La prensa internacional publicó que Trump detuvo el ataque contra Irán para salvar 150 vidas
Ese fue el titular de muchos periódicos, incluso de gran prestigio, de medio mundo. La prensa escrita (y la otra) pagada con monedas que se pegan a los ojos y a los oídos, careció de la astucia de Ulises, salvo loables excepciones, para detectar que era otro engaño masivo destinado a proyectar la imagen de “Trump, El Compasivo” lo que, teniendo en cuenta su trayectoria, no fue más que una escalofriante burla.“No es posible que a Trump le hubieran informado del número aproximado de bajas cuando los aviones ya estaban en el aire y sólo faltaban diez minutos para que se iniciara el ataque”, dijo Katty Kay, periodista de la BBC, tras hablar con un ex secretario de Defensa en Washington sobre el inesperado arrepentimiento del Emperador Amarillo.
Katty Kay agregó que “esa información se da mucho antes, en la toma del proceso de decisiones. Todo lo relacionado con la decisión de Trump nos conduce irremediablemente al escepticismo”.
Quizás algunos de ustedes, especialmente los que son mucho más jóvenes que yo, desconocen con qué filosofía (mejor dicho “lavado de cerebro”) se educa a los soldados estadounidenses (y de otros países) cuando van a guerrear contra el enemigo. En primer lugar se demoniza “al adversario”, se le incluye en El Eje del Mal, se le despoja de la dignidad humana, se le reduce a la categoría de rata, cucaracha, a una peligrosa amenaza que hay que destruir para salvar a América y construir un mundo mejor.
Cuando Donald Trump escribió en twitter “que había parado el ataque (sobre radares y baterías de misiles) tras ser informado de que iban a morir unos 150 iraníes” (orden que dio sobre las 19:00 horas del jueves, 20 de junio (02:00 GMT del viernes) hizo una pausa y acabó de redactar su magnífico parte bélico:
“If Iran wants to fight, that will be the official end of Iran ¡Never threaten The United States again” (Si Irán quiere luchar, será oficialmente exterminada ¡Jamás volváis a amenazar a los Estados Unidos!)
Refrescando un poco la memoria constatamos, en un triste rosario de guerras, que a EEUU le importa un bledo la muerte de seres humanos que pueblan “los países en vías de desarrollo” (eufemismo de Tercer Mundo). Se puede matar a cien mil personas, independientemente de que sean civiles, si con ello un grupo de muchachos de Ohio (p. ej.) regresan sanos a casa.
Harry S. Truman ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente) provocando la muerte de unos 220.000 civiles inocentes (ancianos, jóvenes, mujeres y niños): 120.000 fallecieron, la mayoría carbonizados, en el momento de las detonaciones, y el resto a causa de las radiaciones en los días, meses o años posteriores). EEUU lo celebró porque se acortaba una guerra, que ya estaba ganada, y se salvaban unas cuantas vidas de soldados estadounidenses.
Luego el presidente Lyndon B. Johson (1963-1969) entra de lleno en la Guerra de Vietnam (1955-1975) y el napalm abrasa durante años aldeas, poblados, bosques. Muchas mujeres, muchachas y menores vietnamitas son violadas y asesinadas por soldados estadounidenses y sus aliados. El balance es aterrador: entre 3,8 y 5,7 millones de muertos vietnamitas, gran parte civiles, y 58.159 bajas estadounidenses, todas militares.
Como escribió Hannah Arendt en su ensayo “Los Papeles del Pentágono”, el pueblo estadounidense fue llevado con engaños a esa guerra. Lo que EEUU quería era “dominar las mentes del mundo” y dejar claro a los comunistas, especialmente a la URSS y a China, quien era el amo del mundo. Cuando les salió el tiro por la culata había que justificar la humillación sufrida en Vietnam: “No fuimos derrotados, nos marchamos porque los pacifistas nos lo pedían”.
Debo subrayar que las archiconocidas manifestaciones antibelicistas que tuvieron lugar en todo EEUU, las marchas contra la Guerra de Vietnam, triunfaron porque la gente no podía soportar ver como llegaban todos los días a los aeropuertos militares ataúdes con soldados estadounidenses, a los que se daban todos los honores cubriendo el cajón con la banderas de las barras y las estrellas.
La multitud no se echaba a las calles y maldecía a su presidente por los millones de muertos y muertas vietnamitas, sino por los chicos y chicas estadounidenses que habían ido a Indochina a dar la vida para detener “la propagación del comunismo”, lo que podría poner en jaque la supremacía USA “urbi et orbi”.
George Bush (junior) invade y bombardea Irak en marzo de 2003. Las miles de bombas que cayeron sobre Bagdad y otras ciudades de ese país, cuna de la civilización, dejaron un total de 200.000 muertes civiles y cientos de miles de heridos, estos últimos debido, entre otros proyectiles, a las bombas racimo o de fragmentación que al estallar disparan metralla en todas las direcciones, por lo que lo mismo dejan ciego a un niño que parte el vientre de una madre que va a dar a luz a un hospital.
En la Guerra de Irak (Sadam Hussein es ahorcado en 2006) murieron entre 30.000 y 50.000 soldados iraquíes y por parte estadounidense hubo unas 4.485 bajas.
Lo anterior es sólo una muestra de lo que realmente importa a los dirigentes, a los cerebros castrenses de EEUU, es la vida de civiles estadounidenses, europeos blancos o aliados del Primer Mundo.
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Katty Kay agregó que “esa información se da mucho antes, en la toma del proceso de decisiones. Todo lo relacionado con la decisión de Trump nos conduce irremediablemente al escepticismo”.
Quizás algunos de ustedes, especialmente los que son mucho más jóvenes que yo, desconocen con qué filosofía (mejor dicho “lavado de cerebro”) se educa a los soldados estadounidenses (y de otros países) cuando van a guerrear contra el enemigo. En primer lugar se demoniza “al adversario”, se le incluye en El Eje del Mal, se le despoja de la dignidad humana, se le reduce a la categoría de rata, cucaracha, a una peligrosa amenaza que hay que destruir para salvar a América y construir un mundo mejor.
Cuando Donald Trump escribió en twitter “que había parado el ataque (sobre radares y baterías de misiles) tras ser informado de que iban a morir unos 150 iraníes” (orden que dio sobre las 19:00 horas del jueves, 20 de junio (02:00 GMT del viernes) hizo una pausa y acabó de redactar su magnífico parte bélico:
“If Iran wants to fight, that will be the official end of Iran ¡Never threaten The United States again” (Si Irán quiere luchar, será oficialmente exterminada ¡Jamás volváis a amenazar a los Estados Unidos!)
Refrescando un poco la memoria constatamos, en un triste rosario de guerras, que a EEUU le importa un bledo la muerte de seres humanos que pueblan “los países en vías de desarrollo” (eufemismo de Tercer Mundo). Se puede matar a cien mil personas, independientemente de que sean civiles, si con ello un grupo de muchachos de Ohio (p. ej.) regresan sanos a casa.
Harry S. Truman ordenó lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente) provocando la muerte de unos 220.000 civiles inocentes (ancianos, jóvenes, mujeres y niños): 120.000 fallecieron, la mayoría carbonizados, en el momento de las detonaciones, y el resto a causa de las radiaciones en los días, meses o años posteriores). EEUU lo celebró porque se acortaba una guerra, que ya estaba ganada, y se salvaban unas cuantas vidas de soldados estadounidenses.
Luego el presidente Lyndon B. Johson (1963-1969) entra de lleno en la Guerra de Vietnam (1955-1975) y el napalm abrasa durante años aldeas, poblados, bosques. Muchas mujeres, muchachas y menores vietnamitas son violadas y asesinadas por soldados estadounidenses y sus aliados. El balance es aterrador: entre 3,8 y 5,7 millones de muertos vietnamitas, gran parte civiles, y 58.159 bajas estadounidenses, todas militares.
Como escribió Hannah Arendt en su ensayo “Los Papeles del Pentágono”, el pueblo estadounidense fue llevado con engaños a esa guerra. Lo que EEUU quería era “dominar las mentes del mundo” y dejar claro a los comunistas, especialmente a la URSS y a China, quien era el amo del mundo. Cuando les salió el tiro por la culata había que justificar la humillación sufrida en Vietnam: “No fuimos derrotados, nos marchamos porque los pacifistas nos lo pedían”.
Debo subrayar que las archiconocidas manifestaciones antibelicistas que tuvieron lugar en todo EEUU, las marchas contra la Guerra de Vietnam, triunfaron porque la gente no podía soportar ver como llegaban todos los días a los aeropuertos militares ataúdes con soldados estadounidenses, a los que se daban todos los honores cubriendo el cajón con la banderas de las barras y las estrellas.
La multitud no se echaba a las calles y maldecía a su presidente por los millones de muertos y muertas vietnamitas, sino por los chicos y chicas estadounidenses que habían ido a Indochina a dar la vida para detener “la propagación del comunismo”, lo que podría poner en jaque la supremacía USA “urbi et orbi”.
George Bush (junior) invade y bombardea Irak en marzo de 2003. Las miles de bombas que cayeron sobre Bagdad y otras ciudades de ese país, cuna de la civilización, dejaron un total de 200.000 muertes civiles y cientos de miles de heridos, estos últimos debido, entre otros proyectiles, a las bombas racimo o de fragmentación que al estallar disparan metralla en todas las direcciones, por lo que lo mismo dejan ciego a un niño que parte el vientre de una madre que va a dar a luz a un hospital.
En la Guerra de Irak (Sadam Hussein es ahorcado en 2006) murieron entre 30.000 y 50.000 soldados iraquíes y por parte estadounidense hubo unas 4.485 bajas.
Lo anterior es sólo una muestra de lo que realmente importa a los dirigentes, a los cerebros castrenses de EEUU, es la vida de civiles estadounidenses, europeos blancos o aliados del Primer Mundo.
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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