La guerra ha acabado pero las hogueras no se han apagado
El título de este artículo está tomado de una melodía de Amaral, grupo que canta con estampidas de rabia y belleza y con una hondura “humanamente revolucionaria” que explora -con alto voltaje de coraje- el alma y el corazón, ese órgano y esa “esencia” que encierran las llaves para construir un mundo mejor o destruirlo.De la boca de Eva salen grandes verdades que te abren, acarician y golpean los ojos y el corazón. Son como la flecha de Ulises que atravesó los anillos de las doce hachas provocando la cagalera de los impostores que pretendían sentarse en un trono que no les correspondía. Llegar a Ítaca, metáfora de nuestro sueño colectivo, tiene un precio. Nadie regala nada.
La exhumación de la momia de Franco, el pasado 24 de octubre, volvió a llenar de polvo y odio (también de lluvia ácida) el aire de las dos Españas que, como un monstruoso siamés, parecen condenadas a caminar “in perpetuum” con el enemigo bien pegado al costado. Todos los intentos de reconciliación fracasan y el cirujano no se atreve a intervenir porque sabe que aquí la razón muta en roca que chorrea sangre.
En medio de esos dos bloques (el rojo, a veces desteñido, y el azul, que adora las botas claveteadas) discurre, caudaloso, un ancho y largo río que arrastra a una gran parte de la juventud que sobrevive “sin futuro”, cuya mayor preocupación es encontrar un trabajo y una vivienda dignas y que pide a “los patricios” que acepten, aunque sea “para asegurar sus fortunas”, una distribución de la riqueza más justa y equitativa.
Esa gente joven, que quiere vivir la vida y vive en el presente, desea también salvar al planeta de las barbaridades del “desarrollo industrial exprés” y se moviliza – a veces provocando la risa de los poderosos- para frenar las hemorragias de la aldea global, que muere día a día en una soledad de hielo en un firmamento sin fin.
Esa población -que todavía no ha sido domesticada- se siente excluida de los manejos de los asuntos de “la polis”, observa (como todos nosotros) las guerras por televisión y protesta -sabiendo que a los grandes medios de comunicación les importa un bledo su opinión- cuando en su casa ven en la pequeña pantalla como se practica vil e impunemente el genocidio o el desplazamiento de pueblos que carecen de protectores poderosos: armenios, sirios, palestinos, saharauis, kurdos, rohinyás, etc.
Esas naciones no sólo viven o vivieron en “Estados fallidos”, también, para rematar la faena, se destruyó su economía, su fe, su moral, se les “tapó la boca”, les cosieron los labios. Ahora el noble pueblo kurdo (1) que merecía un respaldo total de Occidente (forman una población de sesenta millones de habitantes dispersos entre Turquía, Siria, Irán e Irak) a duras penas puede hacer oír su voz en el mundo de los euros, “el gol”, la Troika, Wall Street y los cerdos de oro que engordan, felices, con la miseria ajena.
Atrás quedaron los gloriosos años del sultán kurdo Saladino (1138-1195), nombre que en su lengua se pronuncia Selahedînê (2). Fue Señor de Egipto, Siria, Mesopotamia, Palestina, etc. Se dice de él que perdonó la vida al rey leproso de Jerusalén, Balduino IV - quien murió a los 24 años- y que representaba al ideal del caballero de la Europa medieval. La película de Ridley Scott “El Reino de los Cielos” (2005) es un bello documental, aunque idealizado, de aquellos tiempos de las Cruzadas.
A muchos españoles nos brotó el sentido del humor con la exhumación del general embalsamado (Chaplin habría realizado un cortometraje que hubiera hecho partirse de risa a medio mundo, como lo hizo con su película “El Gran Dictador”).
Aunque la realidad a veces da asco, siempre nos quedará Casablanca o, como decía Luis Eduardo Aute, la Música.
Tal vez Sartre tenía razón cuando decía que “el infierno son los otros” o quizás no. Si cogemos un autobús y entramos en Gaza, Rojava, en Tinduf (provincia argelina donde están los campos de refugiados saharauis) o en los palacetes de los árabes ricos de Kuwait (y otros países del Golfo) donde los “jeques” compran esclavas por Internet (3) a lo mejor empezamos a curarnos de nuestra ceguera.
No vale con estar allí un rato, hacer unas fotos y escribir una o diez crónicas de color. “Para llegar adonde hay que llegar” es necesario pasar allí una larga temporada para que se rompa “la película de lo superficial” y nos empapemos hasta el fondo de las realidades que matan, cuando las vives y las padeces. No cuando las observas desde la atalaya.
Entonces a tu regreso, lo que te hacía reír, a lo mejor te hace llorar. Y cuando tengas ganas de llorar, a lo mejor no te salen las lágrimas porque como ellos- que ven más de la cuenta- te habrás secado por dentro.
Lo que ocurre todos los días en la otra orilla no es ciencia ficción, ni un teatro de marionetas donde han sido expulsados los seres humanos. Las bombas están cayendo y las hogueras no están apagadas.
Hasta que no estalle la televisión y el salón se llene de sangre, no entenderemos a la niña del napalm. Mientras crímenes parecidos ocurren todos los días, en los cómodos y privilegiados salones de EEUU y el primer mundo (propietarios de Dios, el dinero, las armas y la razón) se trocean langostas a carcajadas y se alzan, entre eructos, calzoncillos y bragas mojadas, copas de Champagne donde se refleja el acerado rostro de los triunfadores y los que nacieron en cunas de oro bajo arañas de cristal.
Notas
-1- Los kurdos ayudaron a EEUU, la UE y Rusia a combatir al Estado Islámico (EI) en plena guerra siria. En la I Guerra Mundial apoyaron a los aliados contra el Imperio Otomano y lograron, mediante el Acuerdo de Sèvres (Francia) el reconocimiento de un Estado Independiente (El Kurdistán). Sin embargo, ese pacto nunca se respetó y fue sustituido por el Acuerdo de Lausana (Suiza, 24 de julio de 1923) mediante el cual se repartió el territorio otomano entre los Estados entre los que se encuentra actualmente dividido.
-2- Selahedînê venció en la batalla de Hattin a los cruzados, tras lo cual volvió a recuperar Jerusalén y la Tierra Santa para los musulmanes. En el largometraje de Ridley Scott (Blade Runner, Alien el Octavo pasajero, Gladiator), se describe a un Sultán tolerante con las tres religiones monoteístas y el episodio en el que un Saladino compasivo decide esperar a que muera el rey leproso -ya muy enfermo- para lanzar el ataque para tomar la ciudad sagrada. El cineasta británico nos recuerda que cristianos, árabes y judíos llevan disputándose “miles de años” Palestina y lamenta que ese conflicto siga en pleno siglo XXI, como si alguien hubiera echado una maldición para que sea imposible una alianza entre hombres de diferentes culturas y religiones que adoran a un dios trifronte.
-3- Sobre esa compra de esclavas por Internet, generalmente muchachas procedentes de países pobres de África y Asia, acaba de dar un documental la BBC que he tenido el deshonor de ver en su totalidad.
Blog del autor: https://www.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
La exhumación de la momia de Franco, el pasado 24 de octubre, volvió a llenar de polvo y odio (también de lluvia ácida) el aire de las dos Españas que, como un monstruoso siamés, parecen condenadas a caminar “in perpetuum” con el enemigo bien pegado al costado. Todos los intentos de reconciliación fracasan y el cirujano no se atreve a intervenir porque sabe que aquí la razón muta en roca que chorrea sangre.
En medio de esos dos bloques (el rojo, a veces desteñido, y el azul, que adora las botas claveteadas) discurre, caudaloso, un ancho y largo río que arrastra a una gran parte de la juventud que sobrevive “sin futuro”, cuya mayor preocupación es encontrar un trabajo y una vivienda dignas y que pide a “los patricios” que acepten, aunque sea “para asegurar sus fortunas”, una distribución de la riqueza más justa y equitativa.
Esa gente joven, que quiere vivir la vida y vive en el presente, desea también salvar al planeta de las barbaridades del “desarrollo industrial exprés” y se moviliza – a veces provocando la risa de los poderosos- para frenar las hemorragias de la aldea global, que muere día a día en una soledad de hielo en un firmamento sin fin.
Esa población -que todavía no ha sido domesticada- se siente excluida de los manejos de los asuntos de “la polis”, observa (como todos nosotros) las guerras por televisión y protesta -sabiendo que a los grandes medios de comunicación les importa un bledo su opinión- cuando en su casa ven en la pequeña pantalla como se practica vil e impunemente el genocidio o el desplazamiento de pueblos que carecen de protectores poderosos: armenios, sirios, palestinos, saharauis, kurdos, rohinyás, etc.
Esas naciones no sólo viven o vivieron en “Estados fallidos”, también, para rematar la faena, se destruyó su economía, su fe, su moral, se les “tapó la boca”, les cosieron los labios. Ahora el noble pueblo kurdo (1) que merecía un respaldo total de Occidente (forman una población de sesenta millones de habitantes dispersos entre Turquía, Siria, Irán e Irak) a duras penas puede hacer oír su voz en el mundo de los euros, “el gol”, la Troika, Wall Street y los cerdos de oro que engordan, felices, con la miseria ajena.
Atrás quedaron los gloriosos años del sultán kurdo Saladino (1138-1195), nombre que en su lengua se pronuncia Selahedînê (2). Fue Señor de Egipto, Siria, Mesopotamia, Palestina, etc. Se dice de él que perdonó la vida al rey leproso de Jerusalén, Balduino IV - quien murió a los 24 años- y que representaba al ideal del caballero de la Europa medieval. La película de Ridley Scott “El Reino de los Cielos” (2005) es un bello documental, aunque idealizado, de aquellos tiempos de las Cruzadas.
A muchos españoles nos brotó el sentido del humor con la exhumación del general embalsamado (Chaplin habría realizado un cortometraje que hubiera hecho partirse de risa a medio mundo, como lo hizo con su película “El Gran Dictador”).
Aunque la realidad a veces da asco, siempre nos quedará Casablanca o, como decía Luis Eduardo Aute, la Música.
Tal vez Sartre tenía razón cuando decía que “el infierno son los otros” o quizás no. Si cogemos un autobús y entramos en Gaza, Rojava, en Tinduf (provincia argelina donde están los campos de refugiados saharauis) o en los palacetes de los árabes ricos de Kuwait (y otros países del Golfo) donde los “jeques” compran esclavas por Internet (3) a lo mejor empezamos a curarnos de nuestra ceguera.
No vale con estar allí un rato, hacer unas fotos y escribir una o diez crónicas de color. “Para llegar adonde hay que llegar” es necesario pasar allí una larga temporada para que se rompa “la película de lo superficial” y nos empapemos hasta el fondo de las realidades que matan, cuando las vives y las padeces. No cuando las observas desde la atalaya.
Entonces a tu regreso, lo que te hacía reír, a lo mejor te hace llorar. Y cuando tengas ganas de llorar, a lo mejor no te salen las lágrimas porque como ellos- que ven más de la cuenta- te habrás secado por dentro.
Lo que ocurre todos los días en la otra orilla no es ciencia ficción, ni un teatro de marionetas donde han sido expulsados los seres humanos. Las bombas están cayendo y las hogueras no están apagadas.
Hasta que no estalle la televisión y el salón se llene de sangre, no entenderemos a la niña del napalm. Mientras crímenes parecidos ocurren todos los días, en los cómodos y privilegiados salones de EEUU y el primer mundo (propietarios de Dios, el dinero, las armas y la razón) se trocean langostas a carcajadas y se alzan, entre eructos, calzoncillos y bragas mojadas, copas de Champagne donde se refleja el acerado rostro de los triunfadores y los que nacieron en cunas de oro bajo arañas de cristal.
Notas
-1- Los kurdos ayudaron a EEUU, la UE y Rusia a combatir al Estado Islámico (EI) en plena guerra siria. En la I Guerra Mundial apoyaron a los aliados contra el Imperio Otomano y lograron, mediante el Acuerdo de Sèvres (Francia) el reconocimiento de un Estado Independiente (El Kurdistán). Sin embargo, ese pacto nunca se respetó y fue sustituido por el Acuerdo de Lausana (Suiza, 24 de julio de 1923) mediante el cual se repartió el territorio otomano entre los Estados entre los que se encuentra actualmente dividido.
-2- Selahedînê venció en la batalla de Hattin a los cruzados, tras lo cual volvió a recuperar Jerusalén y la Tierra Santa para los musulmanes. En el largometraje de Ridley Scott (Blade Runner, Alien el Octavo pasajero, Gladiator), se describe a un Sultán tolerante con las tres religiones monoteístas y el episodio en el que un Saladino compasivo decide esperar a que muera el rey leproso -ya muy enfermo- para lanzar el ataque para tomar la ciudad sagrada. El cineasta británico nos recuerda que cristianos, árabes y judíos llevan disputándose “miles de años” Palestina y lamenta que ese conflicto siga en pleno siglo XXI, como si alguien hubiera echado una maldición para que sea imposible una alianza entre hombres de diferentes culturas y religiones que adoran a un dios trifronte.
-3- Sobre esa compra de esclavas por Internet, generalmente muchachas procedentes de países pobres de África y Asia, acaba de dar un documental la BBC que he tenido el deshonor de ver en su totalidad.
Blog del autor: https://www.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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