que aparecieran los escándalos. Nuestra iglesia se enfrió. Eso que dice el Papa: “¿Qué pasó con la Iglesia profética de ustedes?, ¿qué pasó con esos cuerpos de obispos?”.
O sea, aquí había 10 a 15 obispos que orientaron a la Iglesia, enfrentaron la situación de los derechos humanos, tuvieron la valentía de denunciar. ¿Qué pasó con las comunidades, que se envolvían con Jesucristo, con el evangelio, en los cambios y en la defensa de los derechos humanos? ¿Qué pasó con esta Iglesia que despertó la simpatía de los partidos políticos, de la izquierda, y que se la jugó por defender la vida?
Yo quiero ampliar mi respuesta. La crisis es anterior y más profunda que el abuso. Es evidente que eso es algo que nos hiere, nos hace doler a todos. ¿Cómo una Iglesia de Cristo que está llamada a ser consuelo, fuerza, esperanza, puede haber acallado (las situaciones de abuso), más preocupada por sus instituciones que por las víctimas? Eso nos hiere a todos. Y yo, que me siento hermano de esa Iglesia, me siento también culpable.
¿Qué opinión tiene de Celestino Aós, el nuevo administrador eclesiástico del Arzobispado de Santiago?
Mira, lo conozco demasiado poco y no me atrevo a decir nada, porque no lo conozco. Y no quiero hablar hasta que lo conozca más.
¿Cómo se prepara para la Semana Santa acá en Villa Francia?
Vas a tener que venir. ¡Vas a ver lo que es la Semana Santa! Aquí hay que ver para creer. Las buenas intenciones no más, no sirven.
¿Cualquiera puede venir a su liturgia?
Díganles ustedes que vengan. Yo convido por donde puedo. Entre mis amigos del barrio alto, mis amigos de derechos humanos, mis amigos políticos, mis amigos pobladores. Y la idea no es transformarnos en un monopolio ni en modelo para nadie, sino que lo que tratamos, lentamente, de hacer aquí, ojalá, que la iglesia y la cena de Cristo no sean un espacio para selectos.
Para su misa usted toma aspectos del Concilio Vaticano y de la Conferencia Episcopal de Puebla (México)…
Exacto, todo lo que se llamaba la inculturación de la liturgia (*). En eso estamos en paños menores. ¿Qué hemos hecho para inculturar la liturgia? Sí, aquí tenemos pueblos autóctonos. ¿Qué se ha hecho para una liturgia mapuche, no sólo con la lengua mapudungun, sino que con los elementos y símbolos del pueblo mapuche? ¿Qué hemos hecho con los sectores obreros, de las barriadas en Santiago?
Si usted va a una misa en La Victoria o en otra población, y a una misa del barrio alto son todas iguales, no son culturas tan distintas ¿Y qué hemos hecho? Yo creo que hay una flojera. Porque es mucho más fácil leer de punta a cabo lo que sale en el librito (La Biblia) que buscar caminos. Y el Papa dice: “Yo prefiero a los que buscan caminos nuevos por el Evangelio y que cometen errores y caídas, frente a los que se refugian en el pasado para no cambiar nada”.
¿Usted va a seguir oficiando la liturgia hasta que su salud se lo permita?
Mira, la liturgia es el corazón de la Iglesia de Jesucristo. Yo creo que la liturgia, como lo dice la propia Iglesia, es la fuente y la cumbre de la expresión de vida de la comunidad. Y la liturgia es la memoria viva en la Iglesia del muerto resucitado, por construir un mundo nuevo. Y es la comunión con ese muerto resucitado para construir y hacernos a nosotros colaboradores de ese Cristo. Si una liturgia es fome, habría que decir entonces que Cristo es fome. Si una liturgia es muerta y no llama a la gente a abrir espacios de futuro para la justicia, para la fraternidad entre los hombres, para el perdón entre nosotros, habría que decir que Cristo perdió la fuerza, entonces. Ya Cristo no es la fuente donde podemos amar, como nos enseñó a amar; ya Cristo no es la fuente donde, como él nos decía, nadie me ama más que el que da su vida por sus amigos.
Ya la liturgia no es la fuente del que dice “yo no he venido para los justos, sino que para los pecadores y los enfermos”, y la liturgia debe ser eso. Es la acción de Jesús. Entonces, si una liturgia es fome, si una liturgia es aburrida, si una liturgia silencia la realidad de la historia, silencia a Jesús. Y silencia la vida donde Cristo le habla a su Iglesia. Y no tengo ni una palabra más.