Evangelio según san Lucas (15,1-10):
EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
Palabra del Señor
1. Todo el capítulo 15 del evangelio de Lucas está dedicado a explicar cómo se relaciona y cómo se comporta Dios con los pecadores, perdidos y extraviados. Esta explicación es capital para comprender cómo es el Dios que Jesús nos dio a conocer. No olvidemos que los evangelios son teología narrativa. Es decir, en los relatos (el acontecer)se nos revela la teología (el ser) de Dios (Bernhard Welte). Por tanto, al ver cómo se porta Dios con los extraviados, comprendemos cómo es ese Dios en el que creemos. La conducta de una persona nos revela cómo es esa persona.
2. Ahora bien, lo que queda más patente en este capítulo del evangelio de Lucas es que el Dios de Jesús quiere tanto a los perdidos y extraviados que no puede pasar sin ellos. Por eso Dios ni juzga, ni condena a los extraviados, sino que los busca hasta que los encuentra, y los acoge cuando vuelven. Sin reprocharles nada, sin pedirles explicaciones, sin amenazas, sin juicio ni castigo. Es más, cuando Dios encuentra al extraviado, se alegra, lo lleva en sus hombros, convoca a todos los que se pueden alegrar con él, y organiza un banquete de fiesta. Porque su alegría es indecible. Esto es lo que se destaca en las tres parábolas: la oveja perdida (15, 3-7), la moneda extraviada (15, 8-10) y el hijo “perdido” (15, 11-32). Así es el Dios que nos presenta Jesús.
3. Por esto, Jesús se comportó con los más extraviados y perdidos, con los despreciables pecadores, de forma que todos acudían a escucharle. Cuando esta clase de personas se acercan a alguien es porque en esa persona encuentran comprensión, tolerancia, respeto, acogida, y jamás escuchan un reproche, ni siquiera un recelo o una sospecha. Ya sea por su vida “pública”, bien sea por su vida “privada”. Y si además se les invita a comer, compartiendo la misma mesa, la amistad, el gozo y la alegría de la mutua confianza, entonces y así, nos vemos sorprendidos por la inesperada teofanía del Dios de Jesús. Así es el Dios en el que creemos. ¿No vale la pena parecerse a este Dios? Dios se “encarnó”. Dios se “humanizó”. Y así nos enseña a nosotros a ser “profundamente humanos”.
José M. Castillo
La Religión de Jesús
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