Para debatir el presente de la “izquierda” salvadoreña, hay que echar un vistazo al pasado
El eje fundamental de cualquier análisis político-económico de la realidad concreta en la que se encuentra la “izquierda” nacional e internacional, es decir, el presente histórico de la lucha de clases tiene que ser, según mi opinión, la interpretación materialista histórica y dialéctica de las diferentes fases de desarrollo del modo de producción capitalista hasta nuestros días de capitalismo globalizado. Solamente así, se puede entender holísticamente, el papel político, real y concreto, desempeñando por las diferentes fuerzas políticas a escala local, regional o mundial en la sociedad civil y militar hasta el presente y, por otra parte, poder pronosticar cuál será su rol en el futuro, sí es que hasta entonces no han perecido en la lucha de clases.En el sentido marxista de la lucha de contrarios en la sociedad capitalista, los vectores tanto de “izquierdas” como de “derechas” están definidos por su dirección, sentido y punto de aplicación, entendiendo el concepto de dirección como el plano en que actúan estas fuerzas, es decir, el modo capitalista de producción definido por la contradicción antagónica: capital-trabajo.
La lucha por el poder político-económico y militar es, según los clásicos del marxismo revolucionario, en cualquier parte del mundo, un problema de acumulación de fuerzas o vectores políticos, es decir, un proceso de suma y multiplicación, ya sea por medios políticos a fin de lograr que la fuerza resultante final tenga una magnitud considerable y un sentido de clase social bien definido capaz de lograr que la correlación de fuerza incline la balanza a favor de los intereses clasistas, o bien, a través de la lucha armada. Así ha sido históricamente el desarrollo de las sociedades humanas, desde las más primitivas hasta las más desarrolladas.
Se puede afirmar entonces, que la cualidad de SER de “izquierdas” es concretamente la defensa de los intereses integrales de la clase trabajadora, tanto en la teoría como en la práctica.
Dado que la lucha de clases no es un sistema de coordenadas cartesiano, sino un plano multidimensional de intereses, en el cual lo importante es la correlación de fuerzas, encuentro equivocado e incluso hasta engañoso, según mi punto de vista, hablar de fuerzas de “centroizquierda” o de un “centro político”. Ahora bien, reconozco la utilidad orientativa y esquemática del concepto político de partidos de “derechas” e “izquierdas”, pero cuando se trata de llegar al contenido y carácter marxista de un partido, es decir, a la médula revolucionaria clasista hay que olvidarse de esta simplificación parlamentaria heredada de la revolución francesa.
La izquierda salvadoreña y el tobogán de su historia
La historia contemporánea de la izquierda salvadoreña tiene su fuente político-ideológica en la revolución rusa principalmente, aunque considero que la revolución mexicana y la lucha antiimperialista de Cesar Augusto Sandino en Nicaragua también influyeron fuertemente en el pensamiento revolucionario de la intelectualidad salvadoreña más progresista y humanista de principios del siglo XX.
De manera que parto del supuesto que la fundación del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) en marzo de 1930 fue fruto de la lucha de clases a nivel mundial y que respondió a la necesidad histórica de crear una organización política que defendiera los intereses clasistas de campesinos, jornaleros y demás asalariados.
La insurrección campesina salvadoreña de 1932 tuvo como trasfondo histórico el tsunami político-ideológico y social a nivel mundial producido por el triunfo de la revolución bolchevique en octubre de 1917. El levantamiento de campesinos y jornaleros, principalmente en la zona occidental cafetalera del país tuvo sus orígenes macroeconómicos en el marco de la crisis económica mundial de 1929 y la caída de los precios del café en la bolsa de valores, lo cual significó la superexplotación a que fue sometido el campesinado por parte de la oligarquía terrateniente cafetalera. El análisis exhaustivo de la insurrección y la posterior masacre de alrededor de 30000 campesinos va más allá de los fines primarios de esta nota. Tómese, por lo tanto, simplemente como un detalle histórico e importante en la lucha de clases en El Salvador.
La influencia del triunfo de la revolución cubana es un hecho irrefutable en América Latina, puesto que la derrota de la dictadura militar de Fulgencio Batista demostró que sí era posible la toma del poder por medio de la lucha guerrillera. Tesis política sobre la toma del poder, que los partidos comunistas influenciados por la línea del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) habían cuestionado hasta ese entonces por estar en contradicción con la tesis política de “coexistencia pacífica” de Josef Stalin.
No fue casual entonces que, a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, se dieran muchos cismas y escisiones en el movimiento internacional comunista. La raíz histórica de muchas organizaciones político-militares desde México hasta la Patagonia del siglo pasado se encuentra en los partidos comunistas.
La cuestión cardinal en la lucha ideológica, al menos al interior de los partidos comunistas estalinistas, no era la toma del poder en sí, sino en torno a la vía para lograr ese objetivo. Entonces, teniendo a Cuba como ejemplo, donde el foco guerrillero fue el detonante que provocó la insurrección popular victoriosa, resultaba difícil demostrar lo contrario y convencer a la militancia de la inviabilidad de la lucha armada.
La lucha ideológica que se dio al interior del PCS abarcó muchos aspectos, como el papel de los sindicatos, gremios, alianzas tácticas y estratégicas, participación en procesos electorales y finalmente el análisis y caracterización de la guerra con Honduras en 1969. Temas que en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado tuvieron gran importancia y relevancia en la sociedad y, en especial, en la única fuerza política marxista operativamente existente en El Salvador. De esta lucha ideológica nacen las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL-FM) del vientre del partido comunista salvadoreño con la impronta marxista-leninista de sus progenitores y con el vademécum de la estrategia político-militar de toma del poder concebida como “Guerra Popular Prolongada” con aderezo vietnamita.
El nacimiento de las FPL-FM fue probablemente un parto doloroso, considerando que la matrona que asistió a la preñada madre fue el mismísimo secretario general del partido, Salvador Cayetano Carpio, conocido años más tarde por la militancia y el pueblo como comandante Marcial. Carpio –Saúl en aquellos tiempos–, nunca abandonó la ideología marxista-leninista e impregnó a la organización guerrillera de una mística revolucionaria casi religiosa y de un dogmatismo irracional, que a la larga se convertiría en un factor ideológico muy dañino. Casi en paralelo, surge el llamado Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) con una estrategia “insurreccional” puramente militar y cuya primera “acción guerrillera” fue de aniquilamiento y requisa en las cercanías del hospital Rosales en 1972.
Después del asesinato del poeta revolucionario Roque Dalton el 10 de mayo de 1975 a manos de sus supuestos compañeros de lucha, surgen las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) y finalmente hace su aparición en la escena clandestina y subversiva el llamado Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericano (PRTC) en 1976.
El común denominador de estas cuatro organizaciones, diferentes en cuanto a ideología, podría decirse que era la asunción de la lucha armada como la única solución posible para resolver el conflicto clasista en El Salvador, al menos hasta que comenzó abiertamente la guerra en 1981.
Con el triunfo de la revolución sandinista en julio de 1979 y el asesinato de monseñor Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980, el proceso revolucionario salvadoreño se radicaliza, a tal grado, que todos los implicados en esta lucha de clases, incluyendo la Casa Blanca, se preparan para el levantamiento popular. Es en esta coyuntura política que el Partido Comunista Salvadoreño se integra al proceso revolucionario apoyando abiertamente la lucha armada: “Tarde, pero a tiempo”, como lo expresara públicamente Schafik Handal, secretario general del PCS.
Luego vino la fundación de la alianza guerrillera Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) el 10 de octubre de 1980. Cada uno de los integrantes de esta alianza impulsó en el trascurso de los años a su manera y con sus propias fuerzas militares la guerra revolucionaria, coordinando en diversas ocasiones unidades guerrilleras para la ejecución de operaciones de carácter estratégico, como, por ejemplo, el segundo ataque al cuartel del Paraíso 1987 y la ofensiva final “Hasta el tope”1989.
Haciendo un análisis somero del contenido ideológico de los integrantes de la agrupación guerrillera FMLN se puede afirmar, que solamente las FPL-FM y el PCS tenían un proyecto comunista una vez tomado el poder político-económico y militar, al menos en teoría y acorde a su naturaleza marxista-leninista. Las otras tres organizaciones guerrilleras sustentaban conceptos y contenidos diferentes. Militarmente hablando, las FPL y el ERP, destacaron por sus acciones y por el número de combatientes en sus respectivos ejércitos guerrilleros, sin menoscabar la participación de las otras organizaciones, puesto que, sin su esfuerzo y su valentía, no hubiera sido posible la prolongación de la guerra, y, en definitiva, la negociación final en diciembre de 1991 y los acuerdos de Chapultepec firmados en enero de 1992.
Dado que el objetivo principal de la primera “ofensiva final” en enero de 1981 fue la de insurreccionar las masas y la toma del poder, las cinco organizaciones guerrilleras pusieron, por decirlo de manera campechana, “toda la carne a la parrilla”; lo cual significó que la mayoría de los cuadros de dirección política pasaran a asumir tareas militares con la consecuente debilitación y descuido del trabajo político en las ciudades, principalmente en San Salvador.
Estos objetivos, la insurrección y toma del poder, no se cumplieron por muchas razones de carácter político, logístico y, sobre todo, militar, tomando en consideración que ninguna de las organizaciones guerrilleras, por sí solas ni en conjunto, tenían en esos momentos históricos ni la experiencia ni la capacidad militar operativa, tanto en personal formado y preparado para la guerra como en armamento militar, para poner en peligro al ejército salvadoreño. Además, es importante tener en cuenta, las diferencias existentes en el FMLN respecto a la interpretación del momento histórico, puesto que no había consenso en entender la coyuntura política como una “situación revolucionaria”, tal y como la analizaron Lenin y Trotski en octubre de 1917. Estas diferencias político-ideológicas jugaron un papel importante y preponderante en el desarrollo posterior del conflicto bélico y en su desenlace.
Probablemente el primer programa de gobierno propuesto por la alianza estratégica del Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el FMLN en 1980 conocido como Gobierno Democrático Revolucionario (GDR) es prueba fehaciente de que, en la alianza revolucionaria, hasta esos momentos históricos, habían prevalecido las posiciones marxistas anticapitalistas y antiimperialistas. El planteamiento del GDR fue a todas luces un proyecto marxista revolucionario, puesto que la consecución de dichos objetivos programáticos presuponía la toma del poder político-económico y militar del estado oligárquico-burgués.
La página roja de la izquierda salvadoreña en tiempos de la guerra revolucionaria
Cuando los historiadores políticos, nacionales y extranjeros, se dediquen a escudriñar los secretos de la página roja de la izquierda salvadoreña en un futuro lejano, inevitablemente se toparan con las ruinas político-ideológicas que quedaron después del asesinato perpetrado contra Mélida Anaya Montes, comandante Ana María, segunda responsable de las FPL-FM y del suicidio de Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, primer responsable de las FPL-FM, ambos hechos ocurridos en abril de 1983 en la ciudad de Managua.
Mientras tanto, la dirigencia del FMLN intentó minimizar, trivializar e incluso hasta negar la repercusión de estos sucesos en la revolución salvadoreña. Sin embargo, había que ser muy ingenuo, iluso y políticamente ignorante para tragarse el rollo que en El Salvador no había pasado nada extraordinario que alterara la agenda política. Ni siquiera era necesario haber leído previamente a Shakespeare ni conocer la vida e historia de los Borgia, para deducir que detrás de la muerte “palaciega” de los dos comandantes guerrilleros, había una encarnizada lucha de poder, no solamente al interior de las FPL-FM, sino fundamentalmente en el FMLN.
Sabido es que todo drama y muerte palaciega tiene repercusiones directas a corto, mediano y largo plazo en la política y en el desarrollo de los procesos político-sociales y militares. La tragedia de Managua marcó el punto de inflexión de la revolución socialista salvadoreña. A partir de allí, la revolución tomaría otros derroteros.
Era del dominio público que al interior del FMLN/FDR no había consenso en relación con el papel estratégico del diálogo y la negociación y que, además, al interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se desarrollaba una fuerte lucha político-ideológica por el poder. Más allá de la controversia y la mitificación del rol histórico de Salvador Cayetano Carpio, no se puede negar ni pasar por alto su peso específico en las filas de las FPL-FM, la organización político-militar numéricamente más fuerte en la alianza FMLN. Considerando estos aspectos, no es difícil deducir, que la resistencia y reticencia del comandante Marcial en torno al diálogo y la negociación se convirtió en un serio problema, tanto para la dirigencia de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí como para el FMLN, así como también para los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña.
No fue casualidad entonces, que nueve meses más tarde, en enero de 1984, naciera el plan de Gobierno provisional de Amplia Participación (GAP), una propuesta nueva de gobierno, la cual ya no presuponía la toma del poder, sino más bien, la reconciliación de clases. En esta oferta quedó en evidencia que la posición beligerante del FMLN se había relativizado. El FMLN había dado, sin tan siquiera disimular, un giro estratégico. De hecho, la cuestión de la toma del poder dejó de ser el aspecto fundamental en su estrategia, sino que pasó a un segundo o tercer plano. Lo que el GAP pretendía era detener ahora la guerra revolucionaria que el mismo FMLN había iniciado con bombos, bombas y platillos tres años atrás. Con la jugada del GAP el FMLN se enrocó elegantemente trocando con premeditación el efecto con la causa.
No está demás decir, por si hay alguien por ahí que no lo sepa, que Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, no comulgaba con esta política ni tampoco fue a misa cuando las campanas del diálogo y la negociación repicaron en 1981. Pero para ese entonces en 1984, Marcial ya estaba muerto y la Comisión Política de las FPL-FM se encontraba afanada y empeñada en desmitificar y desvirtuar la figura del comandante frente a la membresía del partido y sobre todo ante los combatientes del ejército popular de liberación (EPL). La campaña de desprestigio no cuajó en el “frente externo” y en los frentes de guerra se impuso la dinámica de las operaciones y combates y sobre todo que bajo régimen militar las órdenes no se discuten. Además, que las FPL-FM reorganizaron sus unidades de combate y a muchos jefes guerrilleros se les asignaron nuevas unidades guerrilleras. De esta manera, la comandancia de las FPL-FM neutralizó cualquier intento de rebeldía guerrillera “marcialista”, ya que el poder real de un jefe militar depende de la confianza mutua y la lealtad de sus combatientes y esto en la guerra, solo se consigue con el tiempo y en el teatro de operaciones.
De tal manera, que existen justificadas razones para considerar este replanteamiento estratégico del FMLN como el triunfo político-ideológico de una corriente mayoritaria, pragmática y moderada al interior del FMLN, contraria a las posiciones más radicales e intransigentes sostenidas por Salvador Cayetano Carpio.
Sin embargo, este giro político-ideológico del movimiento guerrillero no logró convencer al departamento de estado norteamericano. Por el contrario, los Estados Unidos incrementaron la ayuda al ejército salvadoreño, desarrollaron tácticas irregulares de combate diurnas y nocturnas para combatir al FMLN e hicieron uso de comandos especiales helitransportados. En fin, el gobierno de Ronald Reagan hizo militarmente todo lo posible para que el ejército salvadoreño diezmara o aniquilara a las fuerzas guerrilleras.
No obstante, las fuerzas guerrilleras se mantuvieron intactas y con alta capacidad táctico-operativa, a tal grado, que fueron capaces de concentrar casi toda su fuerza militar de choque en los alrededores de la capital salvadoreña en noviembre de 1989, a pesar del control aéreo, espacial y territorial del ejército salvadoreño. Esta proeza guerrillera, la ofensiva militar “Hasta el tope”, seguramente quedará en los anales de la ciencia militar, comparable probablemente con muchas acciones militares del Viet Cong durante la guerra del Vietnam.
Después de esta demostración de fuerza por parte del FMLN y su clara y abierta disposición incondicional para encontrar una salida política al conflicto militar, a los Estados Unidos solamente le quedó la alternativa de intervenir directamente (“vietnamización del conflicto”) u obligar al sector más duro de la oligarquía salvadoreña y al ejército a sentarse en la mesa de negociaciones con los guerrilleros.
El fin de la guerra civil y la continuación de la lucha de clases
En los doce años que duró el conflicto armado, el FMLN fue cambiando lentamente el azimut de sus naves. Del GDR de 1980, pasando por el GAP de 1984 hasta llegar a la ciudad de Chapultepec en 1992 hay cambios sustanciales y fundamentales en cuanto al carácter y contenido de la revolución salvadoreña.
El conflicto político-económico y social que fue la causa y origen de la revolución salvadoreña no se solucionó en Chapultepec; ahí se puso fin a la guerra civil, que no fue más que la expresión más violenta de la lucha de clases, pero no se resolvió la contradicción fundamental CAPITAL-TRABAJO. Demás está decir, que no fue por falta de tiempo o por falta de interés del FMLN que en la mesa de negociaciones no se trataran temas neurálgicos socioeconómicos, sino porque el cuestionamiento del poder del estado oligárquico–burgués nunca estuvo en el menú del día en el banquete de las negociaciones el 31 de diciembre de 1991.
Una vez firmados los acuerdos de Chapultepec y finiquitado notarialmente al FMLN guerrillero, el naciente FMLN-partido político cambió su sentido y dirección. Si bien es cierto que se puso fin al conflicto armado y se lograron cambios a nivel político y jurídico, la lucha de clases continuó generando más conflictos sociales y económicos. La guerra social en que vive la sociedad salvadoreña desde 1992 es el mejor y a su vez el peor ejemplo.
En definitiva, para entender el presente de la sociedad salvadoreña y el rol desempeñado por la “izquierda”, representada por el FMLN, tanto como oposición legislativa y como gobierno, ha sido necesario haber echado de refilón un vistazo al pasado.
Si en algún momento de la historia moderna de El Salvador hubo un movimiento revolucionario de izquierda, anticapitalista y antiimperialista –convencido estoy que sí lo hubo–, éste entró en un proceso involutivo a partir de 1982/83.
Pienso que la política real y pragmática del FMLN partido a partir de 1992 no puede considerarse ni de “izquierda” moderada ni de “izquierdista” ni MUCHO MENOS de marxista revolucionaria, a lo sumo se trató hasta la fecha de una política “izquierdoide”.
A manera de colofón hay que decir que el proceso involutivo de la guerrilla salvadoreña en su periplo o vía crucis hasta convertirse en partido político rigiéndose en base a los cánones y códigos del estado oligárquico-burgués no es un fenómeno aislado ni enfermedad propia de las organizaciones político-militares: Es un fenómeno mundial.
Ahora bien, este proceso de adaptación y acomodamiento de las fuerzas políticas, otrora de izquierdas, ha tenido diferentes expresiones locales. La metamorfosis del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) con Daniel Ortega y Rosario Murillo a la cabeza es comparable al Frente Patriótico de Zimbabue (ZANU-PF) con Robert Mugabe y su esposa Grace, en cuanto a corrupción y absolutismo se refiere. El FMLN, afortunadamente, no llegó a tales extremos.
Moraleja que no aleja la Utopía pues todavía hay mucha entropía revolucionaria
Será la tarea de los jóvenes salvadoreños de cargar las mochilas de contenidos políticos e ideológicos más acordes con los nuevos tiempos; ellos serán los responsables de darle nueva energía al partido FMLN en el marco de la lucha de clases y finalmente, dependerá de ellos asimilar dialécticamente las experiencias positivas y negativas del pasado, las criollas y las foráneas. Ojalá la juventud efemelenista sepa elegir sus próximos dirigentes, porque estoy convencido que todavía quedan las cenizas de la braza revolucionaria que ardió en el frente en el siglo pasado. Eso sí, los jóvenes tendrán que soplar mucho y fuerte, para oxigenar bien el ambiente hasta que la chispa marxista vuelva a brotar, porque los de mi generación, ya no soplamos ni chiflamos, solamente peemos. Ya no estamos en la época del imperio romano en que senadores seniles y cacaricos dirigían los destinos del estado, la sociedad y la familia.
El futuro pertenece a las nuevas generaciones y no a la vieja guardia.
Fuente: Por un mundo nuevo, mejor y más justo
La lucha por el poder político-económico y militar es, según los clásicos del marxismo revolucionario, en cualquier parte del mundo, un problema de acumulación de fuerzas o vectores políticos, es decir, un proceso de suma y multiplicación, ya sea por medios políticos a fin de lograr que la fuerza resultante final tenga una magnitud considerable y un sentido de clase social bien definido capaz de lograr que la correlación de fuerza incline la balanza a favor de los intereses clasistas, o bien, a través de la lucha armada. Así ha sido históricamente el desarrollo de las sociedades humanas, desde las más primitivas hasta las más desarrolladas.
Se puede afirmar entonces, que la cualidad de SER de “izquierdas” es concretamente la defensa de los intereses integrales de la clase trabajadora, tanto en la teoría como en la práctica.
Dado que la lucha de clases no es un sistema de coordenadas cartesiano, sino un plano multidimensional de intereses, en el cual lo importante es la correlación de fuerzas, encuentro equivocado e incluso hasta engañoso, según mi punto de vista, hablar de fuerzas de “centroizquierda” o de un “centro político”. Ahora bien, reconozco la utilidad orientativa y esquemática del concepto político de partidos de “derechas” e “izquierdas”, pero cuando se trata de llegar al contenido y carácter marxista de un partido, es decir, a la médula revolucionaria clasista hay que olvidarse de esta simplificación parlamentaria heredada de la revolución francesa.
La izquierda salvadoreña y el tobogán de su historia
La historia contemporánea de la izquierda salvadoreña tiene su fuente político-ideológica en la revolución rusa principalmente, aunque considero que la revolución mexicana y la lucha antiimperialista de Cesar Augusto Sandino en Nicaragua también influyeron fuertemente en el pensamiento revolucionario de la intelectualidad salvadoreña más progresista y humanista de principios del siglo XX.
De manera que parto del supuesto que la fundación del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) en marzo de 1930 fue fruto de la lucha de clases a nivel mundial y que respondió a la necesidad histórica de crear una organización política que defendiera los intereses clasistas de campesinos, jornaleros y demás asalariados.
La insurrección campesina salvadoreña de 1932 tuvo como trasfondo histórico el tsunami político-ideológico y social a nivel mundial producido por el triunfo de la revolución bolchevique en octubre de 1917. El levantamiento de campesinos y jornaleros, principalmente en la zona occidental cafetalera del país tuvo sus orígenes macroeconómicos en el marco de la crisis económica mundial de 1929 y la caída de los precios del café en la bolsa de valores, lo cual significó la superexplotación a que fue sometido el campesinado por parte de la oligarquía terrateniente cafetalera. El análisis exhaustivo de la insurrección y la posterior masacre de alrededor de 30000 campesinos va más allá de los fines primarios de esta nota. Tómese, por lo tanto, simplemente como un detalle histórico e importante en la lucha de clases en El Salvador.
La influencia del triunfo de la revolución cubana es un hecho irrefutable en América Latina, puesto que la derrota de la dictadura militar de Fulgencio Batista demostró que sí era posible la toma del poder por medio de la lucha guerrillera. Tesis política sobre la toma del poder, que los partidos comunistas influenciados por la línea del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) habían cuestionado hasta ese entonces por estar en contradicción con la tesis política de “coexistencia pacífica” de Josef Stalin.
No fue casual entonces que, a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, se dieran muchos cismas y escisiones en el movimiento internacional comunista. La raíz histórica de muchas organizaciones político-militares desde México hasta la Patagonia del siglo pasado se encuentra en los partidos comunistas.
La cuestión cardinal en la lucha ideológica, al menos al interior de los partidos comunistas estalinistas, no era la toma del poder en sí, sino en torno a la vía para lograr ese objetivo. Entonces, teniendo a Cuba como ejemplo, donde el foco guerrillero fue el detonante que provocó la insurrección popular victoriosa, resultaba difícil demostrar lo contrario y convencer a la militancia de la inviabilidad de la lucha armada.
La lucha ideológica que se dio al interior del PCS abarcó muchos aspectos, como el papel de los sindicatos, gremios, alianzas tácticas y estratégicas, participación en procesos electorales y finalmente el análisis y caracterización de la guerra con Honduras en 1969. Temas que en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado tuvieron gran importancia y relevancia en la sociedad y, en especial, en la única fuerza política marxista operativamente existente en El Salvador. De esta lucha ideológica nacen las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL-FM) del vientre del partido comunista salvadoreño con la impronta marxista-leninista de sus progenitores y con el vademécum de la estrategia político-militar de toma del poder concebida como “Guerra Popular Prolongada” con aderezo vietnamita.
El nacimiento de las FPL-FM fue probablemente un parto doloroso, considerando que la matrona que asistió a la preñada madre fue el mismísimo secretario general del partido, Salvador Cayetano Carpio, conocido años más tarde por la militancia y el pueblo como comandante Marcial. Carpio –Saúl en aquellos tiempos–, nunca abandonó la ideología marxista-leninista e impregnó a la organización guerrillera de una mística revolucionaria casi religiosa y de un dogmatismo irracional, que a la larga se convertiría en un factor ideológico muy dañino. Casi en paralelo, surge el llamado Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) con una estrategia “insurreccional” puramente militar y cuya primera “acción guerrillera” fue de aniquilamiento y requisa en las cercanías del hospital Rosales en 1972.
Después del asesinato del poeta revolucionario Roque Dalton el 10 de mayo de 1975 a manos de sus supuestos compañeros de lucha, surgen las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) y finalmente hace su aparición en la escena clandestina y subversiva el llamado Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericano (PRTC) en 1976.
El común denominador de estas cuatro organizaciones, diferentes en cuanto a ideología, podría decirse que era la asunción de la lucha armada como la única solución posible para resolver el conflicto clasista en El Salvador, al menos hasta que comenzó abiertamente la guerra en 1981.
Con el triunfo de la revolución sandinista en julio de 1979 y el asesinato de monseñor Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980, el proceso revolucionario salvadoreño se radicaliza, a tal grado, que todos los implicados en esta lucha de clases, incluyendo la Casa Blanca, se preparan para el levantamiento popular. Es en esta coyuntura política que el Partido Comunista Salvadoreño se integra al proceso revolucionario apoyando abiertamente la lucha armada: “Tarde, pero a tiempo”, como lo expresara públicamente Schafik Handal, secretario general del PCS.
Luego vino la fundación de la alianza guerrillera Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) el 10 de octubre de 1980. Cada uno de los integrantes de esta alianza impulsó en el trascurso de los años a su manera y con sus propias fuerzas militares la guerra revolucionaria, coordinando en diversas ocasiones unidades guerrilleras para la ejecución de operaciones de carácter estratégico, como, por ejemplo, el segundo ataque al cuartel del Paraíso 1987 y la ofensiva final “Hasta el tope”1989.
Haciendo un análisis somero del contenido ideológico de los integrantes de la agrupación guerrillera FMLN se puede afirmar, que solamente las FPL-FM y el PCS tenían un proyecto comunista una vez tomado el poder político-económico y militar, al menos en teoría y acorde a su naturaleza marxista-leninista. Las otras tres organizaciones guerrilleras sustentaban conceptos y contenidos diferentes. Militarmente hablando, las FPL y el ERP, destacaron por sus acciones y por el número de combatientes en sus respectivos ejércitos guerrilleros, sin menoscabar la participación de las otras organizaciones, puesto que, sin su esfuerzo y su valentía, no hubiera sido posible la prolongación de la guerra, y, en definitiva, la negociación final en diciembre de 1991 y los acuerdos de Chapultepec firmados en enero de 1992.
Dado que el objetivo principal de la primera “ofensiva final” en enero de 1981 fue la de insurreccionar las masas y la toma del poder, las cinco organizaciones guerrilleras pusieron, por decirlo de manera campechana, “toda la carne a la parrilla”; lo cual significó que la mayoría de los cuadros de dirección política pasaran a asumir tareas militares con la consecuente debilitación y descuido del trabajo político en las ciudades, principalmente en San Salvador.
Estos objetivos, la insurrección y toma del poder, no se cumplieron por muchas razones de carácter político, logístico y, sobre todo, militar, tomando en consideración que ninguna de las organizaciones guerrilleras, por sí solas ni en conjunto, tenían en esos momentos históricos ni la experiencia ni la capacidad militar operativa, tanto en personal formado y preparado para la guerra como en armamento militar, para poner en peligro al ejército salvadoreño. Además, es importante tener en cuenta, las diferencias existentes en el FMLN respecto a la interpretación del momento histórico, puesto que no había consenso en entender la coyuntura política como una “situación revolucionaria”, tal y como la analizaron Lenin y Trotski en octubre de 1917. Estas diferencias político-ideológicas jugaron un papel importante y preponderante en el desarrollo posterior del conflicto bélico y en su desenlace.
Probablemente el primer programa de gobierno propuesto por la alianza estratégica del Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el FMLN en 1980 conocido como Gobierno Democrático Revolucionario (GDR) es prueba fehaciente de que, en la alianza revolucionaria, hasta esos momentos históricos, habían prevalecido las posiciones marxistas anticapitalistas y antiimperialistas. El planteamiento del GDR fue a todas luces un proyecto marxista revolucionario, puesto que la consecución de dichos objetivos programáticos presuponía la toma del poder político-económico y militar del estado oligárquico-burgués.
La página roja de la izquierda salvadoreña en tiempos de la guerra revolucionaria
Cuando los historiadores políticos, nacionales y extranjeros, se dediquen a escudriñar los secretos de la página roja de la izquierda salvadoreña en un futuro lejano, inevitablemente se toparan con las ruinas político-ideológicas que quedaron después del asesinato perpetrado contra Mélida Anaya Montes, comandante Ana María, segunda responsable de las FPL-FM y del suicidio de Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, primer responsable de las FPL-FM, ambos hechos ocurridos en abril de 1983 en la ciudad de Managua.
Mientras tanto, la dirigencia del FMLN intentó minimizar, trivializar e incluso hasta negar la repercusión de estos sucesos en la revolución salvadoreña. Sin embargo, había que ser muy ingenuo, iluso y políticamente ignorante para tragarse el rollo que en El Salvador no había pasado nada extraordinario que alterara la agenda política. Ni siquiera era necesario haber leído previamente a Shakespeare ni conocer la vida e historia de los Borgia, para deducir que detrás de la muerte “palaciega” de los dos comandantes guerrilleros, había una encarnizada lucha de poder, no solamente al interior de las FPL-FM, sino fundamentalmente en el FMLN.
Sabido es que todo drama y muerte palaciega tiene repercusiones directas a corto, mediano y largo plazo en la política y en el desarrollo de los procesos político-sociales y militares. La tragedia de Managua marcó el punto de inflexión de la revolución socialista salvadoreña. A partir de allí, la revolución tomaría otros derroteros.
Era del dominio público que al interior del FMLN/FDR no había consenso en relación con el papel estratégico del diálogo y la negociación y que, además, al interior de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se desarrollaba una fuerte lucha político-ideológica por el poder. Más allá de la controversia y la mitificación del rol histórico de Salvador Cayetano Carpio, no se puede negar ni pasar por alto su peso específico en las filas de las FPL-FM, la organización político-militar numéricamente más fuerte en la alianza FMLN. Considerando estos aspectos, no es difícil deducir, que la resistencia y reticencia del comandante Marcial en torno al diálogo y la negociación se convirtió en un serio problema, tanto para la dirigencia de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí como para el FMLN, así como también para los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña.
No fue casualidad entonces, que nueve meses más tarde, en enero de 1984, naciera el plan de Gobierno provisional de Amplia Participación (GAP), una propuesta nueva de gobierno, la cual ya no presuponía la toma del poder, sino más bien, la reconciliación de clases. En esta oferta quedó en evidencia que la posición beligerante del FMLN se había relativizado. El FMLN había dado, sin tan siquiera disimular, un giro estratégico. De hecho, la cuestión de la toma del poder dejó de ser el aspecto fundamental en su estrategia, sino que pasó a un segundo o tercer plano. Lo que el GAP pretendía era detener ahora la guerra revolucionaria que el mismo FMLN había iniciado con bombos, bombas y platillos tres años atrás. Con la jugada del GAP el FMLN se enrocó elegantemente trocando con premeditación el efecto con la causa.
No está demás decir, por si hay alguien por ahí que no lo sepa, que Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, no comulgaba con esta política ni tampoco fue a misa cuando las campanas del diálogo y la negociación repicaron en 1981. Pero para ese entonces en 1984, Marcial ya estaba muerto y la Comisión Política de las FPL-FM se encontraba afanada y empeñada en desmitificar y desvirtuar la figura del comandante frente a la membresía del partido y sobre todo ante los combatientes del ejército popular de liberación (EPL). La campaña de desprestigio no cuajó en el “frente externo” y en los frentes de guerra se impuso la dinámica de las operaciones y combates y sobre todo que bajo régimen militar las órdenes no se discuten. Además, que las FPL-FM reorganizaron sus unidades de combate y a muchos jefes guerrilleros se les asignaron nuevas unidades guerrilleras. De esta manera, la comandancia de las FPL-FM neutralizó cualquier intento de rebeldía guerrillera “marcialista”, ya que el poder real de un jefe militar depende de la confianza mutua y la lealtad de sus combatientes y esto en la guerra, solo se consigue con el tiempo y en el teatro de operaciones.
De tal manera, que existen justificadas razones para considerar este replanteamiento estratégico del FMLN como el triunfo político-ideológico de una corriente mayoritaria, pragmática y moderada al interior del FMLN, contraria a las posiciones más radicales e intransigentes sostenidas por Salvador Cayetano Carpio.
Sin embargo, este giro político-ideológico del movimiento guerrillero no logró convencer al departamento de estado norteamericano. Por el contrario, los Estados Unidos incrementaron la ayuda al ejército salvadoreño, desarrollaron tácticas irregulares de combate diurnas y nocturnas para combatir al FMLN e hicieron uso de comandos especiales helitransportados. En fin, el gobierno de Ronald Reagan hizo militarmente todo lo posible para que el ejército salvadoreño diezmara o aniquilara a las fuerzas guerrilleras.
No obstante, las fuerzas guerrilleras se mantuvieron intactas y con alta capacidad táctico-operativa, a tal grado, que fueron capaces de concentrar casi toda su fuerza militar de choque en los alrededores de la capital salvadoreña en noviembre de 1989, a pesar del control aéreo, espacial y territorial del ejército salvadoreño. Esta proeza guerrillera, la ofensiva militar “Hasta el tope”, seguramente quedará en los anales de la ciencia militar, comparable probablemente con muchas acciones militares del Viet Cong durante la guerra del Vietnam.
Después de esta demostración de fuerza por parte del FMLN y su clara y abierta disposición incondicional para encontrar una salida política al conflicto militar, a los Estados Unidos solamente le quedó la alternativa de intervenir directamente (“vietnamización del conflicto”) u obligar al sector más duro de la oligarquía salvadoreña y al ejército a sentarse en la mesa de negociaciones con los guerrilleros.
El fin de la guerra civil y la continuación de la lucha de clases
En los doce años que duró el conflicto armado, el FMLN fue cambiando lentamente el azimut de sus naves. Del GDR de 1980, pasando por el GAP de 1984 hasta llegar a la ciudad de Chapultepec en 1992 hay cambios sustanciales y fundamentales en cuanto al carácter y contenido de la revolución salvadoreña.
El conflicto político-económico y social que fue la causa y origen de la revolución salvadoreña no se solucionó en Chapultepec; ahí se puso fin a la guerra civil, que no fue más que la expresión más violenta de la lucha de clases, pero no se resolvió la contradicción fundamental CAPITAL-TRABAJO. Demás está decir, que no fue por falta de tiempo o por falta de interés del FMLN que en la mesa de negociaciones no se trataran temas neurálgicos socioeconómicos, sino porque el cuestionamiento del poder del estado oligárquico–burgués nunca estuvo en el menú del día en el banquete de las negociaciones el 31 de diciembre de 1991.
Una vez firmados los acuerdos de Chapultepec y finiquitado notarialmente al FMLN guerrillero, el naciente FMLN-partido político cambió su sentido y dirección. Si bien es cierto que se puso fin al conflicto armado y se lograron cambios a nivel político y jurídico, la lucha de clases continuó generando más conflictos sociales y económicos. La guerra social en que vive la sociedad salvadoreña desde 1992 es el mejor y a su vez el peor ejemplo.
En definitiva, para entender el presente de la sociedad salvadoreña y el rol desempeñado por la “izquierda”, representada por el FMLN, tanto como oposición legislativa y como gobierno, ha sido necesario haber echado de refilón un vistazo al pasado.
Si en algún momento de la historia moderna de El Salvador hubo un movimiento revolucionario de izquierda, anticapitalista y antiimperialista –convencido estoy que sí lo hubo–, éste entró en un proceso involutivo a partir de 1982/83.
Pienso que la política real y pragmática del FMLN partido a partir de 1992 no puede considerarse ni de “izquierda” moderada ni de “izquierdista” ni MUCHO MENOS de marxista revolucionaria, a lo sumo se trató hasta la fecha de una política “izquierdoide”.
A manera de colofón hay que decir que el proceso involutivo de la guerrilla salvadoreña en su periplo o vía crucis hasta convertirse en partido político rigiéndose en base a los cánones y códigos del estado oligárquico-burgués no es un fenómeno aislado ni enfermedad propia de las organizaciones político-militares: Es un fenómeno mundial.
Ahora bien, este proceso de adaptación y acomodamiento de las fuerzas políticas, otrora de izquierdas, ha tenido diferentes expresiones locales. La metamorfosis del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) con Daniel Ortega y Rosario Murillo a la cabeza es comparable al Frente Patriótico de Zimbabue (ZANU-PF) con Robert Mugabe y su esposa Grace, en cuanto a corrupción y absolutismo se refiere. El FMLN, afortunadamente, no llegó a tales extremos.
Moraleja que no aleja la Utopía pues todavía hay mucha entropía revolucionaria
Será la tarea de los jóvenes salvadoreños de cargar las mochilas de contenidos políticos e ideológicos más acordes con los nuevos tiempos; ellos serán los responsables de darle nueva energía al partido FMLN en el marco de la lucha de clases y finalmente, dependerá de ellos asimilar dialécticamente las experiencias positivas y negativas del pasado, las criollas y las foráneas. Ojalá la juventud efemelenista sepa elegir sus próximos dirigentes, porque estoy convencido que todavía quedan las cenizas de la braza revolucionaria que ardió en el frente en el siglo pasado. Eso sí, los jóvenes tendrán que soplar mucho y fuerte, para oxigenar bien el ambiente hasta que la chispa marxista vuelva a brotar, porque los de mi generación, ya no soplamos ni chiflamos, solamente peemos. Ya no estamos en la época del imperio romano en que senadores seniles y cacaricos dirigían los destinos del estado, la sociedad y la familia.
El futuro pertenece a las nuevas generaciones y no a la vieja guardia.
Fuente: Por un mundo nuevo, mejor y más justo
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