martes, 10 de noviembre de 2020

Israel, asentamientos ilegales en nombre de Dios

Israel, asentamientos ilegales en nombre de Dios Tweet about this on TwitterShare on FacebookEmail this to someone Por Álvaro Hamamé Villablanca | 10/11/2020 | Palestina y Oriente Próximo Fuentes: Rebelión ¿Cree usted en el Derecho Internacional? Fue la pregunta que le hizo el periodista Stephen Sackur al saliente embajador de Israel en la ONU, Danny Danon, en el programa HardTalk de la BBC. La respuesta, ante el asombro del periodista – y probablemente de parte de la audiencia que presenciaba la entrevista- fue afirmativa. Transcribo parte del diálogo: Danny Danon: Absolutamente y les expliqué a mis colegas en el Consejo de Seguridad de nuestros derechos sobre la tierra. Stephen Sackur: Pero la idea de que la tierra ocupada les pertenece no concuerda por ningún motivo, con el derecho internacional y usted lo sabe. Danny Danon: Pero antes de hablar de aspectos legales, hablemos de los derechos bíblicos que tenemos sobre esa tierra. Stephen Sackur: Un momento, un momento, hablamos de derecho internacional. ¿Por qué usted me habla de la Biblia? ¿Es la Biblia un documento legal, embajador? La respuesta de Danon, por supuesto, fue nuevamente afirmativa y además agregó que las usurpaciones territoriales no deberían calificarse como anexión, pues “no se puede anexar algo que ya es tuyo” y sólo es una política de “extensión de la soberanía”. Vale preguntarse entonces: ¿Es un argumento legalmente válido en pleno siglo XXI, afirmar que un territorio te pertenece por derecho bíblico? ¿Creerá también el ex embajador Danny Danon que la mujer proviene de la costilla del hombre y que el mundo fue creado en seis días, como lo asegura la Biblia? Israel, en reiteradas ocasiones, ha justificado sus numerosas transgresiones al derecho internacional y a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU – ya van más de 26 resoluciones no respetadas – por ser “la única democracia en Medio Oriente”; pero la democracia es un sistema político que se caracteriza por su pluralismo religioso y por desarrollarse en Estados laicos (independientes de cualquier confesión religiosa) o aconfesionales. Sin embargo, justifica desde la teología la ocupación de los territorios palestinos al ser “concedidos por Dios” a los que profesan la religión judía, y por lo tanto, se funda un Estado desde la exclusión. De hecho, la Ley Básica de la Nación-Estado de Israel aprobada el año 2018 asegura el carácter de Israel como el Estado nacional de los judíos. Curioso. ¿Estamos entonces frente a una “democracia judía”? Es desde esta posición fundamentalista, propia del integrismo religioso más radical, que el gobierno israelí justifica moralmente no sólo la anexión ilegal de territorios palestinos, sino además la segregación racial, la demolición ilícita de viviendas, los asesinatos de población desarmada – Según datos de Amnistía Internacionacional, entre marzo de 2018 y diciembre de 2019, 189 palestinos fueron asesinados por francotiradores israelíes, entre ellos 35 niños- y un largo etc. Pero lo más preocupante, en este escenario, se enuncia en la siguiente pregunta: ¿Se puede establecer un diálogo verdadero y efectivo que permita negociar un plan de paz enfocado en dos Estados dentro de la fronteras reconocidas de 1967, como exige la comunidad internacional, con un gobierno fundamentalista? No seamos ingenuos, el radicalismo religioso que manifiestan las autoridades israelíes es contrario a cualquier diálogo dentro de un marco de racionalidad política. No hay argumentos contra las creencias. El uso político de la religión como instrumento de legitimación del poder exige obediencia y no admite cuestionamientos críticos ni científicos. De hecho, las ciencias arqueológicas no han logrado proveer de evidencia histórica que valide importantes episodios narrados en el Antiguo y Nuevo testamento, y para connotados historiadores los textos bíblicos son “un conjunto de narraciones que el pueblo judío antiguo relató de sus orígenes para documentar y legitimar su existencia como nación; no como una comprobación histórica de la prehistoria del Medio Oriente”[1]. En este caso además, el territorio en disputa representa un poderoso imaginario colectivo global. Hablamos de la denominada Tierra Santa – o Tierra Prometida- cuyo nombre hace alusión al lugar donde nacieron las tres religiones monoteístas – el cristianismo, el judaismo y el islam- pero estas expresiones bíblicas no tienen un sentido nacionalista como pretenden los argumentos de David Danon, que al parecer cree que al servir al Estado de Israel está sirviendo a Dios. Sobre la instrumentalización de los textos bíblicos para presumir de superioridad moral, advierte un documento titulado Biblia y Moral, publicado el 2008 por la Comisión Pontífica Bíblica -organismo de la Iglesia católica en materia bíblica, creado por el Papa León XIII- afirmando: “En materia de moralidad como en cualquier otro campo, la Iglesia desaprueba cualquier utilización fundamentalista de la Escritura, que se realice, por ejemplo, aislando un precepto bíblico de su contexto histórico, cultural y literario. Una sana lectura crítica ayuda a distinguir, por una parte, las consignas o las prácticas válidas para todos los tiempos y todos los lugares y, por otra parte, aquéllas que han podido ser necesarias en una determinada época o en un ambiente geográfico particular y luego convertirse en anticuadas, obsoletas e inaplicables”. En otras palabras, es importante que se mantenga la independencia del poder político y de las instituciones que organizan la vida social –educación, justicia, ciencia y cultura, entre otras- de la tutela del campo religioso, sobre todo si está representado por una lectura literal y sesgada de la Biblia. A día de hoy, ya son 139 de 190 países soberanos reconocidos por la ONU, los que reconocen a Palestina con el estatus de Estado. Sin embargo, en las Naciones Unidas, Palestina aún no figura como nación, las aerólineas no la registran como destino, si buscas un mapa del mundo en Google, Palestina no figura como país. Los palestinos – y sus descendientes- no pueden tener un documento de identidad propio. ¿Cuánto tiempo más habrá que esperar para hacer valer derechos ampliamente reconocidos por diversas instancias internacionales? He tenido la oportunidad de recorrer los territorios palestinos ocupados y de conocer familias que aún conservan la llave del hogar que les fue arrebatado en 1948 y les aseguro que esa llave no les fue entregada por Dios – si bien sus creencias y prácticas religiosas son genuinas y profundas – sino que forma parte de la construcción social, simbólica y cultural de un territorio que encarna la historia y la identidad de un pueblo. Para cerrar esta columna, vale la pena recordar que el 23 de diciembre de 2016 el Consejo de Seguridad de la ONU acordó la Resolución 2334, que señala : “el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en el territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal y constituye una flagrante violación del derecho internacional”. Israel, como ya es habitual, tampoco ha respetado esta resolución y continuará anexando territorio o como dice Dannon “extendiendo su soberanía, sobre un territorio que ya les fue dado”. Los palestinos serían, desde este argumento reduccionista e irracional, rebeldes a una voluntad divina. ¿Se puede dialogar con un fanático? Al periodista de la BBC, Stephen Sackur, le ha quedado claro que no. [1] Ferrada Moreira, Andrés. (2011). Teología e historia en el Antiguo Testamento. Teología y vida, 52(3), 369-389. https://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492011000200003

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