La religión democrática y el rito electoral
¡Y el Capital creó la democracia y dijo: votad y creed en ella y de vosotros será el reino electoral! Esta es la forma en que se podrían encabezar las constituciones hijas de las revoluciones burguesas, esas a las que se aferran con tanta pasión liberales, conservadores, socialdemócratas, progresistas, izquierdistas, populistas y demás fauna política.Pero si aferrarse al orden y al Estado de Derecho es casi un mandamiento de obligado cumplimiento para todo político que aspire a resolver sus habichuelas, el comportamiento de los electores españoles ante las múltiples citas electorales tiene difícil explicación en el campo de lo terrenal.
Veamos un ejemplo. Esta mañana, mi vecina, una profesora jubilada conservadora y creyente, tiraba a la basura un fajo de propaganda electoral que le habían buzoneado. Con cara de disgusto se quejaba de todo el dinero que se derrocha en esta propaganda y decía “además no sirve para nada”. Sin embargo, ella votará el domingo en las elecciones Europeas, en las autonómicas y las municipales, y votó el mes pasado en las elecciones generales. Ella, igual que mi madre que afirma en cada cita electoral que “no cree en ningún partido político”- sí, utiliza la palabra creer-, votará siempre que haya elecciones, como también lo hará mi vecino el albañil que afirma que “todo esto es como en el franquismo, igualito que entonces, que da igual lo que votes siempre mandan los mismos”.
Resulta pues sorprendente, cuando se pulsa la vida cotidiana, esa combinación de incredulidad y fe al mismo tiempo. Los sociólogos llevamos años intentando explicar esta situación desde las más diversas teorías: la desafección política, el ascenso de los populismos, el voto útil, votar a la contra, etc. Pero quizá estamos buscando explicaciones racionales acordes con nuestra propia fe en el sistema político que surgió de las revoluciones burguesas y que hemos acabado por llamar democracias cuando realmente son sistemas parlamentarios representativos, bastante distantes de lo que son los principios políticos de un sistema democrático en el que el poder reside en el pueblo, existe mandato imperativo y revocabilidad de los cargos. Es decir, existe una participación real –no nominal- , los ciudadanos están organizados, opinan, toman decisiones, realizan tareas y controlan a los políticos en los que delegan.
La explicación que habría que descifrar se halla en el terreno de lo misterioso. Está recogida en la expresión gallega en relación a las meigas (brujas), dicen los gallegos que ellos “no creen en las meigas pero haberlas hailas”. Quizá se vote porque, si no se hace, puede caer una desgracia horrible, por ejemplo: si no votas estás legitimando a quien salga y seguramente será la peor opción, o estás permitiendo que salgan elegidos los fascistas de Vox, o puede volver la dictadura, o se desestabilizará el sistema político, o te quedarás sin pensión, o no habrá presupuesto para los hospitales ni para la educación, etc.
Pero también hay explicaciones aparentemente más racionales y sensatas. Por ejemplo, se recurre a un extraño sentido común de la oportunidad o de los derechos adquiridos, que identifica votar con la democracia: si tanto hemos luchado por la democracia no vamos ahora a no votar.
El gran escritor nigeriano Achinua Achebe describía en su novela “todo se desmorona” cómo los misioneros blancos destruyeron aquello que mantenía unidos a los clanes. ¿Y cómo lo hicieron?, aparentemente instalando una nueva religión pero la realidad es que pudieron instalar una nueva creencia destruyendo los lazos que les mantenían unidos: la interrelación personal y la comunidad. Esta vida comunitaria fue destruida por la individualización y la intermediación:
Y como explicaba Obierika a su amigo Okonkwo en la novela de Achebe, todo esto pasaba porque se habían roto los lazos del clan, porque ya no se hacían asambleas donde se decidiera qué hacer cuando surgía una disputa, porque los hermanos y los hijos y las hijas seguían a un Dios extranjero.
Mi vecina, mi vecino y mi madre; mis colegas y amistades, acudirán a votar religiosamente cada vez que se les convoque aunque ninguno espera que cambie nada. Y cuando vuelvan a casa Dios estará en la de todos dando los resultados electorales.
Nota:
1 Chinua Achebe, Todo se desmorona. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2012, pág. 175.
Ángeles Diez Rodríguez, doctora en Ciencias Políticas y Sociología.
Veamos un ejemplo. Esta mañana, mi vecina, una profesora jubilada conservadora y creyente, tiraba a la basura un fajo de propaganda electoral que le habían buzoneado. Con cara de disgusto se quejaba de todo el dinero que se derrocha en esta propaganda y decía “además no sirve para nada”. Sin embargo, ella votará el domingo en las elecciones Europeas, en las autonómicas y las municipales, y votó el mes pasado en las elecciones generales. Ella, igual que mi madre que afirma en cada cita electoral que “no cree en ningún partido político”- sí, utiliza la palabra creer-, votará siempre que haya elecciones, como también lo hará mi vecino el albañil que afirma que “todo esto es como en el franquismo, igualito que entonces, que da igual lo que votes siempre mandan los mismos”.
Resulta pues sorprendente, cuando se pulsa la vida cotidiana, esa combinación de incredulidad y fe al mismo tiempo. Los sociólogos llevamos años intentando explicar esta situación desde las más diversas teorías: la desafección política, el ascenso de los populismos, el voto útil, votar a la contra, etc. Pero quizá estamos buscando explicaciones racionales acordes con nuestra propia fe en el sistema político que surgió de las revoluciones burguesas y que hemos acabado por llamar democracias cuando realmente son sistemas parlamentarios representativos, bastante distantes de lo que son los principios políticos de un sistema democrático en el que el poder reside en el pueblo, existe mandato imperativo y revocabilidad de los cargos. Es decir, existe una participación real –no nominal- , los ciudadanos están organizados, opinan, toman decisiones, realizan tareas y controlan a los políticos en los que delegan.
La explicación que habría que descifrar se halla en el terreno de lo misterioso. Está recogida en la expresión gallega en relación a las meigas (brujas), dicen los gallegos que ellos “no creen en las meigas pero haberlas hailas”. Quizá se vote porque, si no se hace, puede caer una desgracia horrible, por ejemplo: si no votas estás legitimando a quien salga y seguramente será la peor opción, o estás permitiendo que salgan elegidos los fascistas de Vox, o puede volver la dictadura, o se desestabilizará el sistema político, o te quedarás sin pensión, o no habrá presupuesto para los hospitales ni para la educación, etc.
Pero también hay explicaciones aparentemente más racionales y sensatas. Por ejemplo, se recurre a un extraño sentido común de la oportunidad o de los derechos adquiridos, que identifica votar con la democracia: si tanto hemos luchado por la democracia no vamos ahora a no votar.
El gran escritor nigeriano Achinua Achebe describía en su novela “todo se desmorona” cómo los misioneros blancos destruyeron aquello que mantenía unidos a los clanes. ¿Y cómo lo hicieron?, aparentemente instalando una nueva religión pero la realidad es que pudieron instalar una nueva creencia destruyendo los lazos que les mantenían unidos: la interrelación personal y la comunidad. Esta vida comunitaria fue destruida por la individualización y la intermediación:
“El blanco es muy listo. Llegó silenciosa y pacíficamente con su religión. Nos reímos de su estupidez y le dejamos quedarse. Ahora ha convencido a nuestros hermanos y nuestro clan ya no puede actuar unido. Ha cortado las cosas que nos mantenían unidos y nos hemos desmoronado”1De la misma forma que los misioneros blancos pudieron imponer sus leyes y someter a los africanos convenciéndoles de que estaban equivocados, de que sólo había un Dios al que adorar y éste era el de los blancos, así los políticos nos convencen de que sólo hay una forma de ser demócrata y de participación política: acudir a las urnas para depositar un voto. Un voto que no obliga a los políticos sino que obliga a los votantes a aceptar sin rechistar cuatro años más de ajustes, austeridad, precarización y engorde del capital. Porque, como bien intuye el creyente, sea cual sea el resultado de las elecciones, Dios es todo poderoso y ministros tiene en toda Europa que harán cumplir su voluntad.
Y como explicaba Obierika a su amigo Okonkwo en la novela de Achebe, todo esto pasaba porque se habían roto los lazos del clan, porque ya no se hacían asambleas donde se decidiera qué hacer cuando surgía una disputa, porque los hermanos y los hijos y las hijas seguían a un Dios extranjero.
Mi vecina, mi vecino y mi madre; mis colegas y amistades, acudirán a votar religiosamente cada vez que se les convoque aunque ninguno espera que cambie nada. Y cuando vuelvan a casa Dios estará en la de todos dando los resultados electorales.
Nota:
1 Chinua Achebe, Todo se desmorona. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2012, pág. 175.
Ángeles Diez Rodríguez, doctora en Ciencias Políticas y Sociología.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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