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viernes, 26 de diciembre de 2025
Navidad no es una historia occidental, es una historia palestina
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La Navidad no es una historia occidental, es una historia palestina
Por Munther Isaac | 26/12/2025 | Palestina y Oriente Próximo
Fuentes: Quds News Network.
Traducido del inglés por Marwan Pérez para Rebelión
La Navidad es una historia de imperio, de injusticia y de la vulnerabilidad de la gente común atrapada en su camino.
Cada diciembre, gran parte del mundo cristiano entra en un ciclo familiar de celebración: villancicos, luces, árboles decorados, frenesí consumista y la cálida imagen de una noche nevada. En Estados Unidos y Europa, el discurso público suele hablar de «valores cristianos occidentales», o incluso de la vaga noción de «civilización judeocristiana». Estas frases se han vuelto tan comunes que muchos asumen, casi automáticamente, que el cristianismo es inherentemente una religión occidental, una expresión de la cultura, la historia y la identidad europeas.
No lo es.
El cristianismo es, y siempre ha sido, una religión de Asia Occidental y Oriente Medio. Su geografía, cultura, cosmovisión e historias fundacionales tienen sus raíces en esta tierra, entre pueblos, lenguas y estructuras sociales mucho más parecidas a las de la Palestina, Siria, Líbano, Irak y Jordania actuales que a cualquier cosa imaginable en Europa. Incluso el judaísmo, invocado en el término «valores judeocristianos», es en sí mismo un fenómeno propio de Oriente Medio.
Occidente recibió el cristianismo, pero ciertamente no lo engendró.
Y tal vez nada revele la distancia entre los orígenes del cristianismo y su expresión occidental contemporánea más claramente que la Navidad: la historia del nacimiento de un judío palestino, un hijo de esta tierra que nació mucho antes de que surgieran las fronteras e identidades modernas.
Lo que Occidente hizo de la Navidad
En Occidente, la Navidad es un mercado cultural. Se comercializa, se romantiza y se envuelve en capas de sentimentalismo. Los regalos ostentosos eclipsan cualquier preocupación por los pobres. La Navidad se ha convertido en un espectáculo de abundancia, nostalgia y consumismo: una festividad despojada de su esencia teológica y moral.
Incluso los versos familiares de la canción navideña Noche de paz oscurecen la verdadera naturaleza de la historia: Jesús no nació en la serenidad, sino en la agitación.
Nació bajo ocupación militar, en una familia desplazada por decreto imperial, en una región sumida en la violencia. La sagrada familia se vio obligada a huir como refugiados porque los niños de Belén, según el relato evangélico, fueron masacrados por un tirano temeroso, decidido a preservar su reinado. ¿Les suena?
De hecho, la Navidad es una historia de imperio, de injusticia y de la vulnerabilidad de la gente común atrapada en su camino.
Belén: Imaginación vs realidad
Para muchos en Occidente, Belén, el lugar de nacimiento de Jesús, es un lugar de imaginación: una postal de la antigüedad, congelada en el tiempo. El «pueblito» se recuerda como una aldea pintoresca de las Escrituras, más que como una ciudad viva y vibrante con gente real, con una historia y una cultura propias.
Hoy en día, Belén está rodeada de muros y puestos de control construidos por el ocupante. Sus habitantes viven bajo un sistema de apartheid y fragmentación.
Muchos se sienten aislados, no sólo de Jerusalén –que el ocupante no les permite visitar–, sino también de la imaginación cristiana global que venera el pasado de Belén mientras a menudo ignora su presente.
Este sentimiento también explica por qué a tantos en Occidente, mientras celebran la Navidad, les importan poco los cristianos de Belén. Peor aún, muchos adoptan teologías y actitudes políticas que borran o descartan por completo nuestra presencia para apoyar a Israel, el imperio de hoy.
En estos marcos, la antigua Belén es apreciada como una idea sagrada, pero la Belén moderna —con sus cristianos palestinos sufriendo y luchando por sobrevivir— es una realidad incómoda que debe ignorarse.
Esta desconexión es importante. Cuando los cristianos occidentales olvidan que Belén es real, se desconectan de sus raíces espirituales. Y cuando olvidan que Belén es real, también olvidan que la historia de la Navidad es real.
Olvidan que esto ocurrió en un pueblo que vivía bajo un imperio, que enfrentaba el desplazamiento, que anhelaba justicia y que creía que Dios no estaba distante, sino entre ellos.
Qué significa la Navidad para Belén
¿Cómo se ve la Navidad desde la perspectiva de quienes aún viven donde todo empezó: los cristianos palestinos? ¿Qué significado tiene para una pequeña comunidad que ha preservado su fe durante dos milenios?
En esencia, la Navidad es la historia de la solidaridad de Dios.
Es la historia de un Dios que no gobierna desde lejos, sino que está presente entre la gente y se pone del lado de los marginados. La encarnación —la creencia de que Dios se hizo hombre— no es una abstracción metafísica. Es una declaración radical sobre dónde Dios elige morar: en la vulnerabilidad, en la pobreza, entre los ocupados, entre quienes no tienen más poder que el de la esperanza.
En la historia de Belén, Dios se identifica no con los emperadores, sino con quienes sufren bajo el imperio: sus víctimas. Dios no viene como un guerrero, sino como un niño. Dios está presente no en un palacio, sino en un pesebre. Esta es la solidaridad divina en su forma más contundente: Dios se une a la parte más vulnerable de la humanidad.
La Navidad es, pues, el anuncio de un Dios que se enfrenta a la lógica del imperio.
Para los palestinos de hoy, esto no es mera teología, sino experiencia vivida. Al leer la historia de Navidad, reconocemos nuestro propio mundo: el censo que obligó a María y José a viajar se asemeja a los permisos, los puestos de control y los controles burocráticos que configuran nuestra vida cotidiana. La huida de la Sagrada Familia resuena con los millones de refugiados que han huido de las guerras en nuestra región. La violencia de Herodes resuena en la violencia que vemos a nuestro alrededor.
La Navidad es una historia palestina por excelencia.
Un mensaje al mundo
Belén celebra la Navidad por primera vez tras dos años sin festividades públicas. Fue doloroso, pero necesario, cancelar nuestras celebraciones; no teníamos otra opción.
En Gaza se estaba desarrollando un genocidio, y como personas que aún vivimos en la patria de la Navidad, no podíamos fingir lo contrario. No podíamos celebrar el nacimiento de Jesús mientras niños de su edad eran rescatados muertos de los escombros.
Celebrar esta época no significa que la guerra, el genocidio ni las estructuras del apartheid hayan terminado. Siguen asesinando gente. Seguimos asediados.
En cambio, nuestra celebración es un acto de resiliencia: una declaración de que todavía estamos aquí, de que Belén sigue siendo la capital de la Navidad y de que la historia que cuenta esta ciudad debe continuar.
En un momento en que el discurso político occidental utiliza cada vez más el cristianismo como arma de identidad cultural —excluyendo a menudo a las mismas personas entre las que nació el cristianismo— es vital volver a las raíces de esta historia.
En esta Navidad, nuestra invitación a la iglesia global —y a los cristianos occidentales en particular— es recordar dónde comenzó la historia. Recordar que Belén no es un mito, sino un lugar donde aún hay gente. Si el mundo cristiano quiere honrar el significado de la Navidad, debe volver su mirada hacia Belén, no hacia la imaginada, sino hacia la real, un pueblo cuyos habitantes aún hoy claman por la justicia, la dignidad y la paz.
Recordar Belén es recordar que Dios está con los oprimidos y que los seguidores de Jesús están llamados a hacer lo mismo.
Fuente: https://qudsnen.co/post?id=66943&slug=christmas-is-not-a-western-story-it-is-a-palestinian-one
Publicado por primera vez en Al Jazeera
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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