Evangelio según san Lucas Mateo (5,1-12 a):
EN aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándoles: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier cosa por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
Palabra del Señor
1. En el día que la Iglesia dedica a la memoria de todos los santos, la liturgia elige sabiamente el evangelio de las bienaventuranzas. La sabiduría de este texto, sorprendente y genial, está en que presenta un proyecto de dicha total, de felicidad sin límites. Esa dicha, esa felicidad, es total y no tiene límites porque ni la muerte podrá acabar con ella. Se trata, en efecto, de una felicidad que trasciende este mundo. Y que, por eso, es para siempre y sin limitación alguna. Es por eso la condición de los que la Iglesia considera y venera como santos.
2. Por eso, las nueve bienaventuranzas presentan nueve promesas de felicidad sin límite alguno, ante todo en “esta vida”. Y eso supuesto, también en la “otra vida”. Y señalan las nueve situaciones que llevan a esa felicidad desde esta vida. Son, por tanto, nueve situaciones de hecho. Y nueve promesas de esperanza. Como es lógico, las nueve promesas de futuro no están en nuestra mano, porque dependen de Dios. Lo que está en nuestras manos y depende de nosotros son las situaciones de hecho. En esas nueve situaciones de hecho es en lo que Jesús pone todo el acento.
3. Ahora bien, lo sorprendente está en que, leyendo y releyendo las nueve bienaventuranzas, las nueve condiciones para alcanzar el Reino de los Cielos y la recompensa del cielo, nos encontramos con lo inesperado: ninguna de esas nueve bienaventuranzas indica prácticas relacionadas con la religión.Las nueve indican conductas relacionadas con la vida, con esta vida, con las condiciones y actitudes desde las que se puede hacer algo eficaz para que esta vida sea más humana, más soportable, más llevadera, más feliz. Los que viven así en esta vida, y solo ellos, tienen garantizada la promesa de felicidad sin fin en esa forma de existencia en la que soñamos, aunque nos cuesta creer en ella, y a la que denominamos la vida eterna. Es, en definitiva, la vida de todos los santos.
José M. Castillo
La Religión de Jesús
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