jueves, 12 de agosto de 2021

El Culto, una mirada desde dentro del mundo evangelico

Mirada iluminista vs. mirada crítica El Culto hace mucho de lo que han hecho por otros medios los antropólogos y los sociólogos de la religión. Y lo hace con resultados tan buenos o mejores que los de muchos profesionales de esas disciplinas. Algo que está lejos de ser casualidad. El interés científico por esas comunidades ha estado determinado –con excepciones– por preocupaciones políticas o culturales que resultan difíciles de trascender. Mientras que los científicos piensan, en ocasiones, en términos de la “amenaza que supone” el “emergente evangélico”, la documentalista revela cómo es un culto. O, más bien, cómo son “los cultos”. Este parece el exacto reverso de lo que numerosos profesionales de las ciencias sociales han hecho a partir de las categorías del “mundo evangélico”. Sociólogos, historiadores e incluso antropólogos, han partido de una mirada pre trazada por el despotismo más o menos ilustrado que los conduce a leer e interpretar. Esta forma de analizar es, incluso, anti analítica: acuden (si lo hacen) a un culto para verificar “como les suena lo político” de la predicación evangélica sin prestar demasiada atención a los procesos de transformación internos de las personas en esas comunidades. Así, combinan su escucha de lo que allí sucede con expresiones e ideas abstractas sobre la “teología de la prosperidad” (a la que tachan, sin mediaciones, de “neoliberal”) extraídas de internet. La mirada antropológica y sociológica debería contar la historia de los hombres que hacen la historia aun “sin saber que la hacen” y, para ello, dejársela contar a ellos. Mientras que para la mirada iluminista la efusividad evangélica es objeto de una consideración arcaizante y exotizante, la mirada crítica debería acompañar la experiencia evangélica haciendo aparecer lo que es propio de esa efusión en cada caso y erosionando la convicción de que ahí hay algo “anormal”. Esa sería la verdadera ruptura con la visión fatalista de la historia. Es el caso de esta realizadora, que se ampara en procedimientos análogos a los de los antropólogos, pero en la que asombran dos hechos que deben subrayarse: Fantilli es evangélica y no es antropóloga ni etnógrafa. Es parte de la diversidad evangélica y, al mismo tiempo, está constituida por la diseminación de los reflejos críticos en la cultura contemporánea. Y combinando esos rasgos realiza lo que muchos podrían llamar “la insurrección de los nativos” ante la ola de estereotipaciones. Oclusión hacia la sensibilidad religiosa Ampliemos en la incursión que realiza Fantilli para entender lo que su documental pone en juego y abre al debate. La diversidad no es algo propio de la actualidad. Hace treinta años, los cultos eran muy diferentes a los del presente, pero eran también muy diversos entre sí. El panorama de la diversidad actual revela el efecto de procesos transversales al mundo evangélico y le dan una unidad que no se reconoce a través de categorías precarias como las de las denominaciones (neopentecostal, pentecostal, metodista) y una serie de taxonomías que son el refugio para hacer de la inseguridad y el desconocimiento un símil del saber. La carismatización de los rituales, la admisión del baile, la participación de las mujeres en la conducción del culto, son procesos que renuevan la geología evangélica desde hace treinta años y revelan sus efectos acumulados en un presente sobredeterminado por esas transformaciones. Sobre esa plataforma común renovada se organizan diferencias notables. Hay algo que nos encantaría conversar con Almendra: la hostilidad frente a los evangélicos no se disolverá por mostrar que algunos de ellos admiten la diversidad de género, acuerdan con el aborto o predican contra un “sistema demoníaco” –en alusión al capitalismo–. Entre otras cosas porque los “evangélicos progresistas” –en los términos en los que nosotros, los progresistas, definimos eso— son minoría. La hostilidad hacia el llamado “mundo evangélico” se funda solo parcialmente en que una porción abundante de ellos se opone al aborto, a derechos LGTBI o a que promueven la “teología de la prosperidad”. También se funda en el temor al avance evangélico al que reacciona la alianza tácita entre parte del espectro católico y parte del espectro ateo que está más habituado a hablar (incluso) un catolicismo que permeó históricamente a nuestras sociedades y que vendría a ser como “los buenos viejos tiempos”. Siempre es cómodo mostrar la articulación “estructural” entre evangélicos, el Departamento de Estado, la CIA y la derechización contemporánea. Pero estudios serios y extensivos como los compilados por Guadalupe Reyes recorren la casuística de toda América Latina y muestran que la situación es mucho más compleja: que los evangélicos tienen alineamientos políticos heterogéneos, contingentes y cambiantes que coinciden con los de sus sociedades en general. Además es necesario analizar hasta qué punto la derechización contemporánea tiene, entre otros motivos, la relación de exclusión entre las élites de la izquierda y las bases populares que aspiran a representar y que están “sumergidas en la religión”. Si el progresismo solo es capaz de ver un sujeto popular con el que contar allí donde hay “teología de la liberación” o donde lo religioso se adapta a las categorías del progresismo, perderá toda batalla. La posibilidad de poner en diálogo inclinaciones políticas populares, democráticas e igualitarias con sujetos populares evangélicos depende de la superación de la incomodidad de los secularizados con la religión en general, y la evangélica en particular. No es que no existan religiosos progresistas ni progresistas que no hayan leído a Marx más allá de la idea (discutida y discutible) de que “la religión es el opio de los pueblos”. Pese a ello, la relación del espectro progresista con las formas religiosas –sobre todo con las “nuevas” formas religiosas– busca tan solo su incorporación subordinada bajo las figuras de la condescendencia o el paternalismo. En última instancia, la consideración es que, como el desarrollo no es todavía suficiente, se debe aceptar (tolerar) la existencia de la religiosidad, pero ésta debe incorporarse en los proyectos transformadores despojándose justamente de aquello que la transforma en religión: las referencias a lo sagrado, las experiencias de una alteridad fundante, superior y conmovedora. Si el progresismo solo es capaz de ver un sujeto popular con el que contar allí donde hay “teología de la liberación” o donde lo religioso se adapta a las categorías del progresismo, perderá toda batalla. Y es que, dentro del mundo evangélico, compuesto por entramados sociales amplios, esta batalla se produce sin tutoría: aparecen las voces LGTBIQ+, los dolidos por experiencias políticas fallidas, los vínculos con los movimientos populares, pero desde la propia experiencia evangélica. La oclusión de la sensibilidad a lo propio de la religión hace que el progresismo esté mal preparado para lidiar con la frontera móvil y porosa de las instituciones de la secularización que, cuanto más se proclama, más fracasa. Frontera que, como lo muestra Emerson Giumbelli comparando los casos de Brasil y Francia, resulta paradojal: multiplica más de lo que erosiona a la religión. Cuando emerge la religión, la razón parece perder todas sus razones: desde la conciencia de la complejidad de lo social hasta la posición dialógica que debería tener al religioso por interlocutor, aun cuando sea para superarlo. En esa dirección el documental de Almendra Fantilli logra una tarea primaria: mostrar para que alguien complejice, mostrar para que alguien historice. El escenario es más complejo que la crítica reactiva frente al bolsonarismo, y alcanza con observar el documental de Almendra Fantilli para comprobarlo. Evidentemente eso no modificará las perspectivas asentadas. Al menos ayudará a ver algo más, a escuchar sonidos que han sido demasiado explicados de antemano y muy poco atendidos. 1. https://elcultodocumental.com/ * Respectivamente: Jefe de redacción de La Vanguardia, editor en Nueva Sociedad y Nueva Revista Socialista, Buenos Aires. / Licenciado y Doctor en Antropología Social. Profesor en la UNSAM. Su último libro es Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en la Argentina, Siglo XXI, 2021. Más notas de contenido digital

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