Fuentes: CLAE
Las visiones futuristas de una sociedad sin trabajo se han vuelto a
instalar en el imaginario de muchos, alentadas por una repercusión
mediática cada vez mayor. Si el procesamiento de la (des) información se
lleva a cabo mas allá de la conciencia, gran parte de lo que pensamos y
hacemos está sujeto a influencias que no podemos percibir, y menos
controlar.
Por eso todo análisis de prospectiva -es decir, de futurología-, corre muchos riesgos: el futuro es por definición incognoscible y cualquier instrumento de predicción es también por definición simplificador de una realidad compleja e inconmensurable.
De la rigurosidad y honestidad con la que se lleven a cabo estos análisis dependerá la robustez de los resultados en su objetivo fundamental: algunos nos invitan a captar las tendencias futuras, pero preferimos navegar por las agitadas aguas del conocimiento empírico, basado en algunas realidades que nos golpean de cerca.
Y, sin ser la panacea absoluta, basamos nuestros pocos conocimientos, analizando en profundidad algunos de los tantos informes del sistema de Naciones Unidas, que destacan que las epidemias pueden tener un impacto económico desproporcionado en ciertos segmentos de la población, lo que puede empeorar la desigualdad que afecta principalmente a algunos grupos de trabajadores como:
-las personas con problemas de salud subyacentes
– los jóvenes, que ya se enfrentan a tasas más elevadas de desempleo y subempleo; las personas de edad, que pueden correr un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud graves y también pueden sufrir vulnerabilidades económicas
– las mujeres, que están sobrerrepresentadas en ocupaciones en la primera línea de la lucha contra la pandemia y que soportan una carga desproporcionada en las responsabilidades de cuidado, en caso de cierre de escuelas o sistemas de atención
– los trabajadores sin protección social, en particular los trabajadores por cuenta propia, los ocasionales y los que llevan a cabo una labor esporádica en plataformas digitales, que no tienen derecho a bajas laborales remuneradas o por enfermedad
– los trabajadores migrantes, que pueden no tener acceso a sus lugares de trabajo en los países de destino ni pueden regresar con sus familias como lo destaca la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2020a).
En un mundo en el que sólo una de cada cinco personas tiene derecho a recibir prestación de desempleo, los despidos suponen una catástrofe para millones de familias.
Pero a menudo, los primeros en perder sus empleos son aquellos cuyo empleo ya era precario, como, por ejemplo, vendedores, camareros, personal de cocina, encargados de equipajes y limpiadores. Sin olvidar, los trabajadores del sector informal de la economía ya que se enfrentan a mayores riesgos de seguridad y salud en el trabajo (SST) y carecen de protección suficiente.
Al trabajar en ausencia de protecciones -como la licencia por enfermedad o las prestaciones de desempleo-, estos trabajadores pueden verse obligados a elegir entre la salud y los ingresos, lo que supone un riesgo tanto para su salud como para la salud de los demás, así como para su bienestar económico (OIT, 2020g).
Trabajar para vivir o vivir para trabajar, sigue siendo la cuestión
Nuestra subsistencia se basa en el trabajo. Gracias al trabajo podemos satisfacer nuestras necesidades materiales, evitar la pobreza y construir una vida digna. Asimismo, el trabajo puede contribuir a darnos una sensación de identidad, de pertenencia y de propósito. También amplía el abanico de opciones que se nos presentan y nos permite vislumbrar un futuro más optimista.
El trabajo también tiene importancia colectiva al establecer una red de conexiones e interacciones que forjan la cohesión social. La organización del trabajo y de los mercados laborales es esencial para determinar el grado de igualdad que alcanzan nuestras sociedades.
Pero el trabajo también puede ser peligroso e insalubre, impredecible e inestable, y estar mal remunerado. En vez de infundirnos una mayor confianza en nuestras posibilidades, puede hacernos sentir física y emocionalmente atrapados. Además, para aquellos que no consiguen un empleo, puede ser una fuente de exclusión.
No obstante, en tanto el trabajo siga siendo una necesidad vital para la reproducción de la sociedad, seguirá siendo central en nuestra vida; nos educamos para trabajar, trabajamos para vivir y nos jubilamos en condiciones proporcionales al conjunto del trabajo cotizado realizado.
El futuro del trabajo; ¡las maquinas no contraen virus!
Nuevas fuerzas están transformando el mundo del trabajo, o simplemente el mundo a secas. La epidemia del Covid- 19 tiene consecuencias sociales y políticas, evidentes en ella se ha instalado una especie de “virtualización de la vida humana” y del control social.
Si bien el poder coercitivo del aparato de estado se pretende un mal necesario para cumplir con la “distancia social” o colocar a los cuerpos y mentes en alerta constante, el autoaislamiento sólo tiene éxito si las personas no pueden ver más allá del próximo capítulo o película, entre comunicados oficiales de la evolución de la pandemia.
Pero cuando su nivel de confianza epistémica en un mundo en crisis, así como sus esperanzas y aspiraciones hacia algo mejor desaparecen, el capital puede continuar su camino hacia su destino final.
Las transiciones implicadas en esta evolución, fundamentalmente los empresarios, piden que se tomen medidas enérgicas. Aprovechando los avances tecnológicos –la inteligencia artificial, la automatización y la robótica– y en el afán por automatizar para hacer frente a la pandemia, muchas compañías publicitan que “las máquinas no contraen el virus”.
Reemplazar las personas por los robots es en esta fase es un sueño que se hace realidad para muchos capitalistas, pero quienes continúan perdiendo sus puestos de trabajos en esta transición, son los menos preparados para aprovechar las nuevas oportunidades, es decir los mismos a los cuales la pandemia ya ha dejado fuera de circuito. Estos nuevos desafíos vienen a sumarse a los ya existentes y amenazan con agravarlos. El desempleo sigue siendo inaceptablemente alto y millones de trabajadores tienen un empleo informal.
Antes de la pandemia, 300 millones de trabajadores vivían en condiciones de extrema pobreza, millones de hombres, mujeres y niños eran víctimas de la esclavitud moderna. Un número excesivamente elevado de personas todavía trabaja demasiadas horas, y millones de personas siguen muriendo a causa de accidentes laborales cada año.
Además, el estrés en el lugar de trabajo ha exacerbado los riesgos para la salud mental. El crecimiento de los salarios no ha seguido el mismo ritmo que el crecimiento de la productividad, y se ha reducido la proporción de los ingresos nacionales consagrados a los trabajadores.
La brecha entre los ricos y todos los demás se está ensanchando. Las mujeres todavía reciben una remuneración un 20 por ciento más baja que la de los hombres. Millones de trabajadores siguen estando excluidos, privados de derechos fundamentales y no pueden hacer oír su voz.
La combinación de estos retos tiene repercusiones más generales para la justicia social y la paz, y también amenazan con socavar las reglas de una prosperidad compartida que han mantenido a las sociedades cohesionadas, erosionando la confianza en las instituciones democráticas.
El aumento de la inseguridad y la incertidumbre dan pábulo al aislacionismo y al populismo. La manera en que la ideología neoliberal contempla la modernidad entiende al ciudadano como consumidor: la acción colectiva y la vida pública, por ende, quedan restringida a hacer “clic” en la recomendación de un algoritmo que conoce mejor que el usuario sus preferencias de mercado.
Aquellos que aun conserven su posición en el mercado laboral experimentarán la agudización de la violencia que siempre ha tenido la tecnología en manos de los capitalistas. De un lado, la vigilancia y el control sobre la fuerza de trabajo se incrementará. De otro, los costos requeridos para la actividad productiva deberán reducirse para asegurar la rentabilidad de las firmas, con lo que esta metodología conlleva para los trabajadores.
La traducción será un fuerte aumento de la precarización, en una especie de competencia insensata entre el ejercito industrial de reserva, con el trabajador activo, tendencias estas descriptas por Carlos Marx en El Capital. La automatización de los procesos industriales de futuro se acelerará debido a la epidemia otorgando a los propietarios del valor agregado, una nueva excusa para legitimar dichas prácticas de apropiación y desposesión.
La crisis del Covid-19 colocara al sector tecnológico en el epicentro de una economía tan financiarizada como carente de legitimidad, y convertirán en función de sus algoritmos invisibles ,las desigualdades existentes. El mundo no será igual, pero la explotación se le parecerá mucho a la del presente.
*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Fuente: http://estrategia.la/2020/05/02/el-covid-19-el-empleo-el-nuevo-auge-de-la-robotizacion/
Por eso todo análisis de prospectiva -es decir, de futurología-, corre muchos riesgos: el futuro es por definición incognoscible y cualquier instrumento de predicción es también por definición simplificador de una realidad compleja e inconmensurable.
De la rigurosidad y honestidad con la que se lleven a cabo estos análisis dependerá la robustez de los resultados en su objetivo fundamental: algunos nos invitan a captar las tendencias futuras, pero preferimos navegar por las agitadas aguas del conocimiento empírico, basado en algunas realidades que nos golpean de cerca.
Y, sin ser la panacea absoluta, basamos nuestros pocos conocimientos, analizando en profundidad algunos de los tantos informes del sistema de Naciones Unidas, que destacan que las epidemias pueden tener un impacto económico desproporcionado en ciertos segmentos de la población, lo que puede empeorar la desigualdad que afecta principalmente a algunos grupos de trabajadores como:
-las personas con problemas de salud subyacentes
– los jóvenes, que ya se enfrentan a tasas más elevadas de desempleo y subempleo; las personas de edad, que pueden correr un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud graves y también pueden sufrir vulnerabilidades económicas
– las mujeres, que están sobrerrepresentadas en ocupaciones en la primera línea de la lucha contra la pandemia y que soportan una carga desproporcionada en las responsabilidades de cuidado, en caso de cierre de escuelas o sistemas de atención
– los trabajadores sin protección social, en particular los trabajadores por cuenta propia, los ocasionales y los que llevan a cabo una labor esporádica en plataformas digitales, que no tienen derecho a bajas laborales remuneradas o por enfermedad
– los trabajadores migrantes, que pueden no tener acceso a sus lugares de trabajo en los países de destino ni pueden regresar con sus familias como lo destaca la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2020a).
En un mundo en el que sólo una de cada cinco personas tiene derecho a recibir prestación de desempleo, los despidos suponen una catástrofe para millones de familias.
Pero a menudo, los primeros en perder sus empleos son aquellos cuyo empleo ya era precario, como, por ejemplo, vendedores, camareros, personal de cocina, encargados de equipajes y limpiadores. Sin olvidar, los trabajadores del sector informal de la economía ya que se enfrentan a mayores riesgos de seguridad y salud en el trabajo (SST) y carecen de protección suficiente.
Al trabajar en ausencia de protecciones -como la licencia por enfermedad o las prestaciones de desempleo-, estos trabajadores pueden verse obligados a elegir entre la salud y los ingresos, lo que supone un riesgo tanto para su salud como para la salud de los demás, así como para su bienestar económico (OIT, 2020g).
Trabajar para vivir o vivir para trabajar, sigue siendo la cuestión
Nuestra subsistencia se basa en el trabajo. Gracias al trabajo podemos satisfacer nuestras necesidades materiales, evitar la pobreza y construir una vida digna. Asimismo, el trabajo puede contribuir a darnos una sensación de identidad, de pertenencia y de propósito. También amplía el abanico de opciones que se nos presentan y nos permite vislumbrar un futuro más optimista.
El trabajo también tiene importancia colectiva al establecer una red de conexiones e interacciones que forjan la cohesión social. La organización del trabajo y de los mercados laborales es esencial para determinar el grado de igualdad que alcanzan nuestras sociedades.
Pero el trabajo también puede ser peligroso e insalubre, impredecible e inestable, y estar mal remunerado. En vez de infundirnos una mayor confianza en nuestras posibilidades, puede hacernos sentir física y emocionalmente atrapados. Además, para aquellos que no consiguen un empleo, puede ser una fuente de exclusión.
No obstante, en tanto el trabajo siga siendo una necesidad vital para la reproducción de la sociedad, seguirá siendo central en nuestra vida; nos educamos para trabajar, trabajamos para vivir y nos jubilamos en condiciones proporcionales al conjunto del trabajo cotizado realizado.
El futuro del trabajo; ¡las maquinas no contraen virus!
Nuevas fuerzas están transformando el mundo del trabajo, o simplemente el mundo a secas. La epidemia del Covid- 19 tiene consecuencias sociales y políticas, evidentes en ella se ha instalado una especie de “virtualización de la vida humana” y del control social.
Si bien el poder coercitivo del aparato de estado se pretende un mal necesario para cumplir con la “distancia social” o colocar a los cuerpos y mentes en alerta constante, el autoaislamiento sólo tiene éxito si las personas no pueden ver más allá del próximo capítulo o película, entre comunicados oficiales de la evolución de la pandemia.
Pero cuando su nivel de confianza epistémica en un mundo en crisis, así como sus esperanzas y aspiraciones hacia algo mejor desaparecen, el capital puede continuar su camino hacia su destino final.
Las transiciones implicadas en esta evolución, fundamentalmente los empresarios, piden que se tomen medidas enérgicas. Aprovechando los avances tecnológicos –la inteligencia artificial, la automatización y la robótica– y en el afán por automatizar para hacer frente a la pandemia, muchas compañías publicitan que “las máquinas no contraen el virus”.
Reemplazar las personas por los robots es en esta fase es un sueño que se hace realidad para muchos capitalistas, pero quienes continúan perdiendo sus puestos de trabajos en esta transición, son los menos preparados para aprovechar las nuevas oportunidades, es decir los mismos a los cuales la pandemia ya ha dejado fuera de circuito. Estos nuevos desafíos vienen a sumarse a los ya existentes y amenazan con agravarlos. El desempleo sigue siendo inaceptablemente alto y millones de trabajadores tienen un empleo informal.
Antes de la pandemia, 300 millones de trabajadores vivían en condiciones de extrema pobreza, millones de hombres, mujeres y niños eran víctimas de la esclavitud moderna. Un número excesivamente elevado de personas todavía trabaja demasiadas horas, y millones de personas siguen muriendo a causa de accidentes laborales cada año.
Además, el estrés en el lugar de trabajo ha exacerbado los riesgos para la salud mental. El crecimiento de los salarios no ha seguido el mismo ritmo que el crecimiento de la productividad, y se ha reducido la proporción de los ingresos nacionales consagrados a los trabajadores.
La brecha entre los ricos y todos los demás se está ensanchando. Las mujeres todavía reciben una remuneración un 20 por ciento más baja que la de los hombres. Millones de trabajadores siguen estando excluidos, privados de derechos fundamentales y no pueden hacer oír su voz.
La combinación de estos retos tiene repercusiones más generales para la justicia social y la paz, y también amenazan con socavar las reglas de una prosperidad compartida que han mantenido a las sociedades cohesionadas, erosionando la confianza en las instituciones democráticas.
El aumento de la inseguridad y la incertidumbre dan pábulo al aislacionismo y al populismo. La manera en que la ideología neoliberal contempla la modernidad entiende al ciudadano como consumidor: la acción colectiva y la vida pública, por ende, quedan restringida a hacer “clic” en la recomendación de un algoritmo que conoce mejor que el usuario sus preferencias de mercado.
Aquellos que aun conserven su posición en el mercado laboral experimentarán la agudización de la violencia que siempre ha tenido la tecnología en manos de los capitalistas. De un lado, la vigilancia y el control sobre la fuerza de trabajo se incrementará. De otro, los costos requeridos para la actividad productiva deberán reducirse para asegurar la rentabilidad de las firmas, con lo que esta metodología conlleva para los trabajadores.
La traducción será un fuerte aumento de la precarización, en una especie de competencia insensata entre el ejercito industrial de reserva, con el trabajador activo, tendencias estas descriptas por Carlos Marx en El Capital. La automatización de los procesos industriales de futuro se acelerará debido a la epidemia otorgando a los propietarios del valor agregado, una nueva excusa para legitimar dichas prácticas de apropiación y desposesión.
La crisis del Covid-19 colocara al sector tecnológico en el epicentro de una economía tan financiarizada como carente de legitimidad, y convertirán en función de sus algoritmos invisibles ,las desigualdades existentes. El mundo no será igual, pero la explotación se le parecerá mucho a la del presente.
*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Fuente: http://estrategia.la/2020/05/02/el-covid-19-el-empleo-el-nuevo-auge-de-la-robotizacion/
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