Domingo 9 de junio de 2019
PENTECOSTÉS
Hechos 2,1-11: Se llenaron del Espíritu Santo
Salmo 103: Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra
1 Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu
Juan 20,19-23: Reciban el Espíritu Santo
Nota 1: Este año, como ciclo C, hay otras lecturas posibles este día; consúltese esta
fecha en el calendario litúrgico (http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario).
Nota 2: Como casi todas, Pentecostés no es una fiesta originariamente cristiana
(propuesta por Jesús) ni siquiera israelita (decidida por Israel), sino una celebración que
es parte de una cultura religiosa que siempre está en evolución, y se acomoda y se
enriquece con el transcurso del tiempo y la sucesión de las distintas vivencias del pueblo.
Como «Fiesta de las Semanas» o «de la Cincuentena», en Israel fue una fiesta netamente
agraria, que celebraba el inicio de la cosecha. Se celebraba siete semanas (cincuenta
días) a partir de la Pascua, para dar gracias a Dios por la nueva cosecha (cf. Ex
23,16;34,22; Lv 23,15-21; Dt 16,9-12). En el judaísmo tardío se transformó en festividad
plenamente religiosa: pasó a ser memoria del don de la Ley en el Sinaí al pueblo liberado
de Egipto. Para recordar o estudiar la interesante «prehistoria» de las festividades
cristianas, casi desconocida, y muy iluminadora, recomendamos el clásico libro de Thierry
MAERTENS, «Fiesta en honor de Yahvé». (Puede ser recogido en la biblioteca de
Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca).
Sugerencias para la homilía (Escritas para el Diario Bíblico Latinoamericano en un
ciclo anterior por el biblista Silvio Báez, actual obispo auxiliar de Managua, a quien
agradecemos).
El Espíritu es la misma vida de Dios. En la Biblia es sinónimo de vitalidad, de
dinamismo y novedad. El Espíritu animó la misión de Jesús y se encuentra también a la
raíz de la misión de la Iglesia. El evento de Pentecostés nos remonta al corazón mismo de
la experiencia cristiana y eclesial: una experiencia de vida nueva con dimensiones
universales.
La primera lectura (Hch 2,1-11) es el relato del evento de Pentecostés. En ella se
narra el cumplimiento de la promesa hecha por Jesús al final del evangelio de Lucas y al
inicio del libro de los Hechos (Lc 24,49: “Por mi parte, les voy a enviar el don prometido
por mi Padre... quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene
de lo alto”; Hch 1,5.8: “Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos
días... ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo”).
Con esta narración Lucas profundiza un aspecto fundamental del misterio pascual:
Jesús resucitado ha enviado el Espíritu Santo a la naciente comunidad, capacitándola
para una misión con horizonte universal. El relato inicia dando algunas indicaciones
relativas al tiempo, al lugar y a las personas implicadas en el evento. Todo ocurre “al
llegar el día de Pentecostés” (Hch 2,1). Pentecostés es una fiesta judía conocida como
“fiesta de las semanas” (Ex 34,22; Num 28,26; Dt 16,10.16; etc.) o “fiesta de la cosecha”
(Ex 23,16; Num 28,26; etc.), que se celebraba siete semanas después de la pascua.
Parece ser que en algunos ambientes judíos en época tardía, en esta fiesta se
celebraban las grandes alianzas de Dios con su pueblo, particularmente la del Sinaí que
estaba directamente relacionada con el don de la Ley. Aunque Lucas no desarrolla esta
temática en el relato de Pentecostés, seguramente conocía esta tradición y es probable
que haya querido asociar el don del Espíritu, enviado por Cristo resucitado, al don de la
Ley recibido en el Sinaí. En la comunidad de Qumrán, contemporánea a Jesús,
Pentecostés había llegado a ser la fiesta de la Nueva Alianza que aseguraba la efusión
del Espíritu de Dios al nuevo pueblo purificado (cf. Jer 31,31-34; Ez 36).
El texto de los Hechos da otra indicación: “estaban todos juntos en un mismo lugar”
(Hch 2,1). Con estas palabras se quiere sugerir que los presentes estaban unidos, no sólo
en un mismo sitio, sino con el corazón. Aunque no se habla de una reunión cultual, no
sería extraño que Lucas imaginara a los creyentes en oración, esperando la venida del
Espíritu, de la misma forma que Jesús estaba orando cuando el Espíritu bajó sobre él en
el bautismo (Lc 3,21: “Mientras Jesús oraba... el Espíritu Santo bajó sobre él”; Hch 1,14:
“Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María
la madre de Jesús y de los hermanos de éste”).
Lucas utiliza en primer lugar el símbolo del viento para hablar del don del Espíritu:
“De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento impetuoso y llenó la
casa donde se encontraban” (Hch 2,2). Aunque los discípulos estaban a la espera del
cumplimiento de la promesa del Señor resucitado, el evento ocurre “de repente” y, por
tanto, en forma imprevisible. Es una forma de decir que se trata de una manifestación
divina, ya que el actuar de Dios no puede ser calculado ni previsto por el ser humano. El
ruido llega “del cielo”, es decir, del lugar de la trascendencia, desde Dios. Su origen es
divino. Y es como el rumor de una ráfaga de viento impetuoso.
El evangelista quería describir el descenso del Espíritu Santo como poder, como
potencia y dinamismo y, por tanto, el viento era un elemento cósmico adecuado para
expresarlo. Además, tanto en hebreo como en griego, espíritu y viento se expresan con
una misma palabra (hebreo: ruah; griego: pneuma). No es extraño, por tanto, que el viento
sea uno de los símbolos bíblicos del Espíritu. Recordemos el gesto de Jesús en el
evangelio, cuando “sopla” sobre los discípulos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn
20,22), o la visión de los esqueletos calcinados narrada en Ezequiel 37, donde el viento–
espíritu de Dios hace que aquellos huesos se revistan de tendones y de carne, recreando
el nuevo pueblo de Dios.
“Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre
cada uno de ellos” (Hch 2,3). Lucas se sirve luego de otro elemento cósmico que era
utilizado frecuentemente para describir las manifestaciones divinas en el Antiguo
Testamento: el fuego, que es símbolo de Dios como fuerza irresistible y trascendente. La
Biblia habla de Dios como un “fuego devorador” (Dt 4,24; Is 30,27; 33,14); “una hoguera
perpetua” (Is 33,14). Todo lo que entra en contacto con él, como sucede con el fuego,
queda transformado. El fuego es también expresión del misterio de la trascendencia
divina. En efecto, el ser humano no puede retener el fuego entre sus manos, siempre se le
escapa; y, sin embargo, el fuego lo envuelve con su luz y lo conforta con su calor. Así es
el Espíritu: poderoso, irresistible, trascendente.
El evento extraordinario expresado simbólicamente en los vv. 2-3 se explicita en el v.
4: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”. Dios mismo llena con su poder a todos los
presentes. No se les comunica un auxilio cualquiera, sino la plenitud del poder divino que
se identifica en la Biblia con esa realidad que se llama: el Espíritu. Se trata de un evento
único que marca la llegada de los tiempos mesiánicos y que permanecerá para siempre
en el corazón mismo de la Iglesia. Desde este momento el Espíritu será una presencia
dinámica y visible en la vida y la misión de la comunidad cristiana.
La fuerza interior y transformadora del Espíritu, descrita antes con los símbolos del
viento y del fuego, se vuelve ahora capacidad de comunicación que inaugura la
eliminación de la antigua división entre los seres humanos a causa de la confusión de
lenguas en Babel (Gen 11). “Y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el
Espíritu Santo les concedía expresarse” (v. 4). En Jerusalén, no en la casa donde están
los discípulos, ni en el espacio cerrado de unos pocos elegidos, sino en el espacio abierto
donde hay gente de todos las naciones (v. 5), en la plaza y en la calle, el Espíritu
reconstruye la unidad de la humanidad entera e inaugura la misión universal de la Iglesia.
El pecado condenado en el relato de la torre de Babel es la preocupación egoísta de
los seres humanos que se cierran y no aceptan la existencia de otros grupos y otras
sociedades, sino que desean permanecer unidos alrededor de una gran ciudad cuya torre
toque el cielo. El Espíritu debe venir continuamente para perdonar y renovar a los seres
humanos para que no se repitan más las tragedias causadas por el racismo, la cerrazón
étnica y los integrismos religiosos.
El Espíritu de Pentecostés inaugura una nueva experiencia religiosa en la historia de
la humanidad: la misión universal de la Iglesia. La palabra de Dios, gracias a la fuerza del
Espíritu, será pronunciada una y otra vez a lo largo de la historia en diversas lenguas y
será encarnada en todas las culturas. El día de Pentecostés, la gente venida de todas las
partes de la tierra “les oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,6.8). El don del Espíritu que
recibe la Iglesia, al inicio de su misión, la capacita para hablar de forma inteligible a todos
los pueblos de la tierra.
En el evangelio se narra la aparición del Señor Resucitado a los discípulos el día de
pascua. Todo el relato está determinado por una indicación temporal (es el primer día de
la semana) y una indicación espacial (las puertas del lugar donde están los discípulos
están cerradas).
La referencia al primer día de la semana, es decir, el día siguiente al sábado (el
domingo), evoca las celebraciones dominicales de la comunidad primitiva y nuestra propia
experiencia pascual que se renueva cada domingo. La indicación de las puertas cerradas
quiere recordar el miedo de los discípulos que todavía no creen, y al mismo tiempo quiere
ser un testimonio de la nueva condición corporal de Jesús que se hará presente en el
lugar. Jesús atravesará ambas barreras: las puertas exteriores cerradas y el miedo interior
de los discípulos. A pesar de todo, están juntos, reunidos, lo que parece ser en la
narración una condición necesaria para el encuentro con el Resucitado; de hecho Tomás
sólo podrá llegar a la fe cuando está con el resto del grupo.
Jesús “se presentó en medio de ellos” (v.19). El texto habla de “resurrección” como
venida del Señor. Cristo Resucitado no se va, sino que viene de forma nueva y plena a los
suyos (cf. Jn 14,28: “me voy y volveré a vosotros”; Jn 16,16-17) y les comunica cuatro
dones fundamentales: la paz, el gozo, la misión, y el Espíritu Santo.
Los dones pascuales por excelencia son la paz (el shalom bíblico) y el gozo (la járis
bíblica), que no son dados para el goce egoísta y exclusivo, sino para que se traduzcan
en misión universal. La misión que el Hijo ha recibido del Padre ahora se vuelve misión
de la Iglesia: el perdón de los pecados y la destrucción de las fuerzas del mal que oprimen
al ser humano. Para esto Jesús dona el Espíritu a los discípulos. En el texto, en efecto,
sobresale el tema de la nueva creación: Jesús “sopló sobre ellos”, como Yahvé cuando
creó al ser humano en Gen 2,7 o como Ezequiel que invoca el viento de vida sobre los
huesos secos (Ez 37).
Con el don del Espíritu el Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de
los discípulos se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la
resurrección. Como “seres humanos nuevos”, llenos del aliento del Espíritu en virtud de la
resurrección de Jesús, deberán continuar la misión del “Cordero que quita el pecado del
mundo”: la misión de la Iglesia que continúa la obra de Cristo realiza la renovación de la
humanidad como en una nueva obra creadora en virtud del poder vivificante del
Resucitado.
Para la revisión de vida
¿En qué aspectos concretos de mi vida estoy experimentando al Espíritu Santo
como fuerza y luz?
¿Soy dócil a los caminos del Espíritu, siguiendo la palabra del evangelio y
viviendo abierto a la novedad de Dios en mi vida en constante discernimiento?
¿Cómo vivo en mi existencia cristiana las tensiones inevitables que existen entre
carisma e institución, dones personales y misión comunitaria, vida interior y
compromiso por la justicia?
Para la reunión de grupo
- ¿Qué reacción nos produce la palabra "espíritu"? Démosle sinónimos
explicativos. ¿Qué palabras más actuales y más científicas podríamos utilizar
hoy para decir «espíritu» y «espiritualidad»?
- Hoy hablan muchos del "espíritu" y lo encuentran en regiones o en actividades
muy lejanos de la realidad, del compromiso social, en lo "puramente religioso"...
¿Es así lo que la Biblia nos dice del Espíritu? Pongamos ejemplos.
- «Hay que ser espirituales, no espiritualistas»: comentar la frase, con razones y
con experiencias.
- En el trasfondo de lo que escribe, Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (1a
lectura) tiene en el pensamiento el símbolo de lo que ocurrió en Babel: ¿en qué
sentido? Explicitar las referencias simbólicas.
Para la oración de los fieles
- Cristo Jesús, que con el envío del Espíritu Santo has cumplido la promesa del
Padre, renueva con este mismo Espíritu la historia de la humanidad, y
concédenos el don de la paz. Roguemos al Señor....
- Cristo Jesús, que con el envío del Espíritu Santo has dado inicio a la misión
universal de tu Iglesia, haz que la comunidad cristiana sea siempre en el mundo
signo de liberación, de diálogo y de reconciliación entre los seres humanos.
Roguemos al Señor...
- Cristo Jesús, que con el envío del Espíritu Santo has fortalecido a tus
discípulos para que fueran tus testigos hasta los confines del mundo, fortalece
con este mismo Espíritu a los misioneros y misioneras que anuncian tu
evangelio de paz y de salvación. Roguemos al Señor...
Oración comunitaria
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria: ilumina nuestra
mirada interior para que, viendo lo que esperamos a raíz de tu llamado, y
entendiendo la herencia grande y gloriosa que reservas a tus santos, comprendamos
con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que creemos. Por N.S.J. [cfr Ef 1,
17ss]
O bien:
Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor,
Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la
creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes
nombres con que te invocamos, podamos encontrarTe, y podamos encontrarnos, en
Ti, unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de
los siglos.
O bien:
Señor Dios, nuestro Padre,
que has renovado el mundo a través del camino pascual de tu Hijo
y con el envío del Espíritu Santo sobre sus discípulos,
haznos abiertos a la acción del Espíritu y dóciles a sus caminos,
anunciando con nuestra vida el evangelio del Reino a todos los pueblos
y comprometiéndonos a construir un mundo nuevo donde reine la justicia y la
paz.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Lunes 10 de junio de 2019
10a Semana Ordinario
Juan Dominici (1420)
2Cor 1,1-7: Dios nos alienta
Salmo 33: Gusten y vean qué bueno es el Señor
Mt 5,1-12: Dichosos los pobres
Las bienaventuranzas son el centro del mensaje y la praxis de Jesús, son sin lugar a
duda, el itinerario de la espiritualidad cristiana. Desde luego, aparecen los pobres como
los principales destinatarios del proyecto de Jesús. Y esto no se debe porque ellos sean
los más buenos, sino como se ve reflejado desde el Antiguo Testamento, Dios ha venido
revelándose de manera parcial al lado de los desheredados y marginados de la historia.
Dios ha decidido fraguar su proyecto salvífico teniendo a los pobres como protagonistas.
Sin embargo, todo este plan desde las bienaventuranzas no se da sin las demás
coordenadas, es necesaria la lucha por la justicia, la paz y el bien. Las bienaventuranzas
deben ser una exigencia para todo cristiano, ellas deben ser los indicadores principales
con que se evalúa nuestra espiritualidad. En esas palabras brota la alegría que da razón a
nuestra existencia y le da sabor a nuestra vida. Preguntémonos en sintonía con las
bienaventuranzas: ¿son éstas las que imprimen el sello de mi espiritualidad cristiana? ¿mi
vida refleja las bienaventuranzas de Jesús?
Martes 11 de junio de 2019
Bernabé, apóstol (s. I)
Hch 11,21b-26; 13,1-3: Era hombre lleno de fe
Salmo 97: El Señor revela a las naciones su justicia
Mt 10,7-13: Anuncien que el Reino está cerca
El reino de los cielos no es simplemente una buena noticia para aliviar la conciencia de
las personas. El reino es, ante todo, soñar, echar hacia adelante, es acción. Por eso, el
evangelio de Mateo presenta a Jesús invitando a predicar a los discípulos sobre la
cercanía de este reino, pero no es una predicación de palabras vacías, es un mensaje que
traduce la cercanía de Dios a través de las obras y la providencia de Dios. En los tiempos
de Jesús no era habitual acercarse a las personas enfermas, endemoniadas o leprosas,
era sinónimo de quedar expuestos a la marginación o exclusión social. Por este motivo, su
mensaje recobrar fuerza a través de estas acciones, porque el reino emerge en la historia
a través de estas acciones transformadoras y subversivas. Hoy este mensaje es para
nosotros, el reino es de acciones concretas en la historia y no sólo de palabras, por eso,
¿qué tanto mi experiencia de fe da testimonio de signos de vida y esperanza a favor de
los más débiles y excluidos?
Miércoles 12 de junio de 2019
Onofre (400)
2Cor 3,4-11: Nos ha hecho servidores
Salmo 98: Santo es el Señor nuestro Dios
Mt 5,17-19: He venido a darle plenitud a la ley
A veces la novedad genera espanto y nadie parece estar preparado para ella. Lo nuevo
implica creatividad y está asociado con el futuro, con lo que nadie es capaz de ver más
allá. Quizá las palabras de Jesús acerca de la Ley hayan provocado malas
interpretaciones, tanto, que dentro de la comunidad judeocristiana existía el imaginario
que Jesús llegó para anular lo antiguo, la Ley. No obstante, Jesús deja claro que ha
venido a dar cumplimiento a la Ley y a los profetas, claro está, a través de la novedad del
reino. Recuérdese que este proyecto sólo se hace posible a través de la vivencia de las
bienaventuranzas como clave alternativa. Por eso, para ser considerado grande dentro del
reino de los cielos debe de darse testimonio del proyecto de Jesús, asumiendo los riesgos
de éste, luchando incansablemente por la justicia, es decir, la Ley. El reto de esta
novedad hoy depende de nuestra respuesta a este compromiso: ¿será que nuestro
proyecto de vida está encausado con el de Jesús?
Jueves 13 de junio de 2019
Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
Antonio de Padua (1231)
Génesis 14, 18-20: Sacó pan y vino
Salmo responsorial 109, 1. 2. 3. 4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
1 Corintios 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lucas 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron
La fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote es una fiesta diríamos que fuera del
«relato» histórico de Jesús, que no se refiere a ningún hecho concreto de su historia, ni a
ningún episodio evangélico en particular. Tiene sus problemas, porque histórica o
sociológicamente hablando, Jesús no sólo no fue sacerdote –mucho menos Sumo
Sacerdote–, sino que fue un simple laico toda su vida. No deja de ser una paradoja: este
título que damos al Cristo de nuestra fe, está en contradicción con lo que él fue
históricamente. Como cuando hablamos de Cristo Rey... pero sabemos bien que Jesús no
sólo nunca fue rey, sino que fue un ciudadano normal, y concretamente un pobre. Lo cual
debe llamar nuestra atención a no olvidar que lo que decimos desde la fe, debe siempre
ser juzgado por lo que sabemos desde la historia. Así, el sacerdocio de Jesús, nada tiene
que ver con el sacerdocio de los sumos sacerdotes de aquel tiempo. La realeza de Jesús
nada tendrá que ver con una realeza política o monárquica... Los títulos que damos a
Cristo, no deben separarse nunca de lo que sabemos históricamente de Jesús, y este
criterio histórico tiene prioridad sobre la construcción teológica de los títulos del Cristo de
la fe, que deben siempre ser juzgados y quedar sometidos al criterio de veracidad
histórica.
Viernes 14 de junio de 2019
Anastasio, Digna y Félix, mártires (s. IX)
2Cor 4,7-15: Resucitaremos con Cristo
Salmo 115: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
Mt 5,27-32: Se dijo: no cometerás adulterio
Este día el evangelio tiene como núcleo la experiencia del matrimonio. El mandamiento
al que hace alusión es: “no cometerás adulterio” Con el objetivo de salvaguardar el valor
del matrimonio, Jesús no se queda solamente en la alusión ingenua del mandamiento,
sino que va más allá, al mundo que involucra el interior del corazón humano, pues es allí
donde se hace posible vivir la fidelidad o la infidelidad, pues el adulterio empieza en el
corazón. En el pensamiento mediterráneo, el ojo era considerado el órgano a través del
cual se manifestaban algunos malos deseos, como son: el de la envidia y la avaricia,
mientras que la mano era el órgano por el cual se llevaban a cabo estos deseos que
nacen del corazón. La invitación del evangelio es contundente: hay que actuar en la raíz
donde se decide sobre las acciones humanas. Es decir, estar decididos a cortar todo
aquello que induce al mal. La razón, es que se debe amar con el mismo amor con el cual
se es amado.
Sábado 15 de junio de 2019
Micaela, fundadora (1865)
2Cor 5,14-21: Dios le hizo expiar nuestros pecados
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Mt 5,33-37: No juren en absoluto
Los medios de comunicación y algunos académicos han puesto de relieve el tema de la
posverdad como una forma de dar valor a la mentira que puede sobrevivir en la
inmediatez de la realidad. El cristianismo tiene la tentación de caer en este tipo de
circunstancias también, toda vez que asumir una espiritualidad emotiva, egoísta e
individualista que no transite hacía el compromiso por el otro, puede ser considerado
como un cristianismo de mentira. En este sentido, jurar en vano es pecado y significa
llamar al que es para que sea testigo de algo de lo que no es. En Jesús no hay posibilidad
para la ambigüedad, la radicalidad del reino exige una respuesta concreta, aquí no cabe
vivir en la mentira o la falsedad. Decir sí, significa asumir con pasión lo que a Jesús lo
apasionó, significa que más que dar la palabra y es optar con firmeza por la causa de
Jesús, es salir fuera de nosotros en busca de los otros. Y tú, ¿qué estás dispuesto a
decir? ¿sí o no?
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